miércoles, 26 de diciembre de 2018

Biósfera e historia. El agua de la tierra


Estas palabras se escriben con el nexo de una ecohistoria y motivadas por la observación directa o por imágenes mediáticas de océanos de basura, fauna que muere lentamente por la ingesta de residuos inorgánicos; todo tipo de utensilios de casa en desuso viajando de la quebrada al río y del río al mar. El aire de las ciudades irrespirable y la deforestación hecha por máquinas de una eficiencia aterradora.

El agua sobre el cuerpo o rauda sobre la tierra; agua en el espacio sublunar pendiente en la nube o decantada como lluvia; agua interior como líquido de sustento; agua inmensa oceánica límite de los continentes: verla, tocarla o ingerirla produce éxtasis. Ella siempre ha estado ahí al lado del ser humano y ha pasado inadvertida como objeto de estudio por su abrumadora presencia. Pero en esta modernidad posindustrial comandada por la tecnología, que aplica el proceder científico a la técnica, ha pasado a ser objeto de reflexión por recibir la excrecencia del consumo frenético. Si el agua limpia el cuerpo, se cree ingenuamente que puede limpiar nuestra casa-planeta y recibir todas las excretas del consumo en permanente aumento y sin control. Esta práctica social hace complemento con la deficiente educación generalizada. La basura-excrecencia va al agua y quienes lo practican están obnubilados por el espejismo del progreso y por una educación deshumanizada.

Ver hoy los océanos convertidos en basureros, ver los ríos grandes y menores llevar en sus corrientes los desechos de las ciudades y los ciudadanos; ver el aire saturado de las excretas de la combustión que hace la lluvia ácida; ver la vida amenazada, ha abierto en la reflexión sobre los contenidos humanos un lugar a las relaciones entre la sociedad y su entorno. Ese lugar abierto está asumido por la Historia Social, con el nombre de Ecología Humana. El objeto de estudio, ubicado como una epistemología relacional ser humano-cultura adaptativa, tiene antecedentes en los estudios sobre la agricultura, la geografía, la demografía, la economía y por supuesto en la política, porque desde ahí salen las decisiones reguladoras de la conducta y el comportamiento social. Desde que se pensaron las relaciones del ser vivo con su espacio se le dio apertura a la ecología, palabra acuñada a finales del siglo XIX, pero que indica la reflexión biológica, ya tratada por Aristóteles, retomada por los taxonomistas de finales del XVIII y sistematizadas en la segunda mitad del siglo XX.

Cuando una empresa o un individuo arrojan la basura-excrecencia a las aguas, lo hacen comandados por sus concepciones del mundo, el entorno, el ser humano y el tiempo. Concepciones adquiridas en el sistema educativo y en la proclama de los medios de comunicación. La modernidad posindustrial comandada por la tecnología, creó el individuo ególatra encerrado en su pequeñez, que se autoproteje y le hace a los demás y la tierra lo que él no quiere sufrir.

El consumo frenético va a la par con concebir la naturaleza inagotable o como hecha para hacer de ella depredación, porque ella ha sido donada desde la creación a los humanos. Esta concepción de la naturaleza es rastreable desde el mundo del civilizado temprano. El ser humano nómada, trashumante, consumía los recursos en el trajín del territorio de sus ancestros y permitía la recuperación, porque el ciclo de su recorrido y su pensamiento se fundían en la intelección del mundo. Humanidad y naturaleza estaban unidas en un todo inseparable.

La cultura del sedentario es quien sufre el agotamiento de los recursos y está obligado a pensarlo para superar la limitación. Así como la cultura posindustrial abre el espacio de reflexión para la ecología por la contaminación, se puede generalizar y decir que la cultura del sedentario abre un espacio para pensar la tierra y sus producciones, es decir hacer una historia agraria. Y en congruencia se conectan otros espacios epistémicos: historia geográfica, historia del clima, historia de la alimentación, historia de la estatura, historia del aire y el agua.

Es en la década de los setenta del siglo pasado cuando se afianzan los estudios de la Historia Ecológica dentro de la Historia Social y en ese entramado de la interdisciplinaridad de las ciencias sociales, para responderle a las posturas pesimistas sobre el desarrollo socioeconómico de corte apocalíptico. Se construye la perspectiva del Desarrollo Sostenible, la Ecología Humana, ambas montadas sobre el concepto de Medio Ambiente que establece una relación clara entre las ciencias humanas y físicas. Actitud de la cultura para señalarle caminos a la humanidad y seguir sosteniendo la esperanza de perpetuar la vida sobre el planeta. Se cumple con las razones de ser del papel de la ciencia: hacer historia para prever y planear el futuro.

Evitar la catástrofe de desertizar el planeta y hacer desaparecer la vida, está en la actitud obligada e insoslayable de la Economía Ambiental como espacio dentro de la ecología humana y la ecohistoria, para hacer regir las proyecciones futuras de la cultura por la sostenibilidad. Cultura hoy que consiste en hacer objetos de estudio el agua, la flora, los bosques, el aire; en genérico todo lo que contiene la biósfera.

La ecohistoria tiene una especificidad dentro de la historia social, pero sus hallazgos y construcciones irrigan todos los actos y las prácticas humanas de la contemporaneidad. No hay compartimentos estancos ni en las prácticas, ni en las teorías. La complejidad de los análisis se compagina con la complejidad del ser humano dividido en múltiples aspectos funcionales y a los que responden múltiples objetos de estudio. Esta situación no es anarquía, es complejidad y las decisiones sociopolíticas están obligadas a hacer un esfuerzo de síntesis para garantizar la permanencia de la vida. La política no puede seguir separada de los centros de reflexión, de las academias, de los estudiosos y de la educación humanística.

El ser humano tiene límites dados por los recursos para sostener la vida y la conciencia del límite crea un conflicto que debe resolverse no por la guerra y el consecuente exterminio de poblaciones, sino por la educación y la convicción. El aumento geométrico de la población es un problema que está retando las posibilidades humanas. La solución está en la atención que los centros de decisión sociopolítica pongan a las construcciones de las ciencias humanas, sociales y sus especialidades como la tratada aquí, la ecohistoria.

Imagen: Olivos de Van Gogh 1889

sábado, 15 de diciembre de 2018

La racionalidad de los estudios de género


En los últimos tiempos nada ha causado tanta inquietud en los círculos sociales renuentes a aceptar las consecuencias de la modernidad, como los estudios de género, o el tener que llegar a la democracia radical, fuente de depuración de las sobrevivencias de concepciones socioculturales del viejo régimen, entre ellas la negación de los derechos a grandes poblaciones excluidas como las etnias afrodescendientes, indígenas o las mujeres.

Los estudios de género o el género como objeto de estudio y reflexión, es producto de la Historia Social diseñada en el siglo XX, que convierte todos los contenidos de la sociedad en objetos de estudio dimensionados históricamente, es decir, todos los contenidos del ser humano son considerados producto del devenir y construidos por él. Actitud moderna desarrollada, por la que se han abierto múltiples objetos de estudio para la ciencia natural y social. Desarrollo llamado desde muchas trincheras modernidad tardía o posmodernidad. Estos nombres que indican bastos campos de reflexión, señalan a su vez un ambiente intelectual bajo el cual se construyeron novísimos objetos de estudio ubicados en nuestra contemporaneidad y en la “revolución copernicana” sufrida por la interrelación de la historia con la sociología, la antropología y la sicología y con sus prolongaciones llamadas, Historia Social, etnología o psicoanálisis.

