domingo, 20 de abril de 2025

Arte, artista, obra de arte


   La práctica humana de propiciar la voluntad de los dioses estuvo desde el origen materializada en imágenes puestas sobre diversas superficies. Incisiones sobre huesos, sobre piedras, sobre la fungible madrea y hasta sobre la propia piel. Así se tiene desde los humanos primigenios, expresiones gráficas, imágenes, que siguieron el periplo de la abstracción a la figuración.

  La cultura occidental comenzó a llamar esta práctica humana con el concepto de arte, desde la especulación socrática, siglo V antes de nuestra era. Desde entonces el arte comenzó a ser teorizado, enfocado con las distintas ópticas filosóficas: el platonismo, el aristotelismo, el hedonismo, el estoicismo. La época renacentista desplegó una poderosa “máquina” conceptual para explicar la obra de arte producida por sus artistas clásicos. Con base en esas experiencias el siglo XVIII y XIX construyeron sus historias del arte desde la búsqueda de la belleza, o la obra total, o las obras de arte universales.

  Con este prolegómeno se puede entrar al momento en el que occidente posibilita en el devenir de su pensamiento una concepción alternativa del arte y la vida, del lenguaje y el ser, inicialmente marginales, pero ampliamente desarrolladas en el siglo XX.

  Se observa en la segunda parte del siglo XIX, un clamor por concebir el ser humano desde el materialismo. “El ser en sí” tan socorrido por la filosofía alemana, en especial Hegel y Kant no satisfizo a los pensadores remisos a perderse en la metafísica de la esencia de las cosas, que hacía del lenguaje un don, y dentro de él una parte oculta al ser humano: el mundo de las esencias o del “ser en sí”. Las clasificaciones y las taxonomías aplicadas a las cosas y a las palabras exigieron concebir un ser humano creador con todos los atributos necesarios para hacerlo: la invención, la estética, el arte.

  Los materialismos de esa época, el histórico, el dialéctico, el científico, se deslizaron hacia un materialismo del lenguaje y la palabra, desplegando una antroposofía que, según Foucault, dividió el ser humano en partes para ser conocido de manera segmentada. Y en ese escenario Nietzsche lleva el lenguaje, enfocado desde el materialismo, a sus límites posibles de explicación. Y profundiza la tradición materialista para mostrar el lenguaje como una creación humana a la que se le adjudica todos los ingredientes de la obra de arte, en especial como hábitat de la estética.

  Se puede seguir el texto escrito en 1873, “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral” 1 para rastrear en él, ese nuevo enfoque sobre el arte, la obra de arte y la historia del arte. En el texto Nietzsche siempre habla “del hombre” para referirse a la humanidad: acá se hace referencia al “ser humano” en la medida que se pueda.

  El ser humano y el conocimiento. Una fábula: en un minuto del universo hubo un astro que desapareció porque se heló; en ese minuto, animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más altanero de la historia universal. Pero pereció el astro y los animales inteligentes. Esta fábula no ilustra suficientemente el estado lastimoso, sombrío y caduco, estéril y arbitrario del intelecto humano.

  Así como no existió durante eternidades, cuando todo acabe de lo que dice la fábula, nada quedará, porque el intelecto no tiene “ninguna misión ulterior que conduzca más allá de la vida humana”2. Pero el ser humano toma patéticamente su existencia como si fuera el centro del mundo. Este pathos es natural porque todos los seres vivos tienen la misma convicción. Esto lo sabríamos si nos pudiéramos comunicar con ellos.

  Y cualquier ser de la naturaleza que invente el intelecto, el conocimiento, se infla “inmediatamente como un odre”3. Y como el filósofo es el más soberbio de los seres humanos, está convencido de que “desde todas partes, los ojos del universo tienen telescópicamente puesta su mirada en sus obras y pensamientos”4. Pero el intelecto ha sido añadido a los seres humanos, “los seres más infelices, delicados y efímeros”5. Sin ese añadido que permite conservarlos huiría de la existencia. Al ser humano el conocimiento lo hace orgulloso y lo siega con una niebla “colocada sobre los ojos y los sentidos…”6. El orgullo le engaña sobre el valor de la existencia porque adula el mismo conocimiento en sus aspectos generales y particulares7.

