Una cuerda doblada en tres no se rompe fácilmente
Por
Guillermo Aguirre
Hay que destruir lo
que se oponga al orden social que ha madurado en el siglo XVII. Se elevó el individuo
como base en la que se monta el edificio de la libre empresa. El camino de esta
vocación ha estado plagado de obstáculos de todo tipo, políticos, culturales,
físicos, técnicos. Ese orden social liberal capitalista, encarnado por la clase
burguesa, ha vencido los obstáculos. Los técnicos los resolvió a su favor, al
crear la producción manufactura y luego la industrial. Con la imposición de la
república democrática salvaron los obstáculos políticos; pero los sociales y
culturales se han resuelto en la medida en que se presentan, porque son a largo
plazo. Transformar la sociedad comunitaria basada en clanes familiares y
derechos consuetudinarios, en una sociedad individualista basada en el interés
económico, le exigió a la clase poderosa, destruir la comunidad y su base, la
familia.
Este es el tema de
“Las uvas de la ira”. La acumulación de capital en la Norteamérica del siglo
XX, mostró que la familia puesta sobre pilares morales de solidaridad o
comunales, es un obstáculo para el desarrollo. La dignidad del ser humano la relacionaron
directamente con la propiedad individual; y esas formas comunales de la riqueza
se hacen desaparecer. La familia Joad, como ejemplo de muchas otras, se muestra
en la novela, dueña de una concepción de la humanidad y el mundo en la que
priman la consideración fundamental por el otro. El dolor y la alegría se
democratizan, al igual que los bienes materiales. Hay en ella una especie de
comunalismo fundamental, extraído de la biblia. Dice: “Dos son mejor que uno,
porque tienen una buena recompensa por su trabajo. Porque si uno cae el otro
levantará a su semejante, pero triste de aquel que está solo cuando ha caído,
pues no ha tenido a nadie que le ayudase a levantarse”. “Y además, si dos yacen
juntos entonces tendrán calor; pero, ¿cómo puede tener calor uno solo? Y si uno
solo basta a vencerlo, dos resistirán mejor y una cuerda doblada en tres no se
rompe fácilmente”.
La revolución del
siglo XVIII, hecha por la generalidad, planteó el problema de la equidad, y
cifró la felicidad de todos los seres humanos en la comunidad de los bienes. El
socialismo intérprete de estas ideas, pensó en el cristianismo originario,
solidario, comunal, humanista; pero el individualismo burgués del capitalismo,
truncó con fuego esos sueños e impuso su cometido iniciado en el siglo XVII.
La búsqueda del como
materializar la igualdad económica y la felicidad de todos no cesó. El
socialismo originario se transformó en socialismo científico y desentrañó la
mecánica de la sociedad capitalista. Esta busca una sociedad de propietarios
individuales en franca lid por el predominio. Esa sociedad se autorregula por
el libre juego de las voluntades, para que los triunfadores hombres de éxito
demuestren su talento visceral y pongan a los vencidos bajo el dominio de su
poder.
En el juego, la
mayoría se inscribe en un pensamiento por fuera de la lógica de la acumulación,
porque tiene un pensamiento comunal, y vive en familia con una economía moral
que impide la ventaja; en ella no cabe la ventaja. Esa mayoría entra a ser
víctima y es esclavizada con sutileza, en nombre de la libertad. Resulta una
masa de seres libres, desposeídos, condenada a vivir de la venta de su fuerza
de trabajo. La masa ofrece profusamente trabajo y el comprador necesita solo un
poco de esa fuerza y la paga a precio miserable. Poca demanda, mucha oferta, es
igual a precios bajos. Los trabajadores de “Las uvas de la ira”, por intuición,
por razón o por la guía de sus líderes y sus héroes, tratan de invertir la
relación: Poca oferta de trabajo por la huelga, mucha demanda de trabajo por
los dueños de la riqueza, es igual a salarios altos. Esto es insoportable para
el acumulador que tiene el Estado en su bolsillo. Por eso extermina con fuego y
pistolas, de manera sutil las protestas y sus dirigentes, y hace que la culpa
caiga sobre el protestante, calificado de antisocial, rojo, subversivo, opuesto
al desarrollo.
El polvo seco y rojo
traído por el viento, hizo hipotecar la tierra en un negocio leonino y se
perdió. El viaje largo y aventurero, empobreció más a la familia Joad. El agua
inundó todo y les quitó lo último; pero quedó leche en los pechos de una mujer
muchacha y ella se dispuso a amantar la esperanza, enflaquecida y a punto de
desaparecer.
Un derecho monstruoso
Por
Guillermo Aguirre González.
