Un diálogo consigo mismo
Por Guillermo
Aguirre González
En el final de Luz de agosto, Faulkner redondea la novela. En las cuatro
semanas, contadas desde la llegada de Lena a Jefferson, hasta su viaje con
Byron, ocurren acontecimientos a los cuales el autor, les hace una genealogía,
les rastrea su origen. El aserradero, buscado por Lena, alberga al padre de su
hijo. Con él trabajan, Byron y Christmas. Ambos personajes son desarrollados,
como principales y sirven para mostrar otros, subsidiarios del cuerpo argumentativo;
pero fundamentales. Todos los personajes, principales o no, son expuestos en la
intimidad de su yo, y por el carácter de su monólogo, son identificados.
La novela se vuelca toda hacia el interior de los personajes. Es una
obra literaria dedicada al yo. El diálogo permanente de los personajes con sigo
mismo, el monólogo, muestra como la realidad incide en el sujeto y es elaborada
con las palabras. Se hace un mundo personal, un mundo, que por principio, es
humano. El mundo humano armado de palabras, ha sido creado por la humanidad
para domeñar el afuera; reducir el caos exterior a un cosmos medido y apropiado.
Pero ese mundo interno de los personajes de Luz de agosto, es el del ser humano
norteamericano; distinto al europeo, al indígena y al africano, los que le,
dieron origen.
La segregación, hizo un compartimento estanco, para cada etnia; pero la
mezcla fue inevitable. Y todos, afros, indoamericanos, anglosajones y los
mestizos, adquirieron una condición cultural, muchas veces sincrética. Un
imaginario, un concebir, una concepción del mundo, signada por la relación
personal con el dios cristiano. El relato religioso, transmitido la mayoría de
veces de forma oral, pero sobre todo a partir del libre acceso al libro,
permitió un diálogo con dios a nivel de la conciencia y en cada sujeto, muy
cercano al monólogo.
El diálogo con dios es un monólogo, porque se habla con un ser que no
está, pero existe dentro del mundo humano, y a cada sujeto, en la sociedad
norteamericana, se le ha permitido una relación personal con él. Esta es una de
las novedades modernas. El diálogo del sujeto con su dios, se enfrentó a la
exclusividad medieval de la jerarquía, para ejercer la comunicación
escatológica. El moderno, al menos desde 1530, entra en una teología
unipersonal, en la que el sujeto se relaciona directamente con su creador.
La novela registra este suceso y describe el ser interior y obliga, de
forma recurrente, en la vida de cada personaje al monólogo interior. El ser
humano moderno norteamericano, sintetizado por Faulkner, en Luz de agosto, es
un ser dialógico con sigo mismo, aunque tenga unas convicciones comunitarias
que le lleven a formar legiones con nombres griegos, para ejecutar acciones paraestatales,
e imponer una justicia de supuestos rasgos superiores. Este rasgo es el que
identifica el devenir del ser humano occidental.
Se pude sostener la tesis. Luz de agosto es una novela sobre el yo
occidental, cruzado por el cristianismo moderno. Hablar con dios es hablar
consigo mismo, con esa tecnología creada en el ser humano por el poder. El
animal humano trashumante fue obligado a sedentarizarse y a introyectar los
códigos de dominación en ese dispositivo íntimo nombrado por el lenguaje como
el Yo. El ser humano está en diálogo permanente con él mismo. Los contenidos de
este diálogo inmenso están atados a la cotidianidad. La relación con los demás
está en permanente ponderación. Los actos se materializan según las reglas
nominadas y formadas en grupos que tratan de abarcar los comportamientos
posibles.
Los personajes de Luz de agosto actúan y miden la cantidad de bien y de
mal que pueden causar a los demás conciudadanos. Esa cantidad la extraen de la
Biblia, por lectura propia o por la un tercero: el reverendo pastor. Por eso el
juicio de los propios actos o de los demás se mide desde ese diálogo personal
con dios. Diálogo que pude llevar a que el interlocutor se apodere de sí mismo
y se llegue a afirmar: “dios habla por mi boca y castiga con mi brazo”.
