miércoles, 28 de febrero de 2018

La dosis mínima y los estados alterados



El partido Centro Democrático tiene actualmente una senadora que vocea sobre la práctica política de esa organización y sus idearios. El jueves pasado 22 de febrero de 2018, dijo a los periodistas del noticiero del Senado, refiriéndose a las estadísticas de muertes por el abuso de narcóticos: “Ese cuento del libre desarrollo de la personalidad lo que ha hecho es un daño enorme para acabar con la juventud y la niñez colombiana y por eso vamos a trabajar nuevamente en recuperar que se penalice la dosis personal”. La senadora María del Rosario Guerra hace estas afirmaciones motivada en los números estadísticos, y estos le mueven a buscar soluciones en el acervo cultural que tiene. Optó por la solución más fácil, por la proscripción del consumidor y su dosis personal. Esta solución ronda ese dicho tradicional colombiano sobre aquel que no quiere pensar en profundidad la causa del fenómeno, “busca la causa de la fiebre en las sábanas”. Eso hace la senadora Guerra, quiere que se cambie la sentencia que legaliza la dosis mínima por penalización del adicto y del porte de sustancias sicoactivas. Estas son soluciones fáciles, sensibleras, inscritas en una concepción de la vida autoritaria.

Para explicar los fenómenos sociales de nuestro, tiempo se debe proceder con todo el legado cultural de quienes nos antecedieron en el tiempo. Ahí en ese legado se tienen las bases conceptuales del individuo y su comportamiento. El orden social y político legado, se decanta en la democracia participativa, garantista de la libertad del sujeto y del individuo. Por el individuo está la libre movilidad, la libertad de empresa y el uso de su cuerpo. Por el sujeto, la libertad de pensamiento, de credo; libertad de imaginarios e inventiva.

El legado obliga a comprenderlo desde la voluntad civilizatoria y no desde el autoritarismo que mantiene a los seres humanos bajo unas concepciones tradicionales petrificadas. Según estas, el cuerpo humano se debe preservar en las mayores abstinencias, por ser obra del creador, según unos, o por ser y estar en un universo de luz, según otros.

El autoritarismo basado en estas tradiciones, cree y practica ideales acéticos, por los que el cuerpo debe sacarse del mundo de la vida para conservarlo en su prístina pureza y ofrendarlo, en ritos controlados al creador, de quien los autoritaristas interpretan los designios. Ahí está el ejercicio de poder. Esta concepción del mundo habitada por autoritaristas y creyentes, termina y comienza en un proceso electoral, para perpetuar el dominio bicentenario de la oligarquía colombiana. Por eso el “libre desarrollo de la personalidad” es un cuento para los autoritaristas. La utilización de esa palabra, “cuento” está dentro del contexto de la falsedad o de un invento maquinador; es como decir “convencer con cuentos para hacerte caer en la trampa”. Reducir el concepto de libre desarrollo de la personalidad, a esas simplezas descalificadoras, es desconocer la raíz civilizatoria inscrita en los dos término que la componen: libertad y personalidad.

Captar el resultado de la obra civilizadora de la humanidad, exige un esfuerzo y exige meterse en las tareas del pensar. Esa es la voluntad civilizatoria. Pensar lo humano desde la libertad, es estar dispuesto a dejar que la persona desarrolle sus potencias. La voluntad involucra la convicción, la inclinación por comprender la sociedad sin prejuicios, ni autoridades, ni arcaísmos. Y para tomar estas actitudes ante el mundo, el pensamiento debe llevarse, con ayuda del legado cultural. Entre el inmenso número de formas sociales, está la civilización occidental a la que pertenecemos. Esta fue posible por la adopción de la urbe, la polis o la ciudad, formas de estar en el territorio. La estabilidad se dio por la adopción de la agricultura, la ganadería y la artesanía, como trabajo especializado. Los grupos practicantes de esas actividades construyeron instituciones que garantizaron el orden dentro de la ciudad o la polis. Arbitrajes posibles por la elaboración de un acto constitutivo de la autoridad del árbitro y del orden de la ciudad. Ese es el acto civilizatorio. Es el establecimiento de reglas permisivas y prohibitivas del comportamiento de los individuos y el de todos. El político y el ciudadano estructuraron su mentalidad a partir de la libertada y la servidumbre. Se es libre siempre que cumpla con las obligaciones para con la ciudad.

