jueves, 30 de junio de 2016

Música, pintura, escritura


 Pablo Picasso. Los tres músicos


Es un recurso común nombrar los mundos del arte con la palabra lenguajes. Es común escuchar de los cinéfilos hablar del lenguaje del cine; de otros, los cultores de las artes plásticas o visuales, decir el lenguaje de la pintura. Otros más dicen el lenguaje de los semáforos. Ante esta intensión de reducirlo todo a ese lugar común de la palabra lenguaje, es necesario ubicar esos mundos en su propio estatuto. A este problema, planteado desde mediados del siglo XIX, la lingüística del siglo XX aportó una respuesta que no agota las soluciones, pero si aclara la confusión.

Se trata de la construcción de una disciplina cuyo objeto de estudio es los sistemas de signos, llamada semiología; ubica las artes y el lenguaje como sistemas de signos entre otros, a saber: “la escritura, el alfabeto de los sordomudos, los ritos simbólicos, las formas de cortesía, las señales militares…”

La lengua es un sistema de signos, compuesto de signos básicos como son las palabras. Estas palabras signos, en el sistema o estructura de la lengua pueden funcionar como símbolos y otras veces como indicios, cuando acompañan el gesto de señalar (esa o este). Los signos funcionan en la estructura con significancia, término que obliga a darle identidad al sistema, en el que existen. La lengua es el sistema de signos que puede enunciar y definir todos los sistemas de signos, pero los demás sistemas no pueden ser como la lengua, porque perderían la identidad.

La música es un sistema de signos, claro, y distinto del lenguaje. El signo básico es el sonido, producido intencionalmente para el oído, en el ámbito de una significación que le da una identidad irreductible a otro sistema de signos. En la música hay un “estatuto musical” que clasifica los sonidos como notas irreductibles a los signos de la lengua. El estatuto musical organiza las notas en gamas, y en éstas, las mismas notas están en unidades que pueden ser discretas o discontinuas y que vibran en el tiempo. “las gamas comprenden las mismas notas a alturas diferentes, definidas por un número de vibraciones en progresión geométrica, mientras los intervalos siguen siendo los mismos”. En el sistema o la estructura de la música el sonido es el signo, sometido a reglas precisas; pero, el sonido debe ser considerado como nota para darle existencia al sistema musical semiótico. Los sonidos por fuera de estas consideraciones humanas no son música. La nota en la gama; la gama en un conjunto, especifica el tono y el tono indica la clave. He ahí ese mundo estético de los sonidos, distinto de la lengua y el lenguaje, que mueve a la risa, el llanto, el dolor o a la tragedia.

Las artes plásticas y visuales, pintura, dibujo, escultura, imágenes móviles como el cine, tienen su propia semiótica, distinta a la musical y a la del lenguaje. El signo aquí hay que tomarlo como unidades. En el caso de la pintura, el artista distribuye el color a gusto y crea una unidad, porque lo organiza, lo amalgama o lo disuelve: produce una significación. La materia plástica se ordena, se jerarquiza, se taxa. Así se produce el signo plástico, distinto al signo lingüístico.

La semiología de las artes plásticas es difícil de asir y por eso la opinión común decide hablar del lenguaje de la pintura, la escultura, el dibujo o del cine, antes que sumergirse en la complejidad del sistema. La unidad como signo, en las artes, se relaciona con la representación, la presencia o ausencia de la figura, rasgos atados al movimiento, el color, la presentación y al sujeto que expresa sus propias necesidades. El artista compone la obra con la fuerza de estos elementos y deja expuesta una estructura comunicable y susceptible de ser nombrada con la palabra, sin reducirla a la semiótica del habla. La obra de arte es un mundo creado por el artista con su propia significancia y taxonomía y del cual cada observador la lleva hasta el infinito de la interpretación. A la unidad, esa unidad como signo, en los años setenta del siglo XX se le puso el nombre de “percepto”. Si la semiología de la lengua tiene como unidad básica la palabra; la semiología de las plásticas tiene como base el percepto, unidad a la que puede reducirse el sentir del espectador ante la obra. El color incide el ojo y el ojo involucra el cuerpo y en esa relación se establece la comunicación.

