jueves, 7 de noviembre de 2013

Estudio novela norteamericana. En el camino de Jack Kerouac

Los tres consumos de Kerouac
Por Guillermo Aguirre González
El auto es una burbuja, un abrigo con elementos que lo hacen parecer un hogar móvil. Hay una intimidad de los seres sentados. Es una habitación para estar sedente y tener muy cerca al otro, tanto que el contacto corporal es inevitable. Facilita mirarse cara a cara e imaginar el resto del cuerpo sin verlo. Esta casa móvil, pequeña o grande, ha moldeado la conducta de Dean Moriarty. Este hombre bisexual “educado en la dura noche de la carretera, (…) había venido al mundo para verlo. Se echaba encima del volante y miraba a ambos lados”. La ausencia de su madre y la irresponsabilidad de su padre vagabundo, le hicieron tomar un gusto extremo por los productos de consumo masivo más inmediatos, el sexo, el auto y los narcóticos. La pobreza en medio de la abundancia, lo obligó a satisfacer sus gustos con el simple tomar. Meterse en el auto propiedad de otro y usarlo hasta el límite de la capacidad, era para él llevar a la práctica la máxima siguiente: las cosas no son del dueño sino de quien las necesita. Dean no lo concebía como robo. Pero la policía sí. Por eso, estuvo siete años recluido en un reformatorio.
 
La calle, la carretera y los aparcaderos, le hicieron un experto automovilista y le sacaba a esas máquinas doscientos kilómetros por hora. Ahí, además de otras adicciones, se hacía adicto al vértigo de la velocidad y a la trashumancia. La condición moderna caracteriza un nomadismo de nuevo tipo. El nómada arcaico tenía su mirada pegada a la tierra, fue un ser territorializado. El nómada o trashumante moderno surca el espacio y alza la mirada al cielo y no ve luces adheridas a un plano; ve esferas luminosas que flotan por la gravitación universal de Newton. El automovilista nómade se maravilla de la tierra y sus accidentes, los paisajes y los seres vivos que la habitan, de los astros del cielo. Cree que ha venido al mundo para verlo y hacer lo que se le antoje. Ese mundo le ha mostrado la guerra espantosa y le ha dejado exhausto, incrédulo, nihilista. Espera “que llegue la destrucción al mundo de la “historia” y el apocalipsis vuelva una vez más como tantas veces antes…” y devuelva el ser humano a la pasividad tranquila del mundo de la Sagrada Lhasa.
 
La historia ha conducido a la lucha por el poder y deja los campos cubiertos de sangre y cadáveres, eso es la civilización que debe pensarse como la gran tristeza, la gran pobreza, la gran decepción. Los indígenas del norte de Méjico que bajaban a la carretera seducidos por la civilización no conocían la trampa intrínseca en su seno; desconocían que ella, producto de su historia y su misma lógica había construido “una bomba capaz de destruir todos nuestros puentes y carreteras y reducirlos a polvo”. El ser humano, luego de la hecatombe atómica volvería a la inocencia indígena, como la de esos indígenas que salían a ver el ruidoso Ford 38 de Dean y sus amigos trashumantes.
 
El tiempo tratado como lo hace Proust, debe ser un dios, porque se puede vivir para buscarlo. El tiempo es un dios porque él mismo nos saca y nos entra cuando quiere. Cuando quiere convoca el apocalipsis y hace que la humanidad vuelva a empezar para hacer la historia y volver a destruirla. El dios tiempo debe agradarse con el viaje y el vértigo de la carretera; con el mirarlo todo y maravillarse por todo. En la carretera los colores se ven más, los olores son geográficos, las gentes hermosas en su ser local. Todo este éxtasis existe por los tres consumos, el sexo, el auto y los narcóticos.
El sexo libre es el recurso de la sociedad de masas descreídas, devenidas en opulentas y dispuestas a romper el tabú. El auto es el sostén que salva el tedio del sedentario y los narcóticos señalan la alteridad. El estado alterado obliga a crear mundos alternos para ser habitados igual que todo lo humano.
 
En el camino de Jackes Kerouac, se ve el estado mental y social del segmento de la sociedad que está obligado a darle sentido a la vida luego de su agotamiento. La juventud norteamericana de la posguerra acusó a la historia y al tiempo de la crisis de humanidad. Los jóvenes norteamericanos de la década 1945 – 1955, pusieron sobre las mentes de los seres humanos del mundo, la necesidad de luchar contra la guerra; no con las armas de la guerra, sino con la pasividad.
 

 Caminar hasta “El idiota rabioso”
Por Guillermo Aguirre González
Éxtasis por vivir. Estar bajo las estrellas, sobre la llanura, conversar, hablar mucho hasta el amanecer, produce en los personajes de Kerouac un gozo relacionado con el ser joven. Son jóvenes de la segunda posguerra con una concepción del mundo salvadora. Se sienten y se creen puros, angelicales y santos. Si fuman marihuana, consumen morfina y hacen el sexo desenfrenado, son actitudes o atributos de seres divinos. Basta con manifestar estar llenos de un inmenso amor por los seres humanos, los seres vivos y l naturaleza, para creerse justos, perfectos y dignos de consideración.

Esos personajes de Kerouac se meten en la cabeza la geografía del país y la recorren con ese artefacto de la modernidad madura llamado automotor. Este reemplaza el caballo y el caballero, por el automóvil y el automovilista. La inmensidad del país estruja la mente y hace que la andanza sea quijotesca. Y efectivamente Kerouac, pone a Salvatore (y su grupo) a recorrer el país y narra la aventura con la estructura del Quijote de Cervantes. Primera salida, vuelta a casa, segunda salida, etc.

Los beatos, los “beat”, los santos, viven una vida en la que todo existe porque así debe ser. La naturaleza y la sociedad marchan como debieran y esa es la voluntad de dios. La vida se debe disfrutar al máximo sin preocupaciones, ni por el pasado ni por el futuro. Si una vez se preocuparon por la cultura griega, por la filosofía nietzcheana, antes de emprender la trashumancia, luego, con el sabor del viaje y la aventura, dicen: “ahora nadie puede decirnos que Dios no existe. Hemos pasado por todo (…) todo es maravilloso, Dios existe, conocemos el tiempo. Todo ha sido mal formulado de los griegos para acá. No se consigue nada con la geometría y los sistemas de pensamiento de geométricos.” Todo se reduce a la penetración sexual.

No se tiene un sistema de pensamiento relacionado con la cultura de la humanidad pero si un sistema, como contenido mental, en el que se acepta la conversión del ser humano en valor monetario, aunque los “hipster de pelo largo”, parecen renunciar a la riqueza y vivir como andrajosos. La sociedad opulenta norteamericana de la posguerra, permite que al margen del orden, de la pulcritud, exista el underground trashumante y mantenga la vida con el excedente de la sociedad. En California los camiones cargados de uva, dejan caer los excesos de carga y los autostopistas se alimentan de ellos. En el camino de doce mil kilómetros, siempre resuelven la manutención con la bondad admirativa de los habitantes de los pueblos por los que pasan.

Carretera, viaje, sexo, licor, marihuana, drogas y fiesta. Inmanencia pura. Esta forma de existir a la que llegó la juventud y los veteranos de guerra en los años cuarenta y cincuenta en Norteamérica, permitió a un biólogo preocuparse por la procreación de los ciudadanos de su nación. “Comportamiento sexual de los hombres” se llamó su investigación sobre las costumbres y prácticas sobre el tema. Empleó la encuesta y la entrevista para recabar información. La obra del biólogo Alfred Charles Kinsey, fue un éxito editorial. Esto le animó a una segunda investigación, “Comportamiento sexual de las mujeres”. Fue un éxito editorial aún mayor. Kinsey comprobó que la sociedad norteamericana estaba ávida de información sobre el sexo. Kinsey concluyó que: el trece por ciento de las mujeres habían experimentado algún orgasmo homosexual a partir de la adolescencia; y que el treinta y siete por ciento de los hombres tuvieron alguna vez un orgasmo homosexual desde la adolescencia. Los entrevistados de ambos sexos en su mayoría, manifestaron infidelidad y prácticas sexuales prematrimoniales.

Los resultados del informe Kinsey son sacados de sondeos y deben tomarse como estadísticas sobre muestras de población. Muchos de los amigos de Salvatore Paradise, el narrador de En el camino de Kerouac y del personaje Dean Moriarty, se enorgullecen de haber sido entrevistados por Kinsey; y esto certifica las novedosas conductas de los santos “beat”, merecedoras de observación científica, por famosas. Este globo de comportamientos reivindica el narcoanálisis como una práctica particular de un personaje de la novela, y parodia con burla el sicoanálisis, ciencia que deshoja la personalidad hasta encontrase con la personalidad esencial y originaria: el idiota rabioso. El narcointelectual Bull Lee espera llegar a ella.

viernes, 25 de octubre de 2013

Estudio novela norteamericana. El guardián entre el centeno de J. D. Salinger

La muerte fácil de los inmaduros
Por Guillermo Aguirre González
El guardián entre el centeno es una historia narrada por el joven Holden Caulfield, de edad apropiada para estar en la secundaria. Un primer escenario, se ubica en el colegio de secundaria Pencey de Agerstown, Pensylvania. El colegio tiene un régimen muy norteamericano. La secundaria se cursa con residencia en el mismo colegio. Holden tiene como compañeros de cuarto al donjuan Stradlater y al sucio y mugroso Ackley. Holden está en proceso disciplinario y será expulsado. Ama la lectura por sobre los deberes académicos. Rinde en su deseo de conocer el mundo a su manera, más no en el cumplir el orden y la obligación de la institución; por ello será expulsado del colegio.
 Esta aptitud de Holden, lo potencia ante los demás compañeros y por ella es capaz de considerar a su compañero de habitación una criatura. Sistemáticamente así lo llama; pero el lector puede explicarse el uso de la denominación, por ser Ackley un compañero sin ninguna higiene, o por tener, el propio Holden una concepción del ser humano distinta a la del creyente religioso.
 Considerar a otro como criatura, es considerarlo un producto, un diseñado, un creado por dios. Esto es posible porque Holden se declara ateo, es decir, piensa que los creyentes se sienten criaturas y los ateos creadores. Esta es una reflexión de un ser maduro, con suficiente edad que le permita establecer distancia con la relgión por el tiempo dedicado a la lectura. Pero la edad declarada por Holden en el texi que lo lleva al bar de Bern's, es trece años. Situación que no concuerda con las aventuras de Holden en New York. Vive en la ciudad, la conoce, pero el lenguaje, el manejo de las situaciones, son ingredientes muy adultos para estar en la caracterización de un menor de edad. Se sabe que los jóvenes de las clases altas norteamericanas y europeas, tienen acceso temprano a los bienes de la cultura; por la calidad de la educación y la vida. A los diez o doce años ya se han acercado de manera clara a la filosofía, la historia o la ciencia. Pero ese no es el caso del renegado Holden.
 Se debe tener presente, la voluntad de mentir del joven Caulfield. En general se pone más edad, cuando quiere hacerse vender licor en los bares. En el caso, cuando declara tener trece, lo hace para escandalizar a un taxista que lo transporta; pero según el ambiente y la propuesta de la novela, es necesario adjudicarle al narrador, Holden Caulfield, una edad aproximada a los diesiseis años.
 Sin embargo la intensión de Salinger de mostrar la vida de la ciudad se cumple. Pero más que la vida de la ciudad, este novelista se traza el cometido de leer la sociedad para devolverle a la sociedad la visión de un joven crítico. Cumple uno de los propósitos de la literatura, nutrirse de la sociedad para luego nutrir la sociedad, en un proceso de retroalimentación.
 Lo que devuelve Salinger es una sociedad con seres humanos que recién han salido de la segunda guerra mundial y han salido triunfadores. El síndrome de la victoria cala hasta las raíces de la ética y la moral. El joven pudiente se libera de las ataduras familiares y se decide por la vida independiente. Se quiere beber la ciudad a partir de un diálogo interior de ponderación sobre las cosas y los demás.
 El guardián entre el centeno, es una propuesta de vida para una ciudad (sociedad) triunfante. La sexualidad se relaja, la familia independiza a sus miembros jóvenes, se potencia el éxito económico, se refuerza el individuo y su relación existencial con el medio.
 Para el joven narrador de la historia, autovalorado como intelectual e inteligente, los seres humanos se presentan como pueriles, insulsos, pretensiosos y pedantes. Ante este mundo el joven Holden, vomita y odia la ciudad y sus gentes. Odia el colegio, odia a Nueva York "y todo eso. Los taxis, y los autobuses de la Avenida Madison, con esos conductores que siempre te están gritando...”
 La crítica repetitiva a todo lo de su entorno, la entiende Holden como lo que le produce depresión. Le pasa con regularidad y el lector cree que es permanente, porque le fastidia todo. Afirma salir de la depresión si pudiera irse con una mujer bella a recorrer el país en auto y vivir en una cabaña cerca de un arroyo.
 La independencia que posibilita el automóvil a los jóvenes norteamericanos, tiene las características de una revolución de las costumbres. La intimidad del auto presenta alternativas, para zafarse del control de los padres y adoptar los modelos sociales que presentaba el cine, quien entra a ocupar la mayor parte del tiempo libre.
 El joven Caulfield, quiere dejar la secundaria, e irse en un auto a recorrer el país, porque está harto de todo y todos. Esta condición la presenta Salinger, porque quiere entrar en el sentir y pensar de un joven adolescente y logra mostrar un ser lleno de contradicciones, en angustia permanente. Holden se declara ateo pero invoca a dios, odia el cine pero lo ve, ama el sexo pero rechaza las oportunidades.
 Más allá de la siquis adolescente, se tiene una semblanza social. En la segunda posguerra los norteamericanos se disponen a cambiar, hablan del sexo y de la desigualdad social. La angustia existencial se generaliza y el sicoanálisis se hace una alternativa. El ser humano moderno de la sociedad capitalista profundiza el individualismo y se siente víctima y verdugo a la vez, por eso El guardián entre el centeno recomienda: "lo que distingue al hombre inmaduro es que aspira a morir noblemente por una causa, mientras que el hombre maduro aspira a vivir humildemente por ella". Dos conductas recomendadas: morir tras dejar una huella célebre. Otra: vivir largamente y hacer aportes pequeños al bienestar de la humanidad, de manera imperceptible y anónima.

martes, 16 de julio de 2013

Estudio novela norteamericana. Luz de agosto de William Faulkner

Un diálogo consigo mismo
Por Guillermo Aguirre González
En el final de Luz de agosto, Faulkner redondea la novela. En las cuatro semanas, contadas desde la llegada de Lena a Jefferson, hasta su viaje con Byron, ocurren acontecimientos a los cuales el autor, les hace una genealogía, les rastrea su origen. El aserradero, buscado por Lena, alberga al padre de su hijo. Con él trabajan, Byron y Christmas. Ambos personajes son desarrollados, como principales y sirven para mostrar otros, subsidiarios del cuerpo argumentativo; pero fundamentales. Todos los personajes, principales o no, son expuestos en la intimidad de su yo, y por el carácter de su monólogo, son identificados.
La novela se vuelca toda hacia el interior de los personajes. Es una obra literaria dedicada al yo. El diálogo permanente de los personajes con sigo mismo, el monólogo, muestra como la realidad incide en el sujeto y es elaborada con las palabras. Se hace un mundo personal, un mundo, que por principio, es humano. El mundo humano armado de palabras, ha sido creado por la humanidad para domeñar el afuera; reducir el caos exterior a un cosmos medido y apropiado. Pero ese mundo interno de los personajes de Luz de agosto, es el del ser humano norteamericano; distinto al europeo, al indígena y al africano, los que le, dieron origen.
La segregación, hizo un compartimento estanco, para cada etnia; pero la mezcla fue inevitable. Y todos, afros, indoamericanos, anglosajones y los mestizos, adquirieron una condición cultural, muchas veces sincrética. Un imaginario, un concebir, una concepción del mundo, signada por la relación personal con el dios cristiano. El relato religioso, transmitido la mayoría de veces de forma oral, pero sobre todo a partir del libre acceso al libro, permitió un diálogo con dios a nivel de la conciencia y en cada sujeto, muy cercano al monólogo.
El diálogo con dios es un monólogo, porque se habla con un ser que no está, pero existe dentro del mundo humano, y a cada sujeto, en la sociedad norteamericana, se le ha permitido una relación personal con él. Esta es una de las novedades modernas. El diálogo del sujeto con su dios, se enfrentó a la exclusividad medieval de la jerarquía, para ejercer la comunicación escatológica. El moderno, al menos desde 1530, entra en una teología unipersonal, en la que el sujeto se relaciona directamente con su creador.
La novela registra este suceso y describe el ser interior y obliga, de forma recurrente, en la vida de cada personaje al monólogo interior. El ser humano moderno norteamericano, sintetizado por Faulkner, en Luz de agosto, es un ser dialógico con sigo mismo, aunque tenga unas convicciones comunitarias que le lleven a formar legiones con nombres griegos, para ejecutar acciones paraestatales, e imponer una justicia de supuestos rasgos superiores. Este rasgo es el que identifica el devenir del ser humano occidental.
Se pude sostener la tesis. Luz de agosto es una novela sobre el yo occidental, cruzado por el cristianismo moderno. Hablar con dios es hablar consigo mismo, con esa tecnología creada en el ser humano por el poder. El animal humano trashumante fue obligado a sedentarizarse y a introyectar los códigos de dominación en ese dispositivo íntimo nombrado por el lenguaje como el Yo. El ser humano está en diálogo permanente con él mismo. Los contenidos de este diálogo inmenso están atados a la cotidianidad. La relación con los demás está en permanente ponderación. Los actos se materializan según las reglas nominadas y formadas en grupos que tratan de abarcar los comportamientos posibles.
Los personajes de Luz de agosto actúan y miden la cantidad de bien y de mal que pueden causar a los demás conciudadanos. Esa cantidad la extraen de la Biblia, por lectura propia o por la un tercero: el reverendo pastor. Por eso el juicio de los propios actos o de los demás se mide desde ese diálogo personal con dios. Diálogo que pude llevar a que el interlocutor se apodere de sí mismo y se llegue a afirmar: “dios habla por mi boca y castiga con mi brazo”.
Los personajes de la novela según su diálogo o su monólogo se muestran fanáticos, culpables, cautos, castigadores, contempladores, desafiantes, omnipotentes, predestinados y azarosos, puestos sobre la tierra.

