jueves, 30 de octubre de 2014

Bello y La mirada de Heródoto

Bello y La mirada de Heródoto
Del oficio del historiador y la historia local
Por Guillermo Aguirre González
Las acciones, los hechos, los acontecimientos, están irremediablemente, ubicados en lo local. Este espacio geográfico, es el ámbito de la vida, es el lugar material del ser humano y es el que permite tener certeza de la existencia. Por fuera de lo local, está la generalidad. Se puede hablar y escribir de batallas nacionales o continentales, pero estas necesariamente ocurren en una geografía específica, la misma que permite asir el fragor de la lucha.
El historiador hoy está llamado a iniciar y profundizar su profesión a partir de habitar un paisaje, un lenguaje y una memoria que lo hace pertenecer al grupo social en que ha nacido. El historiador debe cumplir la condición de conocer su presente para explicar y comprender el pasado. El camino inverso es posible, pero se corre el riesgo de quedarse en la generalidad y en la universalidad, ámbitos en el que puede habitar la metafísica de la causalidad.

En lo local está la entraña y el gusto por la existencia. La calle el barrio, la municipalidad, se han metido en el corazón y el cerebro por la experiencia primigenia del cultivo de los sentidos desde la infancia. El olor de la tierra, el sabor de los frutos, el tacto de los cuerpos y los sonidos del ambiente, constituyen la nación, pero no esa que se asocia al Estado, es la que se ancla en el territorio en el que se nace.
La decisión de comenzar por la localidad, por la historia local, es una recomendación que puede extraerse de ese cúmulo de reflexiones que se ha hecho sobre la historia, el historiador y su oficio, desde el alba del siglo XX. Desde las primeras décadas, los historiadores nucleados en la denominada “Escuela de los anales”, señalaron la historia que se escribía como un discurso falto de rigor y obediente con los intereses del poder; y además desconocedor de la trasformación de las ciencias humanas o sociales.
Esas transformaciones según el pionero Bloch, entran a exigirle al historiador, asumir una concepción acorde, sobre el tiempo, el ser humano y la misma historia. La actitud científica debe ser consecuente con la modernidad y tener como base la observación, la crítica y por supuesto, el análisis.
El concepto de ser humano
En el tránsito el siglo diecinueve al veinte, occidente asume un concepto del ser humano nuevo. Él vive en un grupo social al que se le reconoce una forma autónoma de relacionarse entre sí y con la naturaleza. La civilización no es patrimonio de la herencia grecolatina. La antropología, primero y luego la sociología, asumen a través del trabajo de campo, la legitimidad de los pueblos a tener su propia forma cultural y su propia historia, aunque ella no esté escrita. El ser humano es un animal racional, en cualquier estado en el que se encuentre y se puede reivindicar su mentalidad como sello de identidad. El estudio de los pueblos sin escritura produce como resultado múltiples formas de resolver los problemas de la existencia.
El tiempo
Así concebidos los seres humanos, obliga a cuestionar el tiempo cronológico. Existen otros tiempos, dado que los pueblos y su cultura, más si no tienen escritura, pueden tener una concepción sincrónica (cruce de tiempos) o diacrónica (evolutiva) del devenir. El conocimiento de diversos tiempos, hace descentrar el discurso histórico del tiempo pasado. El historiador que ha roto con el tiempo lineal decimonónico, está obligado a hacer la historia del presente aunque el presente es imposible de ser atrapado porque todo momento es pasado. Esa dialéctica pasado – presente hace comprender el presente armado con el pasado, pues se sabe según Le Goff, que el tiempo es una convención, una mentalización de las regularidades de la vida.