Los ritos, son la práctica de los mitos. El rito materializa el mito y cuando este (el mito) se escribe, funda la literatura. De la literatura es posible decir que tiene su propio sistema semiótico. El signo base de su sistema y estructura, es el discurso, la semántica del discurso, convertida en símbolos. El análisis semiótico de la literatura es tan complejo como el de las artes. El individuo que la crea lleva su experiencia social convertida en signos-símbolos a un lector que goza, se transforma, o sufre y muere. El lector tiene una experiencia estética, como la tiene el espectador de las plásticas y visuales, y el escucha de las músicas. El discurso signo base del sistema se escribe con voz sin articulación, altitonante, triste, autoritaria, consensuada, optimista, derrotada; signa gestas y utopías, pasiones y críticas.

La semiología de la lengua se presenta como modelo para todas las demás, porque es ella como palabra la que las nombra. La semiología de la lengua es asible, clara. Su estructura o sistema con las palabras como signos, distintos y diferentes, da existencia a esos otros sistemas semióticos nombrados. La semiótica establece tres tipos de signos: iconos, indicios y símbolos. Estos funcionan para las artes, la lengua y la música; son extensibles a otros sistemas semióticos, tarea abierta para quien supere el reduccionismo de ponerle el nombre de lenguaje a todo.
Ref. Benveniste. Problemas de lingüística general

miércoles, 22 de junio de 2016

Las sociedades sin escritura son un asunto metafísico



Ritual mesoamericano, pintura Iker Larrauri Méjico 1998

Hace tiempo, ha obrado en mi imaginación alguna fascinación, representarme esa época de la humanidad en la que se decanta la escritura, o también se pude decir, época en la que aparece la escritura. He concebido ese suceso, en el tiempo de una humanidad que adopta la agricultura y crea una metafísica. En ese ámbito del pensamiento (la metafísica), la escritura se toma como la grafía de la lengua, de muchas maneras despreciable, porque lo fundamental es la voz, el verbo, la fonación.

Muchas veces he paleado la pregunta por la escritura alfabética, al establecer la diferencia de ella con otras escrituras no alfabéticas y reduciéndolo todo al ejercicio de la técnica. La escritura es la floración más refinada de la aptitud técnica de la vida; y en la vida humana, inicia su concreción con lo que se ha denominado pintura rupestre. Así, es atributo del homo sapiens, ese artificio de grabar en superficies los signos materiales de un pensamiento.

Queda expuesta la búsqueda de la génesis del pensamiento, de la conciencia, divorciados de la grafía por efecto de la dualidad voz (pensamiento) por un lado y por otro la escritura (artefacto técnico). Buscar la génesis del pensamiento es el ámbito de la metafísica, con vigencia desde la especulación del ser civilizado.

La escritura, aptitud registrada a partir de las sociedades agrícolas se ha explicado desde una pose logocéntrica, es decir, desde la metafísica, porque se cree que por el logos se adopta la grafía como una secuencia racional. Pero es posible llevar la aptitud grafica a una dimensión fundante de la existencia. El pensar el grama (grafía) como la diferencia, se encuentra que la existencia ocurre, en movimiento para afianzar el contrario diferente y cifrarlo o signarlo en términos de memoria, y así repetir y diferir. Repetición y diferencia, mediados por la huella y la memoria, materializan la existencia. La huella y la memoria, se pueden asir por el grama, huella en la memoria, materializada. De esa manera la escritura debe concebirse, más allá del simple artefacto que expresa el lenguaje o la lengua. La escritura como grama está en la vida y la perpetúa, en especial cuando la concebimos como programa.

Por eso solo podemos hablar de humanidad, cuando la arqueología nos brinda, producto de sus investigaciones, un fósil con útiles, correspondiente a un ser gramatical que talla su pensamiento en una superficie, en ejercicio de un gesto sonoro, gráfico y vivo. Según este pensar puedo afirmar: no existen grupos o sociedades humanas sin escritura. La amplia literatura antropológica, sociológica o etnológica dedicada a establecer la diferencia entre pueblos ágrafos y pueblos con escritura, se debe inscribir dentro una tradición metafísica, que reduce la escritura al logos. Según esta tradición la escritura es producto del logos y la razón. Y por esta vía el pensamiento no necesita del grama para ejercerse.

Las sociedades preagrícolas inscribían el socius en la piel, en útiles o en la huella del nombre. La estructura del parentesco es el grama que se materializa en la prohibición del incesto. El dominio de la naturaleza, para garantizar la supervivencia, es grama concretado en la clasificación de las cosas. La grafía alfabética es una entre tantas y más que ser un producto racional es la expresión de la diferencia inscrita en la existencia.

