jueves, 27 de septiembre de 2018

Cine y plataforma. Celebración de la imagen


El interés por una película de Alonso Cuarón, titulada Roma, salido de la noticia de ser una pieza cinematográfica ganadora del tercer puesto entre trescientas proyecciones en el Festival Internacional de Cine de Toronto de este año de 2018, me llevó a preguntar por el fenómeno de las plataformas convertidas en productoras de cine; Roma fue financiada por la plataforma Neflix. Y digo fenómeno porque asistimos al comienzo de otra muerte más dentro del espectáculo cinematográfico. La primera muerte la sufrieron los teatros para cine, construidos en la primera parte del siglo veinte. El golpe mortal inicial lo recibieron de la concentración de las proyecciones en los mercados de gran superficie y en la masificación de los medios electrónicos de reproducción como el betamax, el Video Home System –VHS- (sistema de video en casa) y el DVD (video disco digital). Otro golpe fue el desarrollo de pantalla de cristal líquido, al cual asistimos, ahora con la incorporación de la “tecnología inteligente” (smart), que permite una conexión directa e inalámbrica a internet y a las redes sociales. Esas pantallas vienen en grandes tamaños para que el usuario cope una pared entera de sus espacios hogareños particulares con imágenes deseadas. Es algo parecido a la descripción que hace Ray Bradbury en Fahrenheit 451, de los hogares sometidos a la penalización por la tenencia de libros y obligados a tener grandes pantallas en sus paredes. Hoy el poseedor de esas pantallas, asombrosamente planas, tiene la opción de suscribirse a una plataforma de transmisión en línea, llamadas streaming y ver el contenido de cine, cada vez más enriquecido.

Percibo, además de las muertes de las maneras de reproducción, potenciadas por los desarrollos tecnológicos, otras más estruendosas, como lo pueden ser las muertes de las productoras tradicionales, atadas a los teatros de cine. El síntoma percibido ha estado en la condición que las viejas productoras imponen a los festivales: las películas ganadoras sólo pueden exhibirse, fuera de los cines, meses o años después. En cambio las películas financiadas por las plataformas son de inmediata exhibición por todos los medios; tienen urgencia, porque los cientos de millones de abonados están ávidos de novedades y pagan por ello. Además los creadores o directores de películas encuentran en las plataformas una financiación expedita, sin mayores condiciones, fuera de la calidad, para rodar sus proyectos. Lo hace Alonso Cuarón y lo está haciendo Martín Escorsese.

Pero el punto de vista al que me dirijo está en la relación imagen y tecnología. La humanidad no ha cesado en su vida cotidiana de representar imágenes. La historia del ser humano sabio, comenzó por ahí. La imagen representada ha funcionado y funciona como dispositivo nemotécnico. Cada periodo ha construido un estereotipo o manera o estilo que lo identifica y al que nosotros los modernos lo llamamos concepciones estéticas. La apreciación de ese devenir, permite ver rupturas de esos estilos para teorizar sobre las épocas y las revoluciones estéticas. La relación imagen y tecnología ha potenciado cambios en la forma de representación y en la concepción del lo representado. Desde el mundo griego antiguo observamos, por efecto del discurso histórico, las rupturas y las reacciones de los contemporáneos ante el cambio. Platón reaccionó contra la representación de imágenes bidimensionales o tridimensionales y las acusó de ser una mímesis engañosa, una falsación de la verdad. El logro del naturalismo antiguo fue descartado como pagano por la Edad Media y la figuración imitativa natural se reemplazó por la alegoría que redujo la imagen a unos símbolos básicos.

La relación imagen tecnología es un problema moderno, porque la tecnología es el sometimiento de la técnica a los métodos científicos elaborados desde el siglo diecisiete, sin desconocer las ciencias anteriores; pero es la modernidad la que convierte la tecnología en una bola de nieve que parece tener vida propia, y ante la cual se gesta una concepción apocalíptica condenatoria de la civilización a morir anegada dentro de aparatos o dispositivos electrónicos digitales. Pero si relacionamos la tecnología con la técnica, en términos de la vocación de reemplazo de las funciones físico-mecánicas del cuerpo por útiles, aparece la tecnología como la eficacia de las relaciones de la humanidad con la naturaleza para prolongar la vida y garantizar los medios de subsistencia; basta con ver el aumento sostenido del promedio de vida de los individuos, producto del desarrollo de la tecnología médica.

