Una cuerda doblada en tres no se rompe fácilmente
Por
Guillermo Aguirre
Un derecho monstruoso
Por
Guillermo Aguirre González.
Se migra por
castigo: en este caso se es un condenado al ostracismo, al extrañamiento, un
desterrado. Se migra por deseo, se es un viajero o un aventurero. Se migra por
violencia contra el ser humano y contra la tierra: se es un desplazado. Esta
última caracterización, cabe para identificar a la población, en viaje masivo,
hacia California (oeste norteamericano), luego de la depresión económica de
1929. No son migrantes, son desplazados de sus tierras; se las quitaron, con
todo la artimaña del aparato legal, por el juego inhumano de la banca
estadounidense. California recibió inmigrantes desde mediados del siglo XIX,
especialmente chinos. Se les explotó hasta la muerte por trabajo y racismo. En
los años treinta del siglo XX recibió a los mismos norteamericanos de estirpe anglosajona.
Se les trató igual.
Los migrantes,
término de la época o desplazados, término de hoy, se juntan en el largo
camino. Viajan inmersos en las condiciones técnicas de la época. No lo hacen a
pie, ni en animales de carga. Lo hacen en vehículos automotores. Se atan a la
máquina de metal y una falla por el uso extremo, o por vencimiento de la
estructura, se convierte en una tragedia, porque el éxodo ha sido calculado.
Los abastos son justos para la necesidad. Un imprevisto se trueca en hambre y
sed, se va al estómago. En la resistencia de la máquina está la vida. La
distancia a recorrer y la geografía no permite que el cuerpo de un ser vivo
aguante. Las condiciones de esa migración fueron mediadas por el avance
tecnológico, ahí están el hierro fundido por altas temperaturas, la
electricidad, los tacómetros, el caucho, las conservas, los engranajes, todo
presentado en la forma de un mecanismo, casi orgánico, con vida independiente:
el automóvil.
Seres humanos y
máquinas en dependencia mutua, en viaje con un mismo destino, entran en
relación con otros. La condición social como desposeídos los hace ser
solidarios y terminan montando campamentos itinerantes y fortuitos. En ellos,
se vuelve a los momentos del contrato social original. Se vuelve a inventar la
sociedad con sus elementos básicos: la ley y el orden. El derecho permitido y el
derecho prohibido. Dice Steimbeck “el derecho de aislamiento en la tienda; el
derecho de hablar y de escuchar; el derecho de aceptar o rehusar una ayuda; y
el derecho de ofrecerla; el derecho del hijo a cortejar y de la hija a ser
cortejada; el derecho del hambriento a que le alimentasen. Los derechos de la
embarazada del enfermo prevalecían sobre todos”.
Se dice: tienen
todos los derechos; pero hay derechos monstruosos que merecen ser destruidos:
“el derecho a entremeterse en el aislamiento de los otros; el derecho a meter
ruido cuando todos dormían, el derecho de seducción o rapto; el derecho de
adulterio y robo y asesinato […] Es ilegal evacuar cerca del campamento; es de todo punto ilegal
ensuciar el agua potable; es ilegal comer cosas exquisitas cerca de uno que
tenga hambre a menos que se le invite a compartirlas”.
Ese contrato no está
hecho en la forma dicotómica entre el derecho y el deber; está imaginado a
partir de la extrema libertad. Todo se puede hacer, porque el animal ser humano,
todo lo puede hacer. El derecho es poder y el poder es la naturaleza mediada
por la conciencia adquirida. La libertad extrema, conceptualizada, es de seres
humanos. Pero los humanos no pueden existir solos. La sociedad de individuos
libres y autónomos tiende a destruirse y los migrantes o desplazados
norteamericanos de principios del siglo XX, lo percibieron. El fin comenzó
cuando les quitaron la tierra en nombre de la sociedad liberal de individuos
libres y autónomos.
Hay derechos que no
se pueden ejercer porque chocan con los derechos de los otros. Y quien los
ejerce se convierte en un monstruo. Por eso los migrantes imaginan la necesidad
de acabar con ellos, destruirlos y dejar en pie lo que permite mantener el
campamento, porque la sociedad campamento tiene un objetivo y una meta: llegar
a California. Y se puede leer entre líneas, la meta de la humanidad es
prolongar su existencia y para lograrlo es necesario estar juntos y extirpar el
monstruo.
Por
Guillermo Aguirre González
Llegó la tarde y a
la hora de entrada de la noche, las cosas tomaron una existencia sólida. La
casa de los Joad “estaba muerta, y los campos estaban muertos”, la “única cosa
activa, con “principio viviente” era el viejo camión Hudson. La familia había
adaptado el camión, mitad para pasajeros, mitad para carga. Bajo ese
crepúsculo, el Hudson “se erguía, como por arte de magia, a causa de la luz, en
una perspectiva exagerada”. El ambiente familiar tomó algo de los fantasmas
sedentes y tranquilos, “parecían pertenecer a una organización de lo
inconsciente”. Steimbeck, recurre a una atmósfera penumbrosa con cuerpos
cansados y graves, para mostrar lo inevitable de la tragedia del expulsado de
su propia tierra. La familia Joad, ubicada al lado del camión cargado con
enseres, listo para partir, indaga en las profundidades del ser, como lo hace
todo ser humano en momentos de la toma de grandes y definitivas decisiones.
