La guerra es humana
Por Guillermo Aguirre G.
Schwejk minimiza
los acontecimientos, trivializa la gravedad, enmascara el horror. Parece un
periódico al servicio del poder, porque presenta la guerra como una diversión,
un juego que magnifica los triunfos y esconde las derrotas. El odio racista es
"una pequeña pelea sin importancia". La guerra no afecta al soldado
Schwejk. Siempre presenta un aspecto solemne, igual que su habla y su rostro
bueno. Tomar esta actitud después de haber generado un grave incidente, hace
que sus superiores jerárquicos se exasperen y lo traten de estúpido e idiota y
afirmen no haber conocido un idiota igual. Schwejk es el soldado ejemplar del
ejército austrohúngaro, sabe desconocer las grandes diferencias entre las
nacionalidades. Es el Estado impuesto sobre las identidades y los pueblos. El
imperio austrohúngaro fue un poder impuesto sobre Austria, Checoeslovaquia,
Bulgaria, Serbia, Bosnia. Dentro tiene odios etnocénticos. Para los austriacos
todos son inferiores, para los checos los magiares son los más bajos y se
pueden patear y expropiar hasta sus mujeres. Pero el objeto del imperio es
expandirse y es capaz de someter las diferencias nacionales y neutralizarlas
con la propaganda sobre la seguridad del Estado. Este evolucionará hacia el
Estado nación como lo hicieron muchos desde el siglo XIX.
En la novela,
protagonizada por un tonto bonachón, están todos los sentimientos posibles en
una época de guerra; pero falta la pregunta sobre el porqué se guerrea. Leer
Las aventuras del valeroso soldado Schwejk, permite meterse en temas insospechados
para un época bélica, como pueden ser el humor, lo cómico, la alegría, la
propaganda y el chovinismo. Así la guerra se presenta como una fiesta en la que
la tragedia se atenúa. La obra de Hasek es una propuesta por mostrar la guerra
de manera distinta a como puede ser un tratado histórico descarnado y de alguna
manera un lugar común. La comicidad del soldado de todos los rangos,
melodramatiza la crueldad y soslaya lo que es la guerra en la humanidad.
La guerra en occidente
fue tratada por Tucídides (La guerra del Peloponeso) en la Grecia antigua y por
Julio César en su memoria sobre la conquista de las Galias (siglo I antes de
nuestra era). César y Tucídiddes, en vez de escribir sobre que es la guerra,
hacen una descripción de los enemigos, el territorio y las gentes. Es en la
primera mitad del siglo XIX cuando Karl von Clausewitz, presenta una teoría de
la guerra desde una óptica empirista; por eso dice que la guerra es un duelo
“por tanto, un acto de fuerza que se lleva a cabo para obligar al adversario a
acatar nuestra voluntad”. Clausewitz estudia la táctica, las estrategias y el
papel de la técnica en las guerras napoleónicas; y a partir de esa experiencia
escribe su tratado, para concluir empíricamente que la guerra es la continuidad
de la política por otros medios. Los puntos de vista de este autor hacen honor
a la filosofía y la ciencia de la época, rendidoras de culto a la observación:
es evidente que la guerra con pólvora es menos cruel, en comparación con la del
hierro o la del garrote, dice.
Después de las dos
guerras mundiales, se construye una apreciación de la guerra como fenómeno
humano. Los seres humanos la practican porque cumplen dos condiciones de su ser:
la biológica y la social. Por la primera condición, están obligados a adquirir
el alimento para perpetuarse en el tiempo, como todo ser vivo. La adquisición
del alimento obliga a competir y enfrentarse con otros seres vivos. Los
colectivos primigenios entraron en lucha contra animales poderosos y entre
ellos mismos. Por la condición humana de ser sapiens, ganaron la guerra a los
demás animales; pero siguió en una, larga e infinita, entre los colectivos.