Las imágenes en movimiento y sus medios de reproducción, están dentro de esta vocación de reemplazo de la capacidad de representación de la figuración, inicialmente atrapada en la mano, ahora liberada por y en los dispositivos tecnológicos. Estos cumplen la misma función nemotécnica como vehículo de transmisión de los relatos sustentadores de la cultura. El periplo es comprensible: de la relación primigenia mano-estilete-piedra-ojo-verbalización, se pasó al pergamino o tejido-estilete-ojo-verbalización. Luego tela o fresco-estilete-ojo-verbalización y hoy la relación se reduce a pantalla-ojo-verbalización. Ninguno de los términos de la relación se ha atrofiado o desaparecido, como piensan los apocalípticos, sólo se ha atenuado ante el dominio del cristal líquido que reproduce imágenes hechas por máquinas. Sabemos que las imágenes, desde la creación primigenia por el ser humano sabio, comunican sin recurrir a la verbalización; pero el cine es un conjunto de sonido, verbo, imagen, que obliga a la verbalización de la historia o la interacción cultural, desde y por la máquina.

La irracionalidad de la acumulación de la riqueza en pocas manos pone en peligro la vida sobre el planeta; la ganancia del capital concentrado no tiene en sus supuestos pensar los límites de los recursos naturales. Esta lógica perversa no se puede confundir con la vocación técnico-tecnológica del ser humano, porque es ahí donde ha estado y está la cultura. No debemos tenerle miedo a la pantalla en casa, al contrario, por ella entra el mundo al espacio íntimo y se combina con los otros medios de la memoria, el libro, la radio, las artes plásticas, la fotografía, la oralidad. El cine por la adscripción a una plataforma lo considero una vocación tecnológica incontenible y por su misma dinámica se impondrá.

Imagen tomada de https://cineoculto.com/2018/07/roma-de-alfonso-cuaron-ya-su-primer-teaser-trailer/

martes, 18 de septiembre de 2018

La soledad cósmica

El estar dentro de sí, seducido por el mundo interior, se construye una imagen del ser plena de sentimiento enrevesado. Se quiere hacer coincidir el adentro con el afuera, hasta llegar al extrañamiento de tener apéndices que afean la imagen del ser cuasi inmaterial acostumbrado. Esa imagen ingrávida tiene la vida humana autoconstruida, en ruptura con los otros seres vivos; ellos los otros y sus apéndices estorban la imagen cuasi inmaterial. Ellos, los otros, tienen ojos de múltiples colores, equidistantes, simétricos, juntos, en estrabismo, separados, laterales. Ellos los otros, tienen cavidades olfativas salientes, largas, encorvadas, achatadas, invertidas, anchas o estrechas. Tienen oídos grandes, obstaculizantes, al vuelo, alargados o reducidos. Tienen la boca estrecha o ancha, de labios leporinos, gruesos, delgados o asimétricos, son bembones o de cavidad imperceptible. Ellos los otros, tienen cuerpos disímiles de cabezas grandes y pequeñas, dolicocéfalos; tórax cortos y brazos largos, piernas largas con troncos reducidos; cuerpos hirsutos o más anchos que largos.

La imagen ingrávida de sí mismo, libre de la apariencia, se duele de estar atada a la vida del afuera y estar sujeta a la necesidad obligante de las prácticas sucias del consumo, la digestión y el excremento. Se duele del estar con los pies en la tierra, ser masa, inmersa en el mal olor hacinado del espacio-tiempo. Esa imagen es construida por imposición, para que deje libre el afuera, lugar de despliegue de los intereses del poder. Esa imagen se antoja, por tener que estar al lado de los otros en un ejercicio de relación por la que se impone el afuera y la materia del cuerpo.

