En las Colinas ciegas,
Li Yang cineasta chino de la sexta generación que recrea la situación sociocultural
de su país en la época posterior a la Revolución Cultural, muestra la
persistencia de la ignorancia y la esclavitud, ejercida por campesinos en una
aldea remota del norte. Las autoridades del estado en ese lugar actúan en
connivencia con la situación. Unos tratantes engañan a una joven universitaria
de la ciudad y la venden a una familia campesina, para que uno de sus hijos
engendre en ella. En la aldea la joven mujer encuentra otras víctimas más,
quienes tratan de convencerla de aceptar el secuestro, para ser bien tratada,
como miembro de la familia. A la joven la despojan de sus papeles de identidad
y al no poder demostrar quién es, las autoridades la devuelven repetidamente a
sus captores que operan como esclavistas, no solo con la cautiva sino con la
mujer por mujer y a los miembros del grupo social que no aceptan las
costumbres. El poder del dinero y los bienes agrícolas hacen que una familia
tenga una red de influencias hasta llegar a tener el estado en su bolsillo. Las
autoridades burocratizadas la dejan hacer, siempre que los acontecimientos no
salgan de las fronteras de la aldea.
Saltan de la
película unos hechos que se deben nombrar como la esclavitud sexual, la ignorancia
consensuada, burocracia básica y vegetativa, un poder por el poder del estado
sin deseos de evolucionar hacia la igualdad prometida y con el infanticidio, una
humanidad desplazada del centro de la existencia. Hechos que no se pueden dejar
en China, pues surcan el mundo de oriente a occidente, con la fuerza del animal
humano.
Este último concepto
señala una condición que deja la boca amarga, pues ni la democracia burguesa capitalista,
ni la democracia proletaria comunista, han podido materializar una política centrada
en el ser humano. Parece que la guerra por la subsistencia animal sigue vigente,
hoy tamizada por la revolución cultural liberal o comunista. Desde la
observación brindada por la ciencia (humana o físicomatemática) de las
sociedades de tiempos remotos, se puede decir que la existencia humana sigue
centrada en el poder y la cultura fue y es una estrategia para preservar el
poder a toda costa. Y esta práctica hace del ser humano un apéndice
despreciable, un medio para acumular riqueza, base sine qua non del poder.
La democracia no
existe aislada de un contexto sociopolítico y cultural. Está materializada por
una ortodoxia filosófica, en la que se debe incluir el mundo mágico religioso. Filosofía
hecha por seres humanos para legitimar el exterminio de los otros seres humanos
por fuera del grupo social creador de la ortodoxia. La democracia liberal
exterminó a sus contradictores, allá en la época de su debut. El momento eximio
ocurrió en la Francia revolucionaria de finales del siglo dieciocho. La
burguesía liberal tomó el poder en medio de charcas de sangre producto del
exterminio del mundo feudal. Se desarrolló, perfeccionó su ortodoxia, elevó la
democracia y la libertad a conceptos absolutos desvinculados de las raíces culturales
y por supuesto, humanas, para someter la mayoría a la condición de trabajadores
libres de vender su fuerza de trabajo al mejor postor o al único postor
monopolista de la riqueza. La esclavitud dejó los grilletes materiales y la
servidumbre y los transformó en grilletes ideológicos, en el ser servicial. El
grillete ideológico se evidencia cuando una sociedad agradece a los ricos
potentados que viven en su seno el darles trabajo y salario. El principio
liberal ha llegado a concentrar en un grupo pequeño la riqueza del mundo, grupo
que produce incesantemente métodos de control social para evitar la destrucción
de su medio. Pero la concentración de la riqueza y los réditos del capital,
parecen que han cobrado vida propia y la democracia liberal hoy tiene para uno
de sus productos, la masificación, un sistema de despojo sistemático de los
medios de vida: todo lo está reduciendo a lo mínimo, el Estado, la salud, la
educación y el salario. Esta ambición deja una estela de muerte por la guerra o
muerte del medio natural en el cual puede existir la vida.
La ortodoxia
filosófica de la democracia proletaria, se materializó en el siglo veinte en
varios regímenes políticos-geográficos. Igual que la democracia burguesa se
entronizó con el derrame de sangre y se dirigió a exterminar a sus opuestos,
para monopolizar la riqueza y el poder y depositarlos en el Estado. Los
conceptos de libertad y democracia ya no fueron unos absolutos atemporales,
sino unos determinismos sociales, ahora dilucidados y ubicados en los trabajadores
como clase social. Esta clase asume la democracia proletaria y en su lugar
gobierna el centralismo llamado democrático que es una encarnación del poder emanado
desde la cúspide unipersonal sobre una jerarquía poderosa dictatorial. Los
seres humanos están por demás, son una materia prima para el sostenimiento del
Estado. No son sujetos, sino objetos de y para el poder.
Las Colinas ciegas, dejan
un gran sinsabor y una profunda desesperanza. La cultura, en oriente como en
occidente no está centrada en el ser humano, está centrada en la acumulación de
riqueza para dominar a los demás. Pero ante lo que muestra la realidad es
necesario y obligante proponer formas sociopolíticas para garantizar la
centralidad humana en todo el hacer en el mundo. En los ocho mil años de
historia que se llevan, ninguna sociedad lo ha realizado. Y la contemporaneidad
que esgrime las doctrinas de los derechos humanos muestra el alejamiento de ese
ideal. Se debe ensayar desde otras filosofías, desde otras prácticas, con la
esperanza que no sean dolorosas y no inunden la tierra de sangre. De las
Colinas ciegas salta además una proposición insoslayable: “morir es fácil, lo difícil
es vivir”
Imagen: Fotograma de
la película Colinas Ciegas de Li Yang. 2003