Este es parte del legado que rige nuestro actual orden social. La constitución política de los colombianos tiene como base esa voluntad civilizatoria de la cultura occidental. La libertad individual se entiende como el disfrute de la vida privada bajos el pleno dominio del sujeto; y el poder del Estado soberano garantiza ese disfrute. En la dialéctica entre lo público y lo privado, concebida como oposición y consenso, el individuo cumple con obligaciones públicas (tributos, servicio público, legitimación de poderes) y el Estado garantiza la libertad para la vida privada.

El libre desarrollo de la personalidad visible en el porte de una dosis mínima de narcóticos, hace parte del legado cultural comentado. Puede cambiarse la palabra narcótico por la de alcohol o tabaco. Hay ejemplos crasos en nuestra historia, de prohibiciones de consumos de sustancias. La prohibición la hizo el Estado por boca de grupos autoritarios, quienes argumentaron degeneración de la raza o del cuerpo. El fin de las prohibiciones demostró que los argumentos eran falaces y que el real motivo estaba en el interés económico. Así ocurrió con la prohibición de la fabricación de Whisky en la Norteamérica de 1917- 1935. Ocurrió con la prohibición de fabricar y sembrar tabaco en la Colombia del siglo diecinueve; luego de los estancos, el tabaco y el aguardiente pierden la nocividad.

El viaje civilizatorio de la humanidad ha sido posible por los estados alterados producidos por el uso de sustancias enervantes. El trance de los Chamanes, la adivinación de las Pitias, la invocación de los Sacerdotes y el éxtasis general de la población en la fiesta, partes básicas del poder de la polis o la ciudad, advenía por el uso de enervantes, entre los cuales el más famoso es el fermento de uva. Ejemplo del poder liberador de los estados alterados está en la Odisea. El hechizo al que somete Circe a los combatientes de Ulises (convertidos en cerdos), fue posible vencerlo, por la ingesta de una raíz alucinógena, cuyos efectos en el cuerpo del héroe, lo protegieron del poder embrujador de la mujer.

El uso de sustancias es inevitable. Antes de penalizarlo debe pensarse en la atracción de la prohibición. Esta es la cusa del narcotráfico con la respectiva riqueza que produce. Narco tráfico y riqueza son fuente de poder político económico sin escrúpulos para drogar niños y jóvenes y garantizar un mercado en crecimiento. La solución ha sido suficientemente sustentada desde todos los flancos de la cultura: legalizar el consumo y la producción de esas sustancias, para que el uso vuelva al ámbito del estado alterado del rito civilizatorio.

Imagen: Pintura rupestre Cueva de las Manos. 8.000 años antes de nuestra era. Santa Cruz Argentina

martes, 20 de febrero de 2018

Colombia sin ética para la vida



La dignificación del ejercicio político, sólo existe en el mundo de la escritura. Los tratados sobre ética o moralidad dejan en el lector una sensación de existir unos seres humanos que han salido de la guerra de todos contra todos, como lo imaginó Hobbes en el Leviatán. En el mundo de la escritura es posible el respeto y la consideración del otro, porque la teoría funciona con una lógica libre de la factualidad de los intereses. Puede verse traslapar, el mundo altruista, diáfano y pulcro de la teoría, al discurso o al habla ejercida en la plaza pública. Quiero señalar la distancia entre la intensión y la práctica. La sociabilidad, la civilidad, el sentir moderno de madurez y progreso, está y existe en el grafismo de la ciencia política, de las ciencias sociales. En la vida práctica de la cotidianidad comanda el interés de la dominación.

La anterior observación es la percepción del ejercicio de la política de nuestro tiempo: se han escuchado audios de comunicaciones del presidente de Colombia (2002 – 2010), referirse a los magistrados de la alta justicia como unos “hijueputas”, a sabiendas de que lo están grabando, es prueba real de la distancia entre la teoría política y la práctica. En la teoría está la decencia, en la práctica está la vileza del utilitarismo de la dominación. Ese trato del presidente a los altos jueces muestra el comportamiento venal de los jueces. Se puede decir esto por el descubrimiento del tráfico y venta de veredictos en las cortes colombianas. El presidente lo sabe, los jueces saben de los crímenes del presidente, y de ahí en adelante el trato entre ambos poderes públicos, cae en el nivel del mercader de favores criminales.