Una nueva concepción del ser humano y del tiempo trae una nueva historia. Los creadores de la “Escuela de los anales” y sus herederos, Bloch, Febvre, Duby, Le Goff, Demageon, etc. la practicaron. Si la civilización occidental, no es la única ni la verdadera, si el tiempo no es cronológico y el progreso es un mito, la historia debe comprender todo lo humano. Se puede hacer la historia del tiempo, del vestido, de las mentalidades, de los imaginarios, de los dominados, de la dominación; la historia de los pueblos sin historia, de las lenguas, de las religiones, de las maneras de mesa o procesos civilizatorios y hasta la historia de la mierda como lo hizo Dominique Laporte en 1978.
El método, la crítica y el análisis
Esta actitud ante la historia, trae consigo la decisión de ser tratada como una ciencia, dotarle de método y de una reflexión epistémica en su interior. Esto es posible al asumir una actitud crítica. La nueva historia es una historia crítica. Los insumos, entendidos como los testimonios, los documentos, las huellas o los indicios, deben ser sometidos a examen. Esos insumos pueden ser voluntarios o involuntarios y el historiador con la ponderación y el análisis toma la decisión de darles el estatuto de veracidad o de falsedad. La historia crítica resultante, así construida, aparece como una creación del historiador, porque son más los vacíos, y para una época de escasos testimonios, luego de la crítica y el análisis, el historiador proyecta, crea y supone con criterio.
La crítica del documento o del testimonio reivindica el concepto de mentalidad como lo que transversaliza la nueva historia. Se parte de que todo documento lleva implícita la mentalidad de quien deja la huella y la mentalidad debe entenderse como la carga de subjetividad inherente al ser humano, porque ha estado inmerso en una sociedad con valores propios, con modos y formas de ver, pensar y sentir.
Rastrear la mentalidad, la ubicación del documento, el tiempo y la argumentación crítica, obligan a datar el acontecer en lo local. La nueva historia con sus características de comprender lo humano, solo es posible a partir de la territorialidad de la cultura.
Un ensayo para el oficio
Con estos criterios puede se puede ejercer el oficio de historiador y ensayarse a construir una historia de la cultura en un municipio del Valle de Aburrá, de esta manera:
El territorio, la sociedad y la cultura en la época prehispánica.
Esa noción de época prehispánica indica y contiene un extenso periodo histórico limitado en un extremo por la llegada de comunidades nómadas al territorio del Valle de Aburrá y por el otro con la entrada de los españoles. Esa época va de 1.541 en nuestra era, a 12.000 años antes de Cristo o antes de nuestra era. La existencia de los seres humanos en ese extenso, periodo se puede dividir en una época de comunidades nómadas recolectoras. Otra de grupos sedentarios cultivadores ceramistas y una tercera época de sociedades complejas tejedoras, con metalurgia, cerámica y un rico mundo mágico religioso.
Las comunidades nómadas no dejaron huella de su mundo simbólico. Solo se tienen algunos fósiles que testimonian su existencia en el territorio y las puntas de lanza, confeccionadas en pedernal, halladas en Niquía, datadas en unos ocho mil años antes de nuestra era. En general se puede afirmar que los grupos nómadas tuvieron un conocimiento exhaustivo de la flora, la fauna y la geografía del territorio del grupo, para realizar su vocación económica de recolectores, consumir los productos espontáneos del medio, agotarlo y desplazarse a otro y luego a otro. Este es el sentido del nomadismo.
Esta condición de itinerancia, de eterno retorno, termina alrededor del año 600 antes de nuestra era y aparecen los cultivadores sedentarios. De ellos se tienen tumbas y recipientes cerámicos con semillas y osamentas. También de estas sociedades complejas se tiene información por los testimonios consignados en los relatos de los cronistas de indias. Los españoles llegan a América bajo la figura de empresas conquistadoras y para poder dar cuenta de la inversión y los rendimientos de la empresa, llevan con ellos a expertos amanuenses con la misión de hacer un registro escrito de todo lo que se gasta, se ve y se toma. A esos registros se les ha dado el nombre genérico de Crónicas de Indias.
Juan Bautista Sardella, fue el cronista que acompañó a Jorge Robledo en el descubrimiento del Valle de Aburrá. Sardella describe la tierra y sus pobladores en 1.541 y ese documento permite evaluar el estado de las sociedades complejas que existían en Antioquia y especialmente sobre el territorio de Bello.
