La voz. Le interesa
la voz. Siempre la busca. Le inquieta cuando escribe y muchas veces paraliza la
historia traída a cuento, porque la voz no es la apropiada para el tenor del
argumento. Se debe volver a empezar. Esta es la experiencia de Julio en El
jardín de al lado de Donoso. A Julio le han devuelto una novela de la editorial
y le recomiendan reescribirla. Julio supone que la agente de la casa editorial,
reflexionó de esa manera cuando leyó su novela; pero luego, se dice: esa mujer
no lee ni escribe, solo aplica lo dicho y recomendado por sus asesores,
lectores de oficio pagado. Ella no sabe nada de la voz narradora, ni de los
temas del mundo actual. La voz… eso lo pongo yo, hombre exiliado, obligado a
escribir desde una ciudad española.
Dice Julio que esa
editora y sus asesores, tienen un pensamiento esquemático sobre la literatura
actual. Les gusta publicar a novelistas de impacto publicitario como a García
Márquez y Vargas Llosa. No entienden las narrativas distintas, las experiencias
estéticas diferentes. En El jardín de al lado se ve esa diferencia. El hombre
exiliado, con su familia, salido de su país por causas políticas, narra su vida
desarraigada con una prosa que discurre por asociación de ideas, pero que no se
pierde y logra darle al lector un espacio, un tiempo y unos personajes
característicos.
La voz de Julio se
hace imperativa en su yo exiliado. Es más fuerte la primera persona que el
vosotros o el nosotros. Se hace una especie de superyó que habla con nostalgia
enfermiza del tiempo – espacio de la tierra en la que creció y aún tiene su
entraña. La vida en España, tierra de exilio, le lleva a la suya, propia, en
Chile.
Un amigo, pintor
prestigioso, rico, también exiliado, le prestó por el verano, su casa-palacete,
ubicada en el centro de Madrid. Tiene una arquitectura clásica con columnas y
capiteles. Esa experiencia, le profundiza la voz de su yo exiliado, porque
ficciona ver en el jardín de al lado, de la casa vecina, a su padre viejo en la
casa paterna, de Chile abandonado, por la sentencia de muerte impuesta por la
dictadura de Pinochet a todos los simpatizantes y participantes del gobierno de
la Unidad Popular.
La voz del exilio se
siente como un imperativo inconsciente que recorre la vida libre de su niñez:
vagar por el jardín de la casa o jugar con el padre. La vida de juventud: los
amigos, los estudios, las farras, las novias, las militancias. El adulto,
liberal permisivo, congresista, carnal de “un civilizado aunque tal vez injusto
liberalismo que por lo menos era ilustrado”.
Esa voz caracteriza
la literatura por el tema y el tono y así como existe la literatura y el mal
por Cumbres borrascosas, dicho por George Bataille, existe la literatura y el
exilio. El dolor por extrañamiento, sale, se cuela en las piedras y paredes de
una casa aristocrática madrileña en la que ha devenido Julio con su esposa. El
dolor es doble: está en el rechazo de su novela enorme que le hace pensar en el
escritor fracasado. Se ha metido en eso y ha dejado las actividades en las que
era realmente bueno ensañar sobre la literatura de los otros, o sus excelentes
traducciones. Quiere quemar esas quinientas páginas, rechazadas porque no
pueden “convocar un universo poético regido por sus propias leyes refulgentes
como, pese al insoportable oropel de falsedades comerciales, logran hacerlo, a
veces, García Márquez, Carlos Fuentes, Marcelo Chiriboga o Cortázar”. Julio se
duele por haber fracasado como escritor.