Se migra por
castigo: en este caso se es un condenado al ostracismo, al extrañamiento, un
desterrado. Se migra por deseo, se es un viajero o un aventurero. Se migra por
violencia contra el ser humano y contra la tierra: se es un desplazado. Esta
última caracterización, cabe para identificar a la población, en viaje masivo,
hacia California (oeste norteamericano), luego de la depresión económica de
1929. No son migrantes, son desplazados de sus tierras; se las quitaron, con
todo la artimaña del aparato legal, por el juego inhumano de la banca
estadounidense. California recibió inmigrantes desde mediados del siglo XIX,
especialmente chinos. Se les explotó hasta la muerte por trabajo y racismo. En
los años treinta del siglo XX recibió a los mismos norteamericanos de estirpe anglosajona.
Se les trató igual.
Los migrantes,
término de la época o desplazados, término de hoy, se juntan en el largo
camino. Viajan inmersos en las condiciones técnicas de la época. No lo hacen a
pie, ni en animales de carga. Lo hacen en vehículos automotores. Se atan a la
máquina de metal y una falla por el uso extremo, o por vencimiento de la
estructura, se convierte en una tragedia, porque el éxodo ha sido calculado.
Los abastos son justos para la necesidad. Un imprevisto se trueca en hambre y
sed, se va al estómago. En la resistencia de la máquina está la vida. La
distancia a recorrer y la geografía no permite que el cuerpo de un ser vivo
aguante. Las condiciones de esa migración fueron mediadas por el avance
tecnológico, ahí están el hierro fundido por altas temperaturas, la
electricidad, los tacómetros, el caucho, las conservas, los engranajes, todo
presentado en la forma de un mecanismo, casi orgánico, con vida independiente:
el automóvil.
Seres humanos y
máquinas en dependencia mutua, en viaje con un mismo destino, entran en
relación con otros. La condición social como desposeídos los hace ser
solidarios y terminan montando campamentos itinerantes y fortuitos. En ellos,
se vuelve a los momentos del contrato social original. Se vuelve a inventar la
sociedad con sus elementos básicos: la ley y el orden. El derecho permitido y el
derecho prohibido. Dice Steimbeck “el derecho de aislamiento en la tienda; el
derecho de hablar y de escuchar; el derecho de aceptar o rehusar una ayuda; y
el derecho de ofrecerla; el derecho del hijo a cortejar y de la hija a ser
cortejada; el derecho del hambriento a que le alimentasen. Los derechos de la
embarazada del enfermo prevalecían sobre todos”.
Se dice: tienen
todos los derechos; pero hay derechos monstruosos que merecen ser destruidos:
“el derecho a entremeterse en el aislamiento de los otros; el derecho a meter
ruido cuando todos dormían, el derecho de seducción o rapto; el derecho de
adulterio y robo y asesinato […] Es ilegal evacuar cerca del campamento; es de todo punto ilegal
ensuciar el agua potable; es ilegal comer cosas exquisitas cerca de uno que
tenga hambre a menos que se le invite a compartirlas”.
Ese contrato no está
hecho en la forma dicotómica entre el derecho y el deber; está imaginado a
partir de la extrema libertad. Todo se puede hacer, porque el animal ser humano,
todo lo puede hacer. El derecho es poder y el poder es la naturaleza mediada
por la conciencia adquirida. La libertad extrema, conceptualizada, es de seres
humanos. Pero los humanos no pueden existir solos. La sociedad de individuos
libres y autónomos tiende a destruirse y los migrantes o desplazados
norteamericanos de principios del siglo XX, lo percibieron. El fin comenzó
cuando les quitaron la tierra en nombre de la sociedad liberal de individuos
libres y autónomos.
Hay derechos que no
se pueden ejercer porque chocan con los derechos de los otros. Y quien los
ejerce se convierte en un monstruo. Por eso los migrantes imaginan la necesidad
de acabar con ellos, destruirlos y dejar en pie lo que permite mantener el
campamento, porque la sociedad campamento tiene un objetivo y una meta: llegar
a California. Y se puede leer entre líneas, la meta de la humanidad es
prolongar su existencia y para lograrlo es necesario estar juntos y extirpar el
monstruo.
La solidez de las cosas
Por
Guillermo Aguirre González
Llegó la tarde y a
la hora de entrada de la noche, las cosas tomaron una existencia sólida. La
casa de los Joad “estaba muerta, y los campos estaban muertos”, la “única cosa
activa, con “principio viviente” era el viejo camión Hudson. La familia había
adaptado el camión, mitad para pasajeros, mitad para carga. Bajo ese
crepúsculo, el Hudson “se erguía, como por arte de magia, a causa de la luz, en
una perspectiva exagerada”. El ambiente familiar tomó algo de los fantasmas
sedentes y tranquilos, “parecían pertenecer a una organización de lo
inconsciente”. Steimbeck, recurre a una atmósfera penumbrosa con cuerpos
cansados y graves, para mostrar lo inevitable de la tragedia del expulsado de
su propia tierra. La familia Joad, ubicada al lado del camión cargado con
enseres, listo para partir, indaga en las profundidades del ser, como lo hace
todo ser humano en momentos de la toma de grandes y definitivas decisiones.
