viernes, 28 de julio de 2017

Tejer el velo


Atada a la historia escrita, como signo de cientificidad y veracidad, es la condición de la cultura de la sociedad occidental. Los relatos creacionistas detenidos en el tiempo por la grafía, inauguran la reflexión sobre la humanidad, necesaria desde la metafísica. Las relaciones entre el ser humano y la divinidad creadora, obligan a una teología, desde la cual, de manera esforzada, se explican los contenidos de la cultura. La parte divina del ser humano, el alma o el espíritu, en relación con el cuerpo, dejan la huella que le da existencia a la historia.

Así de esta manera, desde la antigüedad griega, la pregunta por el ser, se responde desde la metafísica y la teología. Esta sentencia deja expuesto un método, al parecer inevitable para occidente. Se trata de rastrear en los relatos escritos de la creación, todos los contenidos. Por eso se convierte en documento veraz el Génesis y los demás libros de la Biblia; o cuando se quiere ir más lejos se remonta hasta los libros orientales entre los que se nombran los hindúes Ramayana y Mahabharata.
El método ha referido la política a la soberanía monárquica, la ética a la estoa, la educación al recuerdo del alma, el arte a la mimesis falsaria, el cuerpo a la imagen divina, la belleza a la desnudez del cuerpo redimido, la ignorancia al demonio, la vida a los dones y la muerte a la transmigración.
Se fuerza la actitud arqueológica de las ideas, desde los escritos religiosos. La desnudez de Agamben* presentada como descubrimiento humano, o falla, o es una reflexión cristiana o hebrea. Elaborar una indagación sobre la conciencia de la desnudez y radicarla en el inconsciente religioso, es parcializar la visión. Los contenidos de la cultura no parten del discurso del relato de la creación hebreo cristiano. Esta línea de pensamiento es muy freudiana y se relaciona directamente con la época de la invención de la escritura y del mundo monoteísta. La conciencia de la desnudez ya estaba cuando el dispositivo nemotécnico, llamado escritura, se inventa. Este invento reciente, solo tiene siete u ocho milenios y cuando se comienza a registrar los contenidos de la experiencia humana, la humanidad ya está acabada en sus posibilidades. Si se radica la conciencia de la desnudez, solo a partir de los últimos siete milenios, quiere decir que echamos por la borda de la barca de la vida humana los últimos cuarenta mil años de experiencia sapiens.
 
Si, la teología judeocristiana marca la cultura de los dos últimos milenios, y los contenidos se pueden rastrear y explicar desde ahí, porque está el documento escrito, se ahorra el esfuerzo paleontológico, que parece una aventura. La modernidad crea la ciencia con la postura inicial de que el conocimiento se practica para entender la obra de la creación divina. Hay en el mundo cristiano una disposición espiritual que dio pie a la ciencia moderna, no por un proyecto a largo plazo, sino por las mismas contradicciones de su teología. La Comparación del cuerpo redimido con la materialidad fáctica de los existentes, posibilitó la descripción exhaustiva de la realidad y ésta es lo que se nombra con el término de ciencia.
Un ejemplo del ejercicio arqueológico de las ideas, atado a la teología de los últimos siete milenios, es el referido a la belleza. Ella está atada a la desnudez. El cuerpo creado desnudo, solo entra en conciencia de su estado, en el momento de la traición de la voluntad del creador. Esta conciencia se relaciona de facto con el vestido. Vestido y desnudez entran en una relación teológica y dialéctica. La desnudez inicial no se percibe, por estar inmersa en la gracia y glorificación paradisíaca. La misma que debe entenderse como la metafísica de las imágenes; estas por estar en la mente, gozan de la inmaterialidad. Los objetos y la experiencia cuando salen de la materialidad y se convierten en ideas hacen parte de la verdad como atributo divino y por tanto son bellas, por anular en gracia y gloria, sus opuestos, la fealdad y el pecado, elementos de la traición hecha al creador por los humanos originarios.
La desnudez inicial tiene el velo de la gloria y la gracia inmaterial de la inconsciencia. El vestido es el velo que pasa de la gracia inmaterial a la materialidad del tejido, el mismo que se hace bello porque ha sido posible por la imagen y la idea, traídos a la conciencia. El vestido está presente en todos los cuerpos, para ocultar la belleza del desnudo y su asociación con la libido de la sexualidad. La belleza está velada y es un secreto. La metafísica refiere la belleza, más allá del velo y el cuerpo que se oculta, a lo sublime, como creación, como obra de arte.
En este orden de la actitud metódica de occidente, de referirlo todo al relato escrito de la creación, y hacer desde ahí arqueología de los contenidos de la cultura, lo bello en la obra de arte, se entiende no ser la forma sensible de su presentación; es la idea velada por la materia, es esa desnudez sublime sin su opuesto deleznable, cuyo goce es gloria y gracia, infundios del creador.
Pero la cultura moderna ha explorado otras vías de acceso para ubicar sus contenidos, en el tiempo sin escritura. Por fuera de la escritura se puede hacer ejercicio de otra arqueología teniendo en cuenta los milenios anteriores. El ser humano ya estaba acabado en sus posibilidades cundo construyó la religión congelada por la escritura y obligó al recurso metafísico para explicarse. Los objetos de la cultura material, hablan y refieren los contenidos mentales de los seres que los crearon y reprodujeron.