Esta actitud ante la escritura tiene el rigor de la evolución y de la historia. Desde ahí se señala la propuesta de Rousseau como logocéntrica cuando sustenta las sociedades primitivas como pacíficas sin conflicto. En esa sociedad del buen salvaje la piedad hacía respetar a los viejos y a los niños y a la naturaleza. El cuerpo humano de esas humanidades primigenias era puro, libre y bueno. Entra en decadencia cuando conoce la razón y su criatura la escritura; por ellas entra en civilización, se aleja de la naturaleza y se corrompe.

El pensamiento salvaje de Levi-Strauss se centra en el mismo logos, para sustentar su concepto de “ciencia de lo concreto”. La magia pre y paleolítica era eficaz porque esas sociedades tuvieron un una taxonomía hecha con el nombre como signo indicativo, basada en la simbología transmisible entre generaciones. Esa cultura fue una estética de la imitación, por la que se construía una réplica del fenómeno para dominarlo. Levi-Strauss toma a Rousseau y a Ferdinand de Sausure, para elaborar su propuesta de cómo entender las sociedades ágrafas y por tanto se adhiere a las conclusiones del lingüista en las que prima la fonología. La escritura es para Sausure violencia contra la lengua.

La ingenuidad primigenia y la ciencia concreta, fueron violentadas por la civilización. A esta conclusión llegan el ginebrino y el antropólogo; porque divorciaron la escritura de la lengua y terminaron por efecto de logocentrismio metafísico, no pensar la escritura con la misma fuerza y profundidad con la que pensaron el habla, el logos, la fonación. La vida es un programa autogenerado en la diferencia de lo propio de las cosas. Y en la humanidad el ser es la diferencia por el nombre propio. Grama y programa son la huella en evolución.

La escritura alfabética o jeroglífica es una ente muchas y desde hace seis mil años se le ha tomado fuera de la voz. En la modernidad se le ha restituido la integralidad en materia viva, fonación y materia gráfica. Escribir es experiencia propia y extraña, dada al lector para transformarlo a pesar de él. Es el mismo gesto fundacional ocurrido al momento de enseñar la confección de un útil. El aprendiz queda atrapado en el grama con voz y la materia del útil.

La lectura de Derrida de Christopher Johnson propiciaron estas palabras



sábado, 18 de junio de 2016

El ser bellanita



Feria del libro en la Avenida Suárez 2008

En 1575 el conquistador Gaspar de Rodas pidió a la corona española una merced de tierras en los Asientos Viejos de Aburrá para sustentar sus esclavos y dependientes establecidos en Santa Fe de Antioquia. La corona le otorgó desde los Asientos Viejos de Aburrá hasta lo que hoy se conoce como Barbosa. Rodas establece en estas tierras hatos de ganado: Hatillo, Hato Grande, Hato Viejo. Por ello se puede tomar el año de 1575 como año de origen del Hato Viejo hoy llamado Bello.

En términos rigurosos el poblado Hato Viejo no tuvo fundación, como muchos otros pueblos. No tiene un acta de fundación. El poblado se fue formando alrededor del Hato y a lado y lado del camino que conectaba el Poblado de San Lorenzo (hoy la Medellín) con Santa Fe de Antioquia, pasando por San Pedro de los Milagros y el Hato Viejo. Por ello para comienzos del siglo XX Marco Fidel Suárez describió el poblado como compuesto por dos calles. La calle Arriba (calle de los Ñoes) y calle abajo (calle de los Dones).

En el periodo colonial el poblador hatovejeño fue un ser producto de la mezcla de etnias. Predominó el pardo, mezcla de español e indígena. En este, en el pardo hatovejeño, se funde la cultura hispana y la indígena para formar un sincretismo cultural de alto contenido religioso. En 1630 entra la etnia africana a enriquecer el sincretismo cultural.

Los tres productos étnicos, zambos, mulatos, pardos, acompañados por minorías puras de negros, indígenas y españoles, encarnaron una cultura de corte comunitarista, centrada en la religión católica con remanentes africanos, indígenas y europeos. Lo comunitarista se expresó en una práctica social basada en lo consuetudinario, esto es, en el predominio de la tradición y por la cual, los actos individuales fueron regulados o castigados por el consenso social dirigido por los notables: sacerdotes, jueces y pudientes.

