En esta modernidad
tardía nuestra, que ha comprendido y asumido la desacralización de los grandes
sistemas filosófico-teóricos y políticos, se tiende a tomar una actitud
política bajo el supuesto de ser la única posible, no sólo por ser fruto de la desacralización,
sino porque sólo queda una forma de ser luego de las hondas heridas de la
guerra hoy convertidas en cicatrices imborrables en una permanente
verbalización del recuerdo y la memoria.
Esa huella de la
guerra, hoy obliga, a una sola actitud política; ella es actuar por la paz, la
igualdad y la justicia dentro del orden de la democracia participativa. Desde
esta perspectiva, no es coherente ni pertinente, ubicarse a la derecha o a la
izquierda. No habría razón política, porque sólo existe la búsqueda de un
gobierno garante de la paz, la igualdad y la justicia social desde la
democracia, debido a la desacralización de los sistemas políticos promotores de
la lucha violenta por el poder. Sólo queda la participación política a través
del ejercicio del sufragio universal.
Pero
la realidad nos muestra que la democracia está atada a la economía. La
democracia cumple el designio de la paz, la igualdad y la justicia, según el
grado de distribución de la riqueza. Esos designios se materializan, se vuelven
realidad en determinados territorios, según el grado del poder adquisitivo de
los individuos. Se puede argumentar que las instituciones solo tienen como fin
y objetivo defender al desposeído de la ambición de los acumuladores de
capital; pero la experiencia hoy nos muestra que la observación elevada a
teoría hecha por el marxismo desde el siglo XIX sobre el funcionamiento de la
democracia, está vigente, porque la democracia sigue controlada, atrapada,
secuestrada, teledirigida por los dueños del capital o la riqueza de la nación.
La propuesta de una participación política con un proyecto para tratar de
convencer a los dueños de la riqueza que humanicen su comportamiento y dejen de
acumular dinero para poder garantizar el bienestar de la mayoría de la
población que vive lleno de necesidades básicas insatisfechas, no es efectiva.
Querer poner el recurso de la buena voluntad sobre el interés económico que
aparece a través de la historia de la humanidad como invencible, es un proyecto
fallido. El marxismo le dejó a la humanidad una observación teorizada sobre el
orden social capitalista y la consecuentemente denominada “democracia
burguesa”, donde quien gobierna en últimas es el capital y su dueño por la
necesidad de mantener la tasa de ganancia y se legisla en ese sentido sobre los
precios y el salario.
El
no ubicarse a derecha o izquierda, porque la democracia es una, es actitud
ingenua según la argumentación anterior. La democracia per se, no garantiza ni
la igualdad, ni la redistribución de la riqueza. Hasta hoy la experiencia
política nos ha demostrado que participar esperanzado en la buena voluntad del
dueño del capital, ha terminado poniendo el pensamiento y la acción de los
sectores sociales que buscan la redistribución de la riqueza entre toda la
población, al servicio de medidas antisociales como el aumento de la edad de
jubilación o la privatización de la riqueza pública. Esa lógica del capital y
sus dueños hace parte constitutiva de un pensamiento típico e identificado
desde el siglo XVIII como de derecha, porque sus promotores acostumbraban
ubicarse en el lado derecho del recinto de la asamblea nacional de la Francia
revolucionaria.
Por
lo escrito aquí, la práctica política en estas primeras décadas del siglo XXI,
deja la enseñanza obligante de construir un universo político de izquierda para
oponerlo al universo político de la derecha. Según Norberto Bobbio1
la mentalidad de la derecha está constituida por la defensa de la tradición y
el sustentar todos los contenidos humanos en la naturaleza. La tradición dice
de los seres humanos estar sometidos a una jerarquía social relacionada con la
posesión de la riqueza y el prestigio que ella da, huella de las sociedades
cerradas medievales que ataban el derecho a la cuna o al nacimiento. La
naturaleza es quien sustenta el orden social, dado desde el origen por la
divinidad. La sexualidad solo se concibe entre sexos opuestos, la libertad es
natural y la igualdad es antinatural.
El
recurso a la naturaleza engloba las posiciones políticas conservaduristas y
liberales; pueden llamarse tradicionalistas que niegan la ciencia política y su
basamento racional. Es un acuerdo de la comunidad científica que ha asumido el
estudio de la política como su objeto, considerar la desigualdad natural de los
seres humanos susceptible de corregirse racionalmente para proclamar la igualdad como un hallazgo o una
construcción cultural; este último es un elemento de la mentalidad de la
izquierda: hay que ponerlo todo bajo la óptica de la razón. La igualdad es un
bien cultural decantado por el mundo moderno. La igualdad arrastra la justicia
y esta la economía hasta la necesaria redistribución de la riqueza para
garantizar el derecho a vivir bien a todos los miembros de la sociedad.
La
derecha liberoconservadora también argumenta basar su ideario, su mentalidad,
en la razón y la llama razón natural y la sustenta en la cultura; pero ata la
cultura a la naturaleza y así la detiene en el tiempo, la hace perenne o
absoluta, todo es igual desde el principio. Es natural la existencia de ricos y
pobres o es natural la jerarquía social según la posesión de riqueza.
La
democracia moderna pensada como un bien, permitió unos acuerdos entre derecha e
izquierda identificados, por la lógica del lenguaje, en las expresiones “sectores
de centro”, y “sectores extremos”. Así se habla de centroderecha o centroizquierda,
o como dice Bobbio1: la derecha tiene su izquierda y la izquierda
tiene su derecha. Por estas mesclas la derecha conservadora ha tenido dentro de
sus proclamas la democracia republicana y dentro de ella ha dejado transcurrir
la acumulación de riqueza hasta el punto de que esta secuestra la democracia
para ponerla al servicio de quienes más han acumulado; ahí en esa derecha
conservadora se han escuchado voces críticas contra ese secuestro; pero inefectivas
y olvidadas.
Igual
ha pasado con el liberalismo. Ha tenido sus expresiones derechistas negadas a
todo pensamiento igualitarista. Ha tenido al mismo tiempo sus líderes
izquierdizantes con sendos discursos igualitaristas y redistributivos. Han
tratado de profundizar la democracia moderna tal como se diseñó desde la
revolución francesa; pero esas voces se han chocado contra la derecha liberal naturalista
quien ha salido triunfante por el hecho de tener la riqueza adquirida o
heredada.
Por
lo aquí escrito, se puede decir que en nuestro tiempo, se necesita una práctica
social que materialice la racionalidad política. Una mentalidad de izquierda
que asuma la democracia moderna como un bien cultural y la depure o la adapte
al presente. Para hacerlo se debe centrar en el interés de propiciar un acuerdo
por la igualdad política, la justicia económica, concebidas como bienes de la
cultura de nuestra sociedad tardomoderna.
1. Bobbio, Norberto.
Derecha e Izquierda. Razones y significados de una distinción política. Taurus
Madrid 1995
Imagen: Fernando
Botero. El cazador 1999