lunes, 2 de enero de 2017

La roca viva de la ciudad. El Ulises de Joyce



Ulises y las sirenas. Óleo de Draper 1909

Permaneció dos años en los estantes del libreo, me lo dijo cuándo adquirí el ejemplar. Y permaneció otros dos en mi biblioteca. El volumen del libro insinuaba que debía abrirse cuando se tuviera suficiente tiempo para enfrentarlo. Y ocurrió hace unos meses. Una tarde de sábado decidí abrir el Ulises de Joyce. Una obra experimental. El autor quiso hacer algo distinto en literatura. Tuvo ante sí el romanticismo, el simbolismo y el naturalismo. El Ulises es una obra monumental por su extensión e innovadora porque se separa de esos movimientos literarios. Es de difícil lectura, pues la resultante de esa innovación es laberíntica como dice Borges. Largo y extenso recorrido por la observación y la asociación de ideas que causan en el cerebro de un  narrador narrado. Prima el monólogo desbordado por el poder ponerse fuera del yo y darse a otro que habla, pero que exige retornar a sí mismo.

Antes de iniciar la lectura, tantas veces aplazada, me topé con un comentario corto pero contundente: las relaciones entre el Ulises de Joyce y la Odisea de Homero es tan basta que todo lo que se diga vale. Puedo decir también que las relaciones se dan entre los dos Ulises y no entre los dos Odiseos, porque Joyce pensó en el héroe en clave latina y no griega; es decir, Ulises es la versión latina de Odiseo; por eso la epopeya homérica se titula la Odisea y no Uliseada, como puede argüirse. No es que piense en una versión latina de la obra homérica, distinta o revisada de la griega; es solo que los nombres griegos latinizados, despistan muchas veces.

Además de este ingrediente está la polivalencia entre las obras de Joyce y Homero como se dijo antes. ¿Será cierto que Joyce hizo una epopeya moderna? A mi parecer no, porque la epopeya tiene unos componentes identitarios muy claros: la intromisión de los dioses en los asuntos humanos, componente muy claro en la Odisea. En el Ulises de Joyce esto no se ve, porque la religiosidad católica, en la geografía o espacio de la novela, sigue siendo esa religión abstracta e intelectualizada, en la que el dios único no está en la vida diaria. En la Irlanda de las primeras décadas del siglo xx, el dios cristiano no se presenta físicamente en la vida de Bloom, como lo hacen los dioses olímpicos en la vida de Odiseo. El dios cristiano esta en las ideas sobre el bien, el mal, el deber ser y las prohibiciones.

La mirada que le he dado al Ulises de Joyce, ha sido para tratar de identificar la voz que habla tras las letras: es una voz confusa. El narrador tan pronto está en la escena describiendo, como está monologizando dentro del mismo espacio escenario. Hay una simultaneidad que desanima al lector porque confunde. Luego de sobrevivir el interés ante el océano monológico y una vez identificada la mecánica, pude esforzarme con la ayuda de Hermes, para hallar las similitudes o deudas de Joyce con Homero.

Tiene nombre el narrador. Es el señor Bloom, Benjamín Bloom. Los acontecimientos y los personajes salen de su boca, los espacios, los edificios, la ciudad de Dublín. Al mismo tiempo transforma la descripción en una autodescripción, en una confesión de sus sentimientos y consideraciones sobre la vida. Los demás son ensalzados, criticados o acribillados. Pongo un ejemplo, es el momento en el que Bloom pasa de la escena al abismo de sí mismo: “El señor Bloom revisó las uñas de su mano izquierda, luego las de su mano derecha. Las uñas, sí. ¿Hay algo más en el que ellos ella ve? Fascinación. El peor hombre de Dublín. Eso lo conserva en pie. Ellas sienten a veces lo que es una persona. Instinto. Pero un tipo como ese. Mis uñas. Precisamente las estoy mirando: bien recortadas. Y después pensando solo…”

He visto en el Ulises, la densidad de una literatura hecha con la extremación del sentido estético de las imágenes, hasta lograr un divorcio entre el autor y el lector. Es este último quien debe acercarse y comprender. Ya señalé la complejidad del narrador: juego entre la ominisapienza y la subjetividad del monólogo. Otra complejidad es la relación de la obra con la Odisea. Se me ocurre preguntar ¿Qué relación existe entre Ítaca e Irlanda? La respuesta es una perogrullada: el mar océano; pero el mar no explica ninguna similitud entre Telémaco y los cuatro seres humanos que habitan la torre tomada en arriendo por Buck Mulligan, amigo acompañante de Bloom. Es difícil.