Los estudios de género se abren bajo una sentencia que confronta el conservadurismo autoritario excluyente. Dice la sentencia: los conceptos de femenino y masculino (el género) son una construcción social; y como todos los constructos sociales son engendros del poder. Para comprender el alcance de estas afirmaciones, es necesario estar inmerso en la complejidad de los desarrollos de la ciencia social de nuestra contemporaneidad iniciada en los años tempranos del siglo XX. Si no se comprende que la democracia moderna debe realizar la igualdad de derechos, la justicia socioeconómica, reconocimientos de las formas plurales de la cultura, el respeto a la diferencia o la relatividad de la verdad, no se comprende la pertinencia de los estudios de género y con ligereza se señalan como decadencia o el fin del mundo o se desprecian con epítetos como el de ideología de género.

Desde los años setenta del siglo XX, la proclama del feminismo, debe entenderse como un primer desarrollo en perspectiva de los estudios de género. Se produjo la agremiación de la mujer en busca de la igualdad con un sentido de oposición al hombre acusado de opresor en la lógica amigo enemigo. El segundo desarrollo, ocurrido a finales del mismo siglo XX, los estudios de género progresan hacia el reconocimiento de diversos tipos de familia (monoparental, nuclear, extensa y la realizada por parejas homosexuales), las nuevas masculinidades y la elección a voluntad por el sujeto del género diverso (homosexual, heterosexual, bisexual, transexual). Estos acontecimientos sustentados por la teoría y la observación, fueron los que hicieron explotar las sobrevivencias de concepciones socioculturales del viejo régimen, en todos los sectores poblacionales. Los Liberoconservadores administradores de las repúblicas democráticas desde hace más de doscientos años, los cristianos o hebreogénicos de todos los pelambres y la izquierda que no alcanzó a construir el hombre nuevo como lo prometió la ortodoxia marxista, se han rebelado escandalizados ante la evidencia del género como un constructo del poder de la sociedad patriarcal y los sujetos contemporáneos que exigen reordenar la sociedad con base en la democracia radical en consecuencia con la reivindicación del sujeto autónomo.

La Historia Social y uno de sus contenidos de más choque, las mentalidades, se relaciona en términos francos con el psicoanálisis, cuando se trata de reflexionar sobre la permanencia en el inconsciente de los dictados del poder. Las imágenes, los signos, los símbolos de la sociedad patriarcal son reproducidos automáticamente a través de arquetipos (estereotipos) no consientes y a los que los sectores sociales reacios, adjudican a una supuesta naturaleza humana. La Naturaleza ha puesto el género en el cuerpo y por eso quienes dicen lo contrario están contra el orden natural. Este nivel de invocación, mueve las aspiraciones políticas de la tradición y es un nicho donde se ha producido y se reproduce el fascismo de derecha y el totalitarismo de izquierda.

El mundo de la episteme contemporánea comandado por las ciencias sociales y naturales en una relación con fronteras difusas, ha puesto todos los contenidos humanos en perspectiva histórica. La historia que se tiene, es la historia de la sociedad patriarcal, iniciada con la civilización y sus contenidos, la escritura, la ciencia, el poder político del civilizado. Antes de la historia, en la prehistoria, es difícil acercarse a una explicación reflexiva sobre la relación sexo-género. La creación del masculino y el femenino son claros productos de la sociedad civilizada. Antes, la mujer y el hombre deben concebirse por la extensión al pasado de la observación de sobrevivencias culturales arcaicas, como las que hace la antropología estructural o la paleontología. La concepción del incesto como la prohibición de la práctica sexual entre parientes imaginados y no por la consanguinidad, observación hecha por la antropología, permite acercarse a la relación sexo-género en las sociedades no civilizadas o prehistóricas: igual la prohibición del incesto es un constructo del poder social como lo es la feminidad o la masculinidad. La paleontología que relaciona dialécticamente el gesto y la palabra, porque ambos se generan mutuamente, proporciona una imagen del ser humano arcaico o el sapiens, por la cual deja pensar en un moldeamiento de la conducta por el poder del socius. Nada ha sido dado, todo ha sido construido.

La Historia Social transdisciplinaria y su abanico de posibilidades inscritas y desarrolladas en la llamada modernidad tardía o posmodernidad, ha legitimado una teoría sobre el sujeto-individuo, en la que se argumenta la noción de producto histórico. El sujeto es moldeado por el poder, pero el poder moderno ha pasado del castigo del cuerpo al autocontrol o la libertad inscrita en la democracia radical. Sujetos autónomos que pueden elegir la opción de construir una sociedad no patriarcal, en la que el cuerpo pertenezca al sujeto y en la que el poder de la sociedad tome otro rumbo sin miedos, temores o fobias.

Imagen: Los ojos de la Monalisa de Leonardo Da Vinci

domingo, 2 de diciembre de 2018

La libertad y la historia local


Oscilar entre lo genérico y lo particular es la dualidad inherente a los problemas humanos. Está planteado en el lenguaje con los términos generales como arboleda y su respectivo particular el árbol. Dualidad llevada a las ciencias físico matemáticas o a las humanas. Allí el análisis a nivel de las estructuras señala para definir el lugar de los elementos. El estudio del Estado se hace a costa del estudio del individuo a pesar de que ambos estudios se retroalimentan. Esta oscilación se expresa a su vez en la historia porque permite ir de la macro a la microhistoria o de la historia general, universal o total a la historia local.

En lo local están planteados unos objetos o problemas de estudio claros y distintos a los planteados por la historia macro, a pesar de utilizar los mismos recursos de cientificidad como son la estadística o la cualitatividad. En la historia local–micro, los objetos de estudio son los sujetos interrelacionados, sus instituciones, sin ser las mismas del orden general de la sociedad o el Estado.

El hacedor de la historia local saca a la luz las instituciones o los órdenes por medio de la observación y la vivencia comunitaria, observación que obliga a una actitud inductiva, es decir, obliga a registrar esas organizaciones inéditas por medio del lenguaje y la narración, posibilitando inscribirlas en la conciencia. Es en el nivel de la microhistoria donde tiene fundamento empírico los hechos humanos y las acciones individuales; pero esta observación directa no puede convertirse en una vana gloria para deslegitimar la cientificidad de la historia universal, porque se antepone la noción de realidad como un constructo complejo: es tan real la categorización genérica, como la específica.

La historia local no es la versión micro o simple de las leyes generales de la historia, tiene un nivel de racionalidad distinto. El acuerdo de la comunidad científica de historiadores sobre la realidad del modelo historicista o marxista, ha permitido producir una historia sometida a leyes generales. El historicismo mide el devenir de las sociedades por su grado de progreso y decadencia. El materialismo histórico obliga a cumplir con el dictado de las formaciones sociales que han resuelto su contradicción socioeconómica: si se deviene de un comunismo primitivo, un esclavismo, un feudalismo, un capitalismo, es necesario cumplir con estas leyes históricas y construir el comunismo, luego de resolver la contradicción entre la propiedad y el trabajo o entre las clases sociales burguesía y proletariado.

