En
Vargas Llosa nos acercamos a sus cuentos iniciáticos compilados bajo el nombre
de Los jefes. Se mide el acercamiento por el recuerdo de algunas obras
importantes y famosas de este autor peruano como Pantaleón y las visitadoras,
¿Quién Mató a Palomino Molero?, o Lituma en los Andes. Obras que permiten hacer
la diferencia entre la madurez y la juventud. Estos cuentos iniciales de 1959
dejan en el lector la convicción de la influencia de la experiencia de vida en
la obra literaria. Claro que esto es una perogrullada, porque lo vivido es la
fuente de inspiración para que lo escrito sea la creación de un mundo
independiente y completamente ficcionado.
Experiencia
de vida localizada en su patria chica, porque se ubica en el espacio del
colegio, en sus relaciones juveniles con posibilidad de visitar los bares,
beber licor, desafiarse entre amigos y citarse a duelos como es el caso de lo
narrado en el cuento Los jefes. Después de leer al Vargas Llosa maduro puede
decirse que en los cuentos encontramos una prosa iniciática, por tener pasajes
en los que, como se dice coloquialmente, telegrafía la descripción del espacio,
el tiempo y los acontecimientos. Pero se observa que tiene una honda
preocupación sociopolítica, rastreada en el tratamiento de la organización
estudiantil colegial, el duelo a muerte azuzado entre jóvenes ocasionado por el
odio y el amor. Los hermanos que persiguen y matan a un indio por racismo, creen
vengar el honor mancillado de la hermana menor, a pesar de la advertencia de
ella de no haber sido ultrajada. El delator traicionado por quienes lo
contrataron para ubicar un fugitivo. El abuelo, un rico aburrido, asusta a su
familia haciendo aparecer en el jardín de la casa una calavera que emite luz
por las cuencas, vacías por supuesto. Los “pajarracos” un grupo de jóvenes que
vacilan en acercarse a las mujeres, pero compiten, arriesgando la vida, al
nadar en el océano gélido, por tener la exclusiva de acercarse a la bella
Flora.
Es
una sanción general decir que nadie puede hacer literatura desde cero cuando se
habla y se escribe sobre la influencia de la vida en la escritura. La vida
local de los primeros años del autor son un insumo necesario. Pero el ejercicio
estético de factura eminentemente personal, hace que esa vida local se
convierta en expresión universal. Si se lee un autor en otras partes del mundo
distintas a la suya, y los lectores comprenden o se identifican con los hechos,
es porque el autor ha logrado convertir la experiencia personal local en una
obra de arte universal.
En “García
Márquez. La Historia de un deicidio” Vargas Llosa desentraña en la obra de Gabo
muchas de esas vivencias personales convertidas en cuentos o novelas; la
hermeneusis es muy profesional y elegