viernes, 16 de julio de 2021

El poder está en la bolsa

La democracia que circula hoy en el mundo, tiene todas las connotaciones de ser una forma tras la que se esconde el poder. Esa forma se llama Estado, gobierno o régimen. La condena a la pobreza de amplias masas de seres humanos, al lado de inmensas riquezas en manos de pocos individuos es una observación contundente de la existencia del poder por fuera del Estado, forma que se puede desechar o neutralizar o reducir. El poder moderno se sigue comportando como lo ha hecho en la historia humana. Se ejerce para garantizar su permanencia y reproducción. Así lo hacen las monarquías constitucionales o las democracias liberales que no dudan en recurrir a las peores prácticas ilegales.

Steven Knight, guionista de la serie de televisión británica Peaky Blinders, nacido en Birmingham en 1959, produjo su historia con la oralidad que le transmitieron sus mayores y la gente local. Ubica las acciones de una banda pandillera de inmigrantes gitanos en 1919. Pone la banda a ser dirigida por una familia cuyos dos miembros principales fueron sobre vivientes de las trincheras de la primera gran guerra. Como soldados veteranos del ejército real disfrutan de ciertas tolerancias ante las autoridades, lo que les permite apoderarse de la ciudad de Birmingham con el mejor estilo de las mafias norteamericanas de la época: controlan todo, corrompen la policía y la ponen a su servicio a cambio de un sueldo.

El guión y la serie son una ficción; pero como toda ficción hunde su inspiración y raíces en la realidad social económicopolítica. Y la traigo a la memoria porque es una obra basada en el deleite del ejercicio del poder, sin importar la vida propia o la de los demás. Tiene esa idea de base. Deja en el espectador una desesperanza larga; porque el poder monárquico extiende innumerables tentáculos para mantenerse, incluido el darle misiones a la banda pandillera para eliminar hombres o mujeres que obstaculizan los intereses del rey.

Puede decirse que esto ocurre en las monarquías en las que las decisiones son unipersonales y no deliberantes. En este caso de la obra de Steven Knight, Wiston Churchill recibe la orden del monarca de limpiar la ciudad de Birmingham de republicanos irlandeses, de comunistas y bandidos. Y Churchill le ordena a la policía ejecutarla. Órdenes que terminan en la muerte de seres humanos y que por la línea intelectual que la inspira, es el rey el asesino. Hay muchas referencias a los órganos de la monarquía constitucional. Se nombra el parlamento y las elecciones de las autoridades locales por medio del sufragio; hay acusaciones que llevan a militantes, bandidos y comunistas a los estrados judiciales; pero se hace evidente la formalidad de la democracia, porque quien más funciona es el poder perseguido, tolerado o triunfante.

La democracia y sus órganos, están ahí, funcionan. Le dan forma al Estado; pero el Estado no está por encima del poder. Esta forma social es un resultado de las relaciones sociales. Se ve el Estado en la regulación del nacimiento, la procreación, del matrimonio, la sexualidad y la muerte; en la aplicación de las leyes que lo forman, para permitir y castigar. Pero el poder está ahí medrando el Estado para que funcione a su gusto.

Hay innumerables ejemplos en los imperios que han logrado entrar en la historia: asiáticos, mediorientales y occidentales. Alejandro acabó con la democracia griega por corrompida y volvió a la monarquía y los romanos destruyeron la república en pos del imperio. Luego de Roma, su modelo persiste y rebela el poder que tutela al Estado.

El poder no es un ente atemporal, parecido a la historia de los dogmáticos, cuando dicen que la historia los absolverá o cunado repiten esa máxima incomprensible: “quien no conoce la historia está condenado a repetirla”. El poder es como el tiempo, está ahí y se le ve actuar. El tiempo se hace visible en la piel ajada de los humanos viejos, en la muerte de los organismos vivos. El poder rebela su existencia, su ser, en el asesinato de un presidente contemporáneo; en un magnicidio. Se le ve porque el presidente está rodeado y protegido por el poder que tiene: un aparato militar. Y quien lo asesina supera ese aparato y comete el crimen.

Puede pensarse que el poder lo tiene quien tiene riqueza, si y solo si, quien tiene dinero. Es una concepción restrictiva del poder, porque no es el dinero o la riqueza el dador, es el sistema simbólico humano que otorga el poder a los objetos. Esto explica la existencia del poder en las sociedades sin dinero, pero que depositan el poder en un tótem, en un brujo, en un chamán, en un sacerdote. Por eso el poder no es el Estado, es un imaginario enraizado en las profundidades de la memoria y permite a un individuo, a un grupo social, someterse o ejercer poder.

Esta reflexión se hace por lo expresado en el film de Steven Knight o en los acontecimientos planetarios contemporáneos ocasionados por la preservación del poder de los grandes creadores de máquinas de guerra y tecnologías para la dominación. Los norteamericanos están en permanente acecho de los países que domina en América y Europa. Los rusos lo hacen con Asia central y los chinos con Asia oriental.

El mundo contemporáneo tiene muy pocos ejemplos de poderes basado en sistemas simbólicos totémicos o chamánicos. El mundo nuestro enraizado desde hace milenios, basa su poder en los sistemas simbólicos que otorgan poder a la posesión objetos significativos de riqueza: el dinero, el oro, las máquinas, los dispositivos tecnológicos. Este poder está tras el Estado. El Estado es formal y sirve para enmascarar las intenciones e intereses de quienes luchan cotidianamente por mantener la riqueza y por aumentarla.

Michel Foucault lo dijo a su audiencia en los años setenta del siglo XX, y se puede entender así: el Estado no es una fuente de poder porque no es un universal como el individuo y la sociedad. El Estado permite y hace transacciones permanentes para y por las finanzas, impulsa y regula las inversiones, crea y se mete en los centros de decisión, crea “…formas y los tipos de control, las relaciones entre los poderes locales y la autoridad central”*

En la época moderna, el Estado muchas veces ha sido proclamado como insulso o estorboso. Es lo que hace el liberalismo decimonónico o el neoliberalismo que vivimos desde la segunda posguerra. Estos modos liberales de pensar y actuar tienen conciencia de que el poder está en la bolsa y el Estado es solo el efecto del régimen socioeconómico materializado en la gobernabilidad. Concluye Foucault, el Estado “…no es otra cosa más que el efecto móvil de un régimen de gubernamentalidad múltiple”**

*Foucault, Michel. “Fobia al Estado”. En La vida de los hombres infames. (1996). Buenos Aires Editorial Altamira 1996. Pág. 136

**Ídem. Pág. 137

Imagen: Quentin Massysm. El cambista y su mujer. 1514

jueves, 1 de julio de 2021

Elecciones presidenciales y conservadurismo excluyente colombiano

La embajada de Colombia ante los Estados Unidos, tiene un fondo ideológico antiliberal. Estuvo manifiesto en las posturas asumidas por Francisco Santos ante la campaña electoral por la que resultó elegido John Biden. Santos como embajador, expresó las convicciones y deseos del gobierno colombiano del partido Centro Democrático sobre el rumbo de los Estados Unidos. Tomaron abierto partido por el conservadurismo racista, supremacista, de Donald Trump y direccionaron el voto de los hispanos por la reelección.

El gobierno colombiano y su embajada acusaron a los programas de gobierno de John Biden y su Partido Demócrata, de socialistas, castrochavistas o comunistas. Ahora que el gobierno del demócrata Biden ha mostrado su catadura imperial, al continuar las guerras en el oriente europeo, la política antidrogas tradicional y el intervencionismo en los asunto internos de todos los países, bajo la máscara de defensa de la democracia, se ve con claridad que las acusaciones de los embajadores colombianos tenían una alta dosis de mentira, para inducir el voto. Y valga decir que tal inducción parte del supuesto de concebir a ese electorado como compuesto por seres humanos inmersos en la minoría de edad política, moldeables por la propaganda oficial: expresión del maquiavelismo político de Santos y el partido de gobierno colombiano.

La embajada colombiana sigue ahí en sus convicciones. El embajador entrante Juan Carlos Pinzón antes de ser funcionario público, es decir antes de posesionarse, intervino en la política colombiana y se dedicó a tratar de convencer a la audiencia de Caracol Radio de ver en Gustavo Petro, aspirante a la presidencia de la república, un convencido socialista, castrochavista o comunista. Y lo dijo sobre un candidato colombiano porque no lo podía decir sobre el gobierno demócrata de John Biden ante el cual iría.

El embajador saliente Francisco Santos, relevado de su cargo por dar la cara colombiana ante el apoyo a Donald Trump, hizo lo mismo ante los micrófonos de Caracol Radio. Atacó a Gustavo Petro y repitió la manida expresión de salvar a Colombia impidiendo la llegada al poder de socialistas, castrochavistas o comunistas; así como pretendieron salvar a los Estados Unidos induciendo el voto por Trump.