Pero hay otro dolor
en esa literatura del exilio, sentido por la inevitable asociación de lo que ve
y come con la experiencia de vida en su país. El jardín de al lado lo
transporta a su historia local. La comida le hace remembrar el desabasto
perpetrado por el imperialismo y que la gente asoció con el caos y la anarquía
producida por la izquierda de Allende y del MIR. Julio se duele de la vida que
le tocó. Salir de Chile, huir porque Pinochet mató la república y declaró
inexistentes los derechos individuales y colectivos. Su madre le dijo: -vete de
aquí porque es imposible vivir en un país sin congreso, sin parlamento. Yo no
lo hago porque ya no tengo fuerzas-. La literatura del exilio le permiten
desentrañar la cusa del exilio y concluir que es un exiliado político, exiliado
por sus ideas políticas, por la aceptación como liberal del libre juego
democrático y de un gobierno de izquierda en Chile.
En los exiliados,
Julio detecta los matices políticos que se practicaron bajo la Unidad Popular:
anarco-terroristas prestos para los bombazos, marxistas puros, guerreristas
comunistas, liberales, cristianos, socialistas. Ahora se topa con ellos en las
reuniones de la comunidad exiliada. Comunidad que desborda la procedencia chilena
y se amplía a toda América hispana. Expulsados de sus patrias por dictaduras
montadas y sostenidas por Washington. Julio cae en cuenta que a los exiliados
corresponde una dictadura respectiva: chilena, guatemalteca, nicaragüense,
argentina, uruguaya. La época de dictaduras, negación de la democracia y ataque
y destrucción de los partidos proletarios.
Esos son los
contenidos que la agente editorial le pide. Su larga novela debe ser reescrita
para que sea un ejercicio de literatura testimonio como lo han hecho los del Boom
y por lo cual son famosos y un éxito editorial.
Julio prefiere
dedicarlo todo a la estética, a hacer de la literatura una experiencia
artística antes que una denuncia política, tal como se lo pide la comunidad de
exiliados: El arte y la literatura deben estar sintonizados con la época de
dictaduras y cumplir el papel que le ha sido dado por la política partidista,
denunciar la muerte de la democracia, la persecución y negación del derecho de los
pueblos a elegir su propio destino, el derecho a la autodeterminación. Julio se
niega y observa la exigencia de la comunidad de exiliados como un espécimen extraño
sostenido dentro del régimen franquista en España, otra dictadura, y para la
cual los exiliados son unos “rojos culiaos”, así lo escriben en las paredes de
Madrid.
Estar en esa
condición, hace que los idearios cambien, se reconsideren y que la estabilidad
mental sufra. Hay mutuas acusaciones. La esposa de Julio entra en crisis luego
de tomar una cantidad de tranquilizantes con alcohol. Ambos se hacen psicoanalizar
y tratar por un siquiatra de la comunidad de exiliados. La esposa descarga sus
culpas sobre Julio y lo acusa de ser el origen de todas sus desgracias, en
especial haber salido de Chile huyendo y dejar su prometedora carrera
universitaria.
Se reconsidera el
universo mental intelectual y le llegan las acusaciones de haberse vuelto
revisionista y deductivamente, por tanto, ha devenido en agente de la CIA. El
arte y la literatura si no denuncian la dictadura son una práctica burguesa para
ocultar la realidad. Los idearios que le dieron cohesión a la Unidad Popular,
se deben mantener; el marxismo se debe mantener en la pureza de sus clásicos.
Si se habla contra ellos se está revisando sus contenidos y se cae en los brazos
del imperialismo.
Julio reescribe la novela.
La idea de hacer algo distinto a lo del Boom y alejarse de la denuncia potencia
una resultante, la agente editorial lo dice: Julio las editoriales la han
rechazado, dicen que haz parodiado “Conversaciones en la catedral” y que haz
emulado en muchas partes a “Rayuela”. La voz del narrador se quiebra,
desaparece y da paso a la voz de su mujer, quien después de la crisis del
exiliado, le demuestra a su esposo como se escribe una novela. La hace, se la
presenta a la agente editorial y de inmediato es acogida, editada y publicada.
El jardín de al lado
termina con esa sorpresa. El lector es sorprendido, por creer en el talento de
Julio. Ese final le da salida a la angustia enfermiza, pero legítima, de los
personajes.