Nada más intimidatorio, con un efecto paralizador,
como acatar los pronunciamientos perentorios de los cultores dogmatizados de
una ciencia humana o social, pertrechados en lo que indica el concepto de la
especificidad. Esto pertenece o no a la ciencia, esto es un préstamo que ilegitima
lo que se haga, dicen. Hay una serie de sentencias llamadas a recluir al
cultivador de la disciplina en el mundo cerrado y por tanto fracasado de la
identidad. Para evitar este comportamiento de feudo, puede hacerse un ejercicio
de situar el presente de la historia en el mundo del pensamiento.
Pensarse es muy humano. Sólo lo hacen los humanos.
Pensarse arrastra a los otros tras ese ejercicio. No se puede pensar sobre sí
sin pensar a los demás. La pregunta por sí mismo es una pregunta por todos. Por
eso, ese añejo pensamiento desemboca en la acuñación de la palabra sociología,
tarea asumida cuando se quiso hacer del discurso sobre la sociedad un émulo de
la ciencia física. Se produjo la ciencia de la sociedad o sociología, destinada
por Comte a ser la religión científica de la humanidad. La acuñación de la
palabra y el concepto que involucra, creó un culto del progreso sustentado en
una lógica diacrónica. Esta actitud del pensamiento y la cultura entra a ser identificada
en su relación con la historia como historicismo.
La época del historicismo
es la convicción de estar en un mundo que deviene en un progreso permanente de
todos los contenidos humanos “hacia mejor” como lo escribió Kant o en
perfección permanente del espíritu humano que se hace más racional cada vez
como lo concibió Hegel.
Estas nociones se traen acá para relacionar la
historia con la sociología. Si la sociología buscó la cientificidad en las
ciencias duras como la física y la biología, la historia la buscó en las
ciencias sociales o humanas. Ambas búsquedas ocurrieron en tiempos distintos.
La sociología lo hizo en el siglo XIX y la historia en el siglo XX temprano.
En la sociología además de la física social de
Comte, se cuenta el organicismo de Spencer y luego por la influencia del
marxismo, la búsqueda del hecho social como unidad básica de la cientificidad de
Durkheim. El marxismo al exponer el materialismo científico es quien inicia la
tradición de dotar a la historia de un basamento científico, proceso que puede
entenderse como un primer acercamiento de la historia a la sociología: ese es
el materialismo histórico. La historia sale del historicismo por seguir el
desarrollo de las ciencias sociales en ese temprano siglo XX. Uno de los
primeros acuerdos revolucionarios fue el tumbar las pretensiones occidentales
de ser la cultura superior ante la cual debían postrarse los demás pueblos del
mundo. Abre estas novísimas ciencias la pluralidad de las culturas y el
reconocimiento de las diversas formas empleadas por el ser humano para
acercarse a la naturaleza en los planos económicos e intelectuales.
El análisis a nivel del individuo o del colectivo,
lleva a las ciencias sociales a construir un enfoque sicológico, extremado en
la exposición freudiana del sicoanálisis, para el sujeto; y el nivel colectivo
se inscribió en el desarrollo de un estructuralismo que atrapó el pensamiento
de la sociedad en una matematización insospechada antes. La sicología y el
sicoanálisis posibilitaron la creación de la historia de las mentalidades
dirigida a rastrear los imaginarios, los idearios, el pensamiento que han
potenciado los grandes y pequeños acontecimientos motores de los cambios.
Y la antropología estructural dio posibilidad a una
historia socioeconómica de larga duración por considerar la economía como una
estructura que permanece y sobrevive a las épocas. Cupo la historia de las
estructuras en el ámbito de sociología marxista, levantada sobre la economía
como el determinante en última instancia de los actos y los pensamientos
humanos.
En la primera parte del siglo XX la historia con pretensiones
científicas bebe de las ciencias sociales y se acuña el nombre de Nueva
Historia para caracterizar una historia que ata los contenidos mentales de la
humanidad a las prácticas socioeconómicas en una relación dialéctica entre cultura
y naturaleza. Ambos mundos se motivan y se generan. En el devenir histórico de
los pueblos se puede sustentar, por la observación radicada en los archivos, la
motivación de los cambios y las transformaciones en las revoluciones
conceptuales o de pensamiento. A su vez se sustentó el cambio y la revolución
en las adquisiciones técnicas dependientes de las transformaciones del trabajo,
o en rigor, en las condiciones económicas. Por eso los cultivadores de la Nueva
Historia, en Europa y los Estados Unidos (Bloch, Fevbre, Le Goff, Duby,
Braudel, Huizinga, Elton, Ariés, Anderson, Hobsbawn, entre otros) produjeron
obras de manera profusa de historiografía, cuyos títulos señalan los temas inscritos
tanto en la mentalidad como la economía: las revoluciones científicas, la
arqueología de las ciencias, los reyes taumaturgos, la formación de la clase
obrera, la niñez y la vida familiar, la religión y revolución, la sociabilidad,
la sociedad cortesana, la destinación del protestantismo, el problema de la
incredulidad, los intelectuales del medioevo, lo maravilloso y lo cotidiano, el
nacimiento del purgatorio, la enfermedad cultural, el mundo mediterráneo, la economía
moral, el puritanismo y la revolución, la monarquía absoluta, la fuerza del
consentimiento, entre tantos otros..
El presente de la historiografía, está marcado por
la adopción en las ciencias sociales del estudio del lenguaje y en consecuencia
de la comunicación, estudio cultivado por la denominada comunicología posada
sobre el texto escrito o sobre la oralidad como texto. Las humanidades o las
sociales, en la segunda parte del siglo XX buscan la cientificidad en la
construcción de textos de alta reflexión y desarrollan una cientificidad basada
en la pertinencia, la coherencia, la comprensión, en la hermeneusis de la
experiencia, en la sincronía o sobreposisción de procesos y sistemas. El
producto de este giro se expresó en una historización radical de las ciencias
sociales como parte del fenómeno de la complejidad del saber sobre la humanidad.
Ninguna de las disciplinas puede hablar o escribir desde la especificidad
porque las fronteras se han disuelto y esta condición no es falta de método,
sino la apertura a la multiplicidad metódica.
El préstamo, el intercambio, el tráfico de
conceptos entre las ciencias humanas y sociales, le ha dado a la historia unos
horizontes para la época contemporánea. Se ha renovado el sentido del concepto
Historia Social porque recoge la riqueza de las producciones del siglo XX y no
puede renegar de los aportes de “posmodernidad” que nuclea el volcamiento del
análisis social sobre el lenguaje o la textualidad oral o escrita.
Por eso hoy se hace historia en los ámbitos de los
estudios de género, la condición social de la mujer, lo medioambiental, el
ecosistema, las historias particulares o la historia local, la vida cotidiana, historia
del presente e historias de vida o historia de lo vivido por cualquier sujeto.
Historias todas con el mismo rango de pertinencia de la historia política, historia
económica, historia de las ideas, historia del arte o historia de las
religiones.
Texto en deuda con “Tendencias hitoriográficas
actuales. Escribir historia hoy” de Elena Hernández Sandoica. 2003
Imagen: tai-huizitaku (pintor y escribano) mixteca
de Alfonso Ortiz y Juárez 2009
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