viernes, 16 de junio de 2017

Cambia las armas por la palabra

Fernando Botero. La familia presidencial (1957)

Audios tendenciosos circulan en las redes, en especial por la mensajería familiar y personal como lo es el whatsapp. Las voces tienen una entonación autoritaria y burlesca contra las instituciones colombianas, específicamente contra la presidencia de la república de Colombia. Pero la voz es la misma en los mensajes que se escuchan desde el inicio de las negociaciones de la Habana. La entonación deja pensar, ser de un militar adiestrado en los tiempos de la Escuela de las Américas, lugar donde salieron todos los golpistas de los años setenta del siglo veinte, con la misión de derrotar el comunismo en los países latinoamericanos, llamado el enemigo interno.

Los mensajes tienen el mismo objetivo, la misma argumentación y se dirigen a crear en el destinatario, miedo por el futuro político y social. Los dos últimos escuchados comienzan dirigiéndose al grupo de whatsapp y advirtiendo sobre la necesidad de compartir el audio para evitar que la situación descrita ocurra.

La situación planteada en el primero es un desabastecimiento del país, por causa de los próximos paros que los sectores económicos básicos de Colombia harán contra “ese desastre de Santos”. Pararán los transportadores, la justicia, los productores del campo, los maestros y la salud. Por eso “abatescasen” de todo: la voz nombra muchos productos de primera necesidad y señala la situación de Venezuela. Explica que la consigna del presidente Santos es conducir el país a ese estado de cosas, porque así quedó acordado en la Habana.

En el segundo, la voz ordinaria de mala dicción; pero vehemente, llama a enterarse de lo que va a pasar en Colombia –dice- con el entrenamiento de mil “guerrillos” para hacerlos escoltas y que funcionarán como lo hicieron las convivir en la década de los noventa. Imagínense ustedes lo que sería tener de vecinos, guerrilleros con armas oficiales “enseñados a secuestrar, violar y asesinar”. El mensaje termina con la constante advertencia de que la forma de impedir ese futuro es compartir el audio.

Esos dos mensajes, circularon por las redes de whatsapp en los últimos días y son parte de la campaña de uno de los sectores políticos en que se divide hoy la opinión de los colombianos: los defensores y los detractores de los acuerdos de paz. Los detractores utilizan ese sentimiento fóbico de la gente sencilla, lo incentivan desde dos niveles del lenguaje: el ordinario y mal hablado, como los ejemplos anteriores y otro más construido que tiene podio, pues está en los medios, la radio y la televisión. Lo utilizan los precandidatos presidenciales. Dicen destruir los acuerdos si ganan las elecciones del 2018. Tienen una crítica expedita a los pasos que se vienen cumpliendo, inspirada en lo que ellos hicieron con los acuerdos de paz con el paramilitarismo y las autodefensas. Pero son críticas que se encuentran con el inevitable fracaso político esa desmovilización mendaz.

Enrutar el país hacía la primacía de las instituciones implica reivindicar el Estado como garante de los deberes y derechos. La reestructuración de la república implica la destrucción de los paraestados privados que suplantan la ley y la convierten en la defensa de sus privilegios. Acabar con la corrupción campeante en todas las capas de la sociedad y la necesidad de construir un ciudadano participativo de conciencia laica, son tareas urgentes que no están en los supuestos y programas políticos de ese sector contrario a los acuerdos de paz. Defienden el orden republicano en Colombia atado a la herencia política del privilegio y el dictado de la riqueza acumulada en un puñado de familias. Nunca han imaginado un país para todos y las cartas constitucionales que han salido de sendos conflictos violentos, han proclamado la igualdad ante la ley pero sin efectividad, porque en vez de disminuir la desigualdad, la profundizan.

El presente es inédito los dos sectores políticos en que se divide hoy la opinión de los colombianos tienden a enfrentarse a futuro y prometen un rito electoral del 2018, regido por la lucha entre el miedo y el optimismo. El miedo explota un electorado inculto y profundamente religioso. El optimismo convoca a las gentes convencidas de la efectividad de los acuerdos paz, porque es quitarle a la guerra y la violencia un ejército de siete mil combatientes que han demostrado hacer mucho daño.

La historia inmediata es una construcción cuyo archivo es el acontecer en caliente de la vida. El fundamento filosófico político no está en las pretendidas leyes de la historia, deterministas, porque la humanidad no tiene una finalidad trazada. Si así fuere, la ciencia moderna ya hubiese logrado un ser humano respetuoso del otro e igualitario. A finales del siglo diecinueve, occidente estuvo convencido de entrar en el siglo siguiente con el logro de la paz perpetua y un progreso perfeccionista permanente; pero los conflictos que llegaron demostraron la inexistencia de las leyes históricas del progreso indefinido.

El presente colombiano, tiene la novedad de haber dejado atrás el bipartidismo originado en 1848 y la aparición, en el devenir, de dos sectores políticos que no se pueden concebir como partidos. Son posiciones filosóficas políticas, que tienen su universo social, concebido uno, desde la tradición colonial y otro desde el deseo de un país moderno que quiere resolver los conflictos sociales, causa de la violencia sistemática.

Tenerle miedo a la resolución pacífica de los conflictos quiere decir no estar dispuesto a abandonar la imposición de un solo punto de vista al contrario. Esa es la tradición política colonial. El autoritarismo de la supremacía construida por occidente está vivo y se ha decantado en los opositores al acuerdo de paz de la Habana.

El optimismo sobre una sociedad colombiana moderna, de plena vigencia del derecho, la justicia; sociedad igualitaria, sin miedo, es la opción que se busca cuando un ejército se desarma y cambia las armas por la palabra. Esta es una exigencia de un estado social de masas, metidas en el espacio de la ciudad, en el que la violación de los derechos humanos se da con facilidad. Los dineros de la guerra ahora deben ir a satisfacer las necesidades de los ciudadanos.

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