Pero esa generalidad no aplica en lo local porque se opera por inducción y la generalización no es pertinente, porque no se trata de convertir los hechos de los individuos territorializados en hechos universales. En lo local, el historiador tiene que vérselas con el individuo, los signos y los símbolos atados al territorio. En lo local hay una cotidianidad identitaria irreductible a reglas universales. Es claro que esta actitud de la historiografía contemporánea de volverse sobre lo local, no plantea una disyuntiva insalvable entre micro y macrohistoria. Lo que se trata de hacer visible es la legitimidad de la historia local y la especificidad de su epistemología, materializada en la producción de sus propias categorías.

Se trata de recabar información sobre la vida cotidiana enlazada con el tiempo en el que discurre, atada al espacio o territorio en el que se despliega, ejemplarizada en la vida de los sujetos individualizados a voluntad del historiador. Las categorías de análisis tienen esa referencia producida por la información, pero pueden ser modeladas por las ciencias sociales (sociología, antropología, psicología, etnografía) y localizarlas en el cuerpo, en la mentalidad, en la interrelación societal, en la gestualidad, en la actitud ritual, en el recurso al inconsciente y en las formas de sustentar la vida.

Categoría cuerpo dócil, modelado y consumido por las instituciones o la tradición. Cuerpo que compila el ejercicio de poder de las instituciones educativas sobre la carne, los gestos, las maneras formales, subversivas o alternativas. Categoría de lo político que lee el poder en perenne relación con la posesión de la riqueza y generador de conflictos y violencias que caracterizan el régimen político como justo, desigual o corrupto.

Categoría mentalidad, acervo imaginado del mito de origen y de la norma, por el que la oralidad respeta reglas: qué se puede decir, qué callar; es decir, la forma del pensamiento y su contenido. Categoría ritualidad por la que se rescata o constituyen las fiestas y efemérides anualizadas de la política y la religión; o las prácticas culturales ancestrales de resistencia indígenas y africanas. Categoría referida al recurso de las conductas de base en las convicciones profundas o miedos colectivos potenciadores de asonadas, pánicos o aplicación de justicia por mano propia: la generación de justicieros a la manera de Raskolnikov.

La historia local, sumerge al historiador en una nueva actitud del conocimiento. Se deja, se abandona el proceder tradicional de leer en la vida de los pueblos o los individuos la normatividad del poder o el producto del diseño social de los grandes sistemas filosófico-económicos, ese proceder de lo general a lo particular que se ahorra la observación y hace desaparecer la libertad.

La historia local se dedica a rastrear en las relaciones entre los individuos, el margen de libertad que permite a los sujetos consensuar los comportamientos y resistir el poder supuestamente total e invencible. Los acuerdos se construyen en una relación inmaterial de lectura de los signos y las aspiraciones de autogobierno de los cuerpos, con la convicción que es más valioso que el dinero esa libertad labrada a contrapoder.

La historia local se escribe no como como una narrativa diacrónica en la que los individuos son marionetas sometidos a los dictados de las leyes generales. La historia local se escribe sustentada en la ciencia, visible en textos de rigor argumentativo, producidos por la observación de la vida local palpitante o de su memoria inscrita en la oralidad o en los archivos, insumos para una demografía, alimento y base de las categorías de análisis nombradas. En lo local hallamos la complejidad de lo humano que obliga a reconocer la imposibilidad de someterlo a leyes eternas o normas inamovibles. En este nivel de existencia todo es imprevisto, versátil, movedizo, de una duración suficiente hasta la próxima revaluación.

Imagen: Un pueblo. Pintura de Fernando Botero 1997

miércoles, 21 de noviembre de 2018

La deuda de la historia


Nada más intimidatorio, con un efecto paralizador, como acatar los pronunciamientos perentorios de los cultores dogmatizados de una ciencia humana o social, pertrechados en lo que indica el concepto de la especificidad. Esto pertenece o no a la ciencia, esto es un préstamo que ilegitima lo que se haga, dicen. Hay una serie de sentencias llamadas a recluir al cultivador de la disciplina en el mundo cerrado y por tanto fracasado de la identidad. Para evitar este comportamiento de feudo, puede hacerse un ejercicio de situar el presente de la historia en el mundo del pensamiento.

Pensarse es muy humano. Sólo lo hacen los humanos. Pensarse arrastra a los otros tras ese ejercicio. No se puede pensar sobre sí sin pensar a los demás. La pregunta por sí mismo es una pregunta por todos. Por eso, ese añejo pensamiento desemboca en la acuñación de la palabra sociología, tarea asumida cuando se quiso hacer del discurso sobre la sociedad un émulo de la ciencia física. Se produjo la ciencia de la sociedad o sociología, destinada por Comte a ser la religión científica de la humanidad. La acuñación de la palabra y el concepto que involucra, creó un culto del progreso sustentado en una lógica diacrónica. Esta actitud del pensamiento y la cultura entra a ser identificada en su relación con la historia como historicismo.

La época del historicismo es la convicción de estar en un mundo que deviene en un progreso permanente de todos los contenidos humanos “hacia mejor” como lo escribió Kant o en perfección permanente del espíritu humano que se hace más racional cada vez como lo concibió Hegel.

Estas nociones se traen acá para relacionar la historia con la sociología. Si la sociología buscó la cientificidad en las ciencias duras como la física y la biología, la historia la buscó en las ciencias sociales o humanas. Ambas búsquedas ocurrieron en tiempos distintos. La sociología lo hizo en el siglo XIX y la historia en el siglo XX temprano.

En la sociología además de la física social de Comte, se cuenta el organicismo de Spencer y luego por la influencia del marxismo, la búsqueda del hecho social como unidad básica de la cientificidad de Durkheim. El marxismo al exponer el materialismo científico es quien inicia la tradición de dotar a la historia de un basamento científico, proceso que puede entenderse como un primer acercamiento de la historia a la sociología: ese es el materialismo histórico. La historia sale del historicismo por seguir el desarrollo de las ciencias sociales en ese temprano siglo XX. Uno de los primeros acuerdos revolucionarios fue el tumbar las pretensiones occidentales de ser la cultura superior ante la cual debían postrarse los demás pueblos del mundo. Abre estas novísimas ciencias la pluralidad de las culturas y el reconocimiento de las diversas formas empleadas por el ser humano para acercarse a la naturaleza en los planos económicos e intelectuales.

El análisis a nivel del individuo o del colectivo, lleva a las ciencias sociales a construir un enfoque sicológico, extremado en la exposición freudiana del sicoanálisis, para el sujeto; y el nivel colectivo se inscribió en el desarrollo de un estructuralismo que atrapó el pensamiento de la sociedad en una matematización insospechada antes. La sicología y el sicoanálisis posibilitaron la creación de la historia de las mentalidades dirigida a rastrear los imaginarios, los idearios, el pensamiento que han potenciado los grandes y pequeños acontecimientos motores de los cambios.

Y la antropología estructural dio posibilidad a una historia socioeconómica de larga duración por considerar la economía como una estructura que permanece y sobrevive a las épocas. Cupo la historia de las estructuras en el ámbito de sociología marxista, levantada sobre la economía como el determinante en última instancia de los actos y los pensamientos humanos.