Luz de agosto. Memoria larga y profunda
Por Guillermo Aguirre González
Lo humano es un invento de los seres humanos para darle coherencia a la existencia. Ha sido necesaria esa autovaloración. Lo humano se ha dotado de contenidos como el recuerdo, la memoria, la experiencia; contenidos encapsulados en los constructos de la cultura: la religión, el arte, la magia, la ciencia y la política. Esa autovaloración humana transmitida a las generaciones nuevas, evita, inicialmente, la destrucción entre iguales. Por eso los iguales han construido un concepto de ser humano reducido a sus propios códigos culturales. Los demás seres, vecinos o distantes, no son humanos o les falta humanidad. Diría el grupo de iguales: nosotros somos los que hablamos bien, pensamos correctamente, nuestros dioses son los únicos verdaderos, nuestra tierra es la mejor, todos nosotros somos el centro del mundo, los demás son bárbaros y esclavisables.
Esta convicción ha trasegado por todos los tiempos de la historia, desde el neantropo de las llanuras, hasta el homosapiens del cantábrico. Y la encuentra William Faulkner en la sociedad norteamericana, a pesar de la adopción de la república y la democracia con su filosofía política sobre la igualdad genérica. Faulkner lee la sociedad de su entorno, la concibe y la lleva a la literatura; pareciera responder a la pregunta ¿Qué hace actuar a los seres humanos que conozco, de tal manera? Parte de ese contenido asombroso del ser humano llamado memoria. Los personajes de Luz de agosto hablan y actúan desde la memoria organizada como religión.
Cuando Faulkner dice que “La memoria cree antes de que el conocimiento recuerde. Cree mucho más tiempo que recuerda, mucho más tiempo del que tarda el conocimiento en preguntarse”; cuando dice: “Acaso era el conocimiento que da la memoria, el conocimiento que comienza a recordar”; “Y la memoria sabe esto; veinte años después, la memoria cree todavía Fue aquel día cuando me hice un hombre”; “Fue muchos años después cuando la memoria supo aquello que él recordaba”; “y la aceptación vino a reemplazar al conocimiento y a la memoria”; “Lo sabré dentro de un minuto. Ya he comido esto en alguna parte. Dentro de un minuto lo sabré una memoria en marcha que sabe”; «Sí, habría vuelto la grupa. Habría huido hacia el lado opuesto. Lejos de la memoria, lejos del conocimiento de los hombres. Sí, creo que habría huido para siempre».
Cuando Faulkner hace estas afirmaciones en su voz omnisciente o en la de los personajes, ata la memoria al conocimiento y le da predominio a la primera. Se muestra en Luz de agosto una sociedad comunitaria dirigida por pastores (sacerdotes) inspirados en la Biblia, en la memoria religiosa dosificada y reducida a los actos humanos. Cada acto tiene su regulación mística y está en la memoria del predicador que la trae en el momento del suceso.
La sociedad norteamericana que conoce Faulkner está centrada en la supremacía de los blancos anglosajones y su religión cristiana. Para ellos los demás son seres inferiores y tienen la huella de la esclavitud y por principio son culpables de los males de la humanidad, concebida como la humanidad de los blancos. Ante el crimen de Joana Burden, el sheriff dice a un alguacil, Tráeme un negro para culparlo. Y negro no es solo el indígena o el afrodescendiente. Lo es el pelinegro y todos los mestizos.
El autor está centrado en mostrar el comportamiento de los seres humanos, por eso habla de la memoria de la supremacía blanca, como de la memoria del negro o del mestizo. La universalidad de la memoria y la relación con el conocimiento deja la certeza de un pensamiento profundo del fenómeno. La memoria es más larga, más profunda que el conocimiento; porque el conocimiento es memoria organizada, depurada con el útil de la lógica.
En la Norteamérica de Faulkner los grupos sociales, dominantes y excluidos tienen el mundo híbrido; por la memoria creen, conocen, recuerdan, huelen, ven, tocan y se violentan. El conocimiento se despliega en un contenido fundamental, en el canto, en la música de la oblación, de la ofrenda. El pastor retirado que lee incesante… “Al escuchar esa música, le parece percibir la apoteosis de su propia historia, de su propio país, de su propia sangre, de aquellas gentes de las que él ha salido y entre las cuales vive y que nunca pueden gozar de un placer o sufrir por una catástrofe, ni evitarlos tampoco, sin comenzar a discutir sobre ellos. Placer, éxtasis: esas gentes parecen incapaces de soportarlos. Y para evadirse de ellos solo conocen la violencia, la embriaguez, las batallas, la oración”.

 
Obsesión y monomanía
Por Guillermo Aguirre González
¡Ya está! ¡Ya lo hice! ¡Les había dicho que lo haría! Con estas palabras autoreferidas, Joe McEachern vuelve a ser Christmas. Golpeó con una silla de madera a su padre adoptivo y lo dejó en el piso, ensangrentado e inconsciente. El despotismo del padre había creado en el hijo un rencor vengativo dispuesto a aflorar en cualquier incidente de confrontación. Crhistmas desde el orfelinato fue sujeto de dominación por la discriminación racial. En su vida de hijo adoptivo, el padre lo discrimina por no ser capaz de memorizar el catecismo y por dejarse llevar por los sentidos. Esa dominación capacitó a Crhistmas para el parricidio, tras los golpes del padre sobre su carne.

La introspección por la discriminación y la culpa, ejercida por la familia, es dejada de lado por la época de la primera virilidad. El licor, el sexo y la fiesta, fueron un mundo revelado por la pequeña ciudad cerca de su residencia campesina. Les entregó todo; pero la inocencia de Crhistmas respecto a los agentes expertos que le ofertaron licor, sexo y fiesta, hace que ellos le saquen sangre para ver las huellas de su africanidad en el fluido y porque el presunto parricidio del muchacho, les tumbó el negocio y los obligó a huir.
 
La camarera, y sus administradores, desprecian la decisión de Crhistmas de casarse con ella y le dicen que no pueden irse con un perseguido por la policía, porque ha matado un hombre. Y peor, a su padre, y más grave aún por tener sangre negra, elemento que lo hace culpable a ultranza, por estar en una sociedad racista.
 
Crhistmas, golpeado, en su cuerpo y sus sentidos se posa en la calle y “la calle pasó a través de los estados de Oklahoma y de Missouri, descendió hacia el sur, hasta Méjico, y luego subió de nuevo al norte, a Chicago y a Dretoit, antes de descender una vez más y detenerse al fin en el estado de Mississipi. La calle tuvo una longitud de quince años”, y se detuvo con un Crhistmas de treinta y cinco años de edad, en la casa de una mujer blanca, negrófila, ni vieja ni joven, para luego matarla.
 
Los dos crímenes, se clavan en la conciencia, como dos lanzas impulsadas desde el cielo. Ambas muertes se han meditado y por ser ejecutadas en los cuerpos de sus protectores, se convierten en parricidios. Faulkner lo hace así, sin manifestarlo expresamente. La novela debe explicar la causa de la muerte de la mujer, ni joven ni vieja, la señora Burden. Y la motivación se haya mediado un ejercicio de analepsis, para mostrar el parricidio cometido por Joe McEachern, alias Crhistmas.
 
