Los rumbos de
Colombia han sido fugaces. Son plurales, muchos y frustrados. Cuando se han instaurado,
inmersos en un orden político, pasan, se deshacen o se recluyen. Esos rumbos no
se retoman, porque en una república en formación prima lo nuevo inexorablemente
atado a los intereses de los grupos dominantes. No hay nada fijo e inamovible,
la dinámica de la formación obliga a acomodar el Estado, la sociedad y la
economía a los nuevos métodos de la acumulación de riqueza.
Hagamos un periplo
por la historia republicana de Colombia, para señalar esos rumbos trazados a la
sociedad. Al final de la centuria del dieciocho la corona española remató
tierras en el virreinato de la Nueva Granada, con el objeto de sanear el fisco
del reino y sostener la guerra con Inglaterra. La tierra cayó en manos de los
criollos hijos o descendientes de los encomenderos. Estas gentes, vivientes en
medio de mestizos y africanos esclavos y a las que les cabe el concepto de
elite, se vieron bajo un nuevo estatuto de propietarios, y muy pronto, el poder
y ordenamiento monárquico, les estorbó. Por eso, a la manera de una esponja absorbente,
sus mentes se permearon de las ideas ilustradas llegadas a América por el
correo de Brujas o expandidas por los jesuitas, quienes estaban en franca lucha
con la monarquía española y fueron víctimas de persecución y expropiación de
sus inmensas riquezas.
Ahí nació el primer
rumbo trazado por las elites a la sociedad neogranadina, futura sociedad
colombiana. Ese primer rumbo se posó sobre el modelo norteamericano madurado en
1783, o el modelo británico de la monarquía constitucional. Ambos modelos fueron
socorridos desde los primeros periódicos y las primeras tertulias que se
armaron en torno de esos impresos. La rica elite criolla dubitativa, aprovechó
la apertura cultural de la casa monárquica de los borbones, en ese tiempo en el
poder; apertura que permitió a muchos criollos ocupar puestos administrativos y
realizar un estudio más o menos intenso del territorio y sus producciones. El
provecho estuvo en poder vislumbrar un horizonte de independencia político-económica.
Pero no fueron capaces de alzarse en armas y destruir el orden monárquico.
Debió ocurrir la invasión
napoleónica a España en 1808, que llevó la república a la península ibérica y
dejó a los virreinatos americanos hispanoparlantes sin gobierno. Ahí si
entraron las elites criollas a formar juntas de gobierno y proclamar la
independencia. Nace un nuevo rumbo: el rumbo republicano decidido a partir de
1810, pero con golpes de ciego, porque nadie pensó en la unidad y cada elite
provinciana imaginó un orden particular. Los cundinamarqueses pensaron e
hicieron un orden monárquico-constitucionalista; Mariquita, Antioquia, el
Socorro y Tunja, se decidieron por la república. Esas elites regionales pensaron
en unas Provincias Unidas, pero por la disimilitud de imaginarios y la persistencia
de una mentalidad colonial de miedo a la libertad, esa época dubitativa se ganó
el nombre de “Patria boba”. La reconquista española de los virreinatos hispanoparlantes
que se atrevieron a declararse independientes, mientras la monarquía sufría el
embate francés, encontró a lo más preciado de la elite criolla, en sus casas,
en una clara actitud de desprecio por el poder militar monárquico. Pero una vez
más la corona española mostró su clase tiránica y sin consideración exterminó
la primera generación de criollos independentistas. España no necesita sabios
dijo el general reconquistador y debemos entender, menos necesita de la república.
Las elites criollas
se vieron obligadas a tomar el rumbo de la guerra prolongada, luego de la
reconquista y de la restauración borbónica en España. La sociedad neogranadina de
1815 a 1824 tuvo como referente guía, tanto a nivel práctico como ideológico,
la imagen de una república en construcción, con base en nuevas instituciones
como el ejército, la escuela, la iglesia republicana y la administración
pública. A este nuevo orden institucional independiente, corresponden la
escuela lancasteriana de Santander, la creación del Estado Grancolombiano en el
acto Constitucional de Cúcuta, el mantenimiento del Patronato Eclesiástico y la
organización de la hacienda pública. El rumbo de la sociedad neogranadina o
grancolombiana se cifró en la libertad individual y la apuesta por crear una
ciudadanía inmersa en los principios del liberalismo democrático republicano.