El ser hatovejeño colonial, tuvo una vida lenta, rural, con una dependencia absoluta a la monarquía. Daba testimonio de su estado y su comportamiento en los actos religiosos periódicos, donde los notables le inspeccionaban y decidían sobre su conducta.

Durante el primer siglo de independencia, es decir en los primeros cien años de vida republicana, los hatovejeños mezclaron la tradición comunitarista con los nuevos elementos culturales republicanos. Se separó el Estado y la Iglesia. Los sujetos entraron a ser juzgados por el Estado a través del aparato judicial. Se creó la escuela y se dotó el territorio de una sede administrativa. El territorio comenzó a nombrarse con términos civiles: cantón, partido o jurisdicción. Se creó el cementerio público y la obra pública.

El rito electoral, creó un enfrentamiento con el pasado. El ciudadano, sujeto de derecho, se enfrentó al sujeto dependiente de los notables. Esta contradicción se mantuvo y no se resolvió. La tradición campeó y el ser hatovejeño del siglo XIX se puede definir como un conservador republicano.

El territorio se mantuvo en el siglo XIX entre 1.000 y 3.000 habitantes. Entre ellos unas 50 familias con posesiones en el Hato y en la Villa de Medellín, componían el sector de los notables, con esclavos, dependientes, aparceros, agregados y peones. La ruralidad fue el sentimiento y esta potenció un campesinismo que vivió largamente en la mente y el ser de los pobladores.

Los notables hatovejeños, a finales del siglo XIX, en el año 1883, cambiaron el nombre de Hatoviejo por el de Bello. La argumentación es sumamente simbólica. Dijeron no querer vivir más bajo un nombre que identificaba más un grupo de reses que una sociedad. El nombre de Bello es tomado del gramático venezolano Andrés Bello. En el año 1882 Marco Fidel Suárez ganó un premio de la Academia Colombiana de la Lengua por un estudio sobre la obra de Bello. Por ello el grupo de notables adoptó ese nombre. Este acontecimiento entra a convertirse en un símbolo del ser bellanita.

El nombre de un gramático dado al territorio, un hombre que sale de lo local y adquiere importancia nacional al ocupar la presidencia de la república, son dos elementos que concitaron la imaginación de los pobladores y generaron relatos orales o escritos, sobre Marco Fidel Suárez y el culto de las letras. El origen de este héroe local, por fuera de los códigos sociales, permitió construir alrededor de su persona un mito que puede decantarse en una norma de conducta, adoptada por la escuela local, y que reza: todo pobre puede llegar a los más altos puestos de la república. O la pobreza no impide el progreso. O el esfuerzo tenaz produce frutos y éxitos sociales.

El republicanismo conservador, de base campesinista, y el respeto por la gramática y el hablar grave y altisonante, son la expresión de una parte del ser bellanita. A este sustrato mental, que también involucra una gestualidad corporal, se adiciona otros acontecimientos. Son estos la instalación a comienzos del siglo XX de la industria textil y los talleres centrales del ferrocarril de Antioquia.

La temprana industria textil, trajo consigo, el fenómeno social de construcción de una nueva clase social para el país: la clase trabajadora, llamada por la teoría marxista, la clase proletaria. Este fenómeno madura en la localidad de Bello. En 1920 alrededor de 400 obreras de la fábrica de tejidos de Bello realizaron una huelga de 25 días y por ese acto de fuerza lograron sus objetivos. Esto es síntoma de la madurez de una mentalidad; lo que se llama también conciencia de clase.

El obrerismo bellanita ejercitó unos gustos nuevos y ocasionó transformaciones en el uso de los espacios. Para 1930 la décima parte de la población (aprox. 1.000 personas), sus vidas, dependían del salario de la fábrica. Esta condición obligaba a un uso del tiempo libre, y a una gestualidad nueva, regida por el ser asalariado. Esto se materializó en la aparición del bar y la cantina y en el gusto por el tango ya reputado como canción ciudadana.

Para los años cuarenta del siglo XX, se construyen los barrios obreros de Niquía, San José Obrero y Manchester. Es decir, a mediados del siglo se tiene ya en el mundo mental de los bellanitas una pertenencia a la cultura del obrerismo, ubicada espacial e ideológicamente, dado el amplio proselitismo del sindicalismo, ya fuese católico, liberal o comunista.