La posición de los embajadores colombianos, tipifica el fondo ideológico del gobierno del partido Centro Democrático. Están actuando igual como lo hicieron ante las pasadas elecciones norteamericanas. Están induciendo el voto de los colombianos contra ciertos partidos, afirmando con mendacidad que quieren venezolanizar a Colombia. Dijo Francisco Santos con tono de voz satisfecha: -lo que está pasando con el Paro Nacional es una muestra de lo que ocurrirá-.

El comportamiento de Biden y sus hechos de gobierno, revelan contundentemente la propaganda negra contra la actual oposición colombiana que pretende ser gobierno. El gobierno Biden es un gobierno liberal, garantista de los derechos humanos, el libre ejercicio y expresión de la opinión pública, la asistencia social y sensible ante los problemas medio ambientales. Aunque todo ello se de por la utilización de la democracia para gobernar el mundo con criterios imperiales.

Por un ejercicio transitivo, si se acusó a Biden de socialista, castrochavista y a la oposición colombiana de lo mismo, Biden y la oposición colombiana son liberales. Y esta afirmación se levanta sobre una grave sentencia: el socialismo hoy es imposible y aquellos que quieren ver su existencia no comprenden el mundo de hoy.

Lo que asombra son las prácticas políticas de los conservaduristas colombianos. Siguen tomando una posición contra la modernidad. Están reaccionando ante los principios liberales de la libre determinación de los individuos, libre expresión, la igualdad y la justicia. Y cabe preguntar por el momento y el motivo de abandono del liberalismo y lo peor, acusar al liberalismo de socialista. Se puede decir: o son conscientes de la mendacidad o perdieron la analítica de la realidad.

En los idearios políticos-filosóficos que se le escuchan a la oposición colombiana, están muchos de los del liberalismo radical colombiano del siglo diecinueve: libertad e igualdad de expresión, estado laico, control de precios, impuestos directos (quien más tiene, más paga); libertad de emprendimiento; individuos autónomos y libre pensadores, esto último traducido hoy en el respeto del otro y garantías a la diversidad sexual y cultural.

Sabemos de la acusación hecha por el nacionalismo de Núñez y Caro contra el liberalismo radical, lo llamaron “oscura noche”, así lo solemnizaron en el himno nacional y llevaron el país a una conservadurización de la vida social y política, destruyendo la poca modernización existente. Lo hicieron en el tránsito del siglo diecinueve al veinte y ensangrentaron el país por mil días. La guerra, la necesidad y las masas que descubrieron un papel protagónico en la política, recuperaron el liberalismo en 1936, y de nuevo la violencia fratricida aupada por los dueños del poder, borró el componente social de la modernización. Sólo quedó una economía empresarial, industrial y bancaria que ahondó la brecha entre ricos y pobres, brecha que nunca se pudo cerrar, a pesar de que Alfonso López Michelsen le dedicó un plan de desarrollo.

El pacto excluyente del Frente Nacional polarizó la política colombiana entre derecha e izquierda o entre capitalismo y socialismo. Un socialismo de ancestro marxista que proponía estatalizar toda la riqueza de la nación para luego destruir poco a poco el Estado y luego sin Estado proclamar la sociedad comunista. Esta utopía, no se realizó; su imposibilidad se entendió. Pero el espectro de una posible realización siguió girando el cabeza de los herederos del pacto excluyente del Frente Nacional. El conservadurismo identifica a quienes persisten en recuperar el ideario liberal o la modernidad social, con ese socialismo que hoy debe entenderse como una imposibilidad histórica.

Cuando se identifica como socialistas, castrochavistas a quienes proponen la vigencia absoluta de los derechos humanos; el respeto al derecho internacional, producto del diálogo entre las naciones; la democratización de la riqueza; la satisfacción generalizada de las condiciones de vida digna, es una acusación que funciona como una táctica maquiavélica de los adictos al poder de la riqueza, dispuestos a incendiar otra vez el país antes que permitir la vigencia de una democracia radical.

El conservadurismo excluyente visible en los embajadores colombianos en los Estados Unidos y que ronda en la cabeza del partido de gobierno, al no poderlo respaldar en Donald Trump, lo están desplegando aquí como táctica electoral con miras a preservar el poder en el próximo periodo presidencial a iniciarse en el año 2023. Es una táctica basada en la mentira y en el miedo de un amplio sector de la sociedad colombiana.

Imagen: Estudiante muerto. Alejandro Obregón. 1956