La ética en la política está en la escritura, en la teoría y no ha llegado a la vida. Lo anterior es una forma de referirse a los hechos colombianos, sin rigor, de manera empírica. Puede preguntarse: ¿Por qué en la vida social y política colombiana, la humanidad se viene aplazando por más de doscientos años? La respuesta puede ser: por el divorcio entre la ley escrita y las necesidades diarias de la sociedad. Pero el análisis de la humanidad y su devenir, ha sido extremo. Se ha debatido sin cesar desde la autopregunta por el ser y estar en el mundo desde la antigüedad. Las respuestas están signadas por la época, y la nuestra, la moderna, tiene un acervo sustentado en la ciencia idolatrada. Desde ahí, no habría tal divorcio entre teoría y práctica en la historia política colombiana. Según las ciencias sociales, que han adoptado unos modelos de análisis, tienen interpretaciones desde la economía, la lingüística o la genética.

El modelo económico se sirve de la teoría de las clases sociales y en la visión materialista-dialéctica de la vida y de la historia. Desde ahí, en Colombia, se dice, asume el poder político-económico en 1790, una élite de ricos hacendados que evolucionaron en una clase burguesa con todo el poder de poner el aparato del Estado al servicio de sus intereses. Por esto no existe un país inscrito en la letra de la ley y otro en el discurso de plaza pública del político pretencioso de administración del Estado. Existe una legislación y un orden que le garantiza a la clase burguesa, tradicional o advenediza, mantener la tasa de ganancia de sus capitales, a costa de las necesidades insatisfechas de la gran mayoría. Desde el economicismo material-dialéctico marxista. Las leyes son la legalización del estado de explotación del trabajo de la sociedad inscrita bajo rótulos como proletariado, pequeña burguesía y lumpen. Desde este horizonte de análisis, se puede afirmar la inexistencia del país civilista y culto prometido en la legislación y práctica política sometida al interés de la dominación.

El modelo lingüístico hace posible un socioanálisis del mundo simbólico. La individuación hecha por la modernidad, materializa el respeto, la autodeterminación, la civilidad, la sociabilidad, como valores posibles, garantizados por la educación generalizada de la población. La individuación, complemento del individualismo, transmuta la guerra egoísta en un deseo permanente de construcción de paz. Así, la cultura aparece como una lucha contra la ignorancia; o la cultura política entra a ser la adquisición de un simbolismo de la civilidad, montado sobre la ritualidad de la solución de los conflictos. Entre los rituales más significativos está la lucha de partidos políticos por tomar el control del Estado para realizar sus programas socioeconómicos y políticos: este es el rito electoral con sus supuestos de libertad de pensamiento, libertad de opinión, confrontación de idearios; prácticas que caben muy bien en la máxima pseudovolteriana “no estoy de acuerdo con lo que dices pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”.

Los análisis genéticos, son deterministas. Tienen como base la ciencia de la biología. El socioanálisis desde ahí, lleva a tomar la sociedad como un organismo o sistema, alimentado por insumos y del que se espera un producto. Por este modelo, todo es posible de ser ingeniado, o en otro lenguaje, se hace posible una ingeniería social para producir una sociedad funcional, en la que se puede erradicar el conflicto. El control de la educación, de la comunicación, le permite al Estado y a quien maneje sus hilos, ordenar la producción, hacer crecer la economía de manera constante, sin importar la estela de pobreza que deja en su devenir.

Los modelos nombrados se han ensayado en oriente y occidente. Ante sus fracasos queda volver a pensar en el ser humano como un ser simbólico, sujeto a la dinámica diacrónica de la cultura, capaz de significar las relaciones sociales a partir de los valores de la sociabilidad de la paz. Con una dialéctica entre individuos e individuación, ser capaz de separar la colectivización necesaria de bienes sociales y la garantía del libre desarrollo de la iniciativa privada. Obliga este ritmo de pensamiento a posesionar la civilidad y convertirla en el signo de este tiempo. Ahí en la base de ella, está el ser humano con todas las dignidades atribuibles como ser vivo; pues todos los seres vivos tienen derecho a la preservación de su vida y estar en el mundo bajo condiciones de disfrute, felicidad y abundancia.

