Seguir la información que llega por los ojos y los oídos
desde múltiples lados y medios, poderosamente diversificados en nuestro mundo
de hoy, forma en nuestros cuerpos una necesidad de pronunciar un punto de vista
propio, regido por la experiencia de vida, y en especial por el acercamiento a
la mentalidad del presente. Pronunciarse es hacer historia del presente, en la
que te involucras con sentimiento, con política y con el andamio intelectual
personal. Hecho presente es el debate nacional sobre el conflicto social
colombiano que además de estar historiado por décadas, es puesto en duda su
existencia por un grupo de personas adscritas a un partido político interesado
en negarlo.
La negación, proclama en vez del conflicto, una
amenaza y agresión terrorista contra el estado colombiano. Desde esta
perspectiva se traza una línea de conducta para la acción de la sociedad
incluidas todas las instituciones. Estas deben rehacer la historia pasada y
presente desde el punto de vista del no conflicto o desde el estado colombiano amenazado,
perspectiva explotada desde los análisis de Daniel Pécaut en su texto Guerra contra
la sociedad del año 2001. Ahí, el colombianista francés no niega el conflicto,
pero resuelve, luego de un análisis del acontecer colombiano desde 1980, que la
guerra entre diversos ejércitos, se tornó economicista, territorial y terminó
atacando la sociedad. Los diversos actores relegaron lo político a un segundo plano
y se dedicaron a controlar la población, sometiéndola a un régimen de terror,
secuestro o desplazamiento. Pero Los interesados en negar el conflicto llevaron
esa percepción de Pécaut al rasero simple de un ataque al Estado y la sociedad,
solapando o desconociendo los orígenes de la confrontación, y sostienen que la
historia de Colombia se ha hablado y escrito desde la perspectiva del conflicto
o desde el punto vista de los actores y claman por una reescritura desde el
enfoque de la “guerra contra la sociedad”, por el cual el orden social
republicano colombiano ha sido justo, igualitario y democrático desde su origen.
Se quiere borrar la supremacía que ha ejercido la élite capitalista y burguesa
sobre los demás sectores sociales desde finales de la colonia y durante todo el
periodo republicano; causa y origen de la lucha por el poder o en otras
palabras, del conflicto social.
Se quiere desconocer el ataque a los resguardos indígenas
de las primeras constituciones decimonónicas, que además instauraron el
sufragio cualificado, proscribieron la libertad educativa con la prohibición
del estudio de la jurisprudencia utilitarista benthamista y atacaron la
libertad religiosa. Actos generadores de conflicto social y otros directamente
relacionados con la lucha por el poder o lucha de clases, como el exterminio de
los artesanos y sus organizaciones en 1854, la desamortización de bienes
eclesiásticos, la destrucción de la república liberal radical, la imposición de
la famosa regeneración o el régimen conservador por cuarenta y cuatro años, la
masacre obrera de 1928 (llamada “Masacre de las bananeras), el sometimiento del
país a una guerra civil no declarada de 1930 a 1953 que realizó alrededor de
250.000 crímenes atroces motivados políticamente, la dictadura militar de Rojas
Pinilla que destruyó con engaños la guerrilla de los llanos; la exclusión del
juego democráticos de idearios y movimientos políticos distintos al liberalismo
y conservatismo de 1958 a 1974 y la utilización del narcotráfico para evitar la
llegada al poder de otras concepciones de la democracia, durante las dos
últimas décadas del siglo veinte y lo que va corrido del veintiuno. La democracia
restrictiva inaugurada en 1810, con una permanencia sistemática hasta hoy, es
la causal de conflicto, unas veces expresado en la lucha pacífica, pero la
mayoría de las veces como lucha violenta.
La lectura liberal de estos acontecimientos
nacionales se remonta al siglo XIX con los hermanos Samper, Salvador Camacho Roldán
y el mismo liberal converso Rafael Núñez. En el siglo XX Rafael Uribe Uribe,
Jorge Eliécer Gaitán o el presidente de la Revolución en Marcha Alfonso López
Pumarejo. El punto de vista liberal es coronado en los años sesenta por Indalecio
Liévano Aguirre con su obra Los grandes conflictos sociales y económicos de
nuestra historia. Del diecinueve al
veinte el enfoque liberal pasó de la necesidad de democratizar los derechos a
luchar, por obtener el derecho, bajo el signo de una supuesta armonía natural.
La lectura socialista y comunista inspirada por la gigantesca
obra del marxismo, desde 1848, asume el conflicto como base de la historia,
punto de vista nutriente de las ciencias sociales, creación de la cultura
occidental heredera de la tradición grecolatina, iniciada en la dialéctica
presocrática y continuada por la dialéctica moderna. La huella del conflicto social
surca los análisis de la historia y la sociedad, porque el ser humano se conoce
a sí mismo y a los demás por la lógica de la presencia – ausencia, positividad
y negación, oposición de contrarios.
En el mundo de la ciencia social, tradición
iniciada en la segunda parte del siglo XIX, sobresale la obra de Ralf Darhendorf
dedicada a teorizar el paradigma del conflicto y a anclarlo en la complejidad epistemológica
de la sociedad industrial, en la que, dice él, las clases sociales descritas
por Marx han virado hacia la proliferación de sectores guiados por los intereses
y el manejo de algún grado de autoridad, en un entramado de jerarquías. El
conflicto social en la sociedad industrial se ha pluralizado y se resuelve por
el consenso, nunca definitivo, puesto que siempre dará origen a otros
conflictos. Con esta invocación de Dahrendorf, se quiere mostrar, no una
supuesta verdad en su posición teórica, sino un ejemplo del desarrollo de la
perspectiva del conflicto iniciada en el siglo XIX y continuada por el análisis
social y político hasta hoy.
El grupo de personas adscritas a un partido
político interesadas en negar el conflicto social colombiano, agencia un pensamiento
simplista y facilista. Es el pensamiento que bebe en un populismo o
neopopulismo, dedicado a obtener el poder por todos los medios, incluídos la
mentira sistemática y la explotación de sentimientos arcaicos premodernos que
no han sido erradicados por la vigencia de la democracia restrictiva inaugurada
en 1810. El politólogo español Fernando Vallespín (El populismo. Qué, por qué y
para qué. En Cuadernos 19 Círculo de Opinión. Abril 2017) dice que los
populismos presentes son el resultado de la globalización insostenible por las
elites que reaccionan con ira o rabia ante las migraciones de poblaciones que
deben ser atendidas en sus necesidades y ante la promoción de contenidos
culturales transnacionales, como el pluralismo y la inclusión social.
Imagen: Pawel
Kuczynski. Ironía social 2013