Luego, hay dos fuentes para construir una imagen de las mujeres y hombres que habitaron el territorio de Bello en el periodo que se llama prehispánico: las huellas culturales y las crónicas de Sardella. De esta sociedad compleja de cultivadores se puede decir que comenzaron el proceso de sedentarización alrededor del año 600 antes de nuestra era. Al tomar un lugar como sede se convirtieron en sociedades locales y elaboraron un orden social con base en el espacio, la producción y las reglas sociales. Las cerámicas halladas en Bello, correspondientes a ese periodo, testimonian la existencia de asentamientos en ambas riberas del río Medellín y en las cuencas de las fuentes de agua más importantes como la García, el Hato, la Guzmana, los Escobares y la quebrada de Rodas en Fontidueño. Las viviendas estaban ubicadas en terrenos inclinados y fueron llamadas bohíos por Sardella.
La cerámica se ha catalogado como Marrón Inciso y las decoraciones se pueden interpretar como muestra gráfica del mundo mental. Tanto los signos gráficos en las cerámicas, en los vestidos de algodón y algunas piedras, son la materialización de un discurso o relato sobre el orden social, cósmico y geográfico, irremediablemente perdido. La crónica de Sardella habla de unos edificios y caminos monumentales en ruinas, ubicados a la entrada de Arví al oriente del Valle de Aburrá, correspondientes a una civilización perdida y destruida por los Nutabes. Es de pensar como, todos los pueblos y grupos indígenas ubicados en el Valle de Aburrá, fueron sometidos por un imperio desaparecido a la llegada de los españoles, pero que dejaron una herencia cultural, como el trabajo del oro, de la sal, la agricultura y los tejidos. Cuando entra Tejelo al Valle de Aburrá en 1541, recibe la visita de un cacique con un tocado de paja muy elaborado, con plumas coloridas bien distribuidas y una piel de animal sobre los hombros. Tenía la cara pintada de tal forma que a Tejelo le pareció ver un monstruo. Cubría su cuerpo bajo una tela de algodón ceñida a la manera de calzón. Los acompañantes llevaban una espada de palma tostada y afilada con fuego, una maza también de palma y un lanza-venablos. La vista del español hacía temblar de miedo a los nativos e hizo que muchos se ahorcaran. Dice además Sardella que luego de reponerse del susto presentaban una tenaz resistencia. Los tambores y vientos que tenían convocaban en poco tiempo mil o dos mil indígenas, lo que certificaba que estaban en guerra contra los caciques del oriente.
El Hatoviejo colonial: el territorio, la sociedad y la cultura.
El resto del siglo XVI (1541 – 1599) el Valle de Aburrá es conquistado por Gaspar de Rodas, quien en 1574 recibe de la corona española cuatro leguas (cerca de 8.5 kilómetros) desde los “asientos viejos de Aburrá” hasta Barbosa. Esta merced da nacimiento al nombre de Hatoviejo, porque permite dentro de la posesión de Rodas diferenciar otros hatos, como el Hatillo y el Hato Grande.
La guerra con los indígenas fue cruel e intensa y fue una de las causas de la rápida desaparición de los aborígenes. Los que sobrevivieron a la guerra de conquista fueron esclavizados y sometidos a trabajos extremos. Se calcula que de 100.000 quedaron 6.000. El reconocimiento que hizo el papado de la humanidad de los indígenas hace que en 1619, por orden de la corona española, se recojan los indígenas en territorios únicos para resguardarlos. Los del valle de Aburrá, llamados niquíos y nutabes fueron recluidos en el poblado de San Lorenzo.
El Hatoviejo entra en el siglo XVII en la etapa de la colonia. Las posesiones de Gaspar de Rodas se dividieron por compraventa entre nuevos inmigrantes españoles o entre mestizos, que son la población más numerosa. Desde finales del siglo anterior y ante la escasez de mano de obra indígena, se meten en el territorio, africanos esclavizados. Las tres etnias se mezclan y en un lento proceso se va a producir una sociedad triétnica con expresiones culturales sincréticas con dominación del pueblo o ciudad cristiana.
