Los tres
consumos de Kerouac
Por Guillermo Aguirre González
El auto es una burbuja, un abrigo con elementos que lo hacen
parecer un hogar móvil. Hay una intimidad de los seres sentados. Es una
habitación para estar sedente y tener muy cerca al otro, tanto que el contacto
corporal es inevitable. Facilita mirarse cara a cara e imaginar el resto del
cuerpo sin verlo. Esta casa móvil, pequeña o grande, ha moldeado la conducta de
Dean Moriarty. Este hombre bisexual “educado en la dura noche de la carretera,
(…) había venido al mundo para verlo. Se echaba encima del volante y miraba a
ambos lados”. La ausencia de su madre y la irresponsabilidad de su padre vagabundo,
le hicieron tomar un gusto extremo por los productos de consumo masivo más
inmediatos, el sexo, el auto y los narcóticos. La pobreza en medio de la
abundancia, lo obligó a satisfacer sus gustos con el simple tomar. Meterse en
el auto propiedad de otro y usarlo hasta el límite de la capacidad, era para él
llevar a la práctica la máxima siguiente: las cosas no son del dueño sino de
quien las necesita. Dean no lo concebía como robo. Pero la policía sí. Por eso,
estuvo siete años recluido en un reformatorio.
La calle, la carretera y los aparcaderos, le hicieron un experto
automovilista y le sacaba a esas máquinas doscientos kilómetros por hora. Ahí,
además de otras adicciones, se hacía adicto al vértigo de la velocidad y a la
trashumancia. La condición moderna caracteriza un nomadismo de nuevo tipo. El
nómada arcaico tenía su mirada pegada a la tierra, fue un ser territorializado.
El nómada o trashumante moderno surca el espacio y alza la mirada al cielo y no
ve luces adheridas a un plano; ve esferas luminosas que flotan por la gravitación
universal de Newton. El automovilista nómade se maravilla de la tierra y sus
accidentes, los paisajes y los seres vivos que la habitan, de los astros del
cielo. Cree que ha venido al mundo para verlo y hacer lo que se le antoje. Ese
mundo le ha mostrado la guerra espantosa y le ha dejado exhausto, incrédulo,
nihilista. Espera “que llegue la destrucción al mundo de la “historia” y el
apocalipsis vuelva una vez más como tantas veces antes…” y devuelva el ser
humano a la pasividad tranquila del mundo de la Sagrada Lhasa.
La historia ha conducido a la lucha por el poder y deja los campos
cubiertos de sangre y cadáveres, eso es la civilización que debe pensarse como
la gran tristeza, la gran pobreza, la gran decepción. Los indígenas del norte
de Méjico que bajaban a la carretera seducidos por la civilización no conocían
la trampa intrínseca en su seno; desconocían que ella, producto de su historia
y su misma lógica había construido “una bomba capaz de destruir todos nuestros
puentes y carreteras y reducirlos a polvo”. El ser humano, luego de la
hecatombe atómica volvería a la inocencia indígena, como la de esos indígenas
que salían a ver el ruidoso Ford 38 de Dean y sus amigos trashumantes.
El tiempo tratado como lo hace Proust, debe ser un dios, porque se
puede vivir para buscarlo. El tiempo es un dios porque él mismo nos saca y nos
entra cuando quiere. Cuando quiere convoca el apocalipsis y hace que la
humanidad vuelva a empezar para hacer la historia y volver a destruirla. El
dios tiempo debe agradarse con el viaje y el vértigo de la carretera; con el
mirarlo todo y maravillarse por todo. En la carretera los colores se ven más,
los olores son geográficos, las gentes hermosas en su ser local. Todo este
éxtasis existe por los tres consumos, el sexo, el auto y los narcóticos.
El sexo libre es el recurso de la sociedad de masas descreídas,
devenidas en opulentas y dispuestas a romper el tabú. El auto es el sostén que
salva el tedio del sedentario y los narcóticos señalan la alteridad. El estado
alterado obliga a crear mundos alternos para ser habitados igual que todo lo
humano.
En el camino de Jackes Kerouac, se ve el estado mental y social
del segmento de la sociedad que está obligado a darle sentido a la vida luego
de su agotamiento. La juventud norteamericana de la posguerra acusó a la
historia y al tiempo de la crisis de humanidad. Los jóvenes norteamericanos de
la década 1945 – 1955, pusieron sobre las mentes de los seres humanos del
mundo, la necesidad de luchar contra la guerra; no con las armas de la guerra,
sino con la pasividad.