En el capítulo titulado El Hades, sí se entiende la relación con Homero. Leopoldo Bloom y sus amigos salen de la torre, van al cementerio a acompañar el sepelio de un conocido. El cementerio ocasiona en Bloom un monólogo largo sobre la muerte, sobre los cuerpos en descomposición. Crea imágenes de cuerpos inanes, como zombies, igual como ocurre en el Hades visitado por Ulises. Bloom insiste en el beneficio de la sangre y materia viva para la tierra. Los productos de una tierra así abonada son de mejor calidad. El lector puede extrapolar la escena en la que se entra al Hades. Ulises cava un hoyo de medio brazo, vierte en el harina y miel y luego la sangre de un buey sacrificado in situ. Este rito mágico permite al héroe entrar al Hades y hablar con los cuerpos de los hombres muertos.

El monólogo largo de Bloom en el Hades, me entusiasmó por continuar la lectura, porque luego de liberados de la difícil lectura, nos lleva con la prensa periódica y los procesos conexos: las noticias, los periodistas, los voceadores, las jerarquías de mando, etc. Pero es una relación que hago, como lector, y la hace Joyce cuando titula las notas de apoyo con nombre de los cantos de la Odisea. Lo mismo se puede decir del capítulo llamado Lestrigones: los hombres sobrehumanos no aparecen en Dublín; pero Joyce los ve, porque debió hacer el ejercicio de escribir sus vivencias de un día de vida al mismo tiempo que leía la Odisea.

En el Ulises Irlandés, Joyce emplea una forma de escribir y hacer literatura, imbuido por las vanguardias del tránsito entre el siglo XIX y el XX. Deja el clasicismo, lo que equivale en literatura a romper con el romanticismo y el naturalismo. Joyce experimenta y produce una literatura extrema que exige al lector acercarse y construir sentido. El ejercicio literario está en la destrucción de todo cuanto se acerca al remolino Caribdis, una opción crítica sobre la existencia humana; condenar el mundo a fenecer por la envidia, la codicia, la incultura y la ciega dominación. O hacer literatura, sacrificarle a Escila unos elementos para satisfacer los monstruosos tentáculos; sacrificar la belleza de la escritura, la lógica impuesta, el diálogo mesurado y dosificado, o lo evidente y predecible que cuida la atención del lector corriente. La obra de arte literaria es un tejer o destejer el alma del autor y el lector.

Ahora las letras se sacan de un recorrer-observar la ciudad maloliente en verano. Tiendas edificios, puentes, tranvías atestados con gentes de varios países de Europa y en especial, clérigos jesuitas propios y extraños que imparten bendiciones y escudriñan los cuerpos para deducir la conducta por la apariencia, medida con los ideales del hombre blanco dublinense cristiano. La ciudad y sus gentes aparecen a los ojos de Bloom abiertas, atentas, a las tres de la tarde, como una roca viva de movimientos lentos, pesados pero firmes. La ciudad tiene espacios agradables, otros sucios; Bloom se siente agradado en los lugares en los que se come, canta y baila. La roca viva de la ciudad, tiene una magia seductora y posesiva, como lo es las voces femeninas, cuando cantan canciones populares que mueven los sentimientos de comensales, atados por apreciaciones de la vida política, la religión y expresiones culturales para ser contempladas. Voces de oro, de bronce, acompañadas por las cuerdas percutidas de un piano recién equilibrado. Sonidos que llegan a los oídos de seres atados a sus sillas por la belleza de las cosas humanas.

Otros espacios de Dublín tienen nexos con el pasado próximo o lejano. El próximo es la Edad Media, el lejano es la persistencia celta. Esa parte de la ciudad que visita Bloom a las 5 pm acompañado de un mercader prestamista, tiene las calles estrechas con su debida forma de libro abierto para hacer correr todas las aguas por su centro. El personaje visitado tiene estructura ciclópea y carga una vestimenta llena de aderezos, objetos símbolos que lo atan al pasado celta y lo hacen expresión de la resistencia nacional irlandesa contra la dominación inglesa. Llama a defender, dice Bloom, lo de “Nosotros Mismos”, Sinn Féin, la nación irlandesa.

