martes, 4 de febrero de 2020

Morir es fácil, lo difícil es vivir


En las Colinas ciegas, Li Yang cineasta chino de la sexta generación que recrea la situación sociocultural de su país en la época posterior a la Revolución Cultural, muestra la persistencia de la ignorancia y la esclavitud, ejercida por campesinos en una aldea remota del norte. Las autoridades del estado en ese lugar actúan en connivencia con la situación. Unos tratantes engañan a una joven universitaria de la ciudad y la venden a una familia campesina, para que uno de sus hijos engendre en ella. En la aldea la joven mujer encuentra otras víctimas más, quienes tratan de convencerla de aceptar el secuestro, para ser bien tratada, como miembro de la familia. A la joven la despojan de sus papeles de identidad y al no poder demostrar quién es, las autoridades la devuelven repetidamente a sus captores que operan como esclavistas, no solo con la cautiva sino con la mujer por mujer y a los miembros del grupo social que no aceptan las costumbres. El poder del dinero y los bienes agrícolas hacen que una familia tenga una red de influencias hasta llegar a tener el estado en su bolsillo. Las autoridades burocratizadas la dejan hacer, siempre que los acontecimientos no salgan de las fronteras de la aldea.

Saltan de la película unos hechos que se deben nombrar como la esclavitud sexual, la ignorancia consensuada, burocracia básica y vegetativa, un poder por el poder del estado sin deseos de evolucionar hacia la igualdad prometida y con el infanticidio, una humanidad desplazada del centro de la existencia. Hechos que no se pueden dejar en China, pues surcan el mundo de oriente a occidente, con la fuerza del animal humano.

Este último concepto señala una condición que deja la boca amarga, pues ni la democracia burguesa capitalista, ni la democracia proletaria comunista, han podido materializar una política centrada en el ser humano. Parece que la guerra por la subsistencia animal sigue vigente, hoy tamizada por la revolución cultural liberal o comunista. Desde la observación brindada por la ciencia (humana o físicomatemática) de las sociedades de tiempos remotos, se puede decir que la existencia humana sigue centrada en el poder y la cultura fue y es una estrategia para preservar el poder a toda costa. Y esta práctica hace del ser humano un apéndice despreciable, un medio para acumular riqueza, base sine qua non del poder.

La democracia no existe aislada de un contexto sociopolítico y cultural. Está materializada por una ortodoxia filosófica, en la que se debe incluir el mundo mágico religioso. Filosofía hecha por seres humanos para legitimar el exterminio de los otros seres humanos por fuera del grupo social creador de la ortodoxia. La democracia liberal exterminó a sus contradictores, allá en la época de su debut. El momento eximio ocurrió en la Francia revolucionaria de finales del siglo dieciocho. La burguesía liberal tomó el poder en medio de charcas de sangre producto del exterminio del mundo feudal. Se desarrolló, perfeccionó su ortodoxia, elevó la democracia y la libertad a conceptos absolutos desvinculados de las raíces culturales y por supuesto, humanas, para someter la mayoría a la condición de trabajadores libres de vender su fuerza de trabajo al mejor postor o al único postor monopolista de la riqueza. La esclavitud dejó los grilletes materiales y la servidumbre y los transformó en grilletes ideológicos, en el ser servicial. El grillete ideológico se evidencia cuando una sociedad agradece a los ricos potentados que viven en su seno el darles trabajo y salario. El principio liberal ha llegado a concentrar en un grupo pequeño la riqueza del mundo, grupo que produce incesantemente métodos de control social para evitar la destrucción de su medio. Pero la concentración de la riqueza y los réditos del capital, parecen que han cobrado vida propia y la democracia liberal hoy tiene para uno de sus productos, la masificación, un sistema de despojo sistemático de los medios de vida: todo lo está reduciendo a lo mínimo, el Estado, la salud, la educación y el salario. Esta ambición deja una estela de muerte por la guerra o muerte del medio natural en el cual puede existir la vida.

La ortodoxia filosófica de la democracia proletaria, se materializó en el siglo veinte en varios regímenes políticos-geográficos. Igual que la democracia burguesa se entronizó con el derrame de sangre y se dirigió a exterminar a sus opuestos, para monopolizar la riqueza y el poder y depositarlos en el Estado. Los conceptos de libertad y democracia ya no fueron unos absolutos atemporales, sino unos determinismos sociales, ahora dilucidados y ubicados en los trabajadores como clase social. Esta clase asume la democracia proletaria y en su lugar gobierna el centralismo llamado democrático que es una encarnación del poder emanado desde la cúspide unipersonal sobre una jerarquía poderosa dictatorial. Los seres humanos están por demás, son una materia prima para el sostenimiento del Estado. No son sujetos, sino objetos de y para el poder.

Las Colinas ciegas, dejan un gran sinsabor y una profunda desesperanza. La cultura, en oriente como en occidente no está centrada en el ser humano, está centrada en la acumulación de riqueza para dominar a los demás. Pero ante lo que muestra la realidad es necesario y obligante proponer formas sociopolíticas para garantizar la centralidad humana en todo el hacer en el mundo. En los ocho mil años de historia que se llevan, ninguna sociedad lo ha realizado. Y la contemporaneidad que esgrime las doctrinas de los derechos humanos muestra el alejamiento de ese ideal. Se debe ensayar desde otras filosofías, desde otras prácticas, con la esperanza que no sean dolorosas y no inunden la tierra de sangre. De las Colinas ciegas salta además una proposición insoslayable: “morir es fácil, lo difícil es vivir”

Imagen: Fotograma de la película Colinas Ciegas de Li Yang. 2003