miércoles, 3 de febrero de 2021

Peatonalización del centro histórico de Bello

La ciudad de Bello tiene un acontecimiento nuevo en su haber histórico. Se ha sacado de su centro el tránsito vehicular y se le ha dado garantía de movilidad al peatón. Es un acontecimiento sorprendente si se mira el devenir, en el que los intereses de particulares o la miopía de muchos dirigentes, han impedido poner la ciudad a tono con los desarrollos modernos del espacio urbano.

Años, décadas de espera para realizar una aspiración de muchos habitantes de la ciudad de Bello. Aspiración relacionada con el arribo de la ciudad a una situación socioespacial que la hace ser una urbe por la densidad humana; condición cumplida para adaptar el espacio urbano a las necesidades culturales contemporáneas. Hace treinta años [desde 1980] se pidió la peatonalización del centro urbano de Bello. La petición se aplazó indefinidamente por efecto de la influencia poderosa de empresas de transporte que utilizaba el parque Santander como estacionamiento.

Primeramente se celebró la transformación de la avenida Suárez en paseo peatonal; un tramo corto, pero inmensamente significativo. El transitar del monumento a Suárez al parque Santander, sin compartir el espacio con todo tipo de vehículos, creó en los ciudadanos un sentimiento nuevo: el gusto por los espacios de ocio con exclusividad.

El gusto por el ocio, no era nuevo, se presentó en la ciudad de Bello desde la creación de las empresas textiles y el ferrocarril. Fue un ocio que habitó en el encuentro social del bar o la cantina, en el cine o la caminada hacia los charcos de baño del campo. Ese ocio primigenio se enriqueció con la dedicación de esos espacios exclusivos para estar y contemplar.

El centro histórico de Bello ha llegado a la peatonalización “en cámara lenta”: primero la avenida, luego algunas calles como la 51 A y la 51 llamada calle de los bares o “Guayaquilito”. Disponer el centro de la ciudad para estar, es humanizarlo y potenciar su significado cultural. El parque Santander con sus dos templos, el palacio municipal, la avenida y el complejo de edificios alrededor de la plazoleta Andrés Bello, entraron a ser resaltados y ser objeto de verbalización en relatos sobre la identidad o el patrimonio cultural.

La reciente peatonalización de la carrera 49, hace evocar la historia de esta vía. Desde la creación de la Fábrica de Bello en la primera década del siglo XX, se convirtió en el primer carreteable de la ciudad. Por eso en la memoria del espacio de los bellanitas se le nombró “El carretero”. Es una vía que forma una media luna alrededor de la ciudad colonial; tiene poca pendiente y un tramo largo y plano del parque Santander hasta  el puente sobre la quebrada La García, unas cuadras antes de ganar la vieja fábrica de Bello.

Por el carretero entraba desde la estación Bello del ferrocarril carretas copadas de pacas de algodón prensado y bajaban las telas para ser distribuidas en el mercado de Medellín y otras partes de Colombia. Algunos relatos orales conocidos hablan de los carruajes tirados por corceles que transportaban a los dueños de la fábrica periódicamente por “El carretero”: en especial a Emilio Restrepo, contra quien las obreras hicieron una huelga de veintiún días en 1920. Huelga en la que descolló Betasabé Espinal, obrera que ocupa los anales de la memoria local.

Ese Carretero es el que hoy se nombra con una nomenclatura, un poco falta de connotación. Se le llama “La 49”; pero si tras ese número colgamos la historia de la vía, adquiere un significado inusitado y se convierte en símbolo de desarrollo urbano de Bello. Este mismo acercamiento se puede hacer con los demás bienes de interés cultural que han quedado resaltados con la peatonalización del centro histórico de Bello.

En 1936 se sacó la plaza de mercado de ese espacio ubicado entre las dos iglesias. Espacio dedicado desde 1780 a ser plaza, espacio de lo público, para la aplicación de justicia, para el escarmiento, para la fiesta, para la política o para la solemnidad religiosa; y por sobre todo espacio de intercambio económico: plaza de mercado. En el año 36 se sacó el mercado y se transformó la plaza en parque. Estos dos términos tienen una connotación opuesta. Como parque es un lugar para estar, para ejercer ocio, para pasear. Allá en la primera mitad del siglo XX se consideró suficiente su dimensión para los 15.000 habitantes de entonces. Por eso para los más de 600.000 habitantes de hoy es necesario ampliar la condición de espacio para el ocio al centro histórico. Se ve, se nota, salta a la vista el acierto. Estar ahí, en la 49, en la calle 50, en la carrera 50 o la avenida, se cae en cuenta de la necesidad de desahogo espacial de los habitantes.

Han aumentado los visitantes y se les ve tranquilos, sin afán, disfrutando de buen espacio para sus qué haceres. Hay otro ambiente y hay una muestra de que se está pensando la ciudad. Se está trayendo a la conciencia el hacinamiento insoportable producido por una alta densidad poblacional y muy poco espacio de movilidad. Hacer amable el espacio urbano es lo mínimo en vía de solucionar tanto problema social de Bello. Con la peatonalización del centro histórico de la ciudad, duele menos la violencia endémica, la amenaza pandémica, las necesidades insatisfechas de la mayoría de la población, los asentamientos subnormales, la indisciplina social por la que se apropia el espacio público, se contamina las fuentes de agua, se contamina el aire por el empecinamiento del transporte automotor individual, el mismo que se duele de la peatonalización y la ataca acusando a los ejecutores de ineptos.

Esta transformación del uso del espacio del centro de la ciudad, puede ser el comienzo de una pedagogía que posesione lo púbico sobre el interés individual. El comienzo de una era de administradores que satisfagan las necesidades educativas y socioeconómicas, única política que permite sacar de la cabeza de hombres y mujeres de este territorio, la convicción de las soluciones violentas y la administración de justicia por propia mano.

Fotos. Guillermo Aguirre