Esta civilidad está cuestionada en Colombia, por el tráfico de favores entre los poderes públicos. Los insultos a las altas cortes de justicia por el presidente y sus seguidores es lo visible de un proceso de fin de los idearios de humanidad, que responden más a una lucha de individuos cubiertos por carcasas del mayor interés egoísta y dispuestos a destruir al otro, sin pensar que sin el otro dejarían de existir. Esta lucha sin sentido, abre el camino a salidas desesperadas y la sociedad bajo estas presiones, puede dar un salto al vacío.

Imagen: Retrato de Luis Alberto Acuña Tapias 1958

viernes, 9 de febrero de 2018

La basura de Petro y Peñalosa. Una interpretación


La historia política de Colombia tiene un nuevo hecho que la ha metido en una dinámica nueva. Esto se puede decir porque en la hoja de vida de la república, se tiene memoria de cómo la concreción de una dinámica política, ha dado principio a un nuevo periodo, hasta el punto de poder hablar de antes y después. Así se dice antes o después del liberalismo radical, o antes y después del frente nacional, etc.

Hoy asistimos al hecho de tener la capital de la república inundada de basuras tal como ocurrió en el año 2013. Puede decirse que Gustavo Petro y Enrique Peñalosa, los dos últimos alcaldes, han sometido a los bogotanos a la indignidad de estar metidos en un mar de lixiviados y desechos descompuestos. Ambos han faltado a la ley por no garantizar la continuidad de ese servicio fundamental, ante un eventual cambio de modelo.

Pero este hecho se convierte en acontecimiento histórico, porque es la muestra contundente de la apertura en Colombia de un periodo caracterizado por la confrontación de dos imaginarios políticos: el de izquierda y el de derecha. La izquierda quiere recuperar el predominio estatal en la prestación de los servicios públicos básicos. La derecha quiere mantener la privatización de los mismos, con la consecuente apropiación privada del tesoro público. Este vaivén en el que la mano derecha borra lo que hace la izquierda, solo deja sufrimiento y violación de los derechos humanos para los habitantes.

El acontecimiento está en la solución que se le debe dar a esta ambivalencia política. Por más sustentado que esté el regreso al poder público de una empresa privatizada, no evitará que un gobierno futuro de inspiración derechista, regrese la empresa al ámbito particular. Este juego perverso solo deja como perdedor el bien público. Se avizora un devenir de hacer y deshacer, si no se eleva a mandato constitucional el monopolio estatal el manejo de los servicios públicos. Y esto exige un acuerdo nacional, como los que se pueden observar en la historia colombiana.

Ejemplo de grandes acuerdos nacionales son el que se hizo, después de la muerte de Bolívar, entre autócratas y legalistas, para disolver la Gran Colombia y crear la república de la Nueva Granada, separarla de Venezuela, constituirla con una carta política plena del saber acumulado en veinte años de luchas, intrigas y sueños independentistas, en un país sin partidos políticos en ese entonces.

Otro gran acuerdo se hace, ya dentro del contexto partidista, para desamortizar los bienes terrenales, afectados por intereses del más allá, correspondientes a donaciones a la iglesia hechas por los fieles desde principios de la colonia y que para la época de fundación de los partidos tradicionales, ascendían a un tercio de la tierra inscrita dentro de la frontera agrícola del país. Ambos, liberales y conservadores, le quitaron esa tierra a la iglesia, se la distribuyeron y la metieron en rol productivo el mercado capitalista.

Después del federalismo de los liberales radicales, se evidencia un acuerdo entre liberales conservaduristas y conservadores teocráticos, para extirpar en la república, los imaginarios políticos del liberalismo clásico roussoniano. El papel jugado por el liberal radical converso Rafael Núñez, muestra la encarnación del acuerdo. Este dejó gobernar, en sus cuatro periodos presidenciales consecutivos, a Miguel Antonio Caro quien llevó a la práctica política los idearios sociales del catolicismo.

Entre otros menores, puede nombrarse el acuerdo mayor de la historia colombiana del siglo veinte, el Frente Nacional. Luego de la matanza sistemática por el sectarismo partidista entre gentes sencillas del campo y aupada por los jefes políticos de las ciudades, se acordó elevar a mandato constitucional la repartición del poder entre liberales y conservadores por dieciséis años, a partir del plebiscito de 1957.