  La verdad extramoral. Pero el conocimiento, al ser un medio de conservación del individuo, permite que sobrevivan “los débiles y poco robustos”; esta permisión es un fingimiento: es un “arte de fingir”, es un engaño, adulación, mentira, fraude, murmuración, farsa. Es vivir del brillo ajeno, en enmascarar, y además es una convención que encubre a los débiles y poco robustos, con escenificación ante “los demás y uno mismo”.

  Esto que hace el conocimiento, es pura vanidad y es “regla y ley”, es “una inclinación sincera y pura hacia la verdad”. El conocimiento hace al ser humano engreído y por eso la verdad aparece como fraude, engaño, etc. sobre la naturaleza. Pero eso es lo que se concibe como verdad. Verdad que según lo escrito anteriormente es una ilusión y un ensueño; es “deslizarse sobre la superficie de las cosas y [percibir] “formas”, su sensación no conduce en ningún caso a la verdad, sino que se contenta con recibir estímulos…”8.

  Se toma el sueño por verdad y la moral no ha tratado de impedirlo. Así se puede preguntar: pero “¿Qué sabe el hombre de sí mismo?”9. Si el ser humanos se mirase a sí mismo como si estuviese su cuerpo en una vitrina descubriría que tiene una conciencia soberbia e ilusa, que su existencia “descansa sobre la crueldad, la codicia, la insaciabilidad, el asesinato, en la indiferencia de su ignorancia…”10.

  El impulso hacia la verdad. Ante este panorama ¿de dónde viene “el impulso hacia la verdad”11. El conocimiento que ha hecho al ser humano engreído, conoce de la existencia de los débiles y los robustos y los preserva. Esa es una verdad desde el punto de vista moral; pero equivocada. El impulso hacia la verdad sale de la superación de la guerra de todos contra todos (“bellum ómnium contra omnes”) y por necesidad y hastío vive en sociedad [es gregario] mediante un “tratado de paz …[que] conlleva algo que promete ser el primer paso para la consecución de ese misterioso impulso hacia la verdad”12.

  El lenguaje, la verdad y la mentira. Este invento designa las cosas con el lenguaje, con “el poder legislativo del lenguaje”; así se hacen las primeras leyes, que son la verdad. Pero a la vez que se inventa la ley verdadera, se designa al mismo tiempo la mentira. Mentira aprovechada para engañar y hacer la sociedad desconfiada y por ello la sociedad expulsará de su seno al mentiroso. El ser humano tiene ansia de verdad sobre todo la verdad que mantiene la vida13. Y sabe que hay verdades producto del conocimiento puro [buscan la cosa en sí] y que por eso no tiene consecuencias ante las verdades perjudiciales y destructivas.14

  En el lenguaje, la palabra, es “la reproducción en sonidos de un impulso nervioso”15; es decir la palabra se produce en nosotros y no viene encausada fuera de nosotros. Pero también designa la verdad, las certezas y las falsedades. No se puede decir que la verdad genera el lenguaje porque hay muchos lenguajes y todos son arbitrarios respecto a la verdad. Si el lenguaje presentara la verdad, la presentaría como “la “cosa en sí” (esto sería justamente la verdad pura, sin consecuencias) es totalmente inalcanzable y no es deseable en absoluto para el creador del lenguaje”16, el ser humano.

  El lenguaje, la metáfora y la imagen. Ahora los impulsos nerviosos son reproducidos en lenguaje, también este se “extrapola en imágenes”17. El lenguaje solo designa las relaciones entre las cosas y los seres humanos, y expresa esas relaciones con metáforas audaces. Se tiene el siguiente periplo: impulso nervios, lenguaje, imagen, metáfora, sonidos que son de nuevo lenguaje.