La autovaloración del ser humano como único, dotado, creado, distinto, superior a los otros seres vivos, ha llevado a producir ese sentimiento enrevesado, nombrado aquí de manera extrema en un plano inmaterial. Y cuando se atiende la materia inexorable y se reconoce el afuera, el cuerpo humano se ve como una supremacía con sentidos donados para cumplir una finalidad. La duda se ha expulsado, el sentimiento de soledad cósmica se llena con la presencia del los auxilios extraterrestres; y el misterio de la materia eterna en perenne flujo y reflujo, se esquiva con un discurrir sobre su origen.

Volcado hacia dentro o vaciado fuera, lo humano toca unos límites de mayor extravío que si asumiera la existencia sin los lazos de los fines a cumplir. No hay programa, no hay designio, no hay destino. Introyectado al extremo o exteriorizado absoluto, es lo que espera el poder del socius para que le sea fácil el control. La ruptura con los fines, tira de inmediato a la libertad azarosa del juego de las fuerzas naturales.

Queda decir: una vez ocurrió el ser humano por efecto de la combinatoria de macro y microelemntos y por esa misma combinatoria desaparecerá y no quedará memoria, porque aunque deje huellas no habrá quien las lea y las entienda; es la soledad cósmica de la vida humana. Nada le ha sido dado, todo lo ha construido por ese cuerpo sometido a las acciones físicas y mecánicas del espacio terrestre. Una vez los antropos adquirieron la bipedia, posición que desencadenó una serie de liberaciones verificadas desde el dedo gordo hasta la masa encefálica de setecientos cincuenta centímetros cúbicos. La bipedia libera la cuadrumanía, el pie especializado en velocidad, libera las manos de la locomoción. Las manos libres asumen el trabajo o las funciones de las fauces, -las manos muelen, cortan y perforan-. La cara liberada reduce las fauces, para permitir la expansión del cerebro, lugar de habitación de la memoria instintiva, enriquecida con la memoria social.

El socius, como memoria social, toma los cuerpos para sí, moldea los gustos y regula toda la vida. La memoria del individuo es la memoria social, la que hace posible el ser humano, por fuera de la cual no puede seguir siendo humano. Memoria cultura, poder del socius, que permite la introyección extrema hasta despreciar el cuerpo; o la exteriorización radical que lleva a la negación del sujeto. Poder que no permite ver y asumir la autoproducción del cuerpo, los gustos y la cultura, porque lo humano se pondría por fuera del control del socius, para luego sufrir las prácticas violentas de reinserción.

El ser humano inmaterial a quien le pesa los sentidos por sucios, tan sucios como el dedo gordo, se duele de los nexos necesarios con la vida, llena y plena de posibilidades a discreción de los individuos. La exploración del propio cuerpo y de los otros, ha ganado en cultura alterna y ha obligado a cuestionar los conceptos del don. Este discurso es amplio y sofisticado, como lo exige la práctica de construcción en estos tiempos de acumulado milenario.

La animalidad primordial se esquiva para favorecer el ser inmaterial incontaminado y seguir la dominación que engulle su propio piso. La extensión invencible de los conceptos del don, entendidos hoy como mito creacionista, no tiene obstáculos, prolifera, redobla su escenario político, controla la educación y la comunicación; tiene sacerdotes e iglesias, partidos políticos a izquierda y derecha, prosélitos o profesionales auspiciadores del mito. Los cuerpos sin ojos, sin sonidos, sin sabores, sin tactos, no necesitan del espacio y el tiempo, tiene una vida que no es de aquí, por eso no importa la destrucción y proclaman la banalidad de la cultura entendida como soberbia de la criatura.

El ser humano constructor, comprendido por la capacidad analítica de la memoria de este tiempo, llama con una voz potente, a sentir la soledad cósmica, a llenar la vida con nuevas búsquedas, a pensar sin cesar su condición de ser azaroso, para llevar a la práctica un socius permisivo de la única opción posible: el disfrute de la existencia de los cuerpos satisfechos; porque no hay programa, no hay designio, no hay destino.

Imagen: Edward Hopper "Gente en el Sol" 1960