En la primera parte del siglo XX la historia con pretensiones científicas bebe de las ciencias sociales y se acuña el nombre de Nueva Historia para caracterizar una historia que ata los contenidos mentales de la humanidad a las prácticas socioeconómicas en una relación dialéctica entre cultura y naturaleza. Ambos mundos se motivan y se generan. En el devenir histórico de los pueblos se puede sustentar, por la observación radicada en los archivos, la motivación de los cambios y las transformaciones en las revoluciones conceptuales o de pensamiento. A su vez se sustentó el cambio y la revolución en las adquisiciones técnicas dependientes de las transformaciones del trabajo, o en rigor, en las condiciones económicas. Por eso los cultivadores de la Nueva Historia, en Europa y los Estados Unidos (Bloch, Fevbre, Le Goff, Duby, Braudel, Huizinga, Elton, Ariés, Anderson, Hobsbawn, entre otros) produjeron obras de manera profusa de historiografía, cuyos títulos señalan los temas inscritos tanto en la mentalidad como la economía: las revoluciones científicas, la arqueología de las ciencias, los reyes taumaturgos, la formación de la clase obrera, la niñez y la vida familiar, la religión y revolución, la sociabilidad, la sociedad cortesana, la destinación del protestantismo, el problema de la incredulidad, los intelectuales del medioevo, lo maravilloso y lo cotidiano, el nacimiento del purgatorio, la enfermedad cultural, el mundo mediterráneo, la economía moral, el puritanismo y la revolución, la monarquía absoluta, la fuerza del consentimiento, entre tantos otros..

El presente de la historiografía, está marcado por la adopción en las ciencias sociales del estudio del lenguaje y en consecuencia de la comunicación, estudio cultivado por la denominada comunicología posada sobre el texto escrito o sobre la oralidad como texto. Las humanidades o las sociales, en la segunda parte del siglo XX buscan la cientificidad en la construcción de textos de alta reflexión y desarrollan una cientificidad basada en la pertinencia, la coherencia, la comprensión, en la hermeneusis de la experiencia, en la sincronía o sobreposisción de procesos y sistemas. El producto de este giro se expresó en una historización radical de las ciencias sociales como parte del fenómeno de la complejidad del saber sobre la humanidad. Ninguna de las disciplinas puede hablar o escribir desde la especificidad porque las fronteras se han disuelto y esta condición no es falta de método, sino la apertura a la multiplicidad metódica.

El préstamo, el intercambio, el tráfico de conceptos entre las ciencias humanas y sociales, le ha dado a la historia unos horizontes para la época contemporánea. Se ha renovado el sentido del concepto Historia Social porque recoge la riqueza de las producciones del siglo XX y no puede renegar de los aportes de “posmodernidad” que nuclea el volcamiento del análisis social sobre el lenguaje o la textualidad oral o escrita.

Por eso hoy se hace historia en los ámbitos de los estudios de género, la condición social de la mujer, lo medioambiental, el ecosistema, las historias particulares o la historia local, la vida cotidiana, historia del presente e historias de vida o historia de lo vivido por cualquier sujeto. Historias todas con el mismo rango de pertinencia de la historia política, historia económica, historia de las ideas, historia del arte o historia de las religiones.

Texto en deuda con “Tendencias hitoriográficas actuales. Escribir historia hoy” de Elena Hernández Sandoica. 2003

Imagen: tai-huizitaku (pintor y escribano) mixteca de Alfonso Ortiz y Juárez 2009

miércoles, 31 de octubre de 2018

Periodismo entre el heroísmo y la venalidad


La noticia sobre un periodista árabe descuartizado en el consulado de su país en la ciudad de Estambul, me produjo una solidaridad radical con los practicantes de esa profesión básica para la sociedad moderna. El cálculo y el diseño del crimen realizado por el estado árabe-saudí, como quedó inscrito en la opinión internacional, dejó expuesta la sensación de la llegada de tiempos tan difíciles como la época del nacionalsocialismo, para la libre expresión.

Obliga este crimen a contemplar la relación del Estado con los derechos humanos en nuestro tiempo de predominio de las repúblicas democráticas. Derechos entre los que está la libertad de expresión, base del orden y del estado justo. Los hilos del poder estatal son manejados por sujetos materiales con intereses personales, pero que en teoría debe primar el interés general de la garantía de los fines del estado de derecho: la libertad de expresión. Estar inscrito en el orden republicano democrático obliga deponer los intereses individuales y dejar primar el interés colectivo. Puede decirse que estamos inmersos en una sociedad liberal sostenida por la voluntad política de los individuos construida por la educación y el ejemplo.

Sabemos de la fragilidad del orden republicano democrático, por la llegada al poder del Estado, de hombres o mujeres carentes de la sensibilidad necesaria para sostener la modernidad política de la vigencia básica de los derechos y se han desviado hacia regímenes autoritarios personalistas. Falla la educación y en su lugar queda el imaginario de usufructo personal del poder. Pero ese usufructo ha virado de las personas a los grupos adscritos a clases sociales que quieren mantener el primado de la ganancia del capital.

El orden republicano democrático de inspiración filosófica liberal en manos del interés de grupos clasistas o corporativos, ha devenido en un formalismo que desconoce la fragilidad política de la democracia y deja una situación presente de negación práctica de ella. La evidencia está en el tratamiento de la libertad de prensa. Si al profesional del periodismo y la comunicación se le atan las manos y se le obliga a ser un apologista de la democracia formal, es porque el poder de la sociedad ha caído en manos que defienden y ejecutan la política de los poderosos.

El liberalismo fundacional de libertad económica y social necesitó del Estado intervencionista para controlar el egoísmo de las clases dueñas de la riqueza. Hoy se han destruido los controles y quedó flagrantemente expuesta la defensa a ultranza de los réditos del capital. El periodismo es reclutado en general y la minoría de profesionales defensores de la libertad de expresión y crítica, independientes, sufren el exterminio. Los reclutados muestran todos los vicios de un profesional pagado, mercenario: envilecido, mendaz, fundamenta el odio entre las etnias, es homofóbico y misógino; se camufla entre la izquierda y la derecha política; usa el talento del cultivo de las letras para defender el orden de los grupos clasistas corporados internacionalmente. El lugar en el que se desarrolla y crece, son los medios masivos de comunicación hoy monopolizados por el gran capital promotores de la liberad descontextualizada lo social y lo político.

El profesional periodista independiente y convencido de la fragilidad de la democracia, resiste y denuncia la apropiación del poder del Estado para proteger y garantizar los intereses particulares. La condición de resistencia le obliga a investigar la forma como el poder se apropia; apropiación que tiene necesariamente un sujeto o un individuo como actor. La investigación tiene como objeto una persona, que por manejar los hilos del poder y ser dueño de riqueza, opta por la eliminación del investigador.

La republica democrática se ha volcado sobre el control de la riqueza de las naciones para privatizarla y destruir el carácter público. La época se ha concebido desde la filosofía política como de predominio del neoliberalismo, en plena ruptura con el intervencionismo de Estado, porque no quiere controles de ninguna clase y menos de los intervencionismos inspirados en la izquierda política. El neoliberalismo hoy es campeante y lleva al poder unos partidos políticos depredadores del tesoro público por vías jurídicas o por el simple raponeo y tiene solo control del periodismo investigativo que funge heroico ante los inmensos poderes que enfrenta.

El periodista descuartizado en el consulado saudí de Turquía no enfrentó una república democrática, enfrentó una monarquía absoluta de corte medieval; pero igual sufrió el exterminio al que se someten los críticos del poder concentrado en una persona, en un grupo clasista corporado, en una de esas mafias políticas o mafias narco-traficantes que han cooptado el poder local o nacional.