La belleza de la obra de arte, fue una creación del mundo de la escritura. Antes se tienen registros de obras humanas valoradas por su función en el todo de la cultura. Hoy un “bisturí” de pedernal cuaternario nos parece bello; pero a su creador le parecía un objeto sin el cual estaría perdido. Ese objeto lo ataba al grupo y a la sociedad y allí el goce y la gloria (como belleza) fueron el pensamiento exhaustivo de cómo preservar la humanidad y protegerla contra la disfunción. Todos los objetos de la cultura, imagen, materia y difusión, le han dado sentido al ser.

*Otras notas sobre el texto Desnudez de Giorgio Agamben
Imagen: Los amantes. Óleo de René Magritte 1928
 

sábado, 15 de julio de 2017

La voz sin sonido


En esta mañana de julio observo en los cuerpos, el sol situado al extremo norte. Pero no es el sol quien se sitúa, es el planeta tierra que en su movimiento de traslación se inclina y hace que la luz haga la sombra de los objetos cuerpos con sus espaldas al sol del norte. Esta observación entra en la subjetividad, en esa voz sin sonido que los seres humanos se la adjudican al eco de la voz de un creador. Pero la subjetividad no se queda ahí, construye un relato sobre la creación con base en los actos creativos de la práctica cotidiana de los humanos. El relato o discurso de la creación es la respuesta a la pregunta por la existencia y al mismo tiempo un acto de expiación. La existencia está inmersa en la lucha por la vida, contra la naturaleza a quien se le arranca los recursos, y contra los otros seres vivos, humanos o no, con quienes se expresan sentimientos de amor, odio, criminales, envidia o dominación. Estos sentimientos mesclados en la subjetividad, en la condición de criatura, se perciben como la culpa del ser, la misma que debe ser expiada dentro del mismo relato de de la creación. Tener que matar para sobrevivir y asegurar la existencia, crea ante el ser creador un sentimiento de culpa, el mismo que obliga al relato. Ambos, la expiación y el relato, están en relación causa efecto; ambos se generan, uno por el otro.

El relato en su doble contenido, no cesa. Iniciado como religión, se transmuta en ciencia. La observación de la inclinación de la tierra en su periplo solar ha sido medida y deja la convicción de un afuera hecho para ser conocido. El acto de conocimiento no logra desprender el sentimiento de criatura y la subjetividad se sofistifica porque ahonda la voz sin sonido hasta la angustia de la existencia.

El relato llega a convertirse en historia, borra el creador y deja solo al humano como generador. El humano ocupa el lugar del creador y la expiación se trueca en la promesa de un futuro sin odios ni crímenes. El humano como creador produce con la subjetividad de su cuerpo, mundos conceptuales llamados teorías, dirigidas a explicarse a sí mismo y explicar el afuera, para salvar el obstáculo misterioso de la existencia.

En el discurso de la historia, pleno de mundos conceptuales, uno de ellos generado por la imaginación de lo arcaico, habla de cuerpos vivos que adquirieron la condición sapiens o la capacidad nemotécnica del lenguaje. En sus primeras expresiones, la voz sin sonido de la nemotecnia, se escuchó como la voz de dios creador salvador; pero en la contemporaneidad, se escucha como la subjetividad capaz de cambiar las condiciones de existencia. La angustia misteriosa del ser, se palea por la capacidad de modificar el mundo. El humano de hoy no necesita la historia, ni mundos conceptuales. Vive sumido en su cuerpo diseminado por el espacio de la tierra. Siente la inclinación del planeta ante el sol, como su piel ante el goce del tacto, como la lengua satisfecha ante el sabor agradable. Se vive un presente sin pasado, atado al futuro, porque la voz sin sonido está adherida a los objetos que se multiplican sin cesar. Las máquinas, cuerpos externos con inteligencia artificial, pueblan el afuera profusamente con objetos que impiden la relación con el pasado como discurso de la historia.