Paralelo al establecimiento industrial, los talleres del ferrocarril, posibilitaron que sus trabajadores adquiriesen una habilidad técnica, en el manejo de la metalmecánica, habilidad transmitida a los hijos y manifiesta en la proliferación de pequeños negocios. Para los años sesenta y setenta. Lo antes dicho permitió el establecimiento en Bello de una mediana empresa de tecnologías medias. Así el municipio se convirtió en lo que muchos analistas de la época llamaron “un campamento obrero”.

La industria textil y el ferrocarril, fueron un atractivo para muchas personas, y posibilitó una inmigración sostenida desde comienzos del siglo XX, agravada por el desplazamiento ocasionado por la violencia de los cincuenta y sesenta. Esta población fue recibida por la cultura obrera, cultura del oficio y la herencia ancestral del comunitarismo capesinista o republicanismo conservador o liberal.

Con estos argumentos se puede afirmar: el ser bellanita es un sincretismo entre tradición, revolución y adaptación sorprendente al cambio, sin abandonar la lucha por su propio interés. Por ello en Bello se han dado los dominios del conservadurismo, del liberalismo, del anapismo, del sindicalismo de izquierda, y del anarquismo. Este último se dio al menos en la actitud ante la vida y como militancia en algunos casos. Todo esto decanta para los años ochenta del siglo XX, dos imaginarios claros: una actitud ante la vida en términos espirituales y materiales tradicional comunitarista, es decir, una adscripción a la justicia del grupo del barrio o del sector, agenciada por el poder de la costumbre. La otra es la lucha por el beneficio personal, por el bienestar individual.

El narcotráfico, adicionado a un alto desprestigio del Estado y la clase política, expuso el fenómeno llamado “disolución del tejido social”: este se manifestó en Bello, con la aparición de bandas armadas que ejercieron poder territorial en sectores, con varios barrios en su haber. Los miembros de estas bandas fueron hombres y mujeres jóvenes con un imaginario social y económico basado en la búsqueda de dinero fácil y ejerciendo una justicia comunitaria con base en la extorsión y el asesinato.

Las bandas se adscribieron a diversos idearios. Unas fueron exclusivamente narcotraficantes, otras fueron milicias de izquierda, otras dedicadas al sicariato. Luego a finales de los años ochenta y principios de los noventa del siglo XX, las organizaciones para estatales, cooptaron la mayoría de estos jóvenes y se pusieron al servicio de un imaginario autoritario y comunitarista. Por él se montaron campañas de exterminio de mendigos, prostitutas, homosexuales y drogadictos. A estas campañas se les puso el nombre de “limpieza social” o “amor por Medellín”.

Ante esta situación social, El Estado, optó por negociar con las bandas o “combos armados”, y cambiarles las armas por trabajo cooperativo o por un subsidio al desempleo. Esta política del Estado dejó en la mentalidad de muchos jóvenes una convicción: -se tiene atención del Estado si me organizo en combos armados-. Es claro que esta actitud no es generalizada. Es una actitud de una amplia franja de población, con dificultades socioeconómicas para tener una vida normal.

Sí puede afirmarse que cuando se pone de moda una actitud ante la vida, o mejor, cuando una actitud se convierte en valor, arrastra a muchas capas sociales, así se sea pudiente o no. Muchos de los jefes de bandas fueron o son hijos de familias raizales de Bello con poder económico. Otros han sido hijos o nietos de trabajadores jubilados ejemplares de las fábricas.

El ser bellanita que se puede identificar hoy, tiene la huella mental de ese acumulado, inscrito por la tradición oral y reforzada por el predominio de una cultura de resolución violenta de los conflictos familiares, entre vecinos, entre amigos y sociales. Este ser bellanita se despliega en un territorio, que ha crecido dramáticamente con una mediana o poca planeación. La resultante es el fácil control de extensas zonas del municipio por los poderes paraestatales o de bandas o combos. Estos poderes continúan el comunitarismo y la lucha por el beneficio personal, por el bienestar individual.

Por lo anterior se hace necesaria la intervención del territorio. Se debe dotarlo de servicios públicos, equiparlo para el disfrute del tiempo libre, comunicarlo con vías modernas y amplias que recuperen la cantidad de espacio digno y necesario para el desarrollo de cada persona. Instaurar acciones de satisfacción de las necesidades en educación, vivienda, salud y culturales que permitan la identificación de los bellanitas con lo público para que se le respete y se le conserve.

