domingo, 5 de febrero de 2017

Literatura del exilio o El jardín de al lado de Donoso

Allende inaugura Principio y fin. Mural de Julio Escámez 1972.

La voz. Le interesa la voz. Siempre la busca. Le inquieta cuando escribe y muchas veces paraliza la historia traída a cuento, porque la voz no es la apropiada para el tenor del argumento. Se debe volver a empezar. Esta es la experiencia de Julio en El jardín de al lado de Donoso. A Julio le han devuelto una novela de la editorial y le recomiendan reescribirla. Julio supone que la agente de la casa editorial, reflexionó de esa manera cuando leyó su novela; pero luego, se dice: esa mujer no lee ni escribe, solo aplica lo dicho y recomendado por sus asesores, lectores de oficio pagado. Ella no sabe nada de la voz narradora, ni de los temas del mundo actual. La voz… eso lo pongo yo, hombre exiliado, obligado a escribir desde una ciudad española.

Dice Julio que esa editora y sus asesores, tienen un pensamiento esquemático sobre la literatura actual. Les gusta publicar a novelistas de impacto publicitario como a García Márquez y Vargas Llosa. No entienden las narrativas distintas, las experiencias estéticas diferentes. En El jardín de al lado se ve esa diferencia. El hombre exiliado, con su familia, salido de su país por causas políticas, narra su vida desarraigada con una prosa que discurre por asociación de ideas, pero que no se pierde y logra darle al lector un espacio, un tiempo y unos personajes característicos.

La voz de Julio se hace imperativa en su yo exiliado. Es más fuerte la primera persona que el vosotros o el nosotros. Se hace una especie de superyó que habla con nostalgia enfermiza del tiempo – espacio de la tierra en la que creció y aún tiene su entraña. La vida en España, tierra de exilio, le lleva a la suya, propia, en Chile.

Un amigo, pintor prestigioso, rico, también exiliado, le prestó por el verano, su casa-palacete, ubicada en el centro de Madrid. Tiene una arquitectura clásica con columnas y capiteles. Esa experiencia, le profundiza la voz de su yo exiliado, porque ficciona ver en el jardín de al lado, de la casa vecina, a su padre viejo en la casa paterna, de Chile abandonado, por la sentencia de muerte impuesta por la dictadura de Pinochet a todos los simpatizantes y participantes del gobierno de la Unidad Popular.

La voz del exilio se siente como un imperativo inconsciente que recorre la vida libre de su niñez: vagar por el jardín de la casa o jugar con el padre. La vida de juventud: los amigos, los estudios, las farras, las novias, las militancias. El adulto, liberal permisivo, congresista, carnal de “un civilizado aunque tal vez injusto liberalismo que por lo menos era ilustrado”.

Esa voz caracteriza la literatura por el tema y el tono y así como existe la literatura y el mal por Cumbres borrascosas, dicho por George Bataille, existe la literatura y el exilio. El dolor por extrañamiento, sale, se cuela en las piedras y paredes de una casa aristocrática madrileña en la que ha devenido Julio con su esposa. El dolor es doble: está en el rechazo de su novela enorme que le hace pensar en el escritor fracasado. Se ha metido en eso y ha dejado las actividades en las que era realmente bueno ensañar sobre la literatura de los otros, o sus excelentes traducciones. Quiere quemar esas quinientas páginas, rechazadas porque no pueden “convocar un universo poético regido por sus propias leyes refulgentes como, pese al insoportable oropel de falsedades comerciales, logran hacerlo, a veces, García Márquez, Carlos Fuentes, Marcelo Chiriboga o Cortázar”. Julio se duele por haber fracasado como escritor.

Pero hay otro dolor en esa literatura del exilio, sentido por la inevitable asociación de lo que ve y come con la experiencia de vida en su país. El jardín de al lado lo transporta a su historia local. La comida le hace remembrar el desabasto perpetrado por el imperialismo y que la gente asoció con el caos y la anarquía producida por la izquierda de Allende y del MIR. Julio se duele de la vida que le tocó. Salir de Chile, huir porque Pinochet mató la república y declaró inexistentes los derechos individuales y colectivos. Su madre le dijo: -vete de aquí porque es imposible vivir en un país sin congreso, sin parlamento. Yo no lo hago porque ya no tengo fuerzas-. La literatura del exilio le permiten desentrañar la cusa del exilio y concluir que es un exiliado político, exiliado por sus ideas políticas, por la aceptación como liberal del libre juego democrático y de un gobierno de izquierda en Chile.

En los exiliados, Julio detecta los matices políticos que se practicaron bajo la Unidad Popular: anarco-terroristas prestos para los bombazos, marxistas puros, guerreristas comunistas, liberales, cristianos, socialistas. Ahora se topa con ellos en las reuniones de la comunidad exiliada. Comunidad que desborda la procedencia chilena y se amplía a toda América hispana. Expulsados de sus patrias por dictaduras montadas y sostenidas por Washington. Julio cae en cuenta que a los exiliados corresponde una dictadura respectiva: chilena, guatemalteca, nicaragüense, argentina, uruguaya. La época de dictaduras, negación de la democracia y ataque y destrucción de los partidos proletarios.

Esos son los contenidos que la agente editorial le pide. Su larga novela debe ser reescrita para que sea un ejercicio de literatura testimonio como lo han hecho los del Boom y por lo cual son famosos y un éxito editorial.

Julio prefiere dedicarlo todo a la estética, a hacer de la literatura una experiencia artística antes que una denuncia política, tal como se lo pide la comunidad de exiliados: El arte y la literatura deben estar sintonizados con la época de dictaduras y cumplir el papel que le ha sido dado por la política partidista, denunciar la muerte de la democracia, la persecución y negación del derecho de los pueblos a elegir su propio destino, el derecho a la autodeterminación. Julio se niega y observa la exigencia de la comunidad de exiliados como un espécimen extraño sostenido dentro del régimen franquista en España, otra dictadura, y para la cual los exiliados son unos “rojos culiaos”, así lo escriben en las paredes de Madrid.

Estar en esa condición, hace que los idearios cambien, se reconsideren y que la estabilidad mental sufra. Hay mutuas acusaciones. La esposa de Julio entra en crisis luego de tomar una cantidad de tranquilizantes con alcohol. Ambos se hacen psicoanalizar y tratar por un siquiatra de la comunidad de exiliados. La esposa descarga sus culpas sobre Julio y lo acusa de ser el origen de todas sus desgracias, en especial haber salido de Chile huyendo y dejar su prometedora carrera universitaria.

Se reconsidera el universo mental intelectual y le llegan las acusaciones de haberse vuelto revisionista y deductivamente, por tanto, ha devenido en agente de la CIA. El arte y la literatura si no denuncian la dictadura son una práctica burguesa para ocultar la realidad. Los idearios que le dieron cohesión a la Unidad Popular, se deben mantener; el marxismo se debe mantener en la pureza de sus clásicos. Si se habla contra ellos se está revisando sus contenidos y se cae en los brazos del imperialismo.

Julio reescribe la novela. La idea de hacer algo distinto a lo del Boom y alejarse de la denuncia potencia una resultante, la agente editorial lo dice: Julio las editoriales la han rechazado, dicen que haz parodiado “Conversaciones en la catedral” y que haz emulado en muchas partes a “Rayuela”. La voz del narrador se quiebra, desaparece y da paso a la voz de su mujer, quien después de la crisis del exiliado, le demuestra a su esposo como se escribe una novela. La hace, se la presenta a la agente editorial y de inmediato es acogida, editada y publicada.

El jardín de al lado termina con esa sorpresa. El lector es sorprendido, por creer en el talento de Julio. Ese final le da salida a la angustia enfermiza, pero legítima, de los personajes.