Caminar
hasta “El idiota rabioso”
Por Guillermo Aguirre González
Éxtasis por vivir. Estar bajo las estrellas, sobre la llanura,
conversar, hablar mucho hasta el amanecer, produce en los personajes de Kerouac
un gozo relacionado con el ser joven. Son jóvenes de la segunda posguerra con
una concepción del mundo salvadora. Se sienten y se creen puros, angelicales y
santos. Si fuman marihuana, consumen morfina y hacen el sexo desenfrenado, son
actitudes o atributos de seres divinos. Basta con manifestar estar llenos de un
inmenso amor por los seres humanos, los seres vivos y l naturaleza, para
creerse justos, perfectos y dignos de consideración.
Esos personajes de Kerouac se meten en la cabeza la geografía del
país y la recorren con ese artefacto de la modernidad madura llamado automotor.
Este reemplaza el caballo y el caballero, por el automóvil y el automovilista.
La inmensidad del país estruja la mente y hace que la andanza sea quijotesca. Y
efectivamente Kerouac, pone a Salvatore (y su grupo) a recorrer el país y narra
la aventura con la estructura del Quijote de Cervantes. Primera salida, vuelta
a casa, segunda salida, etc.
Los beatos, los “beat”, los santos, viven una vida en la que todo existe
porque así debe ser. La naturaleza y la sociedad marchan como debieran y esa es
la voluntad de dios. La vida se debe disfrutar al máximo sin preocupaciones, ni
por el pasado ni por el futuro. Si una vez se preocuparon por la cultura
griega, por la filosofía nietzcheana, antes de emprender la trashumancia, luego,
con el sabor del viaje y la aventura, dicen: “ahora nadie puede decirnos que
Dios no existe. Hemos pasado por todo (…) todo es maravilloso, Dios existe,
conocemos el tiempo. Todo ha sido mal formulado de los griegos para acá. No se
consigue nada con la geometría y los sistemas de pensamiento de geométricos.”
Todo se reduce a la penetración sexual.
No se tiene un sistema de pensamiento relacionado con la cultura
de la humanidad pero si un sistema, como contenido mental, en el que se acepta
la conversión del ser humano en valor monetario, aunque los “hipster de pelo
largo”, parecen renunciar a la riqueza y vivir como andrajosos. La sociedad
opulenta norteamericana de la posguerra, permite que al margen del orden, de la
pulcritud, exista el underground trashumante y mantenga la vida con el
excedente de la sociedad. En California los camiones cargados de uva, dejan
caer los excesos de carga y los autostopistas se alimentan de ellos. En el
camino de doce mil kilómetros, siempre resuelven la manutención con la bondad
admirativa de los habitantes de los pueblos por los que pasan.
Carretera, viaje, sexo, licor, marihuana, drogas y fiesta.
Inmanencia pura. Esta forma de existir a la que llegó la juventud y los
veteranos de guerra en los años cuarenta y cincuenta en Norteamérica, permitió
a un biólogo preocuparse por la procreación de los ciudadanos de su nación. “Comportamiento
sexual de los hombres” se llamó su investigación sobre las costumbres y
prácticas sobre el tema. Empleó la encuesta y la entrevista para recabar
información. La obra del biólogo Alfred Charles Kinsey, fue un éxito editorial.
Esto le animó a una segunda investigación, “Comportamiento sexual de las
mujeres”. Fue un éxito editorial aún mayor. Kinsey comprobó que la sociedad
norteamericana estaba ávida de información sobre el sexo. Kinsey concluyó que:
el trece por ciento de las mujeres habían experimentado algún orgasmo homosexual
a partir de la adolescencia; y que el treinta y siete por ciento de los hombres
tuvieron alguna vez un orgasmo homosexual desde la adolescencia. Los
entrevistados de ambos sexos en su mayoría, manifestaron infidelidad y
prácticas sexuales prematrimoniales.
Los resultados del informe Kinsey son sacados de sondeos y deben
tomarse como estadísticas sobre muestras de población. Muchos de los amigos de
Salvatore Paradise, el narrador de En el camino de Kerouac y del personaje Dean
Moriarty, se enorgullecen de haber sido entrevistados por Kinsey; y esto
certifica las novedosas conductas de los santos “beat”, merecedoras de
observación científica, por famosas. Este globo de comportamientos reivindica
el narcoanálisis como una práctica particular de un personaje de la novela, y
parodia con burla el sicoanálisis, ciencia que deshoja la personalidad hasta
encontrase con la personalidad esencial y originaria: el idiota rabioso. El
narcointelectual Bull Lee espera llegar a ella.