La historia colombiana reciente está plena de profesionales del periodismo sacrificados, críticos de la democracia formal ocultadora de la corrupción incrustada en todos los niveles del estado. Perseguidos, asesinados, exiliados, silenciados, neutralizados, calumniados, desplazados, son los caminos obligados por inscribirse en el fundamento ético de unos seres humanos defensores del derecho a la libertad de expresión, regla general del orden social constituido.

Podemos buscar en el pensamiento social e histórico, los fundamentos teóricos de la percepción aquí esbozada. Y se encuentra fundamentación desde el lado que se quiera, porque los grandes edificios teóricos modernos se han diversificado y antes que enfrentarse para refutarse mutuamente, se coadyuvan para explicar los actos sociales que deben conducir a la defensa de una vida humana digna. El marxismo, el funcionalismo, el interaccionalismo simbólico, la nueva historia, el estructuralismo filosófico o antropológico, aportan para comprender la complejidad humana, imposible de ser asumida o explicada desde una sola vertiente de pensamiento.

Por eso sigue en pie una concepción clasista de la sociedad, enriquecida con la idea de estructura social compuesta por grupos profesionales jerarquizados según los roles de desempeño económico y cultural. Esta convicción fundamenta el concepto de grupo clasista corporado, protagonista del secuestre del Estado y la democracia para usufructo privado de la riqueza de la sociedad.

Imagen: Otto Dix. Retrato de la periodista Silvia von Harden 1926

miércoles, 17 de octubre de 2018

La batalla de Boyacá y la historia como práctica civilizatoria

Asistimos hoy a una época que hace una historia sacada de los archivos y en la que el historiador pone un acontecimiento como origen de la existencia de una nación. Así el archivo dona al historiador documentos cuyo contenido es la verdad del hecho, sin importar que el documento fuese elaborado por la subjetividad del testigo y esta condición obliga a pensar y hacer la historia como procesos dados en el tiempo en que inciden las complejidades de la cultura. Hacer historia enlazando documentos para crear una cronología de hechos, es estar inmerso en una práctica falsaria que evita la crítica y evita concebir la historia como una creación humana. Al archivo no se va a leer la historia, al archivo se va a conseguir insumos para hacerla. Estas reflexiones son producto de pensar la decisión de un grupo de académicos que consideran la independencia de Colombia originada en la batalla de Boyacá, desconociendo el complejo proceso de las independencias americanas.

En este escrito trato de acercarme al trabajo del historiador en estos días, trabajo que produce y hace historia, desconociendo el complicado debate que ha originado la concepción de la historia en los últimos siglos. Si pensamos la historia como una práctica civilizatoria esta debe entenderse así:

El placer de escuchar está a la altura de los demás placeres que la humana condición tiene en su haber. Satisface el oído, como entrada a la subjetividad, para el goce de la existencia de ese ser que ha elevado la animalidad al mundo del saber. Escuchar la palabra plena y nutrida de la experiencia de los coetáneos o de los hombres y mujeres antecedentes, le da sentido a la vida, único sentido posible. La palabra dirigida del oído al mundo mental, está plena de memoria de los actos, hechos y acontecimientos, organizados de manera que satisfagan una secuencialidad mínima exigida, por la tradición social. Secuencia, nombrada desde las primeras prácticas civilizatorias como una lógica o reglas generales de unir los sonidos de boca y garganta, para el entendimiento de todos. Esa lógica satisface, produce placer al tiempo que fundamenta el imaginario, individual y de grupo, para ser llamado cultura.

La regulación de los sonidos de boca y garganta con la lógica, es el lenguaje. La lengua se especializa y arma conjuntos de saberes íntimos por la relación con el mundo de afuera o la naturaleza o el mismo mundo interior hasta construir un acervo de preguntas y respuestas sobre el ser humano y sobre ese mecanismo por excelencia que se llama pensamiento. Entre el conjunto de saberes, posible por las prácticas civilizatorias, está el acumulado de hechos y acontecimientos perpetuados y congelados por la escritura, dignos de ser inventariados, certificados por un escrutinio de depuración para quitarle las inverosimilitudes. Este ejercicio escrutador toma el nombre de la práctica griega de “oír para saber” señalada, indicada por la palabra ιστορία (historia). Este nombre griego originario proclama la historia como el conjunto de saberes sobre los actos de los seres humanos anteriores.

La construcción de este saber tiene el ejemplo clásico en la obra de Heródoto, quien sistematiza la compilación de información, con unas prácticas convertidas en método de trabajo. La actitud de Heródoto en sus Nueve libros de historia, acuña el proceder del historiador desde la antigüedad hasta el siglo diecinueve. En apariencia la actitud o el método de este griego, puede ser de sentido común, pero va más allá, porque es la actitud epistémica del ser humano que ha arribado a la civilización. La memoria conservada con el dispositivo técnico de la escritura tiene la opción inmediata de observar por y a través de la lectura, los actos de los humanos del pasado lejano o mediato. Podemos afirmar: la sola escritura invita al método herodotiano como recurso inmediato.

La episteme del civilizado opera por el acumulado de huellas escritas o verbales, para elaborar las decisiones de manejo y control de la sociedad. Esa es la función central de la historia, el control, porque produce verdad, la verdad del poder. Ejemplo, la forma de operar del mundo jurídico medieval llamado consuetudinario por emplear en los juicios penales el historial de la falta para aplicar la sanción ejemplarizante. Los tratadistas antiguos, medievales e ilustrados se inscriben en esa misma episteme y caracterizan el ejercicio del saber histórico por un espacio-tiempo de dos mil trescientos años.

La enciclopedia reúne en un solo lugar toda la información posible sobre un objeto, natural o mental, sin despreciar las oralidades, y esta investigación exhaustiva se torna distinta a las anteriores prácticas de la cultura humana y se dirige hacia la adopción del nombre de ciencia. Por eso en el siglo diecinueve quisieron los historiadores darle a la historia el método efectivo utilizado en el saber sobre la naturaleza o el mundo de afuera del sujeto. La ciencia de la naturaleza empleó la misma episteme del civilizado, pero a su escrutinio y observación le introdujo la medición matemática, lo que permitió más o menos el control por la voluntad de los fenómenos estudiados. Los historiadores se imponen ese reto, al lado de los otros saberes sobre el ser humano y la sociedad, identificados en ese siglo diecinueve. La sociología, la sicología, la economía y la historia, toman de la física, la biología y la química los conceptos y métodos para ser ciencias. Y así reformuladas, entre ellas van a interactuar, a mezclarse y a diluir sus fronteras.

La historia no puede quitarse la huella herodotiana de la episteme del civilizado, sigue observando, a través de la lectura, los actos de los humanos y nombra los textos escritos con el término de documento testimonio poseedor de la verdad. La historia hecha a partir de documentos, cuya veracidad es incuestionable, es una ciencia equiparable a cualquier otra, solo que tiene su especificidad de estar en el sujeto todo lo que ocurre. Esta manera de operar sobrevive. Ranke la reguló desde finales del siglo diecinueve, con el peso de la objetividad kantiana, y los lógicos de Viena en el alba del siglo veinte reafirmaron su necesaria adhesión al modelo de las ciencias exactas para garantizar la existencia. Por Ranke y el círculo de Viena se acuña el concepto de historicismo para identificar la historia y los historiadores que toman el documento como depositario de verdad contundente.

