Detrás del concepto “gente de bien” está un
contenido cultural que hunde sus raíces en la sociedad colonial, resultante del
exterminio de cientos de miles de indígenas. En el occidente colombiano, Pasto,
Almaguer, Chapanchi, Agreda, Yscandé, Popayán, Timaná, La Plata, Cali,
Montañas, Buga, Toro, Cartago, Arma, Caramanta, Anzerma, Antioquia y Cáceres,
la población indígena tuvo el siguiente comportamiento: 1536=905.760;
1559=88.419; 1570=66.599; 1582=34.200. En 47 años desparecieron 871.560
indígenas, todos muertos por la violencia, el asesinato y la explotación1.
Los hijos mestizos o no de los exterminadores crecieron con la convicción de
hacer equivalente la cultura indígena a una expresión diabólica. Los mestizos y
los hijos de blancos provenientes de España, siguieron la persecución y
expoliación de los indígenas atacando permanentemente los resguardos y se labraron
en su ideario, para insultarse, el señalarse mutuamente de ser indio.
El pensamiento nobiliario impuesto a la cultura colonial creó en la práctica una lucha a muerte por los títulos de “limpieza de sangre”. En los archivos abundan las demandas de unos blancos contra otros por omitir en el trato cotidiano el título de Don. En los mestizos también se presentó la lucha por la gradación del color de la piel y la compraventa venal de los títulos nobiliarios, negocio de las autoridades virreinales. Las ñapangas, las terceronas o las tente en el aire, ocupaban un lugar social según “los lazos blancos en la piel”.
Ese régimen de exclusión sancionado por las creencias religiosas y sostenido por la poderosa jerarquía eclesiástica, creó el pensamiento colonial. Este se puede identificar en el comportamiento de un individuo: cristiano fundamentalista, señala todo lo distinto como obra del demonio, patriarcal, misógino, autoritario, esclavista; convencido de que la riqueza es el poder social. Las faltas contra la moral se vengan con el escarmiento público y el castigo físico. Esas cualidades forman el bien público y el privado, y por tanto la resultante es “la gente de bien”. El hombre y mujer de bien sostienen el orden social colonial. Tienen todo el derecho de castigar la falta con la violencia, incluidas las faltas contra el superior jerárquico, generalmente un superior racial.
Este pensamiento colonial sobrevivió a la guerra de independencia. La república se dota de una estructura política y filosófica que sólo habita la cabeza de la élite rica; en el pueblo esa cultura colonial del prejuicio se mantiene. La elite se educa, se ilustra y reconoce la educación como la práctica que libera el pensamiento; pero en los siglos de dominación por la elite liberal y conservadora, no se ha querido producir un ciudadano colombiano libre pensador y autónomo. Todo el siglo diecinueve fueron dubitativos con la libertad general. Solo en 1865 se deciden a abolir la esclavitud y quitarle a la iglesia el tercio de la tierra productiva de Colombia que la tenía fuera de la economía. En los últimos tres quinquenios del siglo diecinueve borra o traiciona los principios republicanos democráticos liberales y le entrega el país a los conservadores clericales. Bajo este régimen vuelve con toda la fuerza de la violencia política el pensamiento colonial y “la gente de bien” lo acepta y lo llama Regeneración de las costumbres corrompidas por la mezcla de liberalismo y socialismo.
Las luchas obreras por los “tres ochos”, ocho horas de trabajo, ocho de estudio y ocho de sueño, les parecen a la elite rica el nuevo demonio: los demonios indígenas redivivos. La educación sometida a un estricto control por la jerarquía religiosa, aleja de nuevo la creación de ciudadanos autónomos y librepensadores. Fue necesario el estremecimiento del mundo occidental por el nazifacismo, para que el liberalismo y el socialismo se uniesen a los Estados Unidos para derrotar a Hitler y al eje Japón, Italia, Alemania.
En Colombia este acontecimiento neutralizó y le quitó muchas convicciones a la cultura colonial. Nació un colombiano más proletario, más sindicalizado. La elite diversificó su relación con la cultura y adoptó los populismos en boga. Luego de la guerra, vencida Alemania, se delimitaron los campos políticos y aparece un nuevo enemigo, el socialismo-comunismo, que tiene que ser vencido mediante una “Guerra fría”; aunque en Colombia “la gente de bien”, resolvió el conflicto en caliente para vencer el enemigo, y se contaron de 1948 a 1958 más doscientos cincuenta mil víctimas, muertas por la violencia política.
De nuevo “la gente de bien” escala en contenido cultural. La elite liberal conservadora exorcizó la matanza con un Frente Nacional. Ambos partidos se diluyeron el uno en el otro y apuntaron sus armas político-militares contra el enemigo que les había diseñado “Guerra fría”: el socialismo-comunismo. Pero este enemigo también se diluyó en la misma disolución de la confrontación entre oriente y occidente. Ya no hubo más Unión Soviética y pareció como si la sociedad colombiana hubiese captado y aceptado el gregarismo propuesto por la organización de las Naciones Unidas y su bastión para la educación, la UNESCO. Luego de la casi desaparición de la sociedad por la guerra entre paramilitares y guerrilla, quedó en pie la propuesta de una paz longeva. La cultura política de los colombianos por efecto de la nueva constitución de 1991, aceptó el pluralismo político, la sexualidad diversa, la multiculturalidad, la democracia participativa y se convenció de estar resolviendo el conflicto social que los venía acompañando desde la fundación de la república.
Y “la gente de bien” no pudo salir del mundo de la “Guerra fría”. Socavó la paz con la guerrilla y los paramilitares e hizo retornar, con el poder de los medios de comunicación, el pensamiento y las actitudes coloniales. El retorno de esa cultura colonial es artificioso, porque el socialismo-comunismo ya no propugna por la disolución del Estado, quiere es fortalecerlo y ponerlo al frente de las decisiones socioeconómicas. Ahora es “la gente de bien” la que quiere, con su partido de gobierno y sus prosélitos obnubilados, disolver el Estado y dejar que reine sin cortapisas el capitalismo salvaje.
Pero creo que se puede prescindir de ese concepto de “la gente de bien” y pensarlo como una construcción de quienes quieren prolongar la vida de un enemigo inexistente, para producir miedo y así poder manipular las conductas. Toda la gente es de bien porque es gregaria, quiere mantener los lazos sociales. Pasa igual con el concepto de “música culta”, construido para excluir la cultura popular y mantener una segregación de tipo colonial. Ante esta denominación concebimos que toda música es culta.
Nota
1. Tovar, Hermes. Relaciones y visitas a los Andes. Siglo XVI. Colcultura. Bogotá 1993. Pág. 72
Imagen: Alfonso Ferro. Guitarrista 1995