Consumo de vida joven
Por
Guillermo Aguirre González
Son soldados casi
niños, llevados a la guerra sin conciencia de lo que hacen. La conciencia llega
en la trinchera, en ese lugar de lucha y de muerte, lleno de podredumbre y
ratas gordas alimentadas de cadáveres. En la trinchera el soldado se percibe como
un autómata que mata y corre, poseído como por una brujería. Esa brujería es el
odio mortal hacia el enemigo, es la certeza de que si no matas será matado. El
soldado en la trinchera queda atrapado en la lucha, no puede quitarse y esto lo
sabe muy bien el poder, el general, el príncipe que mira desde la retaguardia.
En la historia se conocen muchos casos, en los que los poderosos llevan el
soldado amarrado al campo de batalla y allí se le quitan las amarras y allí el
soldado reclutado en una leva en masa forzada, mata para no ser matado. Esa
forma de defensa y ataque parece un hechizo.
El soldado en la
trinchera, en el frente de batalla, tiene unas treguas extrañas. Cuando dispara
y enfrenta al enemigo y ataca y mata, entra en una obnubilación de lo humano.
El cuerpo en movimiento y en el filo de la muerte o de la vida, está en plena
animalidad y la razón se ejerce como un arma ofensiva. Cuando cesa la máxima
tensión, el cuerpo sedente, quieto y sin escapar de la guerra, hace funcionar
el pensamiento. Lo que este asume es un hacer pasar las cosas sumergidas en el
silencio del mutismo. El soldado se cuestiona la corta vida que tiene. Se
pregunta sobre el ser joven, pero la guerra lo hace ser viejo.
El ser humano es
un animal de costumbres. Se acostumbra a la paz y también a la guerra, a la
trinchera, al horror. Diferencia el miedo del terror de la muerte. El miedo es
invencible, el terror de la muerte es un dolor insuperable y siempre está ahí.
El soldado llevado al frente casi niño, madura en la trinchera y se pregunta
por la juventud... "Soy joven, tengo veinte años, pero no conozco de la
vida más que la desesperación y la muerte, la angustia y el tránsito de una
existencia llena de la más estúpida superficialidad a un abismo de dolor (...)
Durante años enteros, nuestra ocupación ha sido matar; ha sido el primer oficio
de nuestra vida. Nuestro conocimiento de la vida se reduce a la muerte. ¿Que
puede, pues, suceder después de esto? ¿Qué podrán hacer de nosotros?". La
guerra consumió la juventud de Francia, Inglaterra y Alemania de los primeros
veinte años del siglo veinte y los que quedaron con vida tuvieron el dolor
insuperable de la muerte palpitando en su pecho y martillando en el cerebro.
Una compañía trágica
Por Guillermo Aguirre González
A pesar de
advertir en el texto varios anacronismos que parecen ser problemas de la
traducción, como la utilización del término Estado, el cual es factura griega y
la utilización de la expresión "el que a hierro mata a hierro muere",
expresión bíblica del nuevo testamento, la forma del lenguaje tiene un claro
aroma oriental antiguo. Sun Tzu en el siglo V antes de nuestra era, escribe un
texto sobre la guerra, con la convicción de que en ella la naturaleza humana se
expresa de manera distinta.
La guerra para el
general Sun Tzu es un conflicto que se puede resolver de manera inteligente o
con ignorancia. El ser humano inteligente tiene la convicción de que se puede
"vencer sin combatir", es decir, que la estrategia básica y
fundamental, debe ser someter al enemigo por medios distintos a las armas. ¿Cuáles
son esos medios? Deben ser medios de más bajo costo que la confrontación armada
y tiene necesariamente que ver con la persuasión por superioridad. El poderoso
que tiene conciencia de su poder, toma una decisión sabia si trata de convencer
y doblegar por persuasión a su oponente.
Se es sabio y
prudente si se está convencido de los inmensos costos de la guerra. La guerra no
debe ser lejana, no durar mucho en el tiempo, se debe recompensar al soldado
con los bienes capturados al enemigo, el soldado debe ser tratado con benevolencia.
No mantener al pueblo en armas todo el tiempo, pues es necesaria la vida civil
para no agotar la disposición, porque "Un ejército es como el fuego: si no
lo apagas, se consumirá por sí mismo". Pero la condición civil es
contraria a la guerra y a la victoria. Si un general emplea tácticas civiles
para ir a la guerra fracasa. Los dirigentes, príncipes, es decir, los civiles
no pueden coartar la independencia militar, porque fracasa la acción. Pedir
"permiso al Príncipe para poder apagar un fuego: para cuando sea
autorizado, ya no quedan sino cenizas".
Pero Sun Tzu no toma partido por el mando absoluto en, una sociedad, del
poder militar. Reivindica la guía civil de la guerra y el Estado. Como
conclusión dice que “La regla ordinaria para el uso del ejército es que el mando del
ejército reciba órdenes de las autoridades civiles y después reúne y concentra
a las tropas, acuartelándolas juntas (porque) Nada es más difícil que la lucha
armada”.
Dentro de una
serie de recomendaciones para los generales o príncipes, el texto hace énfasis
en la capacidad de ganar la guerra sin combatir. Y si en la presentación, el
traductor dice que las reflexiones de Sun Tzu inspiraron a Maquiavelo y a Mao
Tsedong, se puede entender, que ese insistir en ganar sin combate, permitió
construir el concepto de "razón de Estado", como el ejercicio del
cálculo por el poder para mantenerse y legitimar el espionaje, las exacciones
impositivas y los crímenes de Estado.
Las guerras que el Estado crea para sostenerse son guerras justas. Esta
es la perspectiva que desarrolla cien años después de Maquiavelo, Hugo Grocio
en el siglo XVII. Este pensó la guerra como ausencia de derecho. Cuando un rey,
una ciudad o un hombre violan el derecho es necesario hacerles la guerra para
restaurar el derecho. Esta reflexión de Grocio es posible por su concepción de
la historia, de ancestro cristiano. Dios creó al género humano y le dio, a la
vez, la capacidad de crear la sociedad fundada en el derecho. La alteración de
esta condición lleva a la injusticia y se corrige por medio de la guerra. Las
correcciones las hace un rey contra sus súbditos, forzándolos a cumplir la ley.
Y los imperios tienen derecho a hacer la guerra contra pueblos enemigos. Esto
lo llamaron los romanos, dice Grocio, la guerra justa y piadosa.
Se entiende una forma de pensamiento con la siguiente lógica: el ser humano
como creatura, desde el principio le fue donada la cultura (el lenguaje, la
ciencia, la religión, la sociedad, el derecho, la justicia), es decir, la vida
en principio fue paradisíaca y la opresión, la desigualdad, la injusticia,
llegaron luego. La restauración de la justicia y la igualdad primigenias es la
tarea permanente de la guerra. En el principio no estuvo la guerra. Estuvo la
edad de oro, deducción de Rousseau en el siglo XVIII, en la que el ser humano
vivía feliz, nada le faltaba.
Se puede concluir que concebir al ser humano como criatura es al mismo
tiempo concebir la guerra como un mecanismo para corregir las desviaciones del
estado originario. Si se concibe al ser humano como creador, la guerra está en
el origen como una compañía trágica.
Por
Guillermo Aguirre González
El soldado relator
se habla a sí mismo. Recuerda ser un joven de dieciocho años, estudiante, antes
de la guerra. Se dice y piensa que el profesor habló del Estado y lo sacralizó.
El discurso del profesor es el verbo del poder. El grupo de veinte jóvenes, de
la misma edad, recibieron la doctrina y fueron conducidos en bloque al
alistamiento. El Estado los capacitó para la guerra en diez semanas. Los
jóvenes experimentaron que un botón de bronce bien brillado, es superior a la
obra de Schopenhauer. En la trinchera el soldado ya de diez nueve años siente y
piensa que los han embrutecido, que la guerra embrutece. Siente que ya no tiene
pasado y que la jerarquía militar tiene más poder que la familia, el padre, la
iglesia y la filosofía de Platón a Goethe.
La patria les ha
negado la individualidad y la personalidad. En el frente de batalla "llega
de pronto a las venas, a las manos, a los ojos, un ansia intensa, contenida, un
estar ojo avizor, un vigoroso despabilamiento, un extraño aguzamiento de los
sentidos". En el fragor de la batalla el estar tendido sobre la tierra se
adquiere seguridad, como con el abrazo de la madre. Estar erguido es aspirar el
gas que hace escupir los pulmones en trozos sólidos, es enfrentar los obuses
con la cabeza. La posición erguida ha hecho soberbio al ser humano. La cabeza
sobre la estructura corporal ha levantado vuelo hacia las estrellas para
inventar y controlar el tiempo. Ha establecido el poder como una criatura suya
programada para someterse a sí mismo y a los otros. El mundo está en la cabeza,
lleno de ciencia, técnica y guerra y se organiza como poder que administra la
muerte, la impone a los súbditos con el aparato del Estado para rendirle culto
a la patria.
El soldado relator
compara el mundo del ser de la cultura, con el mundo del envilecido por la guerra.
Sabe que el hombre de la cultura construye un sistema de pensamiento y ciencia
aprovechado para la lucha de sistemas. Pero deja ver la crítica de ese
aprovechamiento. El Estado y el poder que contiene, es capaz de destruirlo todo
para preservarse y oponer la cultura a la guerra. Desconoce el origen común de
todo y solo le interesa el culto de la patria anclado firmemente en la mente de
los jóvenes.
El soldado relator
tiene diecinueve años. Se duele de la juventud sacrificada, de esos cuerpos y
esas mentes llevadas por el profesor al culto de la nación del Estado y la
patria sin presentar ninguna alternativa y puestos en el frente de batalla para
ser destrozados, como si fuese un rito, cuya oblación central es la carne
esparcida, el fuego profuso sobre la tierra, la alambrada, el grito de muerte,
el olor de fétido de la podredumbre, el dolor.
El tono de voz,
que se detecta en la escritura de Erich María Remarque, es de protesta contra
Alemania, contra la guerra. Es la voz del que enfrenta la muerte, aunque ahí la
valentía y el honor neutralicen la reflexión y sólo queda “aquella
subconsciencia que se ha despertado (…) y (…) dice con oscura significación (…)
es nuestra vida más íntima y más secreta la que se estremece y se apresta a
defenderse”.
Cuando se está en colectivo, una vez perdida la individualidad, opera y
funciona el subconsciente, el mundo de las ideas fundadas por la educación,
referidas al culto de nación. Es el sentimiento explotado en el alba del siglo
XX, para garantizar la supervivencia del poder milenario occidental. Cuando el
soldado se apresta a defenderse en las trincheras del frente de batalla está
defendiendo algo más que su vida.