Es necesario recuperar la memoria histórica de lo acontecido en el territorio, en especial todo lo que engloba el nombre de Bello: lo jurisconsulto, el amor a las letras, el sentimiento de ser ciudadano moderno, por las fábricas y el ferrocarril. Ampliar la oferta de acceso a las artes, las técnicas, el folclor y la ciencia. Propender por un sujeto respetuoso del otro y de lo público; libre pensador, autónomo, crítico, propositivo, dispuesto para la creatividad artística y científica. Todo ello se consigue con una acción clara y planeada desde la voluntad política, la educación formal y extraescolar, todos en un diálogo permanente y oportuno.



miércoles, 15 de junio de 2016

La política en Bello desde 1913





La política, es el ejercicio de participar en los asuntos públicos. Esta participación tiene muchas modalidades, la más prestigiosa es, adscribirse a un partido y hacer que este asuma el poder público para realizar programas sociales o también las políticas del partido.


Este ejercicio de participación en los asuntos locales, en Bello, comienza con la creación del municipio en el año de 1913. Desde este hecho trascendente para la historia local, los bellanitas asumieron mucha parte de la responsabilidad de sus destinos como grupo social.


Ser erigido en municipio implicó el tener una réplica de los poderes de la república: un Alcalde (poder ejecutivo), un Concejo (poder legislativo) y unos jueces de circuito (poder judicial). El ocupar estos puestos públicos fue y es un producto de la lucha política partidista. Por ello desde 1913 en el municipio de Bello, se desarrolla la puja entre liberales y conservadores por el control de la pequeña burocracia local.


Pero el municipio no estuvo aislado de los acontecimientos nacionales, por ello es posible periodizar, el devenir político de Bello, según los ritmos de la república. Así, puede hablarse de las siguientes épocas:


Las hegemonías 1913 – 1948: a pesar de que los conservadores monopolizaron el poder hasta 1930 y satanizaron la oposición liberal, un grupo de ballanitas se sostuvo en su militancia y mantuvo una mínima participación en el Concejo Municipal, hasta 1930. En este año con el comienzo de la hegemonía liberal el debate bipartidista se equilibra, así como la composición del Consejo municipal.


El ejercicio de la política, tiene como fundamento ideológico, la defensa del poder económico de los participantes en el poder local. La práctica económica normal de este periodo, es el tener tierra productora de agropecuarios y poseer propiedades en la zona urbana, en la que se comercia lo producido o se presta servicio de abarrotes.


Se puede decir que la sociedad bellanita en la primera parte del siglo XX, estuvo dirigida políticamente por terratenientes comerciantes liberales y conservadores. El imaginario político de este grupo, se caracterizó por mantener las instituciones republicanas, pero inscritas en la tradición. Esto debe entenderse como una hibridación entre la dependencia y los derechos ciudadanos.


Si la riqueza económica la producía la propiedad de la tierra y del comercio urbano, en términos tradicionales, se tenía una sociedad dependiente de los dueños. Y la dependencia riñe con los atributos del ciudadano republicano. Se puede entender la sociedad dependiente, como sociedad clientelista, donde el grupo que ha ejercido el poder, ha movilizado los electores dependientes en términos clientelistas, para el mantenimiento del poder personal.


Por ello, el concejo municipal, durante la primera parte del siglo XX, y la política en Bello estuvieron en manos de tres o cuatro familias, entre las que sobre salen apellidos como Velásquez, Villa, Sierra y Zapata. Ellos ejercieron el poder y establecieron una relación muy estrecha con las dos empresas que le dieron a Bello el carácter de campamento obrero: El ferrocarril de Antioquia y fabricato.


El periodo de la violencia bipartidista (1948 – 1958): Como en la mayor parte del territorio colombiano, durante estos diez años los conservadores pusieron en desbandada a los liberales con base en el terror. El poder público fue monopolizado por el conservatismo. En Bello se organizó un grupo de hombres armados, quien viajó a la ciudad de Rionegro, con el objetivo de incendiar ese pueblo liberal. La memoria popular bellanita guarda la imagen del “aplanchamiento”, por este se sometía al contrario político a golpes de machete, por lo general entre varios hombres.


Esta situación se neutralizó un poco con la dictadura militar. A partir de 1953 -1954 todo el ordenamiento institucional republicano, es reemplazado por el poder unipersonal de militares. El alcalde militar en Bello desarrolló el programa de pacificación del General Gustavo Rojas Pinilla, pero según datos de la prensa de la época, continuaron los “aplancahmientos”.