Los personajes de la novela según su diálogo o su monólogo se muestran
fanáticos, culpables, cautos, castigadores, contempladores, desafiantes,
omnipotentes, predestinados y azarosos, puestos sobre la tierra.
Luz de agosto. Memoria larga y profunda
Por
Guillermo Aguirre González
Lo humano es un
invento de los seres humanos para darle coherencia a la existencia. Ha sido
necesaria esa autovaloración. Lo humano se ha dotado de contenidos como el
recuerdo, la memoria, la experiencia; contenidos encapsulados en los
constructos de la cultura: la religión, el arte, la magia, la ciencia y la
política. Esa autovaloración humana transmitida a las generaciones nuevas,
evita, inicialmente, la destrucción entre iguales. Por eso los iguales han
construido un concepto de ser humano reducido a sus propios códigos culturales.
Los demás seres, vecinos o distantes, no son humanos o les falta humanidad.
Diría el grupo de iguales: nosotros somos los que hablamos bien, pensamos
correctamente, nuestros dioses son los únicos verdaderos, nuestra tierra es la
mejor, todos nosotros somos el centro del mundo, los demás son bárbaros y
esclavisables.
Esta convicción ha
trasegado por todos los tiempos de la historia, desde el neantropo de las
llanuras, hasta el homosapiens del cantábrico. Y la encuentra William Faulkner
en la sociedad norteamericana, a pesar de la adopción de la república y la
democracia con su filosofía política sobre la igualdad genérica. Faulkner lee
la sociedad de su entorno, la concibe y la lleva a la literatura; pareciera
responder a la pregunta ¿Qué hace actuar a los seres humanos que conozco, de
tal manera? Parte de ese contenido asombroso del ser humano llamado memoria.
Los personajes de Luz de agosto hablan y actúan desde la memoria organizada
como religión.
Cuando Faulkner dice
que “La memoria cree antes de que el conocimiento recuerde. Cree mucho
más tiempo que recuerda, mucho más tiempo del que tarda el conocimiento en
preguntarse”; cuando dice: “Acaso era el conocimiento que da la memoria, el
conocimiento que comienza a recordar”; “Y la memoria sabe esto; veinte años
después, la memoria cree todavía Fue aquel día cuando me hice un hombre”; “Fue
muchos años después cuando la memoria supo aquello que él recordaba”; “y la
aceptación vino a reemplazar al conocimiento y a la memoria”; “Lo sabré
dentro de un minuto. Ya he comido esto en alguna parte. Dentro de un minuto lo
sabré una memoria en marcha que sabe”; «Sí, habría vuelto la grupa. Habría
huido hacia el lado opuesto. Lejos de la memoria, lejos del conocimiento de los
hombres. Sí, creo que habría huido para siempre».
Cuando Faulkner hace
estas afirmaciones en su voz omnisciente o en la de los personajes, ata la
memoria al conocimiento y le da predominio a la primera. Se muestra en Luz de
agosto una sociedad comunitaria dirigida por pastores (sacerdotes) inspirados
en la Biblia, en la memoria religiosa dosificada y reducida a los actos humanos.
Cada acto tiene su regulación mística y está en la memoria del predicador que
la trae en el momento del suceso.
La sociedad
norteamericana que conoce Faulkner está centrada en la supremacía de los
blancos anglosajones y su religión cristiana. Para ellos los demás son seres
inferiores y tienen la huella de la esclavitud y por principio son culpables de
los males de la humanidad, concebida como la humanidad de los blancos. Ante el
crimen de Joana Burden, el sheriff dice a un alguacil, Tráeme un negro para
culparlo. Y negro no es solo el indígena o el afrodescendiente. Lo es el pelinegro
y todos los mestizos.
El autor está
centrado en mostrar el comportamiento de los seres humanos, por eso habla de la
memoria de la supremacía blanca, como de la memoria del negro o del mestizo. La
universalidad de la memoria y la relación con el conocimiento deja la certeza
de un pensamiento profundo del fenómeno. La memoria es más larga, más profunda
que el conocimiento; porque el conocimiento es memoria organizada, depurada con
el útil de la lógica.
