Fernando Botero. La familia presidencial (1957)
Audios tendenciosos
circulan en las redes, en especial por la mensajería familiar y personal como
lo es el whatsapp. Las voces tienen una entonación autoritaria y burlesca contra
las instituciones colombianas, específicamente contra la presidencia de la república
de Colombia. Pero la voz es la misma en los mensajes que se escuchan desde el
inicio de las negociaciones de la Habana. La entonación deja pensar, ser de un
militar adiestrado en los tiempos de la Escuela de las Américas, lugar donde
salieron todos los golpistas de los años setenta del siglo veinte, con la
misión de derrotar el comunismo en los países latinoamericanos, llamado el enemigo
interno.
Los mensajes tienen
el mismo objetivo, la misma argumentación y se dirigen a crear en el
destinatario, miedo por el futuro político y social. Los dos últimos escuchados
comienzan dirigiéndose al grupo de whatsapp y advirtiendo sobre la necesidad de
compartir el audio para evitar que la situación descrita ocurra.
La situación
planteada en el primero es un desabastecimiento del país, por causa de los
próximos paros que los sectores económicos básicos de Colombia harán contra “ese
desastre de Santos”. Pararán los transportadores, la justicia, los productores
del campo, los maestros y la salud. Por eso “abatescasen” de todo: la voz nombra
muchos productos de primera necesidad y señala la situación de Venezuela. Explica
que la consigna del presidente Santos es conducir el país a ese estado de
cosas, porque así quedó acordado en la Habana.
En el segundo, la
voz ordinaria de mala dicción; pero vehemente, llama a enterarse de lo que va a
pasar en Colombia –dice- con el entrenamiento de mil “guerrillos” para hacerlos
escoltas y que funcionarán como lo hicieron las convivir en la década de los
noventa. Imagínense ustedes lo que sería tener de vecinos, guerrilleros con
armas oficiales “enseñados a secuestrar, violar y asesinar”. El mensaje termina
con la constante advertencia de que la forma de impedir ese futuro es compartir
el audio.
Esos dos mensajes,
circularon por las redes de whatsapp en los últimos días y son parte de la
campaña de uno de los sectores políticos en que se divide hoy la opinión de los
colombianos: los defensores y los detractores de los acuerdos de paz. Los
detractores utilizan ese sentimiento fóbico de la gente sencilla, lo incentivan
desde dos niveles del lenguaje: el ordinario y mal hablado, como los ejemplos
anteriores y otro más construido que tiene podio, pues está en los medios, la
radio y la televisión. Lo utilizan los precandidatos presidenciales. Dicen
destruir los acuerdos si ganan las elecciones del 2018. Tienen una crítica
expedita a los pasos que se vienen cumpliendo, inspirada en lo que ellos
hicieron con los acuerdos de paz con el paramilitarismo y las autodefensas. Pero
son críticas que se encuentran con el inevitable fracaso político esa desmovilización
mendaz.
Enrutar el país
hacía la primacía de las instituciones implica reivindicar el Estado como
garante de los deberes y derechos. La reestructuración de la república implica
la destrucción de los paraestados privados que suplantan la ley y la convierten
en la defensa de sus privilegios. Acabar con la corrupción campeante en todas
las capas de la sociedad y la necesidad de construir un ciudadano participativo
de conciencia laica, son tareas urgentes que no están en los supuestos y
programas políticos de ese sector contrario a los acuerdos de paz. Defienden el
orden republicano en Colombia atado a la herencia política del privilegio y el
dictado de la riqueza acumulada en un puñado de familias. Nunca han imaginado
un país para todos y las cartas constitucionales que han salido de sendos
conflictos violentos, han proclamado la igualdad ante la ley pero sin
efectividad, porque en vez de disminuir la desigualdad, la profundizan.
El presente es
inédito los dos sectores políticos en que se divide hoy la opinión de los
colombianos tienden a enfrentarse a futuro y prometen un rito electoral del
2018, regido por la lucha entre el miedo y el optimismo. El miedo explota un
electorado inculto y profundamente religioso. El optimismo convoca a las gentes
convencidas de la efectividad de los acuerdos paz, porque es quitarle a la
guerra y la violencia un ejército de siete mil combatientes que han demostrado hacer
mucho daño.
La historia
inmediata es una construcción cuyo archivo es el acontecer en caliente de la
vida. El fundamento filosófico político no está en las pretendidas leyes de la
historia, deterministas, porque la humanidad no tiene una finalidad trazada. Si
así fuere, la ciencia moderna ya hubiese logrado un ser humano respetuoso del
otro e igualitario. A finales del siglo diecinueve, occidente estuvo convencido
de entrar en el siglo siguiente con el logro de la paz perpetua y un progreso perfeccionista
permanente; pero los conflictos que llegaron demostraron la inexistencia de las
leyes históricas del progreso indefinido.
El presente
colombiano, tiene la novedad de haber dejado atrás el bipartidismo originado en
1848 y la aparición, en el devenir, de dos sectores políticos que no se pueden
concebir como partidos. Son posiciones filosóficas políticas, que tienen su
universo social, concebido uno, desde la tradición colonial y otro desde el
deseo de un país moderno que quiere resolver los conflictos sociales, causa de
la violencia sistemática.
Tenerle miedo a la resolución
pacífica de los conflictos quiere decir no estar dispuesto a abandonar la imposición
de un solo punto de vista al contrario. Esa es la tradición política colonial.
El autoritarismo de la supremacía construida por occidente está vivo y se ha
decantado en los opositores al acuerdo de paz de la Habana.
El optimismo sobre
una sociedad colombiana moderna, de plena vigencia del derecho, la justicia;
sociedad igualitaria, sin miedo, es la opción que se busca cuando un ejército
se desarma y cambia las armas por la palabra. Esta es una exigencia de un
estado social de masas, metidas en el espacio de la ciudad, en el que la
violación de los derechos humanos se da con facilidad. Los dineros de la guerra
ahora deben ir a satisfacer las necesidades de los ciudadanos.
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