Los años 1600 transcurren caracterizados por un paisaje hatovejeño dividido en fincas grandes autosuficientes. Cada dueño de la finca cuenta entre sus haberes, esclavos, vacunos, caballos, ovinos, sembrados, minas, agregados y una capilla. Por lo general los dueños tenían dentro de su familia un religioso con licencia para administrar los sacramentos. Jurisdiccionalmente el territorio es administrado por la ciudad de Santa Fe de Antioquia, quien hace cumplir las decisiones del Estado español. La distancia con la ciudad capital va a permitir que en el Valle de Aburrá, se desarrolle una sociedad campesina con una relativa autonomía y una mentalidad supersticiosa.
En los últimos cien años de la vida colonial, el Hatoviejo se perfiló como un poblado construido a lado y lado del camino que comunicaba a la ciudad de Medellín con San Pedro de los Milagros o el Nare, con la meseta norte de Antioquia. Esa sola calle tuvo en el centro una capilla y una plaza de mercado. En 1770 la corona española permite el estudio del territorio de las colonias para reorganizarlo. En Hatoviejo se ordena demoler las capillas menores y construir la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario y a su alrededor dejar un cuadro de tierra suficiente que sirva como plaza. Este acontecimiento generó la división del espacio y se adoptó la indicación calle arriba y calle abajo. Los estudios sobre el territorio elaborados por José Manuel Restrepo lo señalan como una tierra árida con pocas posibilidades de producciones diversas, pero se dice que es importante el ganado y la panela. La población sube a 1.500 habitantes y la propiedad se divide porque se registra un importante mercado de tierra. Otros núcleos poblacionales continúan desarrollándose en las cuencas de las principales quebradas, quienes desde 1784 tienen servicio religioso en la plaza y termina lo que los visitadores reales llamaron la posibilidad de vivir sin dios y sin ley. El territorio se adscribe a la ciudad de Medellín con el nombre de Sitio de Hatoviejo y es regido por un juez pedáneo.
Época republicana del siglo XIX. Sociedad, política, cultura y la división territorial.
Luego de la guerra de independencia el Hatoviejo quedó con la población diezmada. Pasó de 1.500 habitantes a 800 en 1835. Aunque no se tienen registros del reclutamiento, se puede deducir la amplia participación en el proceso de independencia. La vida republicana trae nuevas condiciones jurisdiccionales. El sitio se adscribe a Copacabana, luego a San Pedro y por último a la ciudad de Medellín. Se crea la escuela de primeras letras y se construye un edificio para administrar justicia.
El territorio se caracteriza por ser un lugar de esparcimiento para los pudientes de Medellín. Es costumbre hacerse a una finca de descanso o recreo y se alaban las numerosas fuentes de agua, tal como lo describe Tomás Carrasquilla en su obra Grandeza. La finca y la casa en el poblado es la práctica económica común. Se siembra intensamente la caña de azúcar y proliferan los trapiches. En la última parte del siglo XIX, el café entra con la misma fuerza que los hizo en el resto del país. Por eso se activa el comercio en el marco de la plaza y los asentamientos en las cuencas de las quebradas producen alimentos perecederos para el consumo diario y la venta.
La cultura es rural, conservadora y aristocrática. En 1884 un grupo de residentes notables del poblado, renuncia al nombre de Hatoviejo para el territorio por considerarlo denigrante y gestiona el cambio de nombre por el de Bello y lo justifican con el prestigio logrado por Marco Fidel Suárez en Bogotá, al ganar un premio de la Academia Colombiana de Lengua con un escrito sobre el gramático Andrés Bello.
El siglo XX. Economía, sociedad y política. Cultura obrera y territorio.
Este siglo, igual que el anterior, comienza convulsionado. Esta vez con La Guerra de los Mil Días. La guerra aplazó los proyectos del ferrocarril y de otras industrias, pensados desde la última década del siglo XIX. En 1908 se reactivan y se establece la fábrica de Bello en la cuenca de la quebrada la García movida por energía hidráulica. En 1923 entra el ferrocarril y monta los talleres centrales en el sur del barrio Manchester. Esas dos factorías se convirtieron en atracción para gentes de otras regiones y Bello comenzó a crecer en población de manera sostenida, proceso de hoy continúa.