Antes de la
revolución neolítica, se peleaba por territorio, por bienes preciados como las
mujeres o por violación de las alianzas. Luego, después, que la técnica entra
en revolución y por tanto en potenciación, la guerra sigue cumpliendo el
dictado de la naturaleza, y se pelea en el plano de la economía. Las sociedades
sedentarias, están sujetas a relacionar los tiempos de escasez o abundancia con
la voluntad de las divinidades, las mismas que obligan a la guerra siempre
justificada ideológicamente.
Las sociedades
humanas conquistan por penuria o por abundancia. La condición biológica, que
puede llamarse instinto, otrora obligaba a preservar la vida; ahora obliga a la
dominación por previsión, por voluntad divina o por eso que las ciencias
sociales llaman etnocentrismo. Babilonia peleaba por previsión y por dios; Egipto
por ser un pueblo elegido por Amón y por la aridez de su tierra. Grecia le
hacía la guerra a los bárbaros y peleaba en su interior por el mercado y la
política; Roma por principio de su organización social, basada en la esclavitud
sistemática. Después de Roma occidente entra caos y se guerrea para garantizar
la subsistencia de los pueblos o las naciones, por las invasiones y
contrainvasiones. En el segundo milenio de nuestra era, la religión, la
economía, la política y la genealogía motivan y hacen permanente la guerra.
En la modernidad,
edad humana, donde la riqueza, deja de ser dedicada al gasto y entra a ser
acumulada persé obliga a la guerra táctica, para garantizar el mercado, la
producción y la dominación bajo formas nuevas. La dominación social se combina
con la dominación territorial, llamada geopolítica del capitalismo.
Pero este
guerrear, esta cruzado por una excrecencia humana, por la técnica, convertida
en tecnología, cuando ella es sometida al método científico. La técnica es la
exteriorización de las funciones del cuerpo y depositadas en útiles. Por eso es
una excrecencia. Cortar, moler y perforar, funciones de la boca, se pasan a
útiles, que según la edad humana, caracterizan la cultura. Así se habla de la
cultura o edad de la piedra. En piedra se confeccionó desde un hacha hasta un
bisturí o una aguja. Allí fue necesario guerrear con la técnica de la piedra.
Luego en la edad de los metales, la utilería cambia de materia y la guerra fue
con bronce y hierro, aupada por la presencia permanente del fuego, convertido luego
en pólvora.
La vocación humana
de excretar las funciones del cuerpo en útiles, ocurre en la última época, con el
cerebro. Sus funciones pasan a unas máquinas mnemotécnicas. La guerra continua
bajo esas nuevas condiciones. La máquina de guerra de hoy tiene memoria y más
eficacia.
Bajo estas
consideraciones, estaría de más la racionalización permanente que practica la
humanidad, y por la cual se puede construir la utopía de una edad o época o
era, que supere la guerra. Atar la guerra a condiciones biosociales
inamovibles, es condenar la humanidad al exterminio y la desesperanza. Si se
tiene como base la utopía generadora de civilización y cultura, en necesario y
muy racional pensar en una edad de paz perpetua.
Guillermo
Aguirre G.
La novela se sitúa en Praga, año de 1914. Schwejk va a la taberna Zum
Kelch en la que por un incidente absurdo y cómico es reclutado; pero antes, de
la recluta, es sujeto de padecimiento de los métodos del Estado o mejor de los
procedimientos del poder. El militar encargado de instruir el procedimiento es
identificado según la tipología de los asesinos de Lombrosso. Los jueces son
abominables y cuando uno de ellos es amable aparece como una excepción extraña.
Ese poder se ha volcado sobre la siquiatría para encubrir la justicia
monárquica desconocedora de las garantías procesales. La entrada en el proceso
la hace la medicina forense permeada por la siquiatría. Ella busca disfunciones
orgánicas en el sujeto acusado y diagnostica locura y así puede aplicar penas a
perpetuidad.