El modelo historicista sobrevive a pesar de Dilthey y Ernest Cassirer quienes señalaron el rumbo de la historia como un hecho de la cultura, un complejo de explicaciones a partir de la elaboración de símbolos que le dan sentido a las revoluciones espirituales y de pensamiento, más allá de la exactitud de la física.

La escuela francesa de los Anales explotó la relación de la historia con las ciencias sociales y le dio curso a las historias particulares como la sociología histórica, la historia antropológica, o una historia sicológica con agudos énfasis en los signos y símbolos que hacen la cultura. Estas historias particulares buscaron la cientificidad de la historia por fuera de la regulación nomotética o de la medición y adoptaron la comprensión como la actitud que debe tomar el historiador ante su materia prima, inmersa en la subjetividad, en la ambivalencia del testimonio, en el deterioro del documento, en la diacronía del devenir, en el juego de intereses de los sujetos.

Pero el cultivo de la historia, el hacer la historia en la época de posguerra, obligó a tener una mirada holística sobre la cultura desde las ciencias sociales y humanas y con una relación clara con las ciencias físico-matemáticas. Esta complejidad, ejemplarizada en la obra Duby, Ariés, Le Goff, Braudel, Eliade, Gadamer, wallerstein, entre otros, es de difícil acceso e hizo extender el trabajo académico en el tiempo. Se ha escuchado reflexiones sobre la falta de especificidad de la historia y el cómo se ha diluido en el extenso mar de las ciencias y perdido su prístina identidad dentro de la episteme del civilizado.

Por eso el historiador contemporáneo ha optado por dos formas de trabajo o dos métodos relacionados con esos dos mundos: el de la complejidad y el de la exactitud. Al responder a la complejidad opta por una narrativa de claros ribetes literarios apoyados en unos gradientes anclados en las ciencias humanas para producir el resultado de una historia sicologizante, socializante, economicista, antropologizante o hermeneuta si se atiene a la interpretación desde la comprensión.

O se produce una historia con pretensiones de ser exacta, al ejercer la permanencia milenaria de la episteme del civilizado y seguir buscando la causa de los acontecimientos en los documentos que dicen verdad: la resultante es un discurso histórico lleno de datos y fechas que une cronológicamente hechos, para terminar proclamando la verdad histórica. Esta actitud ha permitido en Colombia a historiadores profesionales, empíricos y aficionados, señalar dogmáticamente como fecha de origen de la independencia el fin de una batalla, la de Boyacá, despreciando el proceso complejo de la independencia de los pueblos americanos.

Imagen: Óleo de Martín Tovar Tovar 1890

jueves, 27 de septiembre de 2018

Cine y plataforma. Celebración de la imagen


El interés por una película de Alonso Cuarón, titulada Roma, salido de la noticia de ser una pieza cinematográfica ganadora del tercer puesto entre trescientas proyecciones en el Festival Internacional de Cine de Toronto de este año de 2018, me llevó a preguntar por el fenómeno de las plataformas convertidas en productoras de cine; Roma fue financiada por la plataforma Neflix. Y digo fenómeno porque asistimos al comienzo de otra muerte más dentro del espectáculo cinematográfico. La primera muerte la sufrieron los teatros para cine, construidos en la primera parte del siglo veinte. El golpe mortal inicial lo recibieron de la concentración de las proyecciones en los mercados de gran superficie y en la masificación de los medios electrónicos de reproducción como el betamax, el Video Home System –VHS- (sistema de video en casa) y el DVD (video disco digital). Otro golpe fue el desarrollo de pantalla de cristal líquido, al cual asistimos, ahora con la incorporación de la “tecnología inteligente” (smart), que permite una conexión directa e inalámbrica a internet y a las redes sociales. Esas pantallas vienen en grandes tamaños para que el usuario cope una pared entera de sus espacios hogareños particulares con imágenes deseadas. Es algo parecido a la descripción que hace Ray Bradbury en Fahrenheit 451, de los hogares sometidos a la penalización por la tenencia de libros y obligados a tener grandes pantallas en sus paredes. Hoy el poseedor de esas pantallas, asombrosamente planas, tiene la opción de suscribirse a una plataforma de transmisión en línea, llamadas streaming y ver el contenido de cine, cada vez más enriquecido.

Percibo, además de las muertes de las maneras de reproducción, potenciadas por los desarrollos tecnológicos, otras más estruendosas, como lo pueden ser las muertes de las productoras tradicionales, atadas a los teatros de cine. El síntoma percibido ha estado en la condición que las viejas productoras imponen a los festivales: las películas ganadoras sólo pueden exhibirse, fuera de los cines, meses o años después. En cambio las películas financiadas por las plataformas son de inmediata exhibición por todos los medios; tienen urgencia, porque los cientos de millones de abonados están ávidos de novedades y pagan por ello. Además los creadores o directores de películas encuentran en las plataformas una financiación expedita, sin mayores condiciones, fuera de la calidad, para rodar sus proyectos. Lo hace Alonso Cuarón y lo está haciendo Martín Escorsese.

Pero el punto de vista al que me dirijo está en la relación imagen y tecnología. La humanidad no ha cesado en su vida cotidiana de representar imágenes. La historia del ser humano sabio, comenzó por ahí. La imagen representada ha funcionado y funciona como dispositivo nemotécnico. Cada periodo ha construido un estereotipo o manera o estilo que lo identifica y al que nosotros los modernos lo llamamos concepciones estéticas. La apreciación de ese devenir, permite ver rupturas de esos estilos para teorizar sobre las épocas y las revoluciones estéticas. La relación imagen y tecnología ha potenciado cambios en la forma de representación y en la concepción del lo representado. Desde el mundo griego antiguo observamos, por efecto del discurso histórico, las rupturas y las reacciones de los contemporáneos ante el cambio. Platón reaccionó contra la representación de imágenes bidimensionales o tridimensionales y las acusó de ser una mímesis engañosa, una falsación de la verdad. El logro del naturalismo antiguo fue descartado como pagano por la Edad Media y la figuración imitativa natural se reemplazó por la alegoría que redujo la imagen a unos símbolos básicos.

La relación imagen tecnología es un problema moderno, porque la tecnología es el sometimiento de la técnica a los métodos científicos elaborados desde el siglo diecisiete, sin desconocer las ciencias anteriores; pero es la modernidad la que convierte la tecnología en una bola de nieve que parece tener vida propia, y ante la cual se gesta una concepción apocalíptica condenatoria de la civilización a morir anegada dentro de aparatos o dispositivos electrónicos digitales. Pero si relacionamos la tecnología con la técnica, en términos de la vocación de reemplazo de las funciones físico-mecánicas del cuerpo por útiles, aparece la tecnología como la eficacia de las relaciones de la humanidad con la naturaleza para prolongar la vida y garantizar los medios de subsistencia; basta con ver el aumento sostenido del promedio de vida de los individuos, producto del desarrollo de la tecnología médica.