La cultura y el territorio de la pequeña ciudad se transforman radicalmente. Para efecto de garantizar autonomía en el manejo de las aguas y la tierra pública, los dueños de las fábricas y los notables, lograron convertir a Bello en municipio en 1913. Así aparece una clase política local, una clase obrera y nuevos oficios relacionados con las dentisterías, los textiles, la metalmecánica, la construcción y los oferentes de espacios para el ocio: billares, bares y cantinas. El territorio organizado con una sola calle, heredado de la colonia, se abre hacia el occidente y el oriente. Los nuevos barrios Pérez, Prado, Manchester, Andalucía, López de Mesa y Obrero, suplieron la demanda de vivienda de los inmigrantes.
Para 1938, con ocasión de los 25 años de la municipalidad, se construye en la plaza de Bello el parque Santander. En él se ubican bocinas para ampliar las transmisiones de radio y se inician obras para un mercado cubierto y un cine para ochocientas personas. Se acuerda la creación de la biblioteca pública y construcción del palacio municipal. Estas condiciones socioculturales cambian de nuevo en la segunda mitad del siglo XX. La violencia bipartidista de los años cuarenta y la dictadura militar de 1953, ocasionaron un éxodo de la campo a la ciudad y Bello recibió una gran cantidad de inmigrantes de todas las zonas de Antioquia. Los nuevos pobladores se asentaron anárquicamente en el territorio y generaron una ciudad caótica deficiente en todos los servicios públicos, terreno abonado para todas las violencias. La ciudad casi triplicó la población de 1950 a 1965. Pasó de 34.307 a 93.207. La actividad cultural en las artes fue realizada por la Fábrica de Tejidos del Hato (Fabricato), con varias instituciones como El secretariado, La estudiantina y La Corporación Fabricato para el Desarrollo Social, hasta los años ochenta del siglo XX.
En las dos últimas décadas del siglo XX, los movimientos sociales, tuvieron su réplica en el municipio. Se organizaron colectivos de activistas del arte y la cultura, quienes con un amplio movimiento de la población lograron las bibliotecas comunales, programas de recreación, eventos públicos y la construcción de La Casa de la Cultura “Cerro del Ángel”, un nuevo edificio para la Biblioteca Pública Marco Fidel Suárez y el Centro Atención Social Administrativo del barrio París. El mayor logro de este movimiento fue la planeación del sector cultural y la institucionalización de actividades de promoción y educación en las artes y la cultura. Los movimientos sociales y el protagonismo dado a la sociedad civil, posibilitaron, además, la aparición de las organizaciones no gubernamentales (ONG). En Bello se organizan varias en los años noventa y logran crear un público para el teatro, la música, la danza, la literatura y las artes visuales.
Bello en el siglo XXI. La ciudad región. Política, economía e imaginarios.
En los albores del tercer milenio, Bello comparte con la zona metropolitana del Valle de Aburrá los problemas y las soluciones sociales, lo que ha permitido hablar de la ciudad región y ha obligado a interrelacionar los planes de desarrollo de la región. Estos deben enfrentar los retos de una ciudad de 500.000 habitantes que exige descentralizar los servicios culturales, cubrir las necesidades de educación alternativa de todas las artes y ofrecer actividades de utilización del tiempo libre.
La ciudad tiene un claro déficit en lo referente al sentido de pertenencia por el espacio y la identidad cultural. Los imaginarios de las gentes se han anclado en un descreimiento sobre las instituciones republicanas, la participación política es mínima, el espacio público se invade y la economía ilegal prolifera. Los derechos humanos como el respeto por la vida y la diferencia, la libre movilidad, la autonomía individual, y el acceso a los bienes de la cultura, están mediatizados por organizaciones que le disputan al Estado la preeminencia.
Octubre de 2014