La disposición política de la dictadura, que tuvo contenidos populistas de redistribución de la riqueza y apertura cultural, se expresó en Bello, con la apertura de la Avenida Suárez, la construcción de la biblioteca pública Marco Fidel Suárez y del monumento Choza Marco Fidel Suárez.


La milimetría política del Frente Nacional (1958 – 1974): este consenso, materializado constitucionalmente por el plebiscito reformatorio de la constitución de 1858, se expresa en el restablecimiento del ejercicio político de los finqueros comerciantes (clientelista). La lucha partidista es abolida, junto con el sectarismo y cuando se va a las urnas se lleva prácticamente un consenso, sancionado por el resultado electoral.


Pero en este periodo llega a la escena local un elemento nuevo, opacado y sin posibilidades de expresión en la primera mitad del siglo XX. Se trata de los grupos de izquierda. La izquierda se organiza, a nivel nacional, en guerrillas y partidos no violentos. Ambos tuvieron expresión en Bello, los unos clandestinos y los otros participaron en la lucha electoral, y lograron llevar al Concejo municipal algunos militantes.


Los frentenacionalistas hicieron su proselitismo a través de las Acciones Comunales, organizadas por el Estado para efecto de darle cuerpo al pacto bipartidista. El ejercicio político fue de corte eminentemente clientelista. Para acceder a los servicios del Estado en salud, vivienda, educación y servicios públicos, fue necesario estar inscrito en la red bipartidista.


La izquierda organizó permanentemente, huelgas y manifestaciones populares, en las que se denunciaba el monopolio político y el régimen capitalista. A este ambiente llegó y pegó con gran fuerza el llamado Tercer Partido, Alianza Nacional Popular” (ANAPO). Para 1970, este partido logra el noventa por ciento de las curules en el Concejo Municipal y la ocupación de la burocracia local.


La actividad beligerante de la ANAPO y los partidos de izquierda, generaron un ambiente de debate político de cuestionamiento del bipartidismo y de promoción del socialismo y el comunismo, elementos que entraron a matizar el ideario político de los bellanitas de los años setenta.


El descrédito de la política (1974 – 1984): Con el fin del Frente Nacional. Aparece el político profesional, que en aras de lo que se llamó la “Operación Avispa”, se organizaron empresas electorales de corte unipersonal. Ambos partidos se atomizaron por estas empresas, sustentadas económicamente por los llamados “Auxilios Parlamentarios”. Esto profundizó el clientelismo y dejó como consecuencia el descrédito de la política. Se posesionó en el imaginario popular la figura del político como ladrón y los bellanitas dejaron de participar en las elecciones. Por ello la abstención electoral deslegitimó lo público y el sistema político.


La empresa política unipersonal, posibilitó además el ingreso a la política de dineros provenientes del tráfico de marihuana y el contrabando. En Bello en esta época algunos políticos prestigiaron esta forma de financiar la política; pero en términos generales ambos partidos tuvieron en el periodo dos líderes que supieron estar al margen de estas actividades no santas y sostener la tradición. Fueron ellos Armando Estrada, por el liberalismo y Gustavo López por conservatismo.


El descrédito de la política fue canalizado por los grupos de izquierda y esto les permitió crecer con muy buenas perspectivas de convocatoria de las masas populares.


El Pluripartidismo (1984 – hasta hoy): Se inicia un escepticismo político, tanto ante los partidos tradicionales como por la izquierda. La lucha armada promocionada por la guerrilla, cayó por las luchas intestinas entre sus dirigentes. Los favores políticos de la gente, fueron recibidos por los llamados “Movimientos Sociales”, quienes lograron movilizar a los ciudadanos contra la “valorización de predios”, por “servicios públicos”, entre otros motivos.


Los partidos tradicionales disolvieron sus presupuestos políticos y comenzaron a participar en los ritos electorales a nombre de movimientos pluripartidistas, que nucleaban gentes de todas las banderas.


La empresa electoral adquiere un nuevo remozamiento, y hombres con talante de políticos profesionales, lograron liderar estos movimientos plurales y poner los alcaldes, concejales y llenar los puestos públicos, hasta hoy.


Este periodo estuvo matizado por el ingreso de los dineros del narcotráfico a la vida política. Estos dineros, permitieron crecer a la guerrilla y financiaron ejércitos paraestatales, destinados a enfrentar a la guerrilla robustecida. Esta confrontación llegó a todas las barriadas y generalizó una violencia urbana que disolvió el tejido social.