El parricidio cometido por un negro, en el “sur profundo” de la Norteamérica de principios del siglo XIX, es un crimen explicado por los códigos y símbolos sociales de un sociedad religiosa y petrificada. Y así como se explicó en 1840 las causas del parricidio de Pierrer Riviére, por herencia y tradición, se mantienen las mismas explicaciones, en 1940. Riviére lo hizo por monomanía y Crhistmas por obsesión. El diagnóstico de monomanía en la persona de Riviére lo estableció Dominique Esquirol, desde la insipiente medicina de la mente, de principios del siglo XX. Este caso de parricidio fue estudiado por Michel Foucault, dentro de sus investigaciones sobre la relación entre los regímenes penitenciarios y las formas jurídicas. Entre los documentos se trae un debate signado en la prensa de la época. La identificación de Pierre Riviére como enajenado mental en el momento del crimen, hace que se le cambie la pena de muerte por cadena perpetua, porque es posible su resocialización y reeducación, con un tratamiento penal basado en el trabajo y la disciplina como se hace en Pennsilvania (Norteamérica).
 
Crhistmas es diagnosticado por su creador, por Faulkner. Este parricida, meditó el crimen, como legítima defensa. -Otra vez que vuelva a violentarme le mataré- Era su convicción. Desde niño blindó su yo contra el exterior. La acusación de tener sangre negra y de ser un infiltrado en la sociedad de blancos, centró su pensamiento en la defensa; por eso la imposición de McEachern, su padre adoptivo, de un dios castigador, la puso en la balanza de su yo y la transformó en la idea de un dios permisivo. El licor, el sexo y la fiesta, son un don, no un pecado, y si McEachern le castiga por hacerlo, cometerá parricidio. Esta es la obsesión de Crhistmas.

Tente en el aire
Por Guillermo Aguirre González
Mestizo mulato es una categoría dentro de la taxonomía de la dominación detenida en la raza. La imagen de ser humano se ha atado al color de la piel. Ser humano para el etnocentrismo del mundo occidental, es ser de piel blanca, es tener la verdad, la razón y el derecho de dominación sobre los otros colores de piel y las mezclas. Esta vocación de nuestra cultura americana, al menos desde la llegada de los europeos, ha creado una conciencia de inferioridad. Las revoluciones políticas que instauraron las repúblicas democráticas, hechas en nombre de la igualdad y la libertad, no lograron extirpar el racismo, ni la mala conciencia de los mestizos.
Christmas, desde niño sufrió la exclusión social por su condición étnica; pero en una situación especial. Su piel blanca confundió a todos. Solo quienes conocían su origen mestizo proclamaron su negritud e hicieron que la sociedad lo tratara con la misma actitud con que se trataba a los negros en la Norteamérica de las primeras décadas del siglo XX. Este caso especial lo trata Faulkner, para caracterizar el personaje. Christmas es recibido como blanco en todas partes porque ese es su aspecto; pero luego, por efecto de la habladuría, se le saca su ancestro y las gentes cambian de actitud, lo discriminan y lo violentan. Esta argucia de Faulkner, va dirigida a conformar el mundo mental de Christmas, es decir, la mala conciencia del mestizo segregado.
La argucia de Faulkner, tiene toda la pertinencia. El etnocentrismo de los colonizadores de América, estableció una taxonomía social por el color de la piel y por el grado de mezcla de las etnias. Los españoles en Suramérica nombraron el caso equivalente al de Christmas, con el concepto de “Ñapangos”. Una ñapanga o un ñapango fueron seres humanos iguales en el color de la piel a los colonizadores, pero la genealogía escrupulosa, del Estado español en América, decretaba que esos mestizos tenían una ñapa o residuo o añadido de otra sangre distinta. Otros casos extremos, en los que el ojo no detectaba rasgos de la mezcla, el poder decía que ese hombre o mujer es un “tente en el aire”, algo tiene que lo hace desigual.
 La mentalidad de Christmas, se moldea con la actitud de su padre adoptivo. Es la del dulce tirano, amable verdugo, castigador convencido, de ser poseedor de la razón del cristianismo fundamental. El padre adoptivo se acercaba a Christmas, para moldearlo con “su voz (que) no era hostil. No tenía nada de humano ni de personal. Era simplemente fría, implacable, como las palabras escritas o impresas”. El señor McEachern debía introyectar el catecismo presbiteriano en la mente del niño rebautizado como Joe Eachern. Los azotes eran el vehículo que combinaban la sangre y la letra para hacer la voluntad del señor.
El mundo de Christmas, tomó la vía de la introyección, de un monólogo permanente. El mundo exterior debía ser ponderado por sus códigos y símbolos. Los actos de los otros relacionados con él, se daban porque los otros le observaban, le pensaban, le asediaba, y de eso solo podía esperar controles, estigmas y coacciones. La actitud no podía ser otra; debía ser tan frío e implacable como el látigo o como el filo de una navaja de afeitar.

 

 

Whisky, depresión y racismo
Por Guillermo Aguirre González
Depresión económica, producción ilegal de whisky, Ku klux Klan, son tres dramas que enmarcan, el de una joven mujer embrazada, viajera pedestre de Alabama a una población de Misuri, llamada Jefferson, en busca del padre de su hijo.
El trabajo de aserradero, duro para cuerpos duros, hace del whisky ilegal un atractivo. El dinero llega con rapidez y hace de los involucrados unos seres transgresores de las costumbres, centradas en un cristianismo vigilante. La paga en el aserradero es deprimida y se materializa y se hace visible en la vivienda de las familias de los trabajadores. Casuchas construidas con madera sobrante y cortezas deleznables. Igual en la estación del aserradero donde la muchacha llamada Lena es preñada, como en Jefferson.
En esta pequeña ciudad, con parque central, barrios bajos y hoteles, se desarrolla la historia. Ciudad sureña. Los habitantes conservan el odio a los yanquis vencedores de la guerra de secesión; y una mujer del norte que se metió a vivir entre ellos la acusan de negrofílica y de relacionarse sexualmente con los afrodescedndientes. Por auxiliar a los negros recibe visitas de blancos encapuchados y es advertida y amenazada. El Ku klux Klan, como se llaman los encapuchados, expresan las convicciones sociales de los habitantes. Un pastor, casado con una joven mujer, tiene una sirvienta negra. El pastor, desatiende a su mujer y esta se ve obligada a viajar a otra ciudad para satisfacer sus necesidades sexuales. Las damas y los señores poseedores del sentir social de Jefferson, concluyen que el pastor no toma a su mujer porque se satisface con la cocinera negra. La mujer se suicida y el pastor es obligado a dejar la iglesia y recibe la visita del Ku klux Klan. Es evidente la relación entre las damas y los señores con los encapuchados. El autor de Luz de agosto, dice que el pastor tiene la oportunidad de denunciar la coacción ante la policía, ante el Estado; pero el pastor decide quedarse callado e inactivo. Se lee en esos actos, el desconocimiento, de las damas y señores de Jefferson de la imparcialidad del Estado. Pero a renglón seguido Faulkner identifica y describe al sheriff Kennedy, como racista y defensor del grupo social, sensor de Jefferson y le adjudica las persecuciones de dos formas, una con el uniforme del Estado y otra con la capucha y la cruz.
Los primeros capítulos de Luz de agosto describen y plantean una crítica a la sociedad norteamericana. La doble moral es evidente; pero es difícil mostrarla. Faulkner lo hace a través de los actos humanos desplegados en la convivencia cotidiana. Los cristianos alaban la comunidad, de ellos y para ellos, y repudian lo externo, los negros y la sexualidad no reglamentada. Por eso La mujer joven embarazada busca por dos estados a su pareja para que la reivindique socialmente.
Los actores de la historia encarnan esos hechos con un recurso parmente a la introspección. Piensan y actúan y vuelven a pensar. Yo pienso que debe ser así, aunque se actue de manera distinta -dicen-. Dualidad, bifurcación de la persona, dualidad del Estado. Los personajes son auténticos y viven llevados por los acontecimientos: Byron, Lena, Chirstiam, Brown, el pastor, son seres tranquilos y sus actos hacen que el lector acuse el orden político; acuse a la sociedad tradicional y vea en la sexualidad de Lena, en el contrabando de alcohol y en la vida del pastor, la bondad humana, a pesar de ser proscritos por las damas y los caballeros de extrema derecha.