El Estado y la guerra fueron financiados con impuestos directos a la riqueza –quien
más tiene más paga-, la libertad de cultos abrió las puertas a los cristianos no
católicos y la educación adoptó el utilitarismo como doctrina jurídica.
El rumbo, instaurado
en Cúcuta de 1821, se trueca en frustración o desilusión. Bolívar el gestor se
muere de tristeza. Su obra estallada deja sobre el territorio cinco pedazos, en
los cuales hace carrera una lucha violenta por el poder, entre miembros de las
elites criollas, ahora convertidos en veteranos de la guerra de independencia y
llamados “Los supremos”. Cada pedazo se organiza en república independiente y
el nuestro, retorna al nombre primigenio de Nueva Granada y emprende un nuevo
rumbo hacia un Estado liberal que disuelve la herencia colonial. La guerra de “Los
supremos” deja como producto sociopolítico los partidos políticos, quienes
acuerdan una doctrina liberal o conservadora; pero ambos construyen un
imaginario a partir del orden republicano democrático. Para dejar atrás la
colonia, atacan todo lo que obstaculice la propiedad privada individual y el
libre mercado, quisieron disolver los resguardos indígenas porque impedían la
libre circulación de la mano de obra; los estancos reguladores del precio de
muchos productos estancados y despojan a la iglesia de la tierra amortizada. Esa
libertad económica realizada entre 1840 y 1870 cubre más o menos la mitad del
siglo diecinueve y hace que sus mentores de la elite criolla, convertidos para
entonces en clase capitalista, creyeron vivir en un “Olimpo Radical”, pleno de libertades:
libertad de movilidad entre los estados, libertad de guerra y porte de armas;
libertad de pensamiento, religión, educación y expresión.
Otro cambio de rumbo
ocurrió al final de la centuria del diecinueve. El imaginario de los
republicanos conservadores, adherido al cristianismo católico, se sintió violentado
por las libertades radicales. Consideraron que el país, el Estado y la sociedad
colombiana estaban inmersos en una “Horrible noche”, en la que la autoridad
había sido disuelta por la fragmentación del territorio en estados soberanos. El
nuevo rumbo debía establecer la unidad del territorio bajo una sola autoridad
política. Los capitales de la clase poseedora adquiridos con la libertad de comercio,
necesitaban invertirse y crear establecimientos industriales, nueva condición
exigente de una sociedad apropiada, con un poder centralizado y un sujeto
colombiano moldeado por el control férreo monacal, por la disciplina del
trabajo continuo y por una escuela cristiana que enseñase las aptitudes y
actitudes básicas para la fábrica y la industria. El nuevo rumbo, terminó con
el patronato eclesiástico y en su lugar creó o pactó un concordato que separó
la iglesia y el Estado; pero, aún así, el concordato le dio al clero católico
el derecho de tutela sobre la educación y la moral pública.
La sociedad
colombiana se conservadurizó y los remisos fueron amansados con una guerra de
mil días. Liberales y conservadores aceptaron el rumbo instaurado en 1886; pero
la lucha por el control del Estado y la mano de obra, entre los herederos de la
elite criolla convertidos en clase burguesa capitalista, metió la sociedad
colombiana en una violencia sórdida, en una guerra civil no declarada, de 1936
a 1953. Se declaró que había una “Revolución en marcha” y era necesario hacer
una profilaxis social que borrara los elementos disfuncionales.
Al final de la violencia
partidista viene otro cambio de rumbo. El poder político económico se
constituye en exclusividad para liberales y conservadores en una alternancia
milimétrica durante dieciséis años. De 1958 a 1974 se excluyó de los poderes
locales, regionales y nacionales todo tipo de proyecto que no fuese liberal
conservador y católico. Por eso cuando se habla de recuperar el rumbo de la
sociedad colombiana no se entiende bien cual rumbo.