domingo, 19 de octubre de 2014

Los cortejos del diablo de Germán Espinosa


Súplica, magia y homeopatía
Por Guillermo Aguirre González
Demonios, hechiceros, brujos y bebedizos, son imaginarios que entraron en simbiosis en la América descubierta por España para Europa y al mismo tiempo Europa es descubierta por la cultura aborigen de América. Este encuentro enfrenta, inicialmente dos mentalidades, desde 1492. Pero en las primeras décadas del siglo XVII, 1630 aproximadamente, entra la mentalidad africana. Las tres visiones del mundo se atacan, se imponen, se reeditan, se mezclan y al final producen una nueva mentalidad, con elementos de los tres, pero diferente a cualquiera de sus componentes. La nueva cultura de origen triétnico, que tienen los hispanoamericanos como parte de ese todo americano, se ha construido en un proceso de larga duración. Por eso es posible verlo en ebullición en las diversas etapas a lo largo de sus quinientos años.

Los cortejos del diablo de Germán Espinosa, es una literatura anclada en los primeros cien años de existencia de Cartagena de Indias. Se relata un estado inédito de la fusión de lo negro, lo indio y lo europeo. Allí los cristianos son los prepotentes que creen en lo único y lo verdadero de su propia visión del mundo. Los otros simplemente ejercen su mentalidad.

El indígena tiene y aporta una religión natural atada a los elementos de la naturaleza y especialmente con un conocimiento milenario de la botánica, traducida en una medicina homeopática eficaz. El africano trae una mentalidad magicoreligiosa, atravesada por el baile, la percusión y una acción sobre los cuerpos por simpatía, contagio o emulación, que son las tres formas centrales de la magia, según La rama dorada de James Frazer. El cristiano español, aporta la superstición, por la que dota las cosas de presencias manejadas a voluntad por el suplicante y aporta ese otro elemento central del cristianismo, concebido como el enemigo: el demonio y lo demoníaco.

En los primeros cien años de Cartagena, Germán Espinosa, muestra el estado de la fusión. Es evidente la dominación del cristianismo. Con sus instituciones milenarias enfrenta a los africanos esclavizados y a los indígenas diezmados. Se lucha contra la abstracción, contra la mentalidad, contra la imaginación, expresados en iconos, palabras y bailes. El cristianismo resucita su enemigo periódicamente, según la fuerza y el avance logrado por sus contradictores. La persistencia de sectas o grupos paganos, el prestigio de lecturas no autorizadas de la biblia o de la literatura patrística, los cismas generales o locales, la persistencia de las religiones de los pueblos conquistados, son explicados como la resurrección de lo demoniaco, o expresiones del mal desatado. Por eso desde el año 965, la iglesia cristiana católica instituyó la Inquisición, dedicada a destruir por el tormento y la muerte, todas las doctrinas, sectas, grupos o sociedades, contrarias al dogma romano cristiano.

Los cortejos del diablo es una novela centrada en el año de 1642, momento en el que la Inquisición cartagenera ya tiene en su haber decenas de torturados y quemados en la hoguera por el delito de brujería o de judaísmo. El inquisidor Mañozca, personaje histórico, es recreado por Germán Espinosa con genialidad. En la mente y los actos de Mañozca, el novelista indica lo inocuo o imposible que es tratar de borrar una cultura por la fuerza. Las ideas, las convicciones, la tradición, las concepciones, que se expresan en una física corporal, es decir en unos actos o gestos, ni el tormento lo quitan. La obsesión de Mañozca por buscar y encontrar el enemigo de su cristianismo católico, lo lleva a pensar en él a todo momento. Sus pensamientos se especializan en la identificación del actuar de ese dios falso adorado por los africanos traídos a Cartagena, llamado Buziraco. Los pensamientos del inquisidor, se truecan con la realidad y vive una ficción poblada de brujas de risa estridente, que le acosan en el lecho, revolotean sobre su cabeza y pueblan la atmósfera de la ciudad centenaria.

Mañozca envejece, el cuerpo pierde las fuerzas. Una madrugada se siente volar. Cuando reacciona se ve llevado por un séquito de brujas hacia las nubes, para no regresar. Ha muerto el inquisidor y envés de transitar el camino pedregoso y lleno de espinas que le deben conducir al cielo, vuela con su enemigo hacia la atmósfera. Este final es simbólico, en extremo. El tormento de Luis Andrea, promotor del dios Buziraco, realizado por Mañozca, generó el efecto contrario. Expandió el culto y lo profundizó más en las mentes del pueblo. España perdió la guerra contra la mentalidad americana. La hibridación, magia – homeopatía – súplica, como cultura aplicada sobre la naturaleza y los seres humanos ha vencido y se mantiene.

jueves, 9 de octubre de 2014

Novelas sobre la guerra. Vida y destino de Vasili Grossman

Palabras viejas para cosas nuevas
Por Guillermo Aguirre González

En la humanidad ocurre algo extraño. Cuando se observa un fenómeno nuevo, por el cambio del sentido, por las nuevas formas de ver, se nombra con palabras viejas. Un caso es lo que ha ocurrido con la palabra democracia. Fue acuñada allá en la Grecia clásica, entre el año 500 y el 400 antes de nuestra era. La sociedad griega llamó a los habitantes que no eran ricos terratenientes, ni ricos comerciantes, los del demos. La construcción de una sociedad regulada por una constitución, la de Solón, le dio el poder a los seres comunes: pequeños comerciantes, hombres y mujeres libres de cualquier yugo, libertos, artesanos, combatientes, oficiantes en general. Todos fueron a la asamblea o al ágora, con derecho a debatir, proponer y asumir cargos públicos. Este régimen se llamó el gobierno del demos o como se entiende hoy democracia. Pero ella vivió en medio de la esclavitud. La base de la economía griega estaba en la guerra permanente contra los pueblos vecinos para adquirir mano de obra. Por eso la democracia tuvo sentido dentro de una sociedad esclavista.