Las imágenes en movimiento y sus medios de reproducción, están dentro de esta vocación de reemplazo de la capacidad de representación de la figuración, inicialmente atrapada en la mano, ahora liberada por y en los dispositivos tecnológicos. Estos cumplen la misma función nemotécnica como vehículo de transmisión de los relatos sustentadores de la cultura. El periplo es comprensible: de la relación primigenia mano-estilete-piedra-ojo-verbalización, se pasó al pergamino o tejido-estilete-ojo-verbalización. Luego tela o fresco-estilete-ojo-verbalización y hoy la relación se reduce a pantalla-ojo-verbalización. Ninguno de los términos de la relación se ha atrofiado o desaparecido, como piensan los apocalípticos, sólo se ha atenuado ante el dominio del cristal líquido que reproduce imágenes hechas por máquinas. Sabemos que las imágenes, desde la creación primigenia por el ser humano sabio, comunican sin recurrir a la verbalización; pero el cine es un conjunto de sonido, verbo, imagen, que obliga a la verbalización de la historia o la interacción cultural, desde y por la máquina.

La irracionalidad de la acumulación de la riqueza en pocas manos pone en peligro la vida sobre el planeta; la ganancia del capital concentrado no tiene en sus supuestos pensar los límites de los recursos naturales. Esta lógica perversa no se puede confundir con la vocación técnico-tecnológica del ser humano, porque es ahí donde ha estado y está la cultura. No debemos tenerle miedo a la pantalla en casa, al contrario, por ella entra el mundo al espacio íntimo y se combina con los otros medios de la memoria, el libro, la radio, las artes plásticas, la fotografía, la oralidad. El cine por la adscripción a una plataforma lo considero una vocación tecnológica incontenible y por su misma dinámica se impondrá.

Imagen tomada de https://cineoculto.com/2018/07/roma-de-alfonso-cuaron-ya-su-primer-teaser-trailer/

martes, 18 de septiembre de 2018

La soledad cósmica

El estar dentro de sí, seducido por el mundo interior, se construye una imagen del ser plena de sentimiento enrevesado. Se quiere hacer coincidir el adentro con el afuera, hasta llegar al extrañamiento de tener apéndices que afean la imagen del ser cuasi inmaterial acostumbrado. Esa imagen ingrávida tiene la vida humana autoconstruida, en ruptura con los otros seres vivos; ellos los otros y sus apéndices estorban la imagen cuasi inmaterial. Ellos, los otros, tienen ojos de múltiples colores, equidistantes, simétricos, juntos, en estrabismo, separados, laterales. Ellos los otros, tienen cavidades olfativas salientes, largas, encorvadas, achatadas, invertidas, anchas o estrechas. Tienen oídos grandes, obstaculizantes, al vuelo, alargados o reducidos. Tienen la boca estrecha o ancha, de labios leporinos, gruesos, delgados o asimétricos, son bembones o de cavidad imperceptible. Ellos los otros, tienen cuerpos disímiles de cabezas grandes y pequeñas, dolicocéfalos; tórax cortos y brazos largos, piernas largas con troncos reducidos; cuerpos hirsutos o más anchos que largos.

La imagen ingrávida de sí mismo, libre de la apariencia, se duele de estar atada a la vida del afuera y estar sujeta a la necesidad obligante de las prácticas sucias del consumo, la digestión y el excremento. Se duele del estar con los pies en la tierra, ser masa, inmersa en el mal olor hacinado del espacio-tiempo. Esa imagen es construida por imposición, para que deje libre el afuera, lugar de despliegue de los intereses del poder. Esa imagen se antoja, por tener que estar al lado de los otros en un ejercicio de relación por la que se impone el afuera y la materia del cuerpo.

La autovaloración del ser humano como único, dotado, creado, distinto, superior a los otros seres vivos, ha llevado a producir ese sentimiento enrevesado, nombrado aquí de manera extrema en un plano inmaterial. Y cuando se atiende la materia inexorable y se reconoce el afuera, el cuerpo humano se ve como una supremacía con sentidos donados para cumplir una finalidad. La duda se ha expulsado, el sentimiento de soledad cósmica se llena con la presencia del los auxilios extraterrestres; y el misterio de la materia eterna en perenne flujo y reflujo, se esquiva con un discurrir sobre su origen.

Volcado hacia dentro o vaciado fuera, lo humano toca unos límites de mayor extravío que si asumiera la existencia sin los lazos de los fines a cumplir. No hay programa, no hay designio, no hay destino. Introyectado al extremo o exteriorizado absoluto, es lo que espera el poder del socius para que le sea fácil el control. La ruptura con los fines, tira de inmediato a la libertad azarosa del juego de las fuerzas naturales.

Queda decir: una vez ocurrió el ser humano por efecto de la combinatoria de macro y microelemntos y por esa misma combinatoria desaparecerá y no quedará memoria, porque aunque deje huellas no habrá quien las lea y las entienda; es la soledad cósmica de la vida humana. Nada le ha sido dado, todo lo ha construido por ese cuerpo sometido a las acciones físicas y mecánicas del espacio terrestre. Una vez los antropos adquirieron la bipedia, posición que desencadenó una serie de liberaciones verificadas desde el dedo gordo hasta la masa encefálica de setecientos cincuenta centímetros cúbicos. La bipedia libera la cuadrumanía, el pie especializado en velocidad, libera las manos de la locomoción. Las manos libres asumen el trabajo o las funciones de las fauces, -las manos muelen, cortan y perforan-. La cara liberada reduce las fauces, para permitir la expansión del cerebro, lugar de habitación de la memoria instintiva, enriquecida con la memoria social.

El socius, como memoria social, toma los cuerpos para sí, moldea los gustos y regula toda la vida. La memoria del individuo es la memoria social, la que hace posible el ser humano, por fuera de la cual no puede seguir siendo humano. Memoria cultura, poder del socius, que permite la introyección extrema hasta despreciar el cuerpo; o la exteriorización radical que lleva a la negación del sujeto. Poder que no permite ver y asumir la autoproducción del cuerpo, los gustos y la cultura, porque lo humano se pondría por fuera del control del socius, para luego sufrir las prácticas violentas de reinserción.

El ser humano inmaterial a quien le pesa los sentidos por sucios, tan sucios como el dedo gordo, se duele de los nexos necesarios con la vida, llena y plena de posibilidades a discreción de los individuos. La exploración del propio cuerpo y de los otros, ha ganado en cultura alterna y ha obligado a cuestionar los conceptos del don. Este discurso es amplio y sofisticado, como lo exige la práctica de construcción en estos tiempos de acumulado milenario.

La animalidad primordial se esquiva para favorecer el ser inmaterial incontaminado y seguir la dominación que engulle su propio piso. La extensión invencible de los conceptos del don, entendidos hoy como mito creacionista, no tiene obstáculos, prolifera, redobla su escenario político, controla la educación y la comunicación; tiene sacerdotes e iglesias, partidos políticos a izquierda y derecha, prosélitos o profesionales auspiciadores del mito. Los cuerpos sin ojos, sin sonidos, sin sabores, sin tactos, no necesitan del espacio y el tiempo, tiene una vida que no es de aquí, por eso no importa la destrucción y proclaman la banalidad de la cultura entendida como soberbia de la criatura.

El ser humano constructor, comprendido por la capacidad analítica de la memoria de este tiempo, llama con una voz potente, a sentir la soledad cósmica, a llenar la vida con nuevas búsquedas, a pensar sin cesar su condición de ser azaroso, para llevar a la práctica un socius permisivo de la única opción posible: el disfrute de la existencia de los cuerpos satisfechos; porque no hay programa, no hay designio, no hay destino.

