La democracia que circula hoy en el mundo, tiene todas las connotaciones de ser una forma tras la que se esconde el poder. Esa forma se llama Estado, gobierno o régimen. La condena a la pobreza de amplias masas de seres humanos, al lado de inmensas riquezas en manos de pocos individuos es una observación contundente de la existencia del poder por fuera del Estado, forma que se puede desechar o neutralizar o reducir. El poder moderno se sigue comportando como lo ha hecho en la historia humana. Se ejerce para garantizar su permanencia y reproducción. Así lo hacen las monarquías constitucionales o las democracias liberales que no dudan en recurrir a las peores prácticas ilegales.
Steven Knight, guionista de la serie de televisión británica Peaky Blinders, nacido en Birmingham en 1959, produjo su historia con la oralidad que le transmitieron sus mayores y la gente local. Ubica las acciones de una banda pandillera de inmigrantes gitanos en 1919. Pone la banda a ser dirigida por una familia cuyos dos miembros principales fueron sobre vivientes de las trincheras de la primera gran guerra. Como soldados veteranos del ejército real disfrutan de ciertas tolerancias ante las autoridades, lo que les permite apoderarse de la ciudad de Birmingham con el mejor estilo de las mafias norteamericanas de la época: controlan todo, corrompen la policía y la ponen a su servicio a cambio de un sueldo.
El guión y la serie son una ficción; pero como toda ficción hunde su inspiración y raíces en la realidad social económicopolítica. Y la traigo a la memoria porque es una obra basada en el deleite del ejercicio del poder, sin importar la vida propia o la de los demás. Tiene esa idea de base. Deja en el espectador una desesperanza larga; porque el poder monárquico extiende innumerables tentáculos para mantenerse, incluido el darle misiones a la banda pandillera para eliminar hombres o mujeres que obstaculizan los intereses del rey.
Puede decirse que esto ocurre en las monarquías en las que las decisiones son unipersonales y no deliberantes. En este caso de la obra de Steven Knight, Wiston Churchill recibe la orden del monarca de limpiar la ciudad de Birmingham de republicanos irlandeses, de comunistas y bandidos. Y Churchill le ordena a la policía ejecutarla. Órdenes que terminan en la muerte de seres humanos y que por la línea intelectual que la inspira, es el rey el asesino. Hay muchas referencias a los órganos de la monarquía constitucional. Se nombra el parlamento y las elecciones de las autoridades locales por medio del sufragio; hay acusaciones que llevan a militantes, bandidos y comunistas a los estrados judiciales; pero se hace evidente la formalidad de la democracia, porque quien más funciona es el poder perseguido, tolerado o triunfante.
La democracia y sus órganos, están ahí, funcionan. Le dan forma al Estado; pero el Estado no está por encima del poder. Esta forma social es un resultado de las relaciones sociales. Se ve el Estado en la regulación del nacimiento, la procreación, del matrimonio, la sexualidad y la muerte; en la aplicación de las leyes que lo forman, para permitir y castigar. Pero el poder está ahí medrando el Estado para que funcione a su gusto.
Hay innumerables ejemplos en los imperios que han logrado entrar en la historia: asiáticos, mediorientales y occidentales. Alejandro acabó con la democracia griega por corrompida y volvió a la monarquía y los romanos destruyeron la república en pos del imperio. Luego de Roma, su modelo persiste y rebela el poder que tutela al Estado.
El poder no es un ente atemporal, parecido a la historia de los dogmáticos, cuando dicen que la historia los absolverá o cunado repiten esa máxima incomprensible: “quien no conoce la historia está condenado a repetirla”. El poder es como el tiempo, está ahí y se le ve actuar. El tiempo se hace visible en la piel ajada de los humanos viejos, en la muerte de los organismos vivos. El poder rebela su existencia, su ser, en el asesinato de un presidente contemporáneo; en un magnicidio. Se le ve porque el presidente está rodeado y protegido por el poder que tiene: un aparato militar. Y quien lo asesina supera ese aparato y comete el crimen.
Puede pensarse que el poder lo tiene quien tiene riqueza, si y solo si, quien tiene dinero. Es una concepción restrictiva del poder, porque no es el dinero o la riqueza el dador, es el sistema simbólico humano que otorga el poder a los objetos. Esto explica la existencia del poder en las sociedades sin dinero, pero que depositan el poder en un tótem, en un brujo, en un chamán, en un sacerdote. Por eso el poder no es el Estado, es un imaginario enraizado en las profundidades de la memoria y permite a un individuo, a un grupo social, someterse o ejercer poder.
Esta reflexión se hace por lo expresado en el film de Steven Knight o en los acontecimientos planetarios contemporáneos ocasionados por la preservación del poder de los grandes creadores de máquinas de guerra y tecnologías para la dominación. Los norteamericanos están en permanente acecho de los países que domina en América y Europa. Los rusos lo hacen con Asia central y los chinos con Asia oriental.
El mundo contemporáneo tiene muy pocos ejemplos de poderes basado en sistemas simbólicos totémicos o chamánicos. El mundo nuestro enraizado desde hace milenios, basa su poder en los sistemas simbólicos que otorgan poder a la posesión objetos significativos de riqueza: el dinero, el oro, las máquinas, los dispositivos tecnológicos. Este poder está tras el Estado. El Estado es formal y sirve para enmascarar las intenciones e intereses de quienes luchan cotidianamente por mantener la riqueza y por aumentarla.
Michel Foucault lo dijo a su audiencia en los años setenta del siglo XX, y se puede entender así: el Estado no es una fuente de poder porque no es un universal como el individuo y la sociedad. El Estado permite y hace transacciones permanentes para y por las finanzas, impulsa y regula las inversiones, crea y se mete en los centros de decisión, crea “…formas y los tipos de control, las relaciones entre los poderes locales y la autoridad central”*
En la época moderna, el Estado muchas veces ha sido proclamado como insulso o estorboso. Es lo que hace el liberalismo decimonónico o el neoliberalismo que vivimos desde la segunda posguerra. Estos modos liberales de pensar y actuar tienen conciencia de que el poder está en la bolsa y el Estado es solo el efecto del régimen socioeconómico materializado en la gobernabilidad. Concluye Foucault, el Estado “…no es otra cosa más que el efecto móvil de un régimen de gubernamentalidad múltiple”**
*Foucault, Michel. “Fobia al Estado”. En La vida de los hombres infames. (1996). Buenos Aires Editorial Altamira 1996. Pág. 136
**Ídem. Pág. 137
Imagen: Quentin Massysm. El cambista y su mujer. 1514