En el mar, las horas de luz se prolongan, por el verano. Bloom pasa por la playa de la bahía sur de Dublín, de regreso a su casa. Ve tres mujeres jóvenes tomando el aire fresco de la tarde. Son hermosas. Las corteja un extranjero y ellas lo aceptan por eso. En sus cabezas nacen pensamientos de comparación entre la vida difícil de Irlanda y la vida posible al lado de un extranjero rico; porque ese hombre que las corteja tiene la apariencia de tener riqueza. En las tres hay una Nausicaa, de alguna isla del Ponto dispuesta a yacer con el extranjero príncipe. El mar, la arena, la tarde, evoca en ellas y en el narrador, Bloom, el flirteo tímido de la adolescencia, la mirada escudriña bajo las faldas y el descuido de ellas deja ver la tela suave de sus bragas.

El sol ha caído. El tránsito del día a la noche, llama a ver la tierra-espacio del día de Bloom, como una isla bañada por el Ponto Euxino. Una isla en la que yacen dispuestas, maduras y voluptuosas, las mujeres del poder, mujeres de dios, con los deseos aplazados o frustrados. Esas mujeres de dios, administradas por el jesuitismo, son parecidas a las vacas del sol, homéricas y prohibidas. Quien quiera unirse a ellas, mujeres irlandesas, debe cumplir con el rito y ser bendecido por los códigos sociales. Si no se hace así, viene la condena a la destrucción de la reputación y será expulsado del centro de la sociedad hacia las márgenes. Las mujeres irlandesas vistas como pobladoras destinadas a la progenie, paren hijos robustos para dios, la guerra y el capital.

La noche dice del fin del día. La palabra dice de los hombres y las mujeres acompañantes de ese día de verano del periodista Bloom. El final del día se acerca y los cuerpos presentan un estado parecido a la posesión del hechizo. El jesuita profesor, el filósofo, el tabernero, las mujeres, perciben la voz de Dublín que habla de sus seres, de lo que tienen, de lo que les falta. Es la palabra del vecino, del padre, de la madre, de la hermana, del enemigo-amigo, que dice estar presos de la magia de la ciudad populosa, de carne, hierro y piedra. El hechizo ubica los personajes acompañantes de Benjamín en un barrio con prostíbulos y una complicada red de raíles. Es un lugar de la ciudad, sucio y laberíntico, propio para la transgresión. Ahí se representa una escena teatral. Los acontecimientos representados se desprenden de la seducción sufrida por Bloom, puesta ante sus ojos por una proxeneta. Le ofrece una virgen de trece años y luego del acceso carnal, es delatado y conducido a un tribunal. A ese espacio institucional llegan las mujeres que han sufrido el asedio del periodista disoluto. Los personajes entran y sales de la escena con cortas intervenciones. La representación es una ficción dirigida a resumir los acontecimientos de ese día de verano de la vida del señor Bloom: hombre casado, bebedor, puto, que entierra a un amigo y recorre incansable la ciudad, en estado de hechizo.

La ciudad ha sido explorada, no con las intensiones del descubridor, sino con la costumbre rutinaria del habitante anclado al territorio. La aventura ha terminado, la aventura acostumbrada; pero esta vez se ha intensificado por ser un día de verano, un día con más luz y más largo. Se ha arribado a casa después de trece horas de trajín por las calles Dublinesas. Benjamín regresa a casa con su mejor amigo, filósofo y literatofilio, ambos sienten un amor de padre a hijo. Benjamín Bloom se cree el padre. No encuentra llaves y decidido, escala los muros y le franquea la entrada al amigo desde dentro. Han trasegado la ciudad océano y ahora irrumpen en la isla casa-hogar. El padre enciende el fuego y entra en un soliloquio propiciado por preguntas y respuestas sobre su vida y su mujer.

La mujer está en la cama, no espera a su pareja, a Ben Bloom, sabe que ese día él no buscará el lecho marital. Ella también entra en un soliloquio. Las palabras mentales le discurren sin pausa y con un sentimiento de mujer poseída y poseedora. En su pensamiento le dice a Ben de su derecho a tomar los hombres que le gusten así como él toma las mujeres que quiere. Repasa los momentos iniciales del matrimonio llenos se sexo potente, tanto por su raja-orificio, como por el pene grande y rígido de Ben que quería meterlo todo el día. Bloom llegó de la ciudad océano, cual Odiseo y encontró en su isla casa-hogar a una Molly-Penélope satisfecha por otros pretendientes. La vida de concertista se lo facilitaba.