La cultura occidental, heredera de lo griego y lo latino, construyó un régimen político nuevo en los siglos diecisiete y dieciocho. Era una nueva época, con otras sensibilidades, con otra concepción del mundo, con nuevas situaciones, con los derechos naturales de los seres humanos, sin embargo, no se encontró un nuevo nombre para ese nuevo régimen político, se le llamó democracia. Esta, ya no tenía el demos griego, ya no tenía esclavos, tenía pueblo libre despojado de todo, más el pueblo burgués y el pueblo comerciante. Ocurrió el extraño fenómeno, se nombró un fenómeno nuevo con un término viejo.

La revolución rusa de 1917, construye un régimen social con todo el legado marxista y a falta de términos nuevos habló, escribió y se autodenominó, nueva democracia, nueva libertad, para la construcción de un hombre nuevo. El régimen tuvo como centro el poder hegemónico del partido comunista. Por fuera del partido no había vida tranquila, dentro de este órgano de poder las decisiones se tomaban dentro de la ruta del centralismo democrático; otro viejo término que se acomoda a un acontecimiento nuevo.

La creación de la sociedad comunista en Rusia, es el proceso que critica Vasili Grossman, en los actos, los discursos, las relaciones, las risas y dolores de los personajes de Vida y destino, en especial la familia Sháposhnikov. Ella Tiene en su haber, militantes exitosos del partido, desviacionistas, trotskistas, condenados a campos de prisión, héroes del ejército rojo, médicos y físicos nucleares. En los encuentros familiares, con amigos y allegados a bordo, muchas veces se permite hablar con libertad; pero cuando los análisis llegan a criticar o a burlarse de Stalin, se autorregulan o se prometen no haber escuchado. Ante esta situación se cuentan anécdotas de hombres y mujeres caídos en desgracia por las palabras pronunciadas en caliente. Allí se enteraron “de que el visitante, corrector de profesión, acababa de ser liberado de un campo penitenciario, donde había pasado siete años por haber dejado escapar una errata en el editorial del periódico: en el apellido del camarada Stalin los tipógrafos se habían equivocado en una letra”. Esto pasa en el régimen de nueva democracia.

Otro caso extraño de nombrar cosas nuevas con palabras viejas ocurrió en el trabajo de Shtrum cuyo patronímico es Viktor Pávlovich. Él es un físico nuclear. El trabajo que realiza, es buscar la forma de controlar las partículas atómicas. Esa búsqueda se hace también en Norte América (los Álamos) y en Alemania. Shtrum lleva algunos años aplicando los mismos análisis fisicomatemáticos y los mismos aparatos tecnológicos. Estaba decepcionado por la falta de resultados. Sus compañeros de laboratorio también dedicaban todo su tiempo al mismo objetivo y se hacen chanzas cuando uno de ellos se extrema. A Anna Naumovna la apodaron “la gallina semental” por haberse “pasado dieciocho horas seguidas ante el microscopio estudiando emulsiones fotográficas”. Esa entrega al trabajo produjo en Shtrum, una noche que caminaba por una calle de la ciudad sitiada de Stalingrado, una intuición que se convirtió en un hecho nuevo. Le sobrevino a la cabeza un nuevo sistema armado con lo viejo y lo nuevo, y producto de ello dividió el núcleo del átomo. Había hallado la energía atómica, la energía nuclear.