Estos acuerdos nombrados se lograron después de crueles conflictos. El cansancio producido por la confrontación, obligó a la razón para zanjar las diferencias. Pero hoy que se puede tener, leer y ponderar los acontecimientos del pasado, se le debe ahorrar a la sociedad colombiana, muerte y sufrimiento. El juego que se avecina: privatizar, estatalizar, privatizar, con la consecuente exposición de violencia, es necesario evitarlo con un acuerdo nacional elevado a mandato constitucional.

El tratamiento de las basuras de Bogotá es solo la muestra de lo que va a pasar con la alternancia en el poder entre derecha e izquierda. Para evitar este caos prometido y darle sentido a la esperanza, acordemos el monopolio estatal de los servicios públicos. Esto no es comunismo, ni socialismo. Es garantizar un “progreso con dimensiones humanas” y vacunar las finanzas públicas contra las ambiciones de los acumuladores de capital privados, que ya han demostrado utilizar los servicios públicos para aumentar sus riquezas y prestar un pésimo servicio.

En los años sesenta y setenta del siglo pasado se recurrió a las armas, por el monopolio político legalizado en el Frente Nacional, por el mandato de la teoría de la guerra construida en el siglo diecinueve o por creer que la violencia es el único medio de hacer justicia. Recurso a las armas hoy inviable y caído en desgracia por los crímenes de lesa humanidad cometidos. Hoy el recurso es a la sensatez extraída del análisis científico de las ciencias sociales, aplicadas a la sociedad colombiana. Las matanzas, el desarraigo de grandes masas, la insatisfacción de servicios públicos para todos, la modernidad indefinidamente aplazada, son diagnósticos perentorios. El remedio o la solución se pueden seguir aplazando, por mezquindad u odio; pero solo será eso un aplazamiento.

Ese juego entre derecha e izquierda, privatización estatalización alternadas, lo vivió Brasil con Vilma y Lula, Ecuador con Lenin y Correa. Lo mas seguro vendrá en Venezuela después del chavismo. Evitémoslo en Colombia. Vamos a manteles de una vez por todas y sobre la mesa dejemos escrito un pacto que sacralice los servicios públicos en manos del Estado. Lo demás se dejará a la libre competencia, a la ley de oferta y demanda, a la dictadura del mercado, a la felonía de los acumuladores de capital. Este acontecimiento es el que debe llevar a una nueva época en el devenir de la historia política del país.

Imagen: Vik Muniz. Imágenes de basura 2008

viernes, 2 de febrero de 2018

No hay socialismo a la vista



La doxa griega, indicó la conducta de la gente común en el momento de la conversación callejera o en los espacios de reunión cotidiana, que permitió a los intervinientes manifestar su percepción sobre el tema tratado. Esa doxa la comprendemos nosotros los inscritos en esta modernidad cuatro veces centenaria, como la opinión simple y ramplona, producida generalmente sin mucha racionalidad; y por quienes les va más rápida la lengua que el pensamiento, decía Platón.

Esa forma de conducirse en el mundo, la vemos y oímos en estos días preelectorales en Colombia. La opinión o la doxa popular, por ser inmediatista, no tiene niveles analíticos o de amplio raciocinio; por eso la referencia al momento político, la hacen desconectados del pasado. Opinar bajo estas condiciones, es reproducir las ideas impuestas por los medios de comunicación o por ese nuevo mecanismo llamado redes sociales. Se dice en los encuentros, que el país entró en crisis social por haber permitido a un jefe de la guerrilla ser candidato a la presidencia de la república y exponernos así a vivir en un futuro próximo, un régimen de izquierda como el venezolano. Este temor se expresa al lado del estupor deseante en la exclamación: ¡No habrá quién tumbe a Maduro! Lo dicen y lo proclaman todos los días, los doxóforos deseantes.

