viernes, 11 de abril de 2014

Novelas sobre la guerra: Sin novedad en el frente de Erich Maria Remarque

Consumo de vida joven
Por Guillermo Aguirre González
Son soldados casi niños, llevados a la guerra sin conciencia de lo que hacen. La conciencia llega en la trinchera, en ese lugar de lucha y de muerte, lleno de podredumbre y ratas gordas alimentadas de cadáveres. En la trinchera el soldado se percibe como un autómata que mata y corre, poseído como por una brujería. Esa brujería es el odio mortal hacia el enemigo, es la certeza de que si no matas será matado. El soldado en la trinchera queda atrapado en la lucha, no puede quitarse y esto lo sabe muy bien el poder, el general, el príncipe que mira desde la retaguardia. En la historia se conocen muchos casos, en los que los poderosos llevan el soldado amarrado al campo de batalla y allí se le quitan las amarras y allí el soldado reclutado en una leva en masa forzada, mata para no ser matado. Esa forma de defensa y ataque parece un hechizo.
El soldado en la trinchera, en el frente de batalla, tiene unas treguas extrañas. Cuando dispara y enfrenta al enemigo y ataca y mata, entra en una obnubilación de lo humano. El cuerpo en movimiento y en el filo de la muerte o de la vida, está en plena animalidad y la razón se ejerce como un arma ofensiva. Cuando cesa la máxima tensión, el cuerpo sedente, quieto y sin escapar de la guerra, hace funcionar el pensamiento. Lo que este asume es un hacer pasar las cosas sumergidas en el silencio del mutismo. El soldado se cuestiona la corta vida que tiene. Se pregunta sobre el ser joven, pero la guerra lo hace ser viejo.
El ser humano es un animal de costumbres. Se acostumbra a la paz y también a la guerra, a la trinchera, al horror. Diferencia el miedo del terror de la muerte. El miedo es invencible, el terror de la muerte es un dolor insuperable y siempre está ahí. El soldado llevado al frente casi niño, madura en la trinchera y se pregunta por la juventud... "Soy joven, tengo veinte años, pero no conozco de la vida más que la desesperación y la muerte, la angustia y el tránsito de una existencia llena de la más estúpida superficialidad a un abismo de dolor (...) Durante años enteros, nuestra ocupación ha sido matar; ha sido el primer oficio de nuestra vida. Nuestro conocimiento de la vida se reduce a la muerte. ¿Que puede, pues, suceder después de esto? ¿Qué podrán hacer de nosotros?". La guerra consumió la juventud de Francia, Inglaterra y Alemania de los primeros veinte años del siglo veinte y los que quedaron con vida tuvieron el dolor insuperable de la muerte palpitando en su pecho y martillando en el cerebro.
Una compañía trágica
Por Guillermo Aguirre González
A pesar de advertir en el texto varios anacronismos que parecen ser problemas de la traducción, como la utilización del término Estado, el cual es factura griega y la utilización de la expresión "el que a hierro mata a hierro muere", expresión bíblica del nuevo testamento, la forma del lenguaje tiene un claro aroma oriental antiguo. Sun Tzu en el siglo V antes de nuestra era, escribe un texto sobre la guerra, con la convicción de que en ella la naturaleza humana se expresa de manera distinta.
La guerra para el general Sun Tzu es un conflicto que se puede resolver de manera inteligente o con ignorancia. El ser humano inteligente tiene la convicción de que se puede "vencer sin combatir", es decir, que la estrategia básica y fundamental, debe ser someter al enemigo por medios distintos a las armas. ¿Cuáles son esos medios? Deben ser medios de más bajo costo que la confrontación armada y tiene necesariamente que ver con la persuasión por superioridad. El poderoso que tiene conciencia de su poder, toma una decisión sabia si trata de convencer y doblegar por persuasión a su oponente.
Se es sabio y prudente si se está convencido de los inmensos costos de la guerra. La guerra no debe ser lejana, no durar mucho en el tiempo, se debe recompensar al soldado con los bienes capturados al enemigo, el soldado debe ser tratado con benevolencia. No mantener al pueblo en armas todo el tiempo, pues es necesaria la vida civil para no agotar la disposición, porque "Un ejército es como el fuego: si no lo apagas, se consumirá por sí mismo". Pero la condición civil es contraria a la guerra y a la victoria. Si un general emplea tácticas civiles para ir a la guerra fracasa. Los dirigentes, príncipes, es decir, los civiles no pueden coartar la independencia militar, porque fracasa la acción. Pedir "permiso al Príncipe para poder apagar un fuego: para cuando sea autorizado, ya no quedan sino cenizas".
Pero Sun Tzu no toma partido por el mando absoluto en, una sociedad, del poder militar. Reivindica la guía civil de la guerra y el Estado. Como conclusión dice que “La regla ordinaria para el uso del ejército es que el mando del ejército reciba órdenes de las autoridades civiles y después reúne y concentra a las tropas, acuartelándolas juntas (porque) Nada es más difícil que la lucha armada”.
Dentro de una serie de recomendaciones para los generales o príncipes, el texto hace énfasis en la capacidad de ganar la guerra sin combatir. Y si en la presentación, el traductor dice que las reflexiones de Sun Tzu inspiraron a Maquiavelo y a Mao Tsedong, se puede entender, que ese insistir en ganar sin combate, permitió construir el concepto de "razón de Estado", como el ejercicio del cálculo por el poder para mantenerse y legitimar el espionaje, las exacciones impositivas y los crímenes de Estado.
Las guerras que el Estado crea para sostenerse son guerras justas. Esta es la perspectiva que desarrolla cien años después de Maquiavelo, Hugo Grocio en el siglo XVII. Este pensó la guerra como ausencia de derecho. Cuando un rey, una ciudad o un hombre violan el derecho es necesario hacerles la guerra para restaurar el derecho. Esta reflexión de Grocio es posible por su concepción de la historia, de ancestro cristiano. Dios creó al género humano y le dio, a la vez, la capacidad de crear la sociedad fundada en el derecho. La alteración de esta condición lleva a la injusticia y se corrige por medio de la guerra. Las correcciones las hace un rey contra sus súbditos, forzándolos a cumplir la ley. Y los imperios tienen derecho a hacer la guerra contra pueblos enemigos. Esto lo llamaron los romanos, dice Grocio, la guerra justa y piadosa.
Se entiende una forma de pensamiento con la siguiente lógica: el ser humano como creatura, desde el principio le fue donada la cultura (el lenguaje, la ciencia, la religión, la sociedad, el derecho, la justicia), es decir, la vida en principio fue paradisíaca y la opresión, la desigualdad, la injusticia, llegaron luego. La restauración de la justicia y la igualdad primigenias es la tarea permanente de la guerra. En el principio no estuvo la guerra. Estuvo la edad de oro, deducción de Rousseau en el siglo XVIII, en la que el ser humano vivía feliz, nada le faltaba.
Se puede concluir que concebir al ser humano como criatura es al mismo tiempo concebir la guerra como un mecanismo para corregir las desviaciones del estado originario. Si se concibe al ser humano como creador, la guerra está en el origen como una compañía trágica.