¿Qué ocurría en la
mente del colectivo Joad, y en la de cada uno de sus miembros? En la cabeza de
Tom Joad, el expresidiario, estaba el escepticismo (tenía noticias del
tratamiento cruel a los trabajadores de las plantaciones de California) y la
violación de la ley (no podía salir del estado Oklahoma). La madre se debatía
entre el optimismo tomado de una hoja volante que prometía el paraíso en California
y las noticias de oídas de la mentira. Su yo depositaba toda su confianza en el
medio de comunicación; el que alguien se tomara la molestia de gastar dinero en
una hoja volante, debía decir verdad. El padre, lleno de dolor sabía que tenía
que partir con su familia o quedarse y matar para vivir, o morir en manos del
monstruo con cara de banco financiero. Los niños, el cansancio los obligaba al
sueño, estado común del inconsciente. El abuelo, sí expresaba lo inconsciente,
lo colectivo, atado a la tierra, el paisaje y las riñas conyugales con sabor y olor,
se rebeló contra el éxodo. La actitud del anciano, con dificultades para
abotonarse la ropa, expresa el deseo de todos y la necesidad de anestesiarse
para poder partir.
Los cuerpos sedentes
que sondean su inconsciente, son ubicados en su materialidad, a partir de un
constructo de la ciencia de principios del siglo XX, llamado el psicoanálisis. Los
críticos de la conciencia y de la aceptación de las condiciones miserables
por necesidad apuntaron a un algo que permitía al ser humano poner en la penumbra
las insatisfacciones, frustraciones y los dolores extremos; ese algo es la
conciencia en negativo, la inconciencia.
Arraigo, paisaje y despojo
Por
Guillermo Aguirre
Se trata de
abandonar la tierra, no cualquier tierra. Es la tierra en que se ha vivido por
más de cincuenta años; por eso es una tragedia y se establece la pregunta sobre
el arraigo. El arraigo ocurre en los animales territoriales y más intensamente
en los seres humanos especializados y anclados a un paisaje. Sobre la tierra
identificada están los hechos y las prácticas referidas a lugares.
Pero dentro de esa
masa va un hombre peligroso, Joad. Es peligroso porque aprendió a leer y
escribir en su estadía en McAlester, la cárcel de la novela. Cuando habla deja
la sensación de ser un líder de argumentos contundentes. En la época de la
novela el desempleo, el despojo, la pobreza, el hambre, son generalizados y las
ideas sindicalistas están por doquier en el mundo. Joad tiene oidos para sus
palabras.
El deseo, un pastor, un criminal y el camión rojo
Por
Guillermo Aguirre González
Steimbeck abre Las
uvas de la ira y hace que esté primero el paisaje. La descripción con detalle.
Luego poner sobre él al hombre, al ser humano viviente de unos dramas básicos:
la muerte, la prisión, la religión y la rebelión.
La rebeldía es
presentada en un conductor de un camión rojo identificado con letras de
cuarenta centímetros. La empresa no le permite llevar pasajeros y condena al
conductor a viajar 12 o 14 horas en silencio. El camión exhibe en el parabrisas
un letrero “No se lleva a nadie”. Joud cansado de caminar de la cárcel a su
casa, convence al conductor de llevarle, con una argucia de lenguaje: “un
hombre puede ser bueno, aunque un bastardo adinerado lo obligue a llevar un
letrero”. El conductor se rebela contra la prohibición y transporta a Joud y
disfruta de la compañía y la conversación.
La prisión ha dejado
de castigar el cuerpo. Ahora se dirige a la conciencia. El criminal enfrenta su
conciencia y tiene que rememorar durante el encierro el crimen cometido. Esta
es la situación penal moderna. La cárcel ya no castiga el cuerpo, luego, el
preso conserva su integridad; se le garantiza el sueño, el alimento, la higiene
y la estadía con base en la dignidad, concepto construido por la Francia
revolucionaria y sostenido por la democracia liberal. Por eso Joud compara su
casa con la cárcel y trae la historia de un compañero de celda, quien luego de
obtener la libertad, delinque de nuevo para volver, porque en la casa de su
abuelo donde reside, no hay luz eléctrica, ni nada. En cambio en la cárcel
tiene Libros, luz, buena comida, amistad y compañía.
La religión se
muestra en su esencia. El pastor Casy usufructúa el sentimiento religioso;
cobra el servicio y accede al sexo de las fieles. ¿Por qué en todas las épocas
el ser humano es capaz de entregarlo todo al sacerdote o al pastor? Puede
responderse que la religión es dominación. El ser humano se ha preguntado por
la muerte desde el origen de su estado sapiens y ha encargado a un miembro del
grupo, pensar y administrar la muerte. Este miembro construyó una clase social
y la hizo parte de las clases básicas de la sociedad: los que luchan, los que
trabajan y los que oran.
El pastor Casy
administra “La Antorcha Radiante”, secta protestante con un culto consistente
en ejercicios gimnásticos acompañados de cánticos, dirigidos a producir el los
fieles trances y delirios. Los fieles terminan enajenando su voluntad en la
voluntad del pastor, terminan adorándole, porque propicia el contacto con dios
o el estado alterado que es lo mismo para fiel. El fiel ve el provecho
económico y sexual del pastor como una expresión de dios en ese hombre.
El pastor Casey se
pregunta por lo que hace y enfrenta el deseo con el pecado. Después de acceder
a la carne y al sexo de las fieles, se promete no volverlo a hacer; pero lo
hace de nuevo. En él se expresa el deseo como naturaleza o cultura, que lo
obliga. Reacciona por el sentimiento de culpa intrínseco a su investidura y
transmuta el deseo en pecado. Se siente un gran pecador y decide abandonar la
dirección de la secta e irse al campo a meditar sobre dios, el pecado y su
incapacidad para ser pastor. Es una reivindicación de la conciencia, del
narrador de Las uvas de la ira.
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