  El lenguaje, las palabras, no son las cosas; el lenguaje es una metáfora de las cosas, metáfora que para nada son las “esencias primitivas”18 de las cosas o como también se pude llamar “la enigmática X de la cosa en sí”. Estas las metáforas se presentan también como un impulso nervioso, luego como figura (imagen) y luego sonido. El lenguaje en ningún caso es la esencia de las cosas.

  El lenguaje, el concepto y el antropomorfismo. Los materiales con que se construye la verdad vienen más de las nubes que de la esencia de las cosas. El investigador y el filósofo construyen la verdad con materiales sacados de las nubes: metáforas, imágenes, sonidos, figuras. Esto es el lenguaje, la palabra. Y con estos materiales hacen otra construcción: el concepto. El lenguaje, la palabra se convierten en conceptos. Y como conceptos no sirven para mostrar experiencias singulares individualizadas o el recuerdo. El concepto debe encajar innumerables experiencias distintas, similares, pero no idénticas; es un genérico que equipara casos no iguales. El concepto representa; ejemplo: hoja generaliza todas las particularidades. El concepto abandona de manera arbitraria las diferencias individuales. El concepto como genérico es antropomórfico, no está en la naturaleza.

  La verdad, el olvido y la inconsciencia. Así, la verdad, en relación con el lenguaje es una hueste de metáforas, de metonimias, de antropomorfismos. La verdad es “una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes… [la verdad o] las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y su fuerza sensible monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas sino como metal”19.

  Pero el ser humano olvida que la verdad tiene esta condición que la hace ser una mentira porque no tiene la “X cosa en sí”. El ser humano miente por convención “…miente de la manera señalada inconscientemente y en virtud de hábitos seculares -y precisamente en virtud de esta inconsciencia, precisamente en virtud de este olvido, adquiere el sentimiento de verdad”20. El ser humano que se comporta así “en ese instante […] pone sus actos como ser racional bajo el dominio de las abstracciones”21.

  La mentira extramoral. El mentiroso es quien se sale de esta convención, es presa de impresiones repentinas, de las intuiciones, de conceptos descoloridos, de metáforas individuales. El ser humano se eleva “por encima del animal” por lo siguiente:

1. La “capacidad de volatilizar las metáforas intuitivas en un esquema”.

2. La capacidad de “disolver una figura en un concepto”.

3. Por los esquemas “es posible […] construir un orden piramidal por castas y grados”.

4. Por los esquemas instituye “un mundo nuevo de leyes, privilegios, subordinaciones y delimitaciones”22.

5. Por los esquemas entra en un mundo firme, general, conocido, “más humano”, regulado e imperativo.

6. Por los esquemas, hace un edificio de conceptos como un palomar (columbarium), con la lógica fría de las matemáticas.

7. Los esquemas, con base en conceptos, versátiles como un dado son el “residuo de una metáfora”, porque fueron una ilusión (una intuición particular y única) que la “explotación artística de un impulso nervioso” convirtió en concepto (luego de haber sido imagen).

  Lo contrapuesto a estas elevaciones del ser humano es la mentira, el recurso al “mundo de las primitivas impresiones intuitivas”. Las metáforas intuitivas, individuales sin par; por eso no sirven para hacer clasificaciones. Estar en el mundo de la individualidad intuitiva, de las metáforas particulares en estar en la mentira desde un punto de vista extramoral.

