jueves, 13 de julio de 2023

Mañana termina noviembre


 

 Debes saberlo. Muchos lo saben. Me preocupa que no lo sepas. Aunque creo, dado tu forma de ser y esa costumbre de despreciar el mundo de afuera, es comprensible tu ignorancia sobre el acontecer. Me entristece verte enmudecer en los encuentros con nuestros amigos comunes. Quisiera oírte hablar ágil y con detalles de ese noviembre lleno de sucesos importantes para nuestra relación atada al hablar mucho sobre lo que pasa. Así comenzamos. Hablábamos sin parar del presente en el país sin importar dónde estuviésemos. Me gustaba ir al bar con tigo porque hablabas mucho más que en casa. En casa, comenzaste a apagarte. Comenzaste a estar en silencio.

 Recuerdo la alteración de ánimo que sufriste cuando los guerrilleros se tomaron una embajada donde se reunía la mayoría del cuerpo diplomático del país. Hace ya cinco años. Desde ese martes de febrero comenzaste a tener un silencio cuando yo trataba de hacer posibles los momentos originales que nos relacionaron, que nos unieron. Ese martes cambiaste. Lo hiciste con lentitud y hoy ya estás distanciada. No sabes nada de lo que pasa. No entiendo cómo pudiste perder la pasión y vivir sin saber nada, despreciando el mundo de afuera.

 Puedo entenderlo por la gravedad de los sucesos. Imaginar el acontecer en medio de una especie de éxtasis por la facultad humana de narrar lo ocurrido; esto era lo que te daba euforia. Construías tu versión sobre el pasado con un decir elegante y coherente y presa de emoción hallar en la línea del tiempo una secuencia de hechos. Pero la toma de la embajada la recibiste como una traición a tus convicciones. Fue como si hubieses despertado a una realidad cruel y horrorosa. En vez de tratar de explicarlo o entenderlo te metiste en un silencio comprensible pero asombroso.

  A veces creo estar al lado de una mujer convencida de la necesaria coincidencia entre el pensamiento y la realidad; y cuando no, sientes frustración. Lamento el cerramiento sobre ti misma, tu silencio sobre este noviembre, hoy terminado con tantos muertos. Si por lo menos hablaras con los vecinos para enterarte así por oídas como ellos lo hacen siempre. Si lo hicieras te tendría de nuevo dispuesta a conversar y salir de ese silencio muy relacionado también con el miedo. Cuando pienso así te comprendo. Este noviembre sumó tres hechos tristes, que afianzan la traición causada por la realidad a tus imágenes coherentes del devenir.

 Estamos aquí mirándonos, tu levantando los hombros ante mis palabras y yo interrogando, interrogando. Tus hombros dicen ser lo mismo el silencio o mis palabras. Este noviembre va terminar mañana; por eso voy a hablarte de él, no del mes calendario, sino de los hechos humanos ocurridos. Ya te dije de tres hechos tristes. Lo son. Pero más que tristes son ejemplo de traiciones, esperanzas y violencias. Los tres me han movido a pensar en un mes negro y un sentimiento trágico. No soy solo yo. Tú ya decidiste dejar de enterarte; los demás van con esa idea de tragedia a donde quiera que llevan su cuerpo. Dejaron de creer en la autoridad, en el Estado, en los demás. Tienen la violencia como un redondel que cerca sus vidas y con lentitud y firmeza se están acostumbrando a ver la muerte en las calles, en el barrio, en la tele; a escucharla en la radio.

