domingo, 16 de agosto de 2020

Retablo. Película en quechua

 La biblioteca visitada, cada vez, nos permitió elegir del estante un libro no buscado que atrajo la atención por algún motivo o por el título, en la mayoría de los casos. Así apareció en la plataforma streaming, Retablo, un nombre relacionado con el arte medieval eclesiástico y con las habilidades artesanales. Pero bajo ese nombre contraído encontramos una película de esforzada realización para mostrar y recrear la realidad hispanoamericana del Perú.

 El cineasta peruano Álvaro Delgado Aparicio crea en el año 2017 la película Retablo, premiada en Berlín. Es un film etnológico hablado en quechua que va más allá de las ubicaciones esquemáticas de la crítica; esta lo toma como una película importante porque asume contenidos de la población LGTBI. Pero la película muestra más. El ser hablada en quechua, rebela la intensión de indicar la persistencia o sobre vivencia del mundo incaico.

 Además del lenguaje inca, la película tiene unos planos secuencia ilustrantes del uso del espacio y la arquitectura basada en la mampostería de piedra, que sin tener los perfectos acoples incas, muestra la pervivencia de su estética. Pero además de ese contexto material, está el mundo mental testimoniado por el predominio de la cultura cristiana y los remanentes quechuas, profusamente puestos en las danzas y duelos festivos que salen a manera de surtidor de un retablo escenificado con dimensiones reales.

 Está la homofobia y el patriarcado predominantes en disposición de continuar exterminando el mundo inca. En la aldea donde vive el artista de los retablos está la pervivencia del mundo prehispánico; pero en el mercado y pueblo o ciudad cercana se habla castellano y la iglesia cristiana nuclea los comportamientos. En este contexto Álvaro Delgado pone al retablista a encarnar dos sustratos culturales prehispánicos: la homosexualidad socialmente constitutiva y el arte alegórico, que replica el mundo real en modelos transportables, para la veneración o invocación de poderes sobrenaturales.

 La cerámica incaica y preincaica certifica la sexualidad relacionada con el goce y no con la prohibición. Este tema también es traído a nuestro tiempo por la novela Tríptico de la infamia de Pablo Montoya documentada en los indígenas norteamericanos en el tiempo de la conquista. Otro tanto se reafirma con la cultura antigua precristiana, donde el goce fue practicado para agraciar a los dioses, en fiestas periódicas.

 Noé el retablista expresa ese sentimiento arcaico, que irrumpe en la película de manera inesperada y cambia el rumbo en el espectador. Se pasa de una muestra etnofolclórica a una tragedia cuando la sociedad y la familia cercana le descubren a Noé los gustos sexuales. El film no dice como Noé ha adquirido el gusto y queda a disposición del espectador construir la explicación o llenar ese vacío. Por eso estas notas. La explicación puede ser esta. Noé encarna una percepción prehispánica y precristiana, en la que la cultura se ejercía desde otras lógicas, otras relaciones del ser humano con la naturaleza, distintas a la moralidad cristiana. Esas otras lógicas sancionadas por el cristianismo como satanismo están ejemplarizadas en el antiguo Egipto: Orhemeg, general restaurador del culto al dios Amón es obligado por los sacerdotes a triturar corazones humanos aún vivos como rito de desagravio. En el mismo sentido la película de Mel Gibson Apocalypto, muestra los sacrificios humanos mayas y los ritos crueles populares.

Cuando Noé va a la iglesia, habla con el cura en castellano y los retablos que allí lleva tienen alegorías de santos y escenas familiares formales. Pero Noé tiene otros, ocultos, en los que modela escenas de eróticos rituales crueles, de clara filiación incaica – preincaica, un mundo que señala lo otro, distinto al determinismo occidental y a la creencia en los fines a cumplir por el ser humano.

 La existencia de esas otras estéticas, de esas otras lógicas, son las que permiten afirmar e imaginar la vida del ser humano no regida por los fines a cumplir. La concepción de esa finitud remite al creacionismo y al creador; remite a la obra como criatura que debe vivir cumpliendo el libreto escrito en el libro universal del que se dice “no tiene borrones o enmendaduras”. El ser humano no es un programa, de ahí que el goce de su propio cuerpo lo reprime el poder y no la naturaleza. El goce es parte de la cultura y la cultura es el alejamiento de la naturaleza. El poder y la cultura van de la mano.

 La lectura de los cronistas de indias rebela la satanización de las culturas americanas prehispánicas y la glorificación de la cultura cristiana occidental como superior. Este ejercicio de supremacía es el que se puede observar en Retablo de Álvaro delgado, con el agravante de ser ejercida la cultura cristiana occidental por los mismos descendientes del inca, por la sociedad mestiza. Noé es agredido y llevado al suicidio por sus gustos sexuales a pesar de ejercer un oficio querido por todos, ser el hacedor de retablos.

 La película no es una defensa de la población LGTBI, a pesar de haber sido premiada por ello. Es el registro de un comportamiento cultural que lleva en su interior atavismos y ancestros, tragedias y admiraciones. La mujer y los vecinos de Noé son lo atávico y el hijo adolescente la admiración, la comprensión y la continuidad del arte de los retablos.

 Imagen. Fotograma de la película Retablo