  El mundo intuitivo y el mundo conceptual. Así la verdad es un juego de dados en el que cada cara en un concepto. Y cada golpe de dados es una designación dirigida a una clasificación correcta porque no viola el orden y las jerarquías. Los romanos y los etruscos matematizaban el cielo, lo dividían, lo repartían con líneas matemáticas y creaban la esfera, el templum de cada dios, “todo dios conceptual ha de buscarse, solamente en su propia esfera23. El ser humano es un constructor de catedrales de conceptos, infinitamente complejas, livianas y firmes para poderlas llevar consigo. Con estos edificios conceptuales, mide su entorno y esas mediciones son antropomorfas; “no contienen un solo punto que sea “verdadero en sí”, real universal, prescindiendo de los hombres”24. Las metáforas intuitivas no son las cosas mismas y menos las cosas como objetos puros. El ser humano al olvidar el mundo primitivo de metáforas intuitivas originales (impulso nervioso convertido en imagen), entra en el mundo de la verdad. El mundo primitivo tomaba las cosas como equivalentes a las metáforas, como objetos puros.

  El mundo del arte. Así el mundo del arte se constituye. Es el mundo del sujeto artísticamente creador. Es el mundo de las metáforas intuitivas; mundo primitivo en el que se toman las intuiciones como las “cosas en sí”. Se toma la imagen y la palabra como las cosas; se toma el mundo exterior como equivalente al mundo interior. Sujeto y objeto son uno solo. Es el mundo de “un fogoso torrente primordial compuesto por una masa de imágenes que surgen de la capacidad originaria de la fantasía humana [con] la invencible creencia en que este sol, esta ventana, esta mesa son una verdad en sí”25.

  El ser humano creador; el sujeto artísticamente creador vive en calma, seguro y con consecuencia. Si sale de ese mundo termina con su “conciencia de sí mismo”26.

  Ahora. El ser humano cuando abandona, cunado olvida el mundo de las imágenes como metáforas intuitivas, hechas de impulsos nerviosos convertidos en palabras, en imágenes … cuando olvida termina la “conciencia de si mismo” y entra a reconocer sujeto y objeto como esferas distintas que se relacionan por una tercera esfera en la que anida la estética; no hay “ninguna causalidad, ninguna expresión, sino, a lo sumo, una conducta estética, quiero decir: un extrapolar alusivo, un traducir balbuceante a un lenguaje completamente extraño, para lo que, en todo caso, se necesita una esfera intermediadora, [libre] para poetizar e inventar”27.

  El ser humano como sujeto libre del mundo de las metáforas intuitivas, porque lo ha olvidado, tiene una relación con el objeto por “una conducta estética”, que consiste en extrapolar con alusiones las dos esferas (sujeto – objeto). Entre ellas cuando se extrapolan, hay un “traducir balbuceante a un lenguaje completamente extraño” materializado en una esfera intermedia con una fuerza medidora. Tanto la esfera como la fuerza, tienen la libertad para poetizar e inventar.

 Idealismo y leyes de la naturaleza. La “relación de un impulso nervioso [la palabra que produce la imagen] con la imagen producida no es, en sí, necesaria”. Es decir, los impulsos nerviosos -la palabra- no remiten a la misma imagen. Pasa que cuando una imagen, que viene de una palabra – un impulso nervioso- se repite millones de veces y hereditariamente, de generación en generación, termina significando una imagen necesaria, es decir, se termina identificando la cosa y la imagen, en una “relación de causalidad estricta”28. Si esto mismo ocurre con un sueño, la humanidad termina considerando ese sueño como una realidad.

  Así se caracteriza un idealismo: Cuando se considera la equivalencia entre sujeto y objeto, entre imagen y cosa, entre el sueño y la realidad. Este idealismo choca con quien se ha convencido de la “consecuencia, ubicuidad e infalibilidad de las leyes de la naturaleza …[en ellas] todo es tan seguro, tan elaborado, tan infinito, tan regular, tan exento de lagunas [que lo que encuentra] habrá de concordar entre si y no se contradirá”29.

  Las leyes de la naturaleza son conocidas por los efectos, por las relaciones con otras leyes también conocidas. Es decir, conocemos la naturaleza, no como “cosa en sí”, sino por las relaciones, no como esencia, sino como suma de relaciones. El ser humano conoce las leyes de la naturaleza por lo que aporta: el tiempo, el espacio, las relaciones de sucesión y los números30.