  Así como tú, todos comenzamos a sentirnos trágicos desde la toma de la embajada. Hoy cinco años después el sentimiento se profundiza; hemos visto en este noviembre la destrucción de la justicia del país. Nada quedó después de estar el palacio en llamas. Mataron todo lo vivo: gente de servicio, magistrados, transeúntes y por supuesto los guerrilleros asaltantes. Si, puedo darle la razón a tu silencio. Vivimos en una calle necesaria para comunicar el norte y el sur de la ciudad. Aquí justo por el frente de nuestra casa la calle termina llana y comienza a inclinarse, a subir hacía el norte. En los días cuando llegamos, acostumbrábamos salir en las noches y darle una vuelta a la ciudad, a veces tomados de la mano, pero siempre hablando; veíamos la gente estar serena. De pronto ya no pudimos hacerlo más y tu decidiste callar. Puede ser tu protesta, lo asumo.

  Escucha, no entiendo como no te has enterado. En este noviembre que termina, cuatro días después de la toma del palacio de justicia hubo una erupción de lodo en el centro del país. El lodo descendió raudo por la falda oriental del nevado y tapó como si fuese una mano colosal una ciudad con veinticinco mil cuerpos humanos que a esa hora dormían.

  La muerte en las calles cercanas, en palacio, en la montaña nevada, vino a expresarse aquí, para enmarcar el cuadro de este noviembre que termina. Escucha: en la parte alta de esta calle en la que vivimos, el martes 18 pasado a las siete de la mañana un bus verde con subsidio que cobra a siete pesos el pasaje, perdió los frenos desde la parte alta y descendió veloz hasta estrellarse contra el puente sobre la quebrada y quedar luego clavado en el cauce. Nos contó Luigui que había quedado con su patrón en ir a su casa a llamarlo para que no lo cogiera el día. Madrugó, recorrió a pie esa mañana varias cuadras calle arriba. Ambos, patrón y trabajador esperaron el bus verde de menor costo, subsidiado por el gobierno, para ir hasta Medellín donde los esperaba una obra inconclusa. Tomaron el bus y se sentaron en los asientos delanteros, cerca de la espalda del conductor. Recuerda Luigui haber mirado hacia atrás para ubicarse; pero el bus venía lleno. Dice que, desde el momento de enterarse de la falla en los frenos, todo le quedó grabado en su mente como una película aprendida de memoria. El accidente comenzó en el resalto, en el policía acostado, del frente de la iglesia. Ahí el conductor, un señor de más de sesenta años, se inquietó y dijo que los frenos no funcionaban; pero solo escucharon los pasajeros cercanos, los demás venían metidos en animadas conversaciones con sus compañeros de silla. Y pienso yo, hablaban obligados como le ocurre en las primeras horas del día al cerebro ávido de comunicarse.

  Luigui dijo que le pidió a un muchacho cercano a él abrir la ventanilla para votarse, no le escuchó, tenía la cara descompuesta y sólo miraba al frente aferrado a los pasamanos de las sillas. El conductor con la mano izquierda fuera de ventanilla hacía gestos para que le desocuparan la vía al bus desbocado. Chocó el bus y por dos golpes, uno contra el puente y otro contra el lecho de la quebrada se desprendieron las sillas y todo se revolvió, los cuerpos y los metales. -No sé porque terminé de pie rodeado de cuerpos hasta la cintura que me sostenían y estoy seguro que la gente se murió sin darse cuenta-. Terminó Luigui

  Mira, escucha, aunque levantes los hombros, tengo que decirte que no creo del todo en tu divorcio con la realidad. Por acá pasaron todos los habitantes de los barrios altos llevando en sus hombros los veinticinco ataúdes para el cementerio con los cuerpos de los accidentados. El desfile ocupaba varías cuadras y resultaba imposible no verlo. Mujeres, niños y hombres tenían es sus rostros la tragedia; era una sombra mortal que prolongaba sus raíces en el tiempo vivido. Estoy de acuerdo, este noviembre que termina perfeccionó nuestro sentimiento de estar en una época cruel; contra ella se quiebran los imaginarios de progreso que pueden construirse con el entusiasmo básico de la vida, como tú lo has hecho.

Guillermo Aguirre González. Julio de 2023

Imagen: Picasso. Mujer Trabajando 1950