viernes, 27 de julio de 2018

En Colombia no hay rumbos que recuperar


Los rumbos de Colombia han sido fugaces. Son plurales, muchos y frustrados. Cuando se han instaurado, inmersos en un orden político, pasan, se deshacen o se recluyen. Esos rumbos no se retoman, porque en una república en formación prima lo nuevo inexorablemente atado a los intereses de los grupos dominantes. No hay nada fijo e inamovible, la dinámica de la formación obliga a acomodar el Estado, la sociedad y la economía a los nuevos métodos de la acumulación de riqueza.

Hagamos un periplo por la historia republicana de Colombia, para señalar esos rumbos trazados a la sociedad. Al final de la centuria del dieciocho la corona española remató tierras en el virreinato de la Nueva Granada, con el objeto de sanear el fisco del reino y sostener la guerra con Inglaterra. La tierra cayó en manos de los criollos hijos o descendientes de los encomenderos. Estas gentes, vivientes en medio de mestizos y africanos esclavos y a las que les cabe el concepto de elite, se vieron bajo un nuevo estatuto de propietarios, y muy pronto, el poder y ordenamiento monárquico, les estorbó. Por eso, a la manera de una esponja absorbente, sus mentes se permearon de las ideas ilustradas llegadas a América por el correo de Brujas o expandidas por los jesuitas, quienes estaban en franca lucha con la monarquía española y fueron víctimas de persecución y expropiación de sus inmensas riquezas.

Ahí nació el primer rumbo trazado por las elites a la sociedad neogranadina, futura sociedad colombiana. Ese primer rumbo se posó sobre el modelo norteamericano madurado en 1783, o el modelo británico de la monarquía constitucional. Ambos modelos fueron socorridos desde los primeros periódicos y las primeras tertulias que se armaron en torno de esos impresos. La rica elite criolla dubitativa, aprovechó la apertura cultural de la casa monárquica de los borbones, en ese tiempo en el poder; apertura que permitió a muchos criollos ocupar puestos administrativos y realizar un estudio más o menos intenso del territorio y sus producciones. El provecho estuvo en poder vislumbrar un horizonte de independencia político-económica. Pero no fueron capaces de alzarse en armas y destruir el orden monárquico.

Debió ocurrir la invasión napoleónica a España en 1808, que llevó la república a la península ibérica y dejó a los virreinatos americanos hispanoparlantes sin gobierno. Ahí si entraron las elites criollas a formar juntas de gobierno y proclamar la independencia. Nace un nuevo rumbo: el rumbo republicano decidido a partir de 1810, pero con golpes de ciego, porque nadie pensó en la unidad y cada elite provinciana imaginó un orden particular. Los cundinamarqueses pensaron e hicieron un orden monárquico-constitucionalista; Mariquita, Antioquia, el Socorro y Tunja, se decidieron por la república. Esas elites regionales pensaron en unas Provincias Unidas, pero por la disimilitud de imaginarios y la persistencia de una mentalidad colonial de miedo a la libertad, esa época dubitativa se ganó el nombre de “Patria boba”. La reconquista española de los virreinatos hispanoparlantes que se atrevieron a declararse independientes, mientras la monarquía sufría el embate francés, encontró a lo más preciado de la elite criolla, en sus casas, en una clara actitud de desprecio por el poder militar monárquico. Pero una vez más la corona española mostró su clase tiránica y sin consideración exterminó la primera generación de criollos independentistas. España no necesita sabios dijo el general reconquistador y debemos entender, menos necesita de la república.

Las elites criollas se vieron obligadas a tomar el rumbo de la guerra prolongada, luego de la reconquista y de la restauración borbónica en España. La sociedad neogranadina de 1815 a 1824 tuvo como referente guía, tanto a nivel práctico como ideológico, la imagen de una república en construcción, con base en nuevas instituciones como el ejército, la escuela, la iglesia republicana y la administración pública. A este nuevo orden institucional independiente, corresponden la escuela lancasteriana de Santander, la creación del Estado Grancolombiano en el acto Constitucional de Cúcuta, el mantenimiento del Patronato Eclesiástico y la organización de la hacienda pública. El rumbo de la sociedad neogranadina o grancolombiana se cifró en la libertad individual y la apuesta por crear una ciudadanía inmersa en los principios del liberalismo democrático republicano. El Estado y la guerra fueron financiados con impuestos directos a la riqueza –quien más tiene más paga-, la libertad de cultos abrió las puertas a los cristianos no católicos y la educación adoptó el utilitarismo como doctrina jurídica.