  Se le puede decir al idealismo que lo maravilloso de las leyes de la naturaleza, lo asombroso, que reclama explicación, “reside única y exclusivamente en el rigor matemático y en la inviolabilidad de las representaciones del espacio y el tiempo”31. Luego las nociones, los conceptos de espacio y tiempo, las producimos nosotros los seres humanos “…estamos obligados a concebir todas las cosas…” bajo las formas de espacio y tiempo, porque solo captamos de las cosas el espacio, el tiempo y el número. La regularidad de las órbitas, de los procesos químicos, coinciden con las propiedades que el ser humano introduce en las cosas.

  Lo que es el arte. Así el arte, la producción artística de metáforas, base primigenia de la percepción, se hace sobre las formas de tiempo – espacio – número. La producción artística supone y se realiza en las formas espacio – tiempo – número, formas primigenias que conducen a construir “el edificio de los conceptos”. Entendido este edificio como “una imitación, sobre la base de las metáforas de las relaciones de espacio, tiempo y número”32. Las metáforas intuitivas primigenias, primitivas, tiene como base la poesía, la invención y la estética, construidas sobre el espacio, el tiempo y el número.

  El arte habita en el opuesto a la ciencia, el mundo de las metáforas, las metonimias y el mito. Cuando el mundo de conceptos del hombre despierto, hombre de ciencia es desgarrado, cree que sueña, porque el sueño es, si no igual, es muy parecido al mito; así como el pueblo griego antiguo que tuvo una cultura más parecida al sueño. Si “…Atenea puede ser vista en compañía de Pisístrato recorriendo las plazas de Atenas en un hermoso tiro -y esto el honrado ateniense lo creía-…” la naturaleza estaba al servicio del ser humano y de los dioses que engañaban “a los hombres bajo todas las figuras”33. Y ocurre porque el ser humano está inclinado a dejarse engañar, a ser hechizado de felicidad por las narraciones o las obras de teatro. Ahí el ser humano es libre y “celebra sus Saturnales [es] tan exuberante, tan rico, tan soberbio, tan ágil y tan audaz [porque es] poseído de placer creador…”34.

  El ser humano sale de la esclavitud, se libera con el arte. Diluye el mundo por periodos. El ser humano intuitivo camina junto al ser humano racional. “Ambos ansían dominar la vida éste [el racional] sabiendo afrontar las necesidades más imperiosas mediante previsión, prudencia y regularidad; aquel [el intuitivo] sin ver, como “héroe desbordante de alegría”, esas necesidades y tomando como real […] la vida disfrazada de apariencia y belleza”35. El intuitivo en la Grecia antigua maneja las armas y fue victorioso y construyó una cultura en la que el arte dominaba la vida.

Guillermo Aguirre González. Abril 20 de 2025

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Notas.

1. Nietzsche, Friedrich. Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Editorial Tecnos. Madrid 1996. Traducción de Luis Valdés y Teresa Orduña

2. 3. Ídem. Pg. 17

4. 5. 6. 7. Ídem. Pg. 18

8. 9. 10. Ídem. Pg. 19

11. 12. Ídem. Pg. 20

13. 14. 15. Ídem. Pg. 21

16. 17. Ídem. Pg. 22

18. Ídem. Pg. 23

19. 20. Ídem. Pg. 25

21. 22. Ídem. Pg. 26

23. Ídem. Pg. 27

24. Ídem. Pg. 28

25. 26. Ídem. Pg. 29

27. 28. Ídem. Pg. 30

29. Ídem: Pg. 31

30. 31. Ídem: Pg. 32

32. Ídem: Pg. 33

33. Ídem: Pg. 35

34. Ídem: Pg. 37

35. Ídem: Pg. 38

 

Imagen

Remedios Varo. Naturaleza muerta resucitando. Oleo 109.8 x 81 cms. 1963.