viernes, 17 de mayo de 2013

Estudio novela norteamericana. Las uvas de la ira de Steimbeck


Una cuerda doblada en tres no se rompe fácilmente
Por Guillermo Aguirre
 Hay que destruir lo que se oponga al orden social que ha madurado en el siglo XVII. Se elevó el individuo como base en la que se monta el edificio de la libre empresa. El camino de esta vocación ha estado plagado de obstáculos de todo tipo, políticos, culturales, físicos, técnicos. Ese orden social liberal capitalista, encarnado por la clase burguesa, ha vencido los obstáculos. Los técnicos los resolvió a su favor, al crear la producción manufactura y luego la industrial. Con la imposición de la república democrática salvaron los obstáculos políticos; pero los sociales y culturales se han resuelto en la medida en que se presentan, porque son a largo plazo. Transformar la sociedad comunitaria basada en clanes familiares y derechos consuetudinarios, en una sociedad individualista basada en el interés económico, le exigió a la clase poderosa, destruir la comunidad y su base, la familia.
 Este es el tema de “Las uvas de la ira”. La acumulación de capital en la Norteamérica del siglo XX, mostró que la familia puesta sobre pilares morales de solidaridad o comunales, es un obstáculo para el desarrollo. La dignidad del ser humano la relacionaron directamente con la propiedad individual; y esas formas comunales de la riqueza se hacen desaparecer. La familia Joad, como ejemplo de muchas otras, se muestra en la novela, dueña de una concepción de la humanidad y el mundo en la que priman la consideración fundamental por el otro. El dolor y la alegría se democratizan, al igual que los bienes materiales. Hay en ella una especie de comunalismo fundamental, extraído de la biblia. Dice: “Dos son mejor que uno, porque tienen una buena recompensa por su trabajo. Porque si uno cae el otro levantará a su semejante, pero triste de aquel que está solo cuando ha caído, pues no ha tenido a nadie que le ayudase a levantarse”. “Y además, si dos yacen juntos entonces tendrán calor; pero, ¿cómo puede tener calor uno solo? Y si uno solo basta a vencerlo, dos resistirán mejor y una cuerda doblada en tres no se rompe fácilmente”.
La revolución del siglo XVIII, hecha por la generalidad, planteó el problema de la equidad, y cifró la felicidad de todos los seres humanos en la comunidad de los bienes. El socialismo intérprete de estas ideas, pensó en el cristianismo originario, solidario, comunal, humanista; pero el individualismo burgués del capitalismo, truncó con fuego esos sueños e impuso su cometido iniciado en el siglo XVII.
 La búsqueda del como materializar la igualdad económica y la felicidad de todos no cesó. El socialismo originario se transformó en socialismo científico y desentrañó la mecánica de la sociedad capitalista. Esta busca una sociedad de propietarios individuales en franca lid por el predominio. Esa sociedad se autorregula por el libre juego de las voluntades, para que los triunfadores hombres de éxito demuestren su talento visceral y pongan a los vencidos bajo el dominio de su poder.
 En el juego, la mayoría se inscribe en un pensamiento por fuera de la lógica de la acumulación, porque tiene un pensamiento comunal, y vive en familia con una economía moral que impide la ventaja; en ella no cabe la ventaja. Esa mayoría entra a ser víctima y es esclavizada con sutileza, en nombre de la libertad. Resulta una masa de seres libres, desposeídos, condenada a vivir de la venta de su fuerza de trabajo. La masa ofrece profusamente trabajo y el comprador necesita solo un poco de esa fuerza y la paga a precio miserable. Poca demanda, mucha oferta, es igual a precios bajos. Los trabajadores de “Las uvas de la ira”, por intuición, por razón o por la guía de sus líderes y sus héroes, tratan de invertir la relación: Poca oferta de trabajo por la huelga, mucha demanda de trabajo por los dueños de la riqueza, es igual a salarios altos. Esto es insoportable para el acumulador que tiene el Estado en su bolsillo. Por eso extermina con fuego y pistolas, de manera sutil las protestas y sus dirigentes, y hace que la culpa caiga sobre el protestante, calificado de antisocial, rojo, subversivo, opuesto al desarrollo.
 El polvo seco y rojo traído por el viento, hizo hipotecar la tierra en un negocio leonino y se perdió. El viaje largo y aventurero, empobreció más a la familia Joad. El agua inundó todo y les quitó lo último; pero quedó leche en los pechos de una mujer muchacha y ella se dispuso a amantar la esperanza, enflaquecida y a punto de desaparecer.