 
Sentidos aguzados
Por Guillermo Aguirre González
El soldado relator se habla a sí mismo. Recuerda ser un joven de dieciocho años, estudiante, antes de la guerra. Se dice y piensa que el profesor habló del Estado y lo sacralizó. El discurso del profesor es el verbo del poder. El grupo de veinte jóvenes, de la misma edad, recibieron la doctrina y fueron conducidos en bloque al alistamiento. El Estado los capacitó para la guerra en diez semanas. Los jóvenes experimentaron que un botón de bronce bien brillado, es superior a la obra de Schopenhauer. En la trinchera el soldado ya de diez nueve años siente y piensa que los han embrutecido, que la guerra embrutece. Siente que ya no tiene pasado y que la jerarquía militar tiene más poder que la familia, el padre, la iglesia y la filosofía de Platón a Goethe.

La patria les ha negado la individualidad y la personalidad. En el frente de batalla "llega de pronto a las venas, a las manos, a los ojos, un ansia intensa, contenida, un estar ojo avizor, un vigoroso despabilamiento, un extraño aguzamiento de los sentidos". En el fragor de la batalla el estar tendido sobre la tierra se adquiere seguridad, como con el abrazo de la madre. Estar erguido es aspirar el gas que hace escupir los pulmones en trozos sólidos, es enfrentar los obuses con la cabeza. La posición erguida ha hecho soberbio al ser humano. La cabeza sobre la estructura corporal ha levantado vuelo hacia las estrellas para inventar y controlar el tiempo. Ha establecido el poder como una criatura suya programada para someterse a sí mismo y a los otros. El mundo está en la cabeza, lleno de ciencia, técnica y guerra y se organiza como poder que administra la muerte, la impone a los súbditos con el aparato del Estado para rendirle culto a la patria.
El soldado relator compara el mundo del ser de la cultura, con el mundo del envilecido por la guerra. Sabe que el hombre de la cultura construye un sistema de pensamiento y ciencia aprovechado para la lucha de sistemas. Pero deja ver la crítica de ese aprovechamiento. El Estado y el poder que contiene, es capaz de destruirlo todo para preservarse y oponer la cultura a la guerra. Desconoce el origen común de todo y solo le interesa el culto de la patria anclado firmemente en la mente de los jóvenes.
El soldado relator tiene diecinueve años. Se duele de la juventud sacrificada, de esos cuerpos y esas mentes llevadas por el profesor al culto de la nación del Estado y la patria sin presentar ninguna alternativa y puestos en el frente de batalla para ser destrozados, como si fuese un rito, cuya oblación central es la carne esparcida, el fuego profuso sobre la tierra, la alambrada, el grito de muerte, el olor de fétido de la podredumbre, el dolor.
El tono de voz, que se detecta en la escritura de Erich María Remarque, es de protesta contra Alemania, contra la guerra. Es la voz del que enfrenta la muerte, aunque ahí la valentía y el honor neutralicen la reflexión y sólo queda “aquella subconsciencia que se ha despertado (…) y (…) dice con oscura significación (…) es nuestra vida más íntima y más secreta la que se estremece y se apresta a defenderse”.
Cuando se está en colectivo, una vez perdida la individualidad, opera y funciona el subconsciente, el mundo de las ideas fundadas por la educación, referidas al culto de nación. Es el sentimiento explotado en el alba del siglo XX, para garantizar la supervivencia del poder milenario occidental. Cuando el soldado se apresta a defenderse en las trincheras del frente de batalla está defendiendo algo más que su vida.