En la Norteamérica
de Faulkner los grupos sociales, dominantes y excluidos tienen el mundo híbrido;
por la memoria creen, conocen, recuerdan, huelen, ven, tocan y se violentan. El
conocimiento se despliega en un contenido fundamental, en el canto, en la
música de la oblación, de la ofrenda. El pastor retirado que lee incesante… “Al
escuchar esa música, le parece percibir la apoteosis de su propia historia, de
su propio país, de su propia sangre, de aquellas gentes de las que él ha salido
y entre las cuales vive y que nunca pueden gozar de un placer o sufrir por una
catástrofe, ni evitarlos tampoco, sin comenzar a discutir sobre ellos. Placer,
éxtasis: esas gentes parecen incapaces de soportarlos. Y para evadirse de ellos
solo conocen la violencia, la embriaguez, las batallas, la oración”.
Por Guillermo Aguirre González
¡Ya
está! ¡Ya lo hice! ¡Les había dicho que lo haría! Con estas palabras autoreferidas,
Joe McEachern vuelve a ser Christmas. Golpeó con una
silla de madera a su padre adoptivo y lo dejó en el piso, ensangrentado e inconsciente.
El despotismo del padre había creado en el hijo un rencor vengativo dispuesto a
aflorar en cualquier incidente de confrontación. Crhistmas desde el orfelinato
fue sujeto de dominación por la discriminación racial. En su vida de hijo
adoptivo, el padre lo discrimina por no ser capaz de memorizar el catecismo y
por dejarse llevar por los sentidos. Esa dominación capacitó a Crhistmas para
el parricidio, tras los golpes del padre sobre su carne.
La
introspección por la discriminación y la culpa, ejercida por la familia, es
dejada de lado por la época de la primera virilidad. El licor, el sexo y la
fiesta, fueron un mundo revelado por la pequeña ciudad cerca de su residencia
campesina. Les entregó todo; pero la inocencia de Crhistmas respecto a los
agentes expertos que le ofertaron licor, sexo y fiesta, hace que ellos le
saquen sangre para ver las huellas de su africanidad en el fluido y porque el
presunto parricidio del muchacho, les tumbó el negocio y los obligó a huir.
La
camarera, y sus administradores, desprecian la decisión de Crhistmas de casarse
con ella y le dicen que no pueden irse con un perseguido por la policía, porque
ha matado un hombre. Y peor, a su padre, y más grave aún por tener sangre
negra, elemento que lo hace culpable a ultranza, por estar en una sociedad
racista.
Crhistmas,
golpeado, en su cuerpo y sus sentidos se posa en la calle y “la calle pasó a
través de los estados de Oklahoma y de Missouri, descendió hacia el sur, hasta
Méjico, y luego subió de nuevo al norte, a Chicago y a Dretoit, antes de
descender una vez más y detenerse al fin en el estado de Mississipi. La calle
tuvo una longitud de quince años”, y se detuvo con un Crhistmas de treinta y
cinco años de edad, en la casa de una mujer blanca, negrófila, ni vieja ni
joven, para luego matarla.
Los
dos crímenes, se clavan en la conciencia, como dos lanzas impulsadas desde el
cielo. Ambas muertes se han meditado y por ser ejecutadas en los cuerpos de sus
protectores, se convierten en parricidios. Faulkner lo hace así, sin
manifestarlo expresamente. La novela debe explicar la causa de la muerte de la
mujer, ni joven ni vieja, la
señora Burden. Y la motivación se haya mediado un ejercicio de analepsis, para
mostrar el parricidio cometido por Joe McEachern, alias Crhistmas.
