miércoles, 21 de noviembre de 2018

La deuda de la historia


Nada más intimidatorio, con un efecto paralizador, como acatar los pronunciamientos perentorios de los cultores dogmatizados de una ciencia humana o social, pertrechados en lo que indica el concepto de la especificidad. Esto pertenece o no a la ciencia, esto es un préstamo que ilegitima lo que se haga, dicen. Hay una serie de sentencias llamadas a recluir al cultivador de la disciplina en el mundo cerrado y por tanto fracasado de la identidad. Para evitar este comportamiento de feudo, puede hacerse un ejercicio de situar el presente de la historia en el mundo del pensamiento.

Pensarse es muy humano. Sólo lo hacen los humanos. Pensarse arrastra a los otros tras ese ejercicio. No se puede pensar sobre sí sin pensar a los demás. La pregunta por sí mismo es una pregunta por todos. Por eso, ese añejo pensamiento desemboca en la acuñación de la palabra sociología, tarea asumida cuando se quiso hacer del discurso sobre la sociedad un émulo de la ciencia física. Se produjo la ciencia de la sociedad o sociología, destinada por Comte a ser la religión científica de la humanidad. La acuñación de la palabra y el concepto que involucra, creó un culto del progreso sustentado en una lógica diacrónica. Esta actitud del pensamiento y la cultura entra a ser identificada en su relación con la historia como historicismo.

La época del historicismo es la convicción de estar en un mundo que deviene en un progreso permanente de todos los contenidos humanos “hacia mejor” como lo escribió Kant o en perfección permanente del espíritu humano que se hace más racional cada vez como lo concibió Hegel.

Estas nociones se traen acá para relacionar la historia con la sociología. Si la sociología buscó la cientificidad en las ciencias duras como la física y la biología, la historia la buscó en las ciencias sociales o humanas. Ambas búsquedas ocurrieron en tiempos distintos. La sociología lo hizo en el siglo XIX y la historia en el siglo XX temprano.

En la sociología además de la física social de Comte, se cuenta el organicismo de Spencer y luego por la influencia del marxismo, la búsqueda del hecho social como unidad básica de la cientificidad de Durkheim. El marxismo al exponer el materialismo científico es quien inicia la tradición de dotar a la historia de un basamento científico, proceso que puede entenderse como un primer acercamiento de la historia a la sociología: ese es el materialismo histórico. La historia sale del historicismo por seguir el desarrollo de las ciencias sociales en ese temprano siglo XX. Uno de los primeros acuerdos revolucionarios fue el tumbar las pretensiones occidentales de ser la cultura superior ante la cual debían postrarse los demás pueblos del mundo. Abre estas novísimas ciencias la pluralidad de las culturas y el reconocimiento de las diversas formas empleadas por el ser humano para acercarse a la naturaleza en los planos económicos e intelectuales.

El análisis a nivel del individuo o del colectivo, lleva a las ciencias sociales a construir un enfoque sicológico, extremado en la exposición freudiana del sicoanálisis, para el sujeto; y el nivel colectivo se inscribió en el desarrollo de un estructuralismo que atrapó el pensamiento de la sociedad en una matematización insospechada antes. La sicología y el sicoanálisis posibilitaron la creación de la historia de las mentalidades dirigida a rastrear los imaginarios, los idearios, el pensamiento que han potenciado los grandes y pequeños acontecimientos motores de los cambios.

Y la antropología estructural dio posibilidad a una historia socioeconómica de larga duración por considerar la economía como una estructura que permanece y sobrevive a las épocas. Cupo la historia de las estructuras en el ámbito de sociología marxista, levantada sobre la economía como el determinante en última instancia de los actos y los pensamientos humanos.

En la primera parte del siglo XX la historia con pretensiones científicas bebe de las ciencias sociales y se acuña el nombre de Nueva Historia para caracterizar una historia que ata los contenidos mentales de la humanidad a las prácticas socioeconómicas en una relación dialéctica entre cultura y naturaleza. Ambos mundos se motivan y se generan. En el devenir histórico de los pueblos se puede sustentar, por la observación radicada en los archivos, la motivación de los cambios y las transformaciones en las revoluciones conceptuales o de pensamiento. A su vez se sustentó el cambio y la revolución en las adquisiciones técnicas dependientes de las transformaciones del trabajo, o en rigor, en las condiciones económicas. Por eso los cultivadores de la Nueva Historia, en Europa y los Estados Unidos (Bloch, Fevbre, Le Goff, Duby, Braudel, Huizinga, Elton, Ariés, Anderson, Hobsbawn, entre otros) produjeron obras de manera profusa de historiografía, cuyos títulos señalan los temas inscritos tanto en la mentalidad como la economía: las revoluciones científicas, la arqueología de las ciencias, los reyes taumaturgos, la formación de la clase obrera, la niñez y la vida familiar, la religión y revolución, la sociabilidad, la sociedad cortesana, la destinación del protestantismo, el problema de la incredulidad, los intelectuales del medioevo, lo maravilloso y lo cotidiano, el nacimiento del purgatorio, la enfermedad cultural, el mundo mediterráneo, la economía moral, el puritanismo y la revolución, la monarquía absoluta, la fuerza del consentimiento, entre tantos otros..

El presente de la historiografía, está marcado por la adopción en las ciencias sociales del estudio del lenguaje y en consecuencia de la comunicación, estudio cultivado por la denominada comunicología posada sobre el texto escrito o sobre la oralidad como texto. Las humanidades o las sociales, en la segunda parte del siglo XX buscan la cientificidad en la construcción de textos de alta reflexión y desarrollan una cientificidad basada en la pertinencia, la coherencia, la comprensión, en la hermeneusis de la experiencia, en la sincronía o sobreposisción de procesos y sistemas. El producto de este giro se expresó en una historización radical de las ciencias sociales como parte del fenómeno de la complejidad del saber sobre la humanidad. Ninguna de las disciplinas puede hablar o escribir desde la especificidad porque las fronteras se han disuelto y esta condición no es falta de método, sino la apertura a la multiplicidad metódica.

El préstamo, el intercambio, el tráfico de conceptos entre las ciencias humanas y sociales, le ha dado a la historia unos horizontes para la época contemporánea. Se ha renovado el sentido del concepto Historia Social porque recoge la riqueza de las producciones del siglo XX y no puede renegar de los aportes de “posmodernidad” que nuclea el volcamiento del análisis social sobre el lenguaje o la textualidad oral o escrita.

Por eso hoy se hace historia en los ámbitos de los estudios de género, la condición social de la mujer, lo medioambiental, el ecosistema, las historias particulares o la historia local, la vida cotidiana, historia del presente e historias de vida o historia de lo vivido por cualquier sujeto. Historias todas con el mismo rango de pertinencia de la historia política, historia económica, historia de las ideas, historia del arte o historia de las religiones.

Texto en deuda con “Tendencias hitoriográficas actuales. Escribir historia hoy” de Elena Hernández Sandoica. 2003

Imagen: tai-huizitaku (pintor y escribano) mixteca de Alfonso Ortiz y Juárez 2009