El análisis de estas convicciones, puede hacerse desde la historia inmediata, ubicados en un terreno antropológico o sociológico; o desde un marco histórico riguroso. Desde lo inmediato, se le puede decir al practicante de la doxa en conversaciones, que esa opinión contra la participación electoral del partido Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común es fruto de un acuerdo entre el Estado colombiano y la guerrilla de ancestro comunista. El acuerdo tiene un contenido socioeconómico en el que ambos firmantes coinciden en enrutar el país hacia una sociedad liberal garantista. El acuerdo no es comunista, ni neoliberal. Se puede leer en el discurso de lanzamiento de la candidatura de Rodrigo Londoño: propone un diálogo para acabar con la corrupción y satisfacer las necesidades básicas de los colombianos. No utiliza la palabra socialismo, no habla de seguir el ejemplo venezolano. Se percibe la adhesión a un estado social de derecho, tal cual lo prescribe la constitución colombiana de 1991, y de fondo está la realización de reformas, como las han concebido lo viejos liberales colombianos.

Debe entenderse que la costumbre política colombiana conservadurista, aplazó indefinidamente la modernidad política inscrita en la ortodoxia liberal de libertad de pensamiento, igualdad económica y el imperio de los derechos humanos. En otras palabras, aspirar a una sociedad liberal es ser revolucionario ante los que defienden un orden social exclusivista, oligárquico, que condena a la gran mayoría a vivir sin los recursos necesarios para un disfrute completo de la vida.

La participación política de la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, solo asusta a los privilegiados antiliberales y a quienes viven de los eslogan inmediatistas emitidos por los dueños de los medios de comunicación, reproducidos hoy de manera asombrosamente efectiva, en las redes sociales. Asusta a quienes han aplazado indefinidamente la modernidad para tener un electorado despolitizado y ahistórico.

Los doxóforos deseantes se escandalizan por la permanencia de Maduro en la presidencia de Venezuela y abogan por alguien que lo derroque, sea la oposición venezolana o una potencia antisocialista. Todo el esfuerzo mental lo anclan en la persona del presidente, según los medios de su información. No pueden asumir el proceso político social venezolano, al menos de los últimos treinta años, en el que se puede observar el desgaste de la clase política, por corrupción, por profundizar el abismo entre pudientes y desposeídos, por especializar el país en una economía subsidiada sistemáticamente y monoexplotadora de pozos de petróleo; por comprarlo todo en los mercados internacionales y no producir ni lo que come la gente. Esa incapacidad de la oligarquía venezolana creó el ámbito de una cultura política para que emergiera la única fuerza capaz de enfrentar esa clase política: el ejército venezolano. Así debe entenderse y explicarse la permanencia de Maduro en el poder. Está ahí, porque es apoyado y sostenido por las fuerzas armadas. Y estará hasta que el ejército detenga el experimento o lo profundice.

Debe decírsele al los doxóforos deseantes, que la venezonalización colombiana no la hará Rodrigo Londoño con su fuerza del común, ni la izquierda de fragmentos irreconciliables, ni el comodín político de los fajardistas que le sirve a todo el mundo. Según el ejemplo venezolano, es necesario que en el ejército colombiano surja un líder restaurador, se apoye en la fuerza y saque del poder bicentenario a la clase política, corruptora de la justicia y la sociedad de arriba-abajo. Los que viven de la opinión, despolitizada y ahistórica, no quieren saber de la experiencia colombiana de 1953 a 1957. En ese período se ensayó el poder restaurador del ejército. En ese cuatrenio el presidente dictador Gustavo Rojas Pinilla se apoyó en la aspiración popular a la paz y la justicia social. Lo hizo. Neutralizó el bandolerismo, exterminó la Guerrilla de los Llanos de Guadalupe Salcedo, creó un régimen populista con el eslogan “darle al pueblo lo que pida”. A la clase media le facilitó la compra de carro popular por la importación masiva de Volkswagen, introdujo la televisión, le dio el voto a las mujeres y entre otros populismos, abrió almacenes estatales para comprarle las cosechas a los campesinos y venderle a la población, abastos a precios sin intermediarios. Pero al darle una mirada al devenir del ejército colombiano, desde el experimento nombrado, esas perspectivas no caben en su ideología. Por eso se percibe como salida al descreimiento político generalizado de los colombianos, una voluntad de materializar por fin la sociedad liberal aplazada desde el siglo diecinueve, que garantice a todos un ingreso básico necesario.

Estar metido en la opinión inmediatista, es estar engañado y ser presa fácil de las noticias mendaces propaladas por los viejos zorros de la política. Mienten, enturbian, desorientan, para tener un electorado dócil a las viejas prácticas clientelistas y atado a las redes de favores económicos.

Imagen: Rojas Pinilla de Débora Arango (Sin fecha)