Un derecho monstruoso
Por Guillermo Aguirre González.
Se migra por castigo: en este caso se es un condenado al ostracismo, al extrañamiento, un desterrado. Se migra por deseo, se es un viajero o un aventurero. Se migra por violencia contra el ser humano y contra la tierra: se es un desplazado. Esta última caracterización, cabe para identificar a la población, en viaje masivo, hacia California (oeste norteamericano), luego de la depresión económica de 1929. No son migrantes, son desplazados de sus tierras; se las quitaron, con todo la artimaña del aparato legal, por el juego inhumano de la banca estadounidense. California recibió inmigrantes desde mediados del siglo XIX, especialmente chinos. Se les explotó hasta la muerte por trabajo y racismo. En los años treinta del siglo XX recibió a los mismos norteamericanos de estirpe anglosajona. Se les trató igual.
Los migrantes, término de la época o desplazados, término de hoy, se juntan en el largo camino. Viajan inmersos en las condiciones técnicas de la época. No lo hacen a pie, ni en animales de carga. Lo hacen en vehículos automotores. Se atan a la máquina de metal y una falla por el uso extremo, o por vencimiento de la estructura, se convierte en una tragedia, porque el éxodo ha sido calculado. Los abastos son justos para la necesidad. Un imprevisto se trueca en hambre y sed, se va al estómago. En la resistencia de la máquina está la vida. La distancia a recorrer y la geografía no permite que el cuerpo de un ser vivo aguante. Las condiciones de esa migración fueron mediadas por el avance tecnológico, ahí están el hierro fundido por altas temperaturas, la electricidad, los tacómetros, el caucho, las conservas, los engranajes, todo presentado en la forma de un mecanismo, casi orgánico, con vida independiente: el automóvil.
Seres humanos y máquinas en dependencia mutua, en viaje con un mismo destino, entran en relación con otros. La condición social como desposeídos los hace ser solidarios y terminan montando campamentos itinerantes y fortuitos. En ellos, se vuelve a los momentos del contrato social original. Se vuelve a inventar la sociedad con sus elementos básicos: la ley y el orden. El derecho permitido y el derecho prohibido. Dice Steimbeck “el derecho de aislamiento en la tienda; el derecho de hablar y de escuchar; el derecho de aceptar o rehusar una ayuda; y el derecho de ofrecerla; el derecho del hijo a cortejar y de la hija a ser cortejada; el derecho del hambriento a que le alimentasen. Los derechos de la embarazada del enfermo prevalecían sobre todos”.
Se dice: tienen todos los derechos; pero hay derechos monstruosos que merecen ser destruidos: “el derecho a entremeterse en el aislamiento de los otros; el derecho a meter ruido cuando todos dormían, el derecho de seducción o rapto; el derecho de adulterio y robo y asesinato […] Es ilegal evacuar cerca del campamento; es de todo punto ilegal ensuciar el agua potable; es ilegal comer cosas exquisitas cerca de uno que tenga hambre a menos que se le invite a compartirlas”.
Ese contrato no está hecho en la forma dicotómica entre el derecho y el deber; está imaginado a partir de la extrema libertad. Todo se puede hacer, porque el animal ser humano, todo lo puede hacer. El derecho es poder y el poder es la naturaleza mediada por la conciencia adquirida. La libertad extrema, conceptualizada, es de seres humanos. Pero los humanos no pueden existir solos. La sociedad de individuos libres y autónomos tiende a destruirse y los migrantes o desplazados norteamericanos de principios del siglo XX, lo percibieron. El fin comenzó cuando les quitaron la tierra en nombre de la sociedad liberal de individuos libres y autónomos.
Hay derechos que no se pueden ejercer porque chocan con los derechos de los otros. Y quien los ejerce se convierte en un monstruo. Por eso los migrantes imaginan la necesidad de acabar con ellos, destruirlos y dejar en pie lo que permite mantener el campamento, porque la sociedad campamento tiene un objetivo y una meta: llegar a California. Y se puede leer entre líneas, la meta de la humanidad es prolongar su existencia y para lograrlo es necesario estar juntos y extirpar el monstruo.

 
La solidez de las cosas
Por Guillermo Aguirre González
Llegó la tarde y a la hora de entrada de la noche, las cosas tomaron una existencia sólida. La casa de los Joad “estaba muerta, y los campos estaban muertos”, la “única cosa activa, con “principio viviente” era el viejo camión Hudson. La familia había adaptado el camión, mitad para pasajeros, mitad para carga. Bajo ese crepúsculo, el Hudson “se erguía, como por arte de magia, a causa de la luz, en una perspectiva exagerada”. El ambiente familiar tomó algo de los fantasmas sedentes y tranquilos, “parecían pertenecer a una organización de lo inconsciente”. Steimbeck, recurre a una atmósfera penumbrosa con cuerpos cansados y graves, para mostrar lo inevitable de la tragedia del expulsado de su propia tierra. La familia Joad, ubicada al lado del camión cargado con enseres, listo para partir, indaga en las profundidades del ser, como lo hace todo ser humano en momentos de la toma de grandes y definitivas decisiones.

 Ese recabar del ser en sus cimientos es tocar el inconsciente. Steimbeck le dice “lo inconsciente”. Él, es un sujeto, es una personificación, indica y hace referencia a los contenidos que no están en la conciencia. Lo, es eso, como algo oscuro y de todos. Lo inconsciente puede leerse como “el inconsciente colectivo”, como un organización en la penumbra.

¿Qué ocurría en la mente del colectivo Joad, y en la de cada uno de sus miembros? En la cabeza de Tom Joad, el expresidiario, estaba el escepticismo (tenía noticias del tratamiento cruel a los trabajadores de las plantaciones de California) y la violación de la ley (no podía salir del estado Oklahoma). La madre se debatía entre el optimismo tomado de una hoja volante que prometía el paraíso en California y las noticias de oídas de la mentira. Su yo depositaba toda su confianza en el medio de comunicación; el que alguien se tomara la molestia de gastar dinero en una hoja volante, debía decir verdad. El padre, lleno de dolor sabía que tenía que partir con su familia o quedarse y matar para vivir, o morir en manos del monstruo con cara de banco financiero. Los niños, el cansancio los obligaba al sueño, estado común del inconsciente. El abuelo, sí expresaba lo inconsciente, lo colectivo, atado a la tierra, el paisaje y las riñas conyugales con sabor y olor, se rebeló contra el éxodo. La actitud del anciano, con dificultades para abotonarse la ropa, expresa el deseo de todos y la necesidad de anestesiarse para poder partir. 

Los cuerpos sedentes que sondean su inconsciente, son ubicados en su materialidad, a partir de un constructo de la ciencia de principios del siglo XX, llamado el psicoanálisis. Los críticos de la conciencia y de la aceptación de las condiciones miserables por necesidad apuntaron a un algo que permitía al ser humano poner en la penumbra las insatisfacciones, frustraciones y los dolores extremos; ese algo es la conciencia en negativo, la inconciencia.


Arraigo, paisaje y despojo
Por Guillermo Aguirre

Se trata de abandonar la tierra, no cualquier tierra. Es la tierra en que se ha vivido por más de cincuenta años; por eso es una tragedia y se establece la pregunta sobre el arraigo. El arraigo ocurre en los animales territoriales y más intensamente en los seres humanos especializados y anclados a un paisaje. Sobre la tierra identificada están los hechos y las prácticas referidas a lugares.

 El ser se dice: aquí fue el primer sexo, allí un toro clavó sus cuernos en el cuerpo del padre y la sangre la tomó la tierra. En esta habitación crecí, adolecí y nació mi hijo. En las casas de los vecinos, hubo fiestas periódicas. El arraigo es la historia personal atada al paisaje. Esa historia se comunica, se socializa y es ahí cuando el grupo social tiene arraigo por la historia común. Luego es el país, es el sentimiento de haber nacido, es la nación. País y nación tienen como base común el arraigo, las raíces que se hunden profundamente en la tierra.

 Dejar el país y la nación, es dejar la historia personal y colectiva, es estar en tragedia o lo que es igual, estar en violencia, en lucha hasta la muerte contra quien atenta y obliga al desalojo.

 El despojo, como el de la familia de Joad, fue generalizado, en el tiempo y en el espacio de Las uvas de la ira de John Steimbeck; y está dentro de la lógica de la acumulación de riqueza. Está expuesto el capitalismo. La producción en masa obliga a ese amo sin rostro, a esa “máquina monstruosa” a conseguir lo que no tiene con todos los ardides incluidos la ley. Necesita tierra busca a quien la tiene y se la quita con la argucia del préstamo de dinero a largo plazo, es el empeño, la hipoteca. Los europeos, de la “acumulación originaria” quitaron la tierra a la nobleza feudal. Los americanos capitalistas quitaron la tierra a los colonos. Luego de tener la tierra buscan al hombre.

 El capitalismo de Las uvas de la ira, encarnado en la banca y en el comerciante (la Shawnee Land and Cattle Company) no descansa. Primero quita la tierra y luego quita el ahorro guardado para realizar el sueño de encontrar trabajo y comida para la familia extensa. El trabajo está a quince mil quilómetros. Son muchos los dispuestos al viaje y el comerciante de autos lo sabe y vende las segundas a los urgidos. Llegarán a su destino sin bienes. Solo tendrán la fuerza de trabajo, solo tendrán la carne del cuerpo llena de necesidades y por eso se venderán al mejor postor, quien podrá disponer a su antojo de esa masa de trabajadores e imponer las condiciones que quiera.

Pero dentro de esa masa va un hombre peligroso, Joad. Es peligroso porque aprendió a leer y escribir en su estadía en McAlester, la cárcel de la novela. Cuando habla deja la sensación de ser un líder de argumentos contundentes. En la época de la novela el desempleo, el despojo, la pobreza, el hambre, son generalizados y las ideas sindicalistas están por doquier en el mundo. Joad tiene oidos para sus palabras.

El deseo, un pastor, un criminal y el camión rojo

Por Guillermo Aguirre González

Steimbeck abre Las uvas de la ira y hace que esté primero el paisaje. La descripción con detalle. Luego poner sobre él al hombre, al ser humano viviente de unos dramas básicos: la muerte, la prisión, la religión y la rebelión.

 La muerte la encarna Joud, exconvicto. Ha matado al hombre que le metió un cuchillo en el cuerpo en una pelea de embriagados. Joud pagó cuatro años de prisión y afirma volver a matar en caso necesario. La muerte está ahí es deleznable, porque es más importante el valor, el honor o la integridad.

La rebeldía es presentada en un conductor de un camión rojo identificado con letras de cuarenta centímetros. La empresa no le permite llevar pasajeros y condena al conductor a viajar 12 o 14 horas en silencio. El camión exhibe en el parabrisas un letrero “No se lleva a nadie”. Joud cansado de caminar de la cárcel a su casa, convence al conductor de llevarle, con una argucia de lenguaje: “un hombre puede ser bueno, aunque un bastardo adinerado lo obligue a llevar un letrero”. El conductor se rebela contra la prohibición y transporta a Joud y disfruta de la compañía y la conversación. 

La prisión ha dejado de castigar el cuerpo. Ahora se dirige a la conciencia. El criminal enfrenta su conciencia y tiene que rememorar durante el encierro el crimen cometido. Esta es la situación penal moderna. La cárcel ya no castiga el cuerpo, luego, el preso conserva su integridad; se le garantiza el sueño, el alimento, la higiene y la estadía con base en la dignidad, concepto construido por la Francia revolucionaria y sostenido por la democracia liberal. Por eso Joud compara su casa con la cárcel y trae la historia de un compañero de celda, quien luego de obtener la libertad, delinque de nuevo para volver, porque en la casa de su abuelo donde reside, no hay luz eléctrica, ni nada. En cambio en la cárcel tiene Libros, luz, buena comida, amistad y compañía. 

La religión se muestra en su esencia. El pastor Casy usufructúa el sentimiento religioso; cobra el servicio y accede al sexo de las fieles. ¿Por qué en todas las épocas el ser humano es capaz de entregarlo todo al sacerdote o al pastor? Puede responderse que la religión es dominación. El ser humano se ha preguntado por la muerte desde el origen de su estado sapiens y ha encargado a un miembro del grupo, pensar y administrar la muerte. Este miembro construyó una clase social y la hizo parte de las clases básicas de la sociedad: los que luchan, los que trabajan y los que oran. 

El pastor Casy administra “La Antorcha Radiante”, secta protestante con un culto consistente en ejercicios gimnásticos acompañados de cánticos, dirigidos a producir el los fieles trances y delirios. Los fieles terminan enajenando su voluntad en la voluntad del pastor, terminan adorándole, porque propicia el contacto con dios o el estado alterado que es lo mismo para fiel. El fiel ve el provecho económico y sexual del pastor como una expresión de dios en ese hombre. 

El pastor Casey se pregunta por lo que hace y enfrenta el deseo con el pecado. Después de acceder a la carne y al sexo de las fieles, se promete no volverlo a hacer; pero lo hace de nuevo. En él se expresa el deseo como naturaleza o cultura, que lo obliga. Reacciona por el sentimiento de culpa intrínseco a su investidura y transmuta el deseo en pecado. Se siente un gran pecador y decide abandonar la dirección de la secta e irse al campo a meditar sobre dios, el pecado y su incapacidad para ser pastor. Es una reivindicación de la conciencia, del narrador de Las uvas de la ira.