Este ejercicio de poder ocurre en los Balcanes, en el norte de Grecia y
entre ambas regiones se halla Macedonia la tierra que produjo a Aristóteles y
su discípulo Alejandro Magno, creador del primer imperio occidental que
extendió la cultura de la hélade a toda la ecumene. Grecia nutrió su esclavismo
con los bárbaros del norte de Macedonia, quienes más tarde serán los godos,
visigodos, ostrogodos, y luego, germanos, checos y húngaros. El territorio,
desde la antigüedad griega, sufrió continuas invasiones y por tanto mezclas
intensas de pueblos, entre Rusia y la germanía. La identidad nacional comenzó,
cuando en el siglo IX de nuestra era Cirilo y Metodio, dos monjes búlgaros
educados en Constantinopla, dotaron a los pueblos del norte de Grecia de un
alfabeto, que por reconocimiento a uno de los dedicados a esos estudios, se ha
llamado alfabeto cirílico. Ese alfabeto se construyó con letras griegas y
grafismos de la Bulgaria antigua, para enseñar la biblia a los pueblos eslavos.
Praga está situada en el centro de Europa y según Hasek, en 1914 es una
ciudad de tabernas y cafés. Praga heredó lo eslavo, lo griego, lo romano y fue
una de las ciudades importantes del Estado imperial creado por Austria, para
destruir el paneslavismo del último cuarto del siglo XIX. La guerra del catorce
permite al escritor Hasek mostrar el poder en función. El emperador es el jefe
del ejército y lo asiste dios en cabeza del sacerdote. Ambos disponen de la
vida de los súbditos y los enjuician por nimiedades que son resaltadas por el
escritor como lo que son: comicidades. Cómico y trágico resulta el poder cuando
recurre al terror para mantenerse. "Los preparativos para matar a las
personas se han llevado siempre a cabo en nombre de Dios o de un elevado ser
hipotético que han inventado los hombres y que han creado en su fantasía";
pero como la novela muestra, antes de matar, se aprovecha el cuerpo del hombre,
para el trabajo o para sacrificarlo en guerra. La monarquía militarista de
Austria, impuesta a los checos se mantiene por un ejercicio del esclavismo. Los
oficiales del ejército pueden hacer con sus subordinados lo que quieran incluso
matarle. Esta práctica, tiene un nombre administrativo que encubre el fondo de
la dominación. A cada oficial se le adjudica un asistente: "El asistente
no es más que un objeto, en muchos casos un hombre destinado a recibir
cachetes, un esclavo, una chica para todo..."
El periplo de vida del valeroso soldado Schwejk, es quijotesco y con el
Jaroslav Hasek, hace una crítica de las instituciones austrohúngaras o de la
sociedad cristiana occidental. La justicia es ridícula porque la ejercen unos
jueces que deciden la suerte de los seres humanos según el estado de ánimo. La
iglesia es ridícula y cómica porque funciona con la mecánica de la costumbre.
Por eso puede administrar los servicios religiosos un sacerdote beodo,
mujeriego y un monaguillo tonto. El ejército imperial tiene una jerarquía
basada en la pertenencia a la nobleza y unas relaciones de poder dentro de la
dialéctica amo-esclavo.
El valeroso soldado, no lo es; pero sí tiene una memoria de los hechos
del pueblo y los utiliza para explicar y ejemplarizar los acontecimientos
presentes. Schwejk es un sujeto cómico que funciona como el derecho anglosajón:
con base en la memoria, en el historial de los hechos. A esta actitud se le
llama derecho consuetudinario. Antes de decidir se hurga en la memoria y se
trae como auxilio para la toma de decisiones, todos hechos parecidos.
El viento trajo la descomposición
Por Guillermo Aguirre González
La guerra y el
poder son dos construcciones humanas que se acoplan como cóncavo y convexo. En
tiempo de guerra el poder se estructura en jerarquía y los demás aspectos de la
vida social entran a ser subsidiarios de los mandos. La soldadesca básica se
mantiene en disciplina por el miedo a los castigos infligidos al cuerpo, es
decir por el terror.