Lo extraño está en la denominación, energía atómica. La palabra átomo la acuñaron Demócrito y Leucipo en el año 300 antes de nuestra era. En el Diacosmos, de Demócrito se halla una teoría explicativa del cosmos y dentro de ella postuló que la división del todo no es infinita, se llega a una parte indivisible, es decir al átomo. Este discurrir griego es distinto a lo hallado por Shtrum. Pero ocurrió lo mismo que con la palabra democracia: A esa cosa nueva se le pone un nombre viejo, eso es lo extraño. Esa cosa nueva hace llorar en silencio a Shtrum “Él lo ve todo, lo comprende todo, y sin embargo, no puede evitar alegrarse por su descubrimiento… ¡Es horrible!”.

miércoles, 1 de octubre de 2014

Novelas sobre la guerra. Vida y destino de Grossman

Filosofía con tableteo
Por Guillermo Aguirre González

Una tonelada de explosivos cae. Viene del fondo oscuro de la noche y hace temblar la tierra como en un terremoto. Los combatientes y los habitantes de Stalingrado no ven los aviones; pero saben que las bombas fueron arrojadas por un Junkers o un Messerschmitt con cruces negras alemanas. Los distinguen por el sonido de sus motores. Esas aeronaves tienen la identidad de la máquina porque son producto de una fórmula técnica. La defensa soviética de la ciudad sabe de eso y también distinguen el sonido de sus propios aviones.

Escuchar el sonido de la guerra es parte de las ocupaciones del mando del ejército rojo y de los habitantes sitiados. Se narra especialmente la vivencia de los habitantes de la casa G/I. Están allí algunos de los personajes más importantes de la novela y algunos mandos superiores. La situación es aterradora, pues tiene un ingrediente que estremece al lector y le hace preguntar: ¿Cómo es posible que seres humanos sean capaces de vivir una cotidianidad en medio de la atrocidad? Grossman lo narra porque también se estremece y profundiza en esa observación. Se puede deducir una sentencia sobre la condición humana: este es un ser de costumbres y puede acostumbrarse al dolor, a la sangre derramada, a vivir bajo el peligro inminente de muerte. Y en ese trance le puede pasar por el pensamiento la historia, la cultura, los amores presentes o dejados, la filosofía y puede reír y embriagarse.

Los habitantes de la casa G/I, salen a la calle y saben que es posible no retornar. La desaparición puede ocurrir en cualquier momento. Sháposhnikov busca vodka para poder dormir y dejar de escuchar el sonido terrible de la guerra. Shtrum y Chépizhin dialogan sobre la situación y ella los lleva a meterse en un plano filosófico. Ambos son investigadores en física. El estudio de las partículas les hace preguntar por la vida y el universo. Están armados con los vuelos que permite el materialismo. Invocan el materialismo y el empiriocriticismo de Lenin de manera indirecta, pero van al fondo del trabajo de la ciencia. Así como se puede identificar el tipo de avión por el sonido formulado de su motor, el trabajo del científico está en la producción de fórmulas y artefactos útiles para la revolución. Las fórmulas que no lleven una utilidad práctica para el poder del partido son empiriocriticistas y burguesas.

Chépizhin ve en eso, una censura y concibe el trabajo del científico, como una actividad libre que obedece más al juego de lo posible que a un interés político. El pensamiento científico, en las ciencias humanas o físicomatemáticas juega entre la inducción y la deducción y no puede confundir inducción con interés político o deducción con empirismo. El juego de las posibilidades no permite volcarse sobre un aspecto del pensamiento científico. Sólo el sujeto en libertad produce ciencia. Chépizhin parece asumir esta posición y cayó en desgracia con el partido y Shtrum temeroso del poder siempre obedeció. Muy cerca, escuchan los interlocutores, el tableteo de ametralladoras y una nueva bomba les mueve el piso. La vida es más misteriosa que diáfana y el pensar y descubrir sus partículas no hace daño a nadie, parecen concluir.

En la casa vecina, Vera no se resigna a la ausencia de su amado Víktorov. Fue enganchado en la aviación soviética a los 19 años. En los aviones de vuelo rasante le parecía verlo a través de la escotilla. Todos los días preparaba los platos favoritos de Víktorov y esperaba verlo entrar en casa en las tardes. Las explosiones y silbidos de los proyectiles le ponían un fondo trágico a sus amorosos pensamientos. Se había acostumbrado a ser ella y sus aspiraciones, con la guerra en la calle vecina. Soñaba con el sonido de la fórmula de un caza Yakovlev.