Observar los cuerpos con la sombra proyectada hacia el sur, en esta mañana de julio, incita a ubicarlos en el tiempo humano. Por este, digo de la subjetividad, esa voz sin sonido, ser un acumulado de prácticas y experiencias, una nemotecnia con estructura, expresada en el relato. Hay un relato primigenio producido y respondiente a la vida cobijada por los túmulos. El manto del cielo se traslada al techo del oikos, cobijo, y permite al lenguaje hacer la genealogía de las replicas de los humanos habitantes del cielo con la respectiva jerarquía. Hay un relato antiguo de los héroes conquistadores que comparten la divinidad con los dioses y trafican dones entre el cielo y la tierra para preservar la humanidad. Hay un relato de la edad media monoteísta, creado por profecías apocalípticas, que hizo de la culpa un castigo por el que se justificaba la dominación y la promesa de la redención con la muerte. El relato moderno se zafa de la religión, se sustenta en la ciencia; con esta enarbolada, cual mejor bandera, declara la libertad general, la justicia económica y política y promete redimir la humanidad con la idea de progreso indefinido hacia mejor. Hay un relato contemporáneo descreído, pesimista, con la racionalidad moderna. La subjetividad ha optado por fugarse hacia el esteticismo y la voz sin sonido busca en el futuro un espacio por conquistar para perpetuar la humanidad.

Los cuerpos funcionan a pesar de la distancia del ideal de belleza impuesto por el esteticismo. Esa distancia habla de la deformidad de las formas. Los cuerpos como autómatas son dirigidos por la subjetividad plena de relatos que logra hacer aceptar el cuerpo y su sombra. Ella está anclada en lo fortuito de la no pertenencia al diseño sino al azar sin finalidad. La estructura básica del relato: creación y redención, hoy se trueca en un discurrir que testimonia la vida; el “confieso que he vivido” es suficiente. La voz sin sonido de la subjetividad, hace que la imaginación tome la humanidad como la animalidad ubicada y metida en el tiempo y por el lenguaje pasó del cielo a la tierra y de esta a la indefinición.

La perennidad de la estructura de esa voz sin sonido, es sospechosa de reduccionismo. La dialéctica entre relato y redención o historia y promesa de la igualdad con justicia, ocurrieron y pasaron. Antes se escribía para mostrar soluciones, con actitud moralizante. Hoy se escribe por mostrar lo que le ocurre a los humanos en la vida humana.

Estas notas las ha producido la lectura del texto Desnudez de Giorgio Agamben, en un interés que tengo por todo lo relacionado por el pensamiento del cuerpo.
Imagen: “Diego yo”. Óleo de Frida Kalo 1949

domingo, 9 de julio de 2017

Cualquiera publica un libro. Sobre El hombre sin atributos de Musil



Alemania ha sido contaminada por Francisco José. El alma alemana germanocristiana, está en peligro de perder su memoria. El imperio Austrohúngaro posibilitó la reivindicación del paneslavismo que amenaza el ser alemán y trata de disolverlo con actitudes de la sofística de la igualdad. La Acción Paralela se organizó para darle altura cultural al imperio Kakania de Francisco José; estudia filosofía o sicología para sustentar la fusión de pensamientos de todos los pelambres y el culto a la burguesía aristocratizaste rica y sabia. El alma alemana en peligro debe luchar contra la cultura burguesa promiscua.

La narrativa de Musil, se enriquece por la necesidad de mostrar lo que hay y se tiene fundamentado en ese atributo llamado alma. Es una palabra recursiva en boca de los personajes, porque se expresan siempre queriendo mostrar las ideas que se profesan y las aspiraciones por nuevos contenidos. Para la siguiente reunión de la Acción, todos los adeptos quieren mostrar atributos intelectuales. El espacio de la biblioteca aparece como el lugar de habitación del alma o del espíritu y los personajes la visitan, convencidos que saldrán de allí como Arnheim el personaje burgués, rico, culto, escritor, diestro con la palabra; quieren ser como él y por eso atenúan sus cuestionamientos por ser judío. Se presentan los espacios: la biblioteca, la plaza que la cobija, el tráfico, la casa de la Acción.

La presentación de la casa de Diotima es la presentación de la sede de la Acción Paralela. Un viejo palacio austríaco con dos recamaras para la servidumbre. Un pasadizo secreto que comunica la habitación principal con los otros espacios, es signo de control del palacio y sus gentes. El lugar se encuentra copado por todos los afines a la Acción. Son personajes conspicuos. El general Strumm no quiere quedar fuera del debate y va a la biblioteca de Viena y se encuentra con un mar de información y rehúsa adoptar un método de información como el bibliotecario lo tiene y se lo enseña.