La jerarquía por efecto
de la lógica amigo enemigo, establece una dictadura sobre los civiles no
combatientes, son sospechosos, son despojados de derechos y de bienes. Esta
situación está poderosamente registrada en Las aventuras del valeroso soldado
Schwejk de Jarolav Hasek. El personaje tragicómico, actúa en la primera guerra
con una naturalidad fundamental pero rayana con la estupidez, porque el genio
de su creador decidió mostrar la guerra con humor para tal vez atenuar el
horror. La desmembración, los cuerpos atravezados por las balas, los
despedazados por las bombas, están dentro de las historias del soldado,
contadas como recurso explicativo ante cualquier situación.
La estratificación
social de la sociedad austriaca, se hace más manifiesta, en el tiempo de la
guerra. La nobleza tradicional dueña del poder y la riqueza es quien dirige el
ejército tenga o no capacidades físicas o intelectuales. Quienes van al frente
de batalla son los voluntarios, campesinos, remisos, indisciplinados y
tuberculosos. Esta observación la pone Jarolav Hasek en boca del Voluntario de
un año. Este personaje es un estudiante de filosofía clásica, enrolado en el
ejército por la fuerza arrolladora de los acontecimientos geopolíticos y despojado
de sus dignidades civiles porque, dice él: “A los voluntarios de un año los
considera (la jerarquía) fieras salvajes a las que hay que transformar en
máquinas militares, coserles estrellitas y enviar al frente para que los maten
en lugar de los nobles oficiales en activo que hay que conservar para la raza”.
La nobleza
gentilicia perpetuada en el tiempo por la práctica de la endogamia, ha creado
un genotipo humano, adherido al goce de la riqueza y de los bienes de la
civilización. Esta condición le ha hecho creer que es una raza ungida por la providencia
con el halo de la superioridad. La nobleza austriaca se autodenominó raza
superior, destinada a la dominación de los otros seres humanos.
La servidumbre milenaria, le posibilitó sofisticar las maneras de
vestir, comer, caminar, habitar, escribir, pensar y dominar. Todo esto se
concibió como el bien que puede producir la civilización y se hicieron equivalentes
las palabras noble y civilizado. Pero la nobleza austriaca moderna de finales
del siglo XIX y principios del XX, hizo la hibridación entre poder burgués y
poder nobiliario. Los capitalistas austriacos, en la época citada, son los
mismos viejos nobles, que ahora practican la producción industrial, con toda la
venalidad del que busca la riqueza como sea, así tenga que envenenar a los
consumidores. Dice Jarolav Hasek cuando hace llegar al frente de batalla al
soldado Schwejk: “Allá abajo, en Bruck an der Leitha, brillaban las luces de la
real e imperial fábrica de conservas de carne en la cual se trabajaba de día y
de noche y se elaboraban toda clase de desperdicios. Como el viento soplaba de
allí en dirección a la avenida del campamento militar llevaba la peste de
tendones, callos, garras y huesos en descomposición, con los cuales se
preparaban las sopas en conserva”.
A estos intereses mezquinos, la paz es contraproducente. En la anábasis
de Schwejk, bello capítulo de la novela, las gentes comunes del pueblo, le
brindan alimento, dinero y alojamiento. Hay una visibilidad de la solidaridad y
amor humanitario. Estas actitudes, el autor las hace contrastar con lo opuesto.
Dice: los jóvenes con ideales, rubios querubines, afables y compasivos con
todos, que defendían siempre a los desgraciados en las peleas por una chica en
las ferias de los pueblos, son transformados en hombres brutos y brutales por
el oficio de la guerra, porque el carcelero, es decir, los jerarcas del
ejército los consideran animales bajo todas las denominaciones: puercos,
bestias, “perro puerco”, simio, orangután, etc.
Si un reclutado esgrime su intelectualidad, es objeto de doble
sometimiento, porque el predominio de la fuerza, quiere borrar del mundo a
todos los que le disputan la superioridad y Jarolav Hasek, deja expuesto con
claridad que el cultivo de las letras y la ciencia es enemigo de la guerra,
porque es superior y más humano que la fuerza.