Imagen: Edward Hopper "Gente en el Sol" 1960

jueves, 23 de agosto de 2018

Rendirle culto al líder


La pérdida de las elecciones presidenciales del 2018 por parte de la izquierda colombiana, ha concitado explicaciones desde muchas orillas de la opinión. La más favorecida ha sido las pugnas y personalismos dentro de ese sector político. Otras se dedicaron a insultar el pueblo colombiano y hasta se proclamó que la culpa estuvo y está en la ignorancia del pueblo, acostumbrado a la servidumbre voluntaria. Tratemos de desarrollar algo sobre el culto a la personalidad y el engreimiento de los líderes.

Empecinados en su autoconvicción de ser los salvadores o de tener la vía política correcta, los sectores de la izquierda política colombiana, sacrificaron una opción clara de llegar al poder en este año electoral del 2018. Esa autoconvicción de los sectores, se puede personalizar y hacer aparecer nombres propios a los que les cabe esas veleidades del líder, llamadas culto a la personalidad o la creación de una veneración que expresa el desconocimiento de los procesos sociales, en los que los individuos más esclarecidos son sólo un accidente. El Polo Democrático Alternativo, La Alianza Verde y La Colombia Humana, partidos o movimientos guiados por líderes venerados, cometieron una falta contra el proceso político colombiano, sediento de alternativas a la política tradicional bicentenaria.

Hay momentos en la vida política de un país, que exige a los individuos abdicar su personalismo, para aportar a los logros colectivos de un esfuerzo común por nuevas relaciones sociales. Sergio Fajardo, Gustavo Petro y Jorge Robledo, no se bajaron de sus pedestales, donde veían sus militantes con la arrogancia del venerado.

Pero cabe preguntar ¿porqué la izquierda colombiana se comporta igual desde su nacimiento en el alba del siglo XX?1 Gaitán se enfrentó a Torres Giraldo y María Cano en los años veinte. Los socialistas de Gerardo Molina se enfrentaron a los comunistas de Gilberto Vieira en la década de los cuarenta. En los años sesenta la izquierda prefirió la lucha armada, antes que transformar la cultura de los trabajadores. Puede decirse que los cien años de vida de la izquierda colombiana, son cien años de vigencia de los líderes venerados a quienes se les ha rendido culto y ellos nunca lucharon contra esa desviación política. Se les ha tenido como iluminados y ocurrió lo necesario: falta el líder, y los militantes con el partido o el movimiento desaparecen.

En términos de una rigurosa ortodoxia marxista, se puede afirmar que la izquierda colombiana siempre ha estado encabezada por oportunistas, administradores del fanatismo típico de los colombianos. Porque hay fanatismo liberoconservador y fanatismo de izquierda. Si los líderes no han salido del culto a la personalidad, es porque son oportunistas agazapados tras un lenguaje o un discurso lleno de palabras dirigidas a las vísceras de los seguidores.

Charles Bergquist2 se explica la historia de la izquierda en Colombia como una paradoja, porque no ha querido ver el ser colombiano y ha actuado bajo el supuesto de un proletariado inexistente o al menos no formado. Dice este historiador que la izquierda prefirió la lucha armada a partir de los años sesenta del siglo XX, porque siempre fue una minoría o un puñado de esclarecidos divorciados de las condiciones reales de los trabajadores, sector social objeto de su proyecto político.

En la primera mitad del siglo XX la izquierda tuvo participación electoral, pero siempre perdió porque quiso llegarle a los trabajadores colombianos tratándolos como proletarios, pues no entendió que la gran mayoría de los trabajadores eran campesinos con la aspiración de ser propietarios de una parcela para dominar sus condiciones de trabajo. Sostiene Bergquist que esto se demuestra por un análisis de la economía cafetera que dice como el ochenta por ciento del café salía de, cuyos propietarios eran familias campesinas. La izquierda no supo llegar a esta mayoría de los trabajadores, porque no los concebía y quiso imponerles un régimen de propiedad estatista, supuesto de un socialismo en camino hacia el comunismo.

En el pulso electoral con la derecha liberoconservadora en los primeros cincuenta años del siglo XX, la izquierda no pudo seducir a los trabajadores y por eso, sostiene el historiador inglés comentado, se lanzó a la lucha armada para imponer por la fuerza su modelo ya que no pudo hacerlo por la participación política. La lucha armada ha dejado dos consecuencias, entendidas como estruendosos fracasos. Una: creó un odio popular contra la izquierda y el comunismo (además del anticomunismo de la elite liberoconservadora) por la práctica del secuestro y la extorción, sentidos como una violación insoportable de todo derecho. Dos: el sacrificio de los más granado de los militantes de la izquierda civilista, por las negociaciones fallidas calculadas o por las purgas entre enemigos dentro de la misma guerrilla que alcanzaban a los civiles.

Bergquist, termina el análisis de la historia paradójica de la izquierda colombiana, afirmando que se fracasó tanto en la lucha armada como en la participación política electoral, por desconocer la aspiración de la clase trabajadora colombiana a ser propietaria, para desde ahí manejar a su antojo las condiciones de trabajo. Y la historia que la izquierda ha elaborado para explicar su fracaso, la monta desde el concepto y práctica de la represión-persecución dirigida por la elite liberoconservadora contra su proyecto socialista. Esa historia desconoce su falta de estudio y comprensión de las condiciones materiales y culturales de los trabajadores colombianos.

Pero es posible, retomando ese culto a la personalidad de los líderes de izquierda, decir que el ejercicio político ha estado regido por el modelo tradicional colombiano, es decir, la izquierda ha emulado a la derecha en su práctica política y por eso el caudillismo ejercido por liberales y conservadores, también se ha dado en esta, hasta llegar a las alianzas de socialistas o comunistas con liberales. Es el caso del apoyo dado a López Pumarejo por Gilberto Vieira de 1936 a 1945, que le permitió a Alfonso López como caudillo liberal, decir: “el partido comunista es un partido liberal chiquito”.

Se sabe que la izquierda colombiana desde su nacimiento quiso aplicar en Colombia el materialismo histórico, sin necesitar entender las condiciones sociales y políticas identitarias del pueblo. Esa teoría debía operar sin la historia particular del país, porque la universalidad de la teoría sentenciaba de entrada a desaparecer a la clase o sector social dueño de la riqueza y el poder. Esta falta o error de la izquierda ni salva ni condena a los protagonistas, pero sí condujo al fracaso, como llevó al fracaso la lucha armada y los proyectos de los socialistas participativos en las contiendas electorales.

Hoy la lucha armada y no es opción. La guerrilla más grande de Colombia, cuerpo visible de la guerra en los últimos cincuenta años, ha desaparecido y con ella desaparecerá toda otra confrontación violenta del Estado. Queda abierta la vía de la participación política para realizar un país que satisfaga las necesidades de los colombianos, desde el consenso construido a partir del debate y la lucha de las ideas.

1. Es posible llevar el origen de la izquierda en Colombia hasta mediados del siglo XIX, con el protagonismo de las Sociedades Democráticas y el gobierno del general Melo, pero en rigor la izquierda, se concibe desde la adopción del pensamiento marxista.

2. Charles Bergquist, “La izquierda colombiana: un pasado paradójico, ¿un futuro promisorio?”, Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura 44.2 (2017): 263-299.



Imagen: Alipio Jaramillo Giraldo. Campesinos 1985