miércoles, 1 de febrero de 2023

El perseguidor de Julio Cortázar. Realidad abandonada

Julio Cortázar (1914 – 1984), se hace conocer en el mundo con la novela Rayuela, presentada en 1963. Había publicado en 1951 Bestiario su primer libro de cuentos. Ese año se radica definitivamente en la ciudad de París; dejó en Buenos Aires su carrera de maestro de escuela que le permitió conocer la Argentina profunda y descubrir su adicción a la literatura1. En las Armas secretas, publicado en 1959 se encuentra El perseguidor. Luego de una atenta lectura, se puede preguntar: ¿Quién habla? Y se responde: habla quien persigue a Johnny Carter para que refiera su experiencia con el jazz, su vida con el jazz; pero Johnny quiere hablar de sus vivencias con la música; de sus éxtasis y vuelos cuando toca el saxo. Quien habla es Bruno, un periodista que ha escrito y publicado un libro sobre jazz. En él, Johnny Carter está registrado como un músico que partió en dos la historia del jazz. Bruno lo persigue de manera sutil; más como un amigo que ayuda. Carter pierde o destruye repetidamente su saxo y Bruno se lo repone; quiere ver a Johnny en escena, en acción, para que no abandone su aptitud expresada con genialidad, aunque en el fondo lo concibe como “un pobre diablo de inteligencia apenas mediocre, dotado como tanto músico, tanto ajedrecista y tanto poeta del don de crear cosas estupendas sin tener la menor conciencia […] de las dimensiones de su obra.”2

Bruno busca en Johnny Carter información para teorizar sobre esa expresión musical nacida en el sur norteamericano, ahora (en 1952) con un desarrollo que muestra diversos periodos o géneros. Quiere reeditar su obra y corregir inexactitudes y aumentar sus apreciaciones como crítico musical. Pero su mejor fuente de información ha caído en la adicción a la marihuana. Hace música cuando está sobrio y cuando fuma se pierde en la ciudad y comienza a experimentar estados fantasiosos.

Bruno toma la actitud de medir a Carter con el racero de la razón, la sobriedad, lo que considera correcto. Se dice: “Me ha empezado a inquietar la cara de Johnny, su excitación. Cada vez resulta más difícil hacerlo hablar de jazz, de sus recuerdos, de sus planes, traerlo a la realidad…” Pero Johnny piensa al revés le dice a su entrevistador: “El compañero Bruno anota en su libreta todo lo que uno le dice, salvo las cosas importantes”, los vuelos de pájaro, las experiencias adquiridas en viajes extáticos3.

Y seguidamente, el mismo Bruno reflexiona y se pregunta sobre lo que le está pidiendo a Johnny. Sabe que su trabajo literario ha roto con la vida reglada por leyes que uniforman la experiencia y las conductas; se dice en un momento de autorreflexión “(A la realidad; apenas lo escribo me da asco. Johnny tiene razón, la realidad no puede ser esto, no es posible que ser crítico de jazz sea la realidad, porque entonces hay alguien que nos está tomando el pelo. Pero al mismo tiempo a Johnny no se le puede seguir así la corriente porque vamos a acabar todos locos.)”4 Carter vive unas veces con la inspiración de sus interpretaciones, y otras volando como pájaro con la propulsión del cannabis y Bruno le observa su forma de estar en el mundo y termina poniendo en vilo su ejercicio de escritura, su crítica jazzística.

Se puede decir que la técnica literaria de Bruno es la técnica de Cortázar: apunta su narrativa a las experiencias alternativas, a las excepciones a las reglas; “sospecha […] otro orden más secreto y menos comunicable, […] la realidad no [reside] en las leyes sino en las excepciones a esas leyes, han sido algunos de los principios orientadores de mi búsqueda personal de una literatura al margen de todo realismo ingenuo.”5

Se puede entender ese realismo ingenuo como la copia de la vida tal cual ocurre, descripción que anula la creatividad y la mirada estética del narrador; tal vez dejar el realismo ingenuo y adoptar un realismo mágico, experimentado por Carter en sus vuelos. O entender el realismo ingenuo como el fabricado por la sociedad moderna, llevado a un acuerdo para someter el pensamiento y las actitudes a un modus operandi obligado.

La vida de Johnny Carter, es vivida por fuera de la realidad; en la calle abandona sus acompañantes por sentarse a acariciar un gato y hablarle; busca los parques y los suburbios para entrar en un diálogo con sus abstracciones marihuaneras. Salía de ellos hablando incesante sobre urnas funerarias dispuestas en un orden que le permitían moverse entre ellas buscándose. Y llegaba a casa o al estudio de grabación con los bolsillos llenos de hojarasca para dar testimonio de tales urnas.

Quien Habla, quien narra, ha elegido la vida de Johnny Carter (se dice que se corresponde con Charles Parker) para biografiarla, porque es alguien que vive (para 1952) contra lo normal, contra lo real, lo correcto, contra el sentido común. En la mesa quiere llegar a la panidad del pan. En la música quiere llegar a lo etéreo, buscado en la permanente innovación, llevada esta hasta una exacerbación esquiza. Esa vida tiene una magia fantástica y su originalidad la hace única, excepcional. Dice Cortázar: “Lo verdaderamente fantástico no reside tanto en las estrechas circunstancias narradas como en su resonancia de pulsación, de latido sobrecogedor de un corazón ajeno al nuestro, de un orden que puede usarnos en cualquier momento para uno de sus mosaicos.”6

Johnny usa la gente de su derredor, usa sus amigos para pisar la tierra, asir su fisiología, y el poder vivir un tiempo sin principio ni fin; los tiempos de su arritmia musical elevada a la categoría de obra de arte. Le dice a Bruno: “el tiempo... yo te he dicho, me parece, que eso del tiempo... […], toda mi vida he buscado en mi música que esa puerta se abriera al fin. […] Miles tocó algo tan hermoso que casi me tira de la silla, y entonces me largué, cerré los ojos, volaba. […], te juro que volaba... Me oía como si desde un sitio lejanísimo, pero dentro de mí mismo, al lado de mí mismo, alguien estuviera de pie... No exactamente alguien... […] Y lo que había a mi lado era como yo mismo pero sin ocupar ningún sitio, sin estar […], y sobre todo sin tiempo, sin que después... sin que hubiera después... Por un rato no hubo más que siempre... Y yo no sabía que era mentira, que eso ocurría porque estaba perdido en la música, y que apenas acabara de tocar, […] en ese mismo instante me caería de cabeza en mí mismo...”7

Con esas intenciones literarias, de buscar personajes en ruptura con la realidad y como por fuera del tiempo, Carter presentaba todas las condiciones necesarias para ser una materia novelable. Cuando dice “Esto lo estoy tocando mañana”8, muestra una experiencia de vida en permanente éxtasis donde no hay antes o después; Johnny Carter es un permanente presente y por eso se bebe la vida a grandes y definitivos tragos.

Notas

1. Cita tomada de: Julio Cortázar. Selección y nota de Blanca Luz Pulido. Universidad Nacional Autónoma de México. Coordinación de difusión cultural. Dirección de literatura. México 2008

2. Cortázar, Julio. El perseguidor. En Las armas secretas. Ed. Espasa. España 1959. Pág. 159

3. Ídem. Pág. 131

4. Ídem. Pág. 131

5. Blanca Luz Pulido. Op. Cit.

6. Ídem. Blanca Luz Pulido.

7. Cortázar, Julio. Op. Cit. Pág. 131

8. Ídem. Pág. 102

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