Ese recabar del ser
en sus cimientos es tocar el inconsciente. Steimbeck le dice “lo inconsciente”.
Él, es un sujeto, es una personificación, indica y hace referencia a los
contenidos que no están en la conciencia. Lo, es eso, como algo oscuro y de
todos. Lo inconsciente puede leerse como “el inconsciente colectivo”, como un
organización en la penumbra.
¿Qué ocurría en la
mente del colectivo Joad, y en la de cada uno de sus miembros? En la cabeza de
Tom Joad, el expresidiario, estaba el escepticismo (tenía noticias del
tratamiento cruel a los trabajadores de las plantaciones de California) y la
violación de la ley (no podía salir del estado Oklahoma). La madre se debatía
entre el optimismo tomado de una hoja volante que prometía el paraíso en California
y las noticias de oídas de la mentira. Su yo depositaba toda su confianza en el
medio de comunicación; el que alguien se tomara la molestia de gastar dinero en
una hoja volante, debía decir verdad. El padre, lleno de dolor sabía que tenía
que partir con su familia o quedarse y matar para vivir, o morir en manos del
monstruo con cara de banco financiero. Los niños, el cansancio los obligaba al
sueño, estado común del inconsciente. El abuelo, sí expresaba lo inconsciente,
lo colectivo, atado a la tierra, el paisaje y las riñas conyugales con sabor y olor,
se rebeló contra el éxodo. La actitud del anciano, con dificultades para
abotonarse la ropa, expresa el deseo de todos y la necesidad de anestesiarse
para poder partir.
Los cuerpos sedentes
que sondean su inconsciente, son ubicados en su materialidad, a partir de un
constructo de la ciencia de principios del siglo XX, llamado el psicoanálisis. Los
críticos de la conciencia y de la aceptación de las condiciones miserables
por necesidad apuntaron a un algo que permitía al ser humano poner en la penumbra
las insatisfacciones, frustraciones y los dolores extremos; ese algo es la
conciencia en negativo, la inconciencia.
Arraigo, paisaje y despojo
Por
Guillermo Aguirre
Se trata de
abandonar la tierra, no cualquier tierra. Es la tierra en que se ha vivido por
más de cincuenta años; por eso es una tragedia y se establece la pregunta sobre
el arraigo. El arraigo ocurre en los animales territoriales y más intensamente
en los seres humanos especializados y anclados a un paisaje. Sobre la tierra
identificada están los hechos y las prácticas referidas a lugares.
El ser se dice: aquí
fue el primer sexo, allí un toro clavó sus cuernos en el cuerpo del padre y la
sangre la tomó la tierra. En esta habitación crecí, adolecí y nació mi hijo. En
las casas de los vecinos, hubo fiestas periódicas. El arraigo es la historia
personal atada al paisaje. Esa historia se comunica, se socializa y es ahí
cuando el grupo social tiene arraigo por la historia común. Luego es el país,
es el sentimiento de haber nacido, es la nación. País y nación tienen como base
común el arraigo, las raíces que se hunden profundamente en la tierra.
Dejar el país y la
nación, es dejar la historia personal y colectiva, es estar en tragedia o lo
que es igual, estar en violencia, en lucha hasta la muerte contra quien atenta
y obliga al desalojo.
El despojo, como el
de la familia de Joad, fue generalizado, en el tiempo y en el espacio de Las
uvas de la ira de John Steimbeck; y está dentro de la lógica de la acumulación
de riqueza. Está expuesto el capitalismo. La producción en masa obliga a ese
amo sin rostro, a esa “máquina monstruosa” a conseguir lo que no tiene con todos
los ardides incluidos la ley. Necesita tierra busca a quien la tiene y se la
quita con la argucia del préstamo de dinero a largo plazo, es el empeño, la
hipoteca. Los europeos, de la “acumulación originaria” quitaron la tierra a la
nobleza feudal. Los americanos capitalistas quitaron la tierra a los colonos.
Luego de tener la tierra buscan al hombre.