Arnheim, el rico y poderoso judío banquero, industrial, comerciante, asiste a la Acción para que lo admiren y no porque encuentre allí alimento para su espíritu y cultura. Sabe que allí solo hay nacionalistas autoritarios, de la poderosa nobleza austriaca. Ulrich, primo de la dueña de casa, secretario de la Acción, es un hombre informado y avisado sobre todos los integrantes de la Acción.

Diotima, esposa del aristócrata Tuzzi, dueño del palacio y cortesano del emperador Francisco José, trata de situarse en la cultura de su tiempo. Se pregunta especialmente por el yo y su papel en la cultura. Lo relaciona con la afirmación del general Strumm: el orden conduce a la muerte. Él ha sido educado siempre en el orden (dar y cumplir órdenes); pero sabe que su educación militar ordenada es para la muerte. El yo ha sido moldeado por la educación y a pesar de los intentos de enriquecer el alma con nuevos contenidos, el yo se impone y decanta los fundamentos de la familia y el orden. La voz interior de Diotima está escindida; para esa disyunción nada mejor que explicarla desde la teoría del yo en boga. El yo de Diotima escindido entre los deseos por el rico y sabio judío y el alma ordenada alemana de respeto por el matrimonio, le palpitan como el corazón.

Ulrich es confrontado por unos personajes que han matizado la novela y tienen una actuación dirigida a enfrentar la Acción. El matiz está en volcar todo el discurso hacía el nacionalismo germano cristiano. Estos personajes que actúan fuera de la Acción son jóvenes menores de veinticinco años, anticapitalistas, críticos del desorden social y de la inteligencia, porque esta desborda la religión. Estos jóvenes no son queridos por sus padres por el extremismo con que miran la vida. Esa idea de hacer primar sobre todos los demás la cultura germanocristiana, asustaba y se consideraba una desviación en la vida vienesa en la que cohabitaban distintas calidades de seres humanos.

Estos personajes confluyen en el tiempo austríaco de la primera década del siglo veinte. Cada personaje expresa un punto de vista preciso para confluir en la Acción o en los idearios opuestos a la Acción.

Los personajes están ubicados en el reino de Kakania. Este es un poder supranacional, critico de Alemania. La Acción tiene presente esta situación y algunos de los partícipes se lamentan de la no existencia de un pangermanismo, así como se le ha dado vida a un paneslavismo. Todo por la cultura anárquica de estos tiempos: cualquiera publica un libro. Falta unidad de pensamiento y obra. Por eso la idea de un redentor, se posa sobre la Acción. Es necesario restaurar el orden a sabiendas que el orden y el derrame de sangre van juntos.

La misión de la Acción es hacer un balance del espíritu humano. De lo hallado. La alta cultura está en Viena, centro del imperio, y es un deber de la Acción proclamar ante el mundo el derecho de Kakania a universalizar su ente civilizador. Ya la Acción en sus asambleas ha hecho público su cometido al hablar y escribir sobre el refinado espíritu paneslavo y su serenísima majestad.

Pero los idearios opuestos de los jóvenes menores de veinticinco años, antiburgueses, críticos del desorden y de la inteligencia anticristiana, logran concitar el sentimiento por un pangermanismo y hacen que los vieneses y los austríacos se manifiesten contra la Acción. El viejo Palacio aristocrático es sitiado por los manifestantes, obligan al personaje secretario y su jefe a producir una proclama que contenga el reconocimiento y lucha por el alma alemana.

No es difícil hacer la proclama. La Acción no es uniforme en sus aspiraciones. Tiene más un carácter deliberativo sobre la humanidad y la cultura. Los partícipes son aristócratas admiradores del poder económico burgués y burgueses aristocratizantes. Aceptan que el sentimiento nacional, que el alma nacional, sea híbrida y de cabida a judíos, musulmanes, ateos, burgueses y nobles. Por eso van a la biblioteca; leen la filosofía Nietzscheana, el sicoanálisis, a los socialistas, a los físicos relativistas y las ciencias sociales. El reconocimiento expreso de la existencia del alma calmó a los nacionalistas etnocentristas y le permitió a la Acción seguir su curso. Pero ellos siguieron soñando con el salvador del universalismo alemán.

Imagen: Sócrates y Diotima con un discípulo de Fraz Caucig 1820