El parricidio cometido por un negro, en el “sur profundo” de la
Norteamérica de principios del siglo XIX, es un crimen explicado por los códigos
y símbolos sociales de un sociedad religiosa y petrificada. Y así como se
explicó en 1840 las causas del parricidio de Pierrer Riviére, por herencia y
tradición, se mantienen las mismas explicaciones, en 1940. Riviére lo hizo por
monomanía y Crhistmas por obsesión. El diagnóstico de monomanía en la persona
de Riviére lo estableció Dominique Esquirol, desde la insipiente medicina de la
mente, de principios del siglo XX. Este caso de parricidio fue estudiado por
Michel Foucault, dentro de sus investigaciones sobre la relación entre los
regímenes penitenciarios y las formas jurídicas. Entre los documentos se trae
un debate signado en la prensa de la época. La identificación de Pierre Riviére
como enajenado mental en el momento del crimen, hace que se le cambie la pena
de muerte por cadena perpetua, porque es posible su resocialización y reeducación,
con un tratamiento penal basado en el trabajo y la disciplina como se hace en
Pennsilvania (Norteamérica).
Crhistmas es diagnosticado por su creador, por Faulkner. Este
parricida, meditó el crimen, como legítima defensa. -Otra vez que vuelva a violentarme
le mataré- Era su convicción. Desde niño blindó su yo contra el exterior. La
acusación de tener sangre negra y de ser un infiltrado en la sociedad de
blancos, centró su pensamiento en la defensa; por eso la imposición de McEachern,
su padre adoptivo, de un dios castigador, la puso en la balanza de su yo y la
transformó en la idea de un dios permisivo. El licor, el sexo y
la fiesta, son un don, no un pecado, y si McEachern le castiga
por hacerlo, cometerá parricidio. Esta es la obsesión de Crhistmas.
Tente en el aire
La mentalidad de
Christmas, se moldea con la actitud de su padre adoptivo. Es la del dulce
tirano, amable verdugo, castigador convencido, de ser poseedor de la razón del
cristianismo fundamental. El padre adoptivo se acercaba a Christmas, para
moldearlo con “su voz (que) no era hostil. No tenía nada de humano ni de
personal. Era simplemente fría, implacable, como las palabras escritas o
impresas”. El señor McEachern debía introyectar el catecismo presbiteriano en
la mente del niño rebautizado como Joe Eachern. Los azotes eran el vehículo que
combinaban la sangre y la letra para hacer la voluntad del señor.
Por
Guillermo Aguirre González
Mestizo mulato es
una categoría dentro de la taxonomía de la dominación detenida en la raza. La
imagen de ser humano se ha atado al color de la piel. Ser humano para el
etnocentrismo del mundo occidental, es ser de piel blanca, es tener la verdad,
la razón y el derecho de dominación sobre los otros colores de piel y las
mezclas. Esta vocación de nuestra cultura americana, al menos desde la llegada
de los europeos, ha creado una conciencia de inferioridad. Las revoluciones
políticas que instauraron las repúblicas democráticas, hechas en nombre de la
igualdad y la libertad, no lograron extirpar el racismo, ni la mala conciencia
de los mestizos.
Christmas, desde
niño sufrió la exclusión social por su condición étnica; pero en una situación
especial. Su piel blanca confundió a todos. Solo quienes conocían su origen
mestizo proclamaron su negritud e hicieron que la sociedad lo tratara con la
misma actitud con que se trataba a los negros en la Norteamérica de las primeras
décadas del siglo XX. Este caso especial lo trata Faulkner, para caracterizar
el personaje. Christmas es recibido como blanco en todas partes porque ese es
su aspecto; pero luego, por efecto de la habladuría, se le saca su ancestro y
las gentes cambian de actitud, lo discriminan y lo violentan. Esta argucia de
Faulkner, va dirigida a conformar el mundo mental de Christmas, es decir, la
mala conciencia del mestizo segregado.
La argucia de
Faulkner, tiene toda la pertinencia. El etnocentrismo de los colonizadores de
América, estableció una taxonomía social por el color de la piel y por el grado
de mezcla de las etnias. Los españoles en Suramérica nombraron el caso equivalente
al de Christmas, con el concepto de “Ñapangos”. Una ñapanga o un ñapango fueron
seres humanos iguales en el color de la piel a los colonizadores, pero la
genealogía escrupulosa, del Estado español en América, decretaba que esos
mestizos tenían una ñapa o residuo o añadido de otra sangre distinta. Otros
casos extremos, en los que el ojo no detectaba rasgos de la mezcla, el poder
decía que ese hombre o mujer es un “tente en el aire”, algo tiene que lo hace desigual.
El mundo de Christmas,
tomó la vía de la introyección, de un monólogo permanente. El mundo exterior
debía ser ponderado por sus códigos y símbolos. Los actos de los otros
relacionados con él, se daban porque los otros le observaban, le pensaban, le
asediaba, y de eso solo podía esperar controles, estigmas y coacciones. La
actitud no podía ser otra; debía ser tan frío e implacable como el látigo o
como el filo de una navaja de afeitar.
Whisky,
depresión y racismo
Por Guillermo Aguirre González
Depresión económica, producción ilegal de
whisky, Ku klux Klan, son tres dramas que enmarcan, el de una joven mujer
embrazada, viajera pedestre de Alabama a una población de Misuri, llamada Jefferson,
en busca del padre de su hijo.
El trabajo de aserradero, duro para
cuerpos duros, hace del whisky ilegal un atractivo. El dinero llega con rapidez
y hace de los involucrados unos seres transgresores de las costumbres,
centradas en un cristianismo vigilante. La paga en el aserradero es deprimida y
se materializa y se hace visible en la vivienda de las familias de los
trabajadores. Casuchas construidas con madera sobrante y cortezas deleznables.
Igual en la estación del aserradero donde la muchacha llamada Lena es preñada,
como en Jefferson.
En esta pequeña ciudad, con parque
central, barrios bajos y hoteles, se desarrolla la historia. Ciudad sureña. Los
habitantes conservan el odio a los yanquis vencedores de la guerra de secesión;
y una mujer del norte que se metió a vivir entre ellos la acusan de negrofílica
y de relacionarse sexualmente con los afrodescedndientes. Por auxiliar a los
negros recibe visitas de blancos encapuchados y es advertida y amenazada. El Ku
klux Klan, como se llaman los encapuchados, expresan las convicciones sociales de
los habitantes. Un pastor, casado con una joven mujer, tiene una sirvienta
negra. El pastor, desatiende a su mujer y esta se ve obligada a viajar a otra
ciudad para satisfacer sus necesidades sexuales. Las damas y los señores
poseedores del sentir social de Jefferson, concluyen que el pastor no toma a su
mujer porque se satisface con la cocinera negra. La mujer se suicida y el
pastor es obligado a dejar la iglesia y recibe la visita del Ku klux Klan. Es
evidente la relación entre las damas y los señores con los encapuchados. El
autor de Luz de agosto, dice que el pastor tiene la oportunidad de denunciar la
coacción ante la policía, ante el Estado; pero el pastor decide quedarse callado
e inactivo. Se lee en esos actos, el desconocimiento, de las damas y señores de
Jefferson de la imparcialidad del Estado. Pero a renglón seguido Faulkner
identifica y describe al sheriff Kennedy, como racista y defensor del grupo
social, sensor de Jefferson y le adjudica las persecuciones de dos formas, una
con el uniforme del Estado y otra con la capucha y la cruz.
Los primeros capítulos de Luz de agosto
describen y plantean una crítica a la sociedad norteamericana. La doble moral
es evidente; pero es difícil mostrarla. Faulkner lo hace a través de los actos
humanos desplegados en la convivencia cotidiana. Los cristianos alaban la
comunidad, de ellos y para ellos, y repudian lo externo, los negros y la
sexualidad no reglamentada. Por eso La mujer joven embarazada busca por dos
estados a su pareja para que la reivindique socialmente.
Los actores de la historia encarnan esos
hechos con un recurso parmente a la introspección. Piensan y actúan y vuelven a
pensar. Yo pienso que debe ser así, aunque se actue de manera distinta -dicen-.
Dualidad, bifurcación de la persona, dualidad del Estado. Los personajes son auténticos
y viven llevados por los acontecimientos: Byron, Lena, Chirstiam, Brown, el
pastor, son seres tranquilos y sus actos hacen que el lector acuse el orden político;
acuse a la sociedad tradicional y vea en la sexualidad de Lena, en el
contrabando de alcohol y en la vida del pastor, la bondad humana, a pesar de
ser proscritos por las damas y los caballeros de extrema derecha.