El capitalismo de
Las uvas de la ira, encarnado en la banca y en el comerciante (la Shawnee Land
and Cattle Company) no descansa. Primero quita la tierra y luego quita el
ahorro guardado para realizar el sueño de encontrar trabajo y comida para la
familia extensa. El trabajo está a quince mil quilómetros. Son muchos los
dispuestos al viaje y el comerciante de autos lo sabe y vende las segundas a
los urgidos. Llegarán a su destino sin bienes. Solo tendrán la fuerza de
trabajo, solo tendrán la carne del cuerpo llena de necesidades y por eso se
venderán al mejor postor, quien podrá disponer a su antojo de esa masa de
trabajadores e imponer las condiciones que quiera.
Pero dentro de esa
masa va un hombre peligroso, Joad. Es peligroso porque aprendió a leer y
escribir en su estadía en McAlester, la cárcel de la novela. Cuando habla deja
la sensación de ser un líder de argumentos contundentes. En la época de la
novela el desempleo, el despojo, la pobreza, el hambre, son generalizados y las
ideas sindicalistas están por doquier en el mundo. Joad tiene oidos para sus
palabras.
El deseo, un pastor, un criminal y el camión rojo
Por
Guillermo Aguirre González
Steimbeck abre Las
uvas de la ira y hace que esté primero el paisaje. La descripción con detalle.
Luego poner sobre él al hombre, al ser humano viviente de unos dramas básicos:
la muerte, la prisión, la religión y la rebelión.
La muerte la encarna
Joud, exconvicto. Ha matado al hombre que le metió un cuchillo en el cuerpo en
una pelea de embriagados. Joud pagó cuatro años de prisión y afirma volver a
matar en caso necesario. La muerte está ahí es deleznable, porque es más
importante el valor, el honor o la integridad.
La rebeldía es
presentada en un conductor de un camión rojo identificado con letras de
cuarenta centímetros. La empresa no le permite llevar pasajeros y condena al
conductor a viajar 12 o 14 horas en silencio. El camión exhibe en el parabrisas
un letrero “No se lleva a nadie”. Joud cansado de caminar de la cárcel a su
casa, convence al conductor de llevarle, con una argucia de lenguaje: “un
hombre puede ser bueno, aunque un bastardo adinerado lo obligue a llevar un
letrero”. El conductor se rebela contra la prohibición y transporta a Joud y
disfruta de la compañía y la conversación.
La prisión ha dejado
de castigar el cuerpo. Ahora se dirige a la conciencia. El criminal enfrenta su
conciencia y tiene que rememorar durante el encierro el crimen cometido. Esta
es la situación penal moderna. La cárcel ya no castiga el cuerpo, luego, el
preso conserva su integridad; se le garantiza el sueño, el alimento, la higiene
y la estadía con base en la dignidad, concepto construido por la Francia
revolucionaria y sostenido por la democracia liberal. Por eso Joud compara su
casa con la cárcel y trae la historia de un compañero de celda, quien luego de
obtener la libertad, delinque de nuevo para volver, porque en la casa de su
abuelo donde reside, no hay luz eléctrica, ni nada. En cambio en la cárcel
tiene Libros, luz, buena comida, amistad y compañía.
La religión se
muestra en su esencia. El pastor Casy usufructúa el sentimiento religioso;
cobra el servicio y accede al sexo de las fieles. ¿Por qué en todas las épocas
el ser humano es capaz de entregarlo todo al sacerdote o al pastor? Puede
responderse que la religión es dominación. El ser humano se ha preguntado por
la muerte desde el origen de su estado sapiens y ha encargado a un miembro del
grupo, pensar y administrar la muerte. Este miembro construyó una clase social
y la hizo parte de las clases básicas de la sociedad: los que luchan, los que
trabajan y los que oran.
El pastor Casy
administra “La Antorcha Radiante”, secta protestante con un culto consistente
en ejercicios gimnásticos acompañados de cánticos, dirigidos a producir el los
fieles trances y delirios. Los fieles terminan enajenando su voluntad en la
voluntad del pastor, terminan adorándole, porque propicia el contacto con dios
o el estado alterado que es lo mismo para fiel. El fiel ve el provecho
económico y sexual del pastor como una expresión de dios en ese hombre.
El pastor Casey se
pregunta por lo que hace y enfrenta el deseo con el pecado. Después de acceder
a la carne y al sexo de las fieles, se promete no volverlo a hacer; pero lo
hace de nuevo. En él se expresa el deseo como naturaleza o cultura, que lo
obliga. Reacciona por el sentimiento de culpa intrínseco a su investidura y
transmuta el deseo en pecado. Se siente un gran pecador y decide abandonar la
dirección de la secta e irse al campo a meditar sobre dios, el pecado y su
incapacidad para ser pastor. Es una reivindicación de la conciencia, del
narrador de Las uvas de la ira.