El rumbo, instaurado en Cúcuta de 1821, se trueca en frustración o desilusión. Bolívar el gestor se muere de tristeza. Su obra estallada deja sobre el territorio cinco pedazos, en los cuales hace carrera una lucha violenta por el poder, entre miembros de las elites criollas, ahora convertidos en veteranos de la guerra de independencia y llamados “Los supremos”. Cada pedazo se organiza en república independiente y el nuestro, retorna al nombre primigenio de Nueva Granada y emprende un nuevo rumbo hacia un Estado liberal que disuelve la herencia colonial. La guerra de “Los supremos” deja como producto sociopolítico los partidos políticos, quienes acuerdan una doctrina liberal o conservadora; pero ambos construyen un imaginario a partir del orden republicano democrático. Para dejar atrás la colonia, atacan todo lo que obstaculice la propiedad privada individual y el libre mercado, quisieron disolver los resguardos indígenas porque impedían la libre circulación de la mano de obra; los estancos reguladores del precio de muchos productos estancados y despojan a la iglesia de la tierra amortizada. Esa libertad económica realizada entre 1840 y 1870 cubre más o menos la mitad del siglo diecinueve y hace que sus mentores de la elite criolla, convertidos para entonces en clase capitalista, creyeron vivir en un “Olimpo Radical”, pleno de libertades: libertad de movilidad entre los estados, libertad de guerra y porte de armas; libertad de pensamiento, religión, educación y expresión.

Otro cambio de rumbo ocurrió al final de la centuria del diecinueve. El imaginario de los republicanos conservadores, adherido al cristianismo católico, se sintió violentado por las libertades radicales. Consideraron que el país, el Estado y la sociedad colombiana estaban inmersos en una “Horrible noche”, en la que la autoridad había sido disuelta por la fragmentación del territorio en estados soberanos. El nuevo rumbo debía establecer la unidad del territorio bajo una sola autoridad política. Los capitales de la clase poseedora adquiridos con la libertad de comercio, necesitaban invertirse y crear establecimientos industriales, nueva condición exigente de una sociedad apropiada, con un poder centralizado y un sujeto colombiano moldeado por el control férreo monacal, por la disciplina del trabajo continuo y por una escuela cristiana que enseñase las aptitudes y actitudes básicas para la fábrica y la industria. El nuevo rumbo, terminó con el patronato eclesiástico y en su lugar creó o pactó un concordato que separó la iglesia y el Estado; pero, aún así, el concordato le dio al clero católico el derecho de tutela sobre la educación y la moral pública.

La sociedad colombiana se conservadurizó y los remisos fueron amansados con una guerra de mil días. Liberales y conservadores aceptaron el rumbo instaurado en 1886; pero la lucha por el control del Estado y la mano de obra, entre los herederos de la elite criolla convertidos en clase burguesa capitalista, metió la sociedad colombiana en una violencia sórdida, en una guerra civil no declarada, de 1936 a 1953. Se declaró que había una “Revolución en marcha” y era necesario hacer una profilaxis social que borrara los elementos disfuncionales.

Al final de la violencia partidista viene otro cambio de rumbo. El poder político económico se constituye en exclusividad para liberales y conservadores en una alternancia milimétrica durante dieciséis años. De 1958 a 1974 se excluyó de los poderes locales, regionales y nacionales todo tipo de proyecto que no fuese liberal conservador y católico. Por eso cuando se habla de recuperar el rumbo de la sociedad colombiana no se entiende bien cual rumbo.

Imagen: Fernando Botero. Familia presidencial 1957

viernes, 13 de julio de 2018

Virtuosos en plaza pública, conspiretas en su obrar

La utilización de la crueldad para obtener el poder del Estado, se transforma en la modernidad. En esta época se llama a utilizar la virtud, entendida como la capacidad de liderazgo para convencer al elector de estar ante un ser humano líder, justo, libertario y respetuoso de la vida. La crueldad se trueca en virtud. La modernidad trajo otras transformaciones revolucionarias. Hizo del sujeto un individuo que dejó atrás el sujeto colectivizado y comunitarista. Se introyectó el control social, contra el control basado en la fuerza y la violencia del cuerpo.

La virtud política del gobernante y el gobernado, entró a ser la base del orden social, de la justicia y la libertad. El volcamiento de la cultura sobre el individuo responsable de su conducta, y el cambio del castigo del cuerpo del infractor por la privación de los derechos o el castigo subjetivo, son el contenido de la proclama de los fundamentos del poder del Estado moderno. Pero la proclama está en su lugar, en la plaza pública, en la opinión pública, en las aulas de la escuela. La virtud se hace pública; pero el ejercicio del poder del Estado sigue los viejos códigos y métodos declarados por Maquiavelo en el alba de la modernidad y rastreados en toda la historia de la humanidad disponible en 1570. Dice este pionero de la ciencia política que el poder del Estado pareciera tener una lógica propia e independiente de la virtud. Cuando el poder se hereda o se delega se convierte en fugaz; pero cuando se conquista y se destruye un pueblo para darle el orden del conquistador, el poder del Estado resultante permanece. Es como construir sobre la tierra arrasada, un orden nuevo absolutamente controlado. Se dice en El Príncipe: No se puede, pues, atribuir a la fortuna o a la virtud lo que se consiguió sin la ayuda de una ni de la otra.

A esta forma teórica se le está dando vigencia en Colombia. Se está arrasando con la república liberal, para refundar el autoritarismo patriótico de las primeras décadas del siglo XIX. Se busca un orden social de base monetaria, en el que los ciudadanos, profundamente individualizados, se enfrenten cotidianamente, en una lucha sórdida por sobreaguar en un mar de desigualdad y violencia. La supremacía del individuo egoísta deshistorizado, está llevando a sorber con ansiedad el discurso inscrito en la virtud de plaza pública, de los políticos especializados.

Hemos escuchado y visto en este año electoral del 2018 a los políticos posar de líderes humanizados, justos, libertarios y respetuosos de la vida, con discursos que hurgaron en el sentimiento popular, el imaginario de la virtud política; dijeron lo que la gente quiere oír: rebaja de impuestos, aumento del salario, trabajo para todos, educación gratuita en todos los niveles y el logro definitivo de una paz longeva. La escena montada en parques, plazas, radio y televisión, fue el espectáculo de hombres y mujeres absortos en el ideal de un país cercano a la felicidad generalizada. Promesa repetida en el tiempo y repetidamente traicionada, porque el político especializado sabe de la memoria fugaz de los individuos egolatrizados, que periódicamente olvidan la traición. Una vez conquistado el poder del Estado, dan otro paso en hacer real la destrucción de las pocas conquistas del orden republicano liberal. Orden que llegó al mundo de los humanos para quitarle los cuerpos a los poderosos y evitar seguir siendo objeto de satisfacción de la insaciable sed de poder de los acumuladores de riqueza. La inviolabilidad del derecho a la vida, la libre movilidad, la liberad de palabra y obra, libertad de creencia y la autoridad personal sobre el propio cuerpo, son conquistas hoy amenazadas o cercenadas. A partir de esa tierra arrasada los virtuosos de plaza pública, quieren construir el orden de utilidad para el rendimiento capitalista. Este orden nuevo será indestructible y perenne, como lo observó Maquiavelo en las épocas pasadas estudiadas. Destruida la república liberal, ocupa su lugar un orden social en el que la inmensa mayoría de colombianos entra a engrosar el ejército de reserva de mano de obra, lumpenizado por efecto de ser individuos egolatrizados. Esta última es una imagen tomada del pensamiento de Marx, expuesto en el siglo XIX pero con plena vigencia.

En este ejército de reserva de mano de obra, el señor capital, que ha cooptado el poder del Estado, toma lo que quiere al precio que quiere. Y dentro de este ejército de reserva los seres humanos se hacen rapiña en lo poco que tienen “los hombres ofenden por miedo o por odio”.

Sabemos que la república liberal también fue destruida por el proyecto social marxista, ejemplos: Rusia 1917, China 1945, Cuba 1959, Chile 1970, entre otros. Destrucción programada y sustentada desde la filosofía, la política y la historia; pero no dio resultado el nuevo orden; cumplió medianamente con los hallazgos de Maquiavelo, de destruir un orden para crear desde la nada otro perenne. En su lugar quedaron unos órdenes en hibridación, en los que sufre la libertad socialmente concebida.

Una paradoja pues se presenta con la república liberal. Ella sacó el sujeto del orden feudal-medieval y lo convirtió en individuo libre y autónomo con el derecho a estar bajo un Estado protector y garante. En este periodo de modernidad cuatro veces centenaria, se presenta la insoportabilidad de esa república. La democracia base de su ideario y operatividad le es insostenible por el desarrollo de la autonomía de sus sujetos. La república liberal quiere recoger sus principios, olvidarlos y en su lugar construir la negación.

Este año electoral del 2018 de los colombianos, mostró una vez más, la vigencia de las observaciones de Maquiavelo. La virtud política es de pacotilla, de pantalla, es una proclama de plaza pública. La república liberal con separación de poderes empieza a morir para satisfacción de los dueños de la riqueza. Ahora se perfecciona más los métodos de ampliar la masa de reserva o ejército de reserva, la misma que se mata entre ella o se ofende por miedo o por odio.

Armando Villegas. Guerrero con aves. Óleo sobre lienzo 2012