Ha madurado el espacio y el tiempo del Hombre sin
atributos. El espacio es llamado el Imperio de Kakania; y Musil lo hace
coincidir con el imperio Austrohúngaro. El poder del emperador Francisco José,
su corte, los ministerios, el cumpleaños sesenta del reinado, las aspiraciones
universalistas y la construcción de un frente ideológico para frenar el
desorden social, disolvente de la tradición y el respeto de la autoridad,
ocurre en la tierra de kakania, espacio en el que se despliega la tradición y
la herencia de la civilización a occidental, llamada a redimir la humanidad
amenazada en el tiempo de la pérdida de los atributos.
El tiempo está identificado por la calidad de los
personajes. Lo que dicen y sienten se contextualiza en la cultura, porque la
sociedad que habita Kakania es heredera de la tradición occidental. La
gestualidad corporal, los deseos y las aspiraciones de las gentes del imperio
solo pudieron ocurrir en la primera década del siglo veinte, en el tiempo de la
novela.
En un encuentro de jóvenes menores de treintaicinco
años, Arheim, rico dueño de periódicos, industrias de balas, comercios, se
sorprendió por observar y escuchar discursos sobre el culto a la agilidad del
músculo. El mundo es de los que tienen la plena potencia del cuerpo y la
capacidad de desplazarse con eficiencia. La madurez del ser humano y la cultura,
ha adoptado la velocidad de la máquina y por eso el arte ha optado por sus
expresiones más excelsas, la arquitectura y la religión, como la forma
superior. Los jóvenes son quienes están en capacidad de observar y vivir la
velocidad del automóvil y tienen la posibilidad de verter o acomodar la cultura
al primado de esa máquina.
El dueño de periódicos, escribe en ellos, en su
propiedad. Exhibe en sus artículos la sabiduría que puede lograr un ser humano
culto en los albores del siglo. La capacidad de hablar y escribir sobre
política, cultura, arte, economía, literatura, la ciencia y la técnica, le hace
ser admirado en el encuentro de jóvenes. El rico escritor admira y participa en
la reunión. La inscribe dentro de la empresa de la “Acción Paralela”, porque
ambas hacen una de las prácticas más importantes de una sociedad: reunirse para
hablar.
El escritor seduce a Diotima, la promotora de la
Acción y esposa de un ministro del rey austrohúngaro. La lectura, la escritura
y la riqueza lo hacen irresistible. La cultura y la educación llenan su dicción
de una tonalidad, agradable al oído. Ante su dicción se rinden todos y solo
reaccionan los generales del monarca porque creen en la superioridad de la
campiña y en la plena potencia del músculo joven.
En la reunión para hablar, se mezclan muchas ideas;
pero se decantan dos vertientes de pensamiento: una, el culto a la patria y a
sus jóvenes que encarnan el tiempo presente y quieren reducir la cultura al
arte de la construcción y la religión, a la velocidad de la máquina. La otra,
la del escritor, que trae el universo abierto en su cabeza, admira todas las
producciones de la humanidad y tiene como principio la igualdad de los seres
humanos.
Musil hace sentir el tiempo, en la vivencia de otra mujer, partícipe de
la Acción, órgano de la alta sociedad destinado a salvar la humanidad. Es la
amiga de juventud del secretario: Clarisse. El secretario Ulrich, ejerce una
atracción parecida a la del escritor sobre Diotima; pero no por la
universalidad del saber, sino por la búsqueda en la filosofía de un sustento
del ser alemán libre de los atributos tradicionales. El alemán de Ulrich debe
estar absorto en la técnica y en la ciencia; debe ser un hombre nuevo, recio, poderoso,
pleno de energía joven, y en ruptura con la tradición paralizante. El hombre
nuevo superior, tiene asiento en Austria y será modelo para Alemania y el
universo. Ulrich busca en Fichte, Goethe y Nietsche. Este último ha calado en
la imaginación de la bella y joven Clarisse. Ella siente pesimismo por el poder,
se inclina por la austeridad; le inquieta la persistencia del horror; el mal y
los apetitos espantosos son como enemigos dignos. Concibe la profundidad de las
“tendencias antimorales” y “tales
palabras producían en su boca, cuando las pensaba, una excitación sensual, tan
dulce y fuerte como leche que apenas pudiera tragar”. ¿El hombre sin atributos
es un hombre nuevo? Se pregunta.
Clarisse tiene deseos
inexplicables por Ulrich y contempla la posibilidad de serle infiel a su esposo;
dejar que las palabras diestras del secretario de la Acción se conviertan en
manos que serpentean sobre la piel de su cuerpo. Piensa en una situación igual
del tiempo de su pubertad con las caricias eróticas de su padre y en esa noche
de verano en una cabaña de montaña alquilada por varias familias, en la que un
amigo adulto de su padre, entró en la oscuridad de la habitación y la tocó
intensamente sin encontrar resistencia.
Diotima, compara al anciano
ministro del rey, su esposo. Su voz trémula, sus palabras medidas son como un árbol seco ante
el flujo exuberante y fresco de las palabras de Arheim. En ellas está el mundo que ha recorrido, la
experiencia de ver y nutrirse de la cultura de otros países. El cuerpo maduro y
esbelto, cubierto de sobrias vestiduras a la moda, son una mezclan exacta de
refinamiento. La voz del escritor, agradable al oído
de la hermosa aristócrata, la llevan a remembrar momentos de igual intensidad.
Los bailes, los cuerpos de los familiares y compañeros de clase, forman en el
tiempo de su memoria las experiencias eróticas tempranas. Ahora está dispuesta
a cambiar la resequedad de su esposo por la frondosidad del escritor; la infidelidad
está servida y atenuada.
Las palabras de la boca son tan seductoras como las palabras escritas.
La “Acción Paralela” avoca el asunto. Como la dirección está en manos de los
ministros de la monarquía, se asume el tema desde la vertiente de pensamiento
de culto a la patria, la tradición, la religión y supremacía austríaca. Los periódicos
no pueden cambiar los fundamentos del ser alemán. Lo que hacen es pura
literatura, dice el jefe la Acción. También es literatura las peticiones de la
gente a la organización. La literatura es una invención de los judíos dueños de
periódicos y creadores de utopías. Con la sola inteligencia no se puede ser
moral y hacer política. Es necesaria la fuerza del músculo joven atado al arte excelso
y la religión.
Musil se obliga a defender el escritor. Lo caracteriza. Relata con
minucias lo que debe hacer un constructor de artículos de periódicos. La misma
periodicidad le impone una disciplina y un ritmo de estudio permanente para
escribir con convicción, sabiduría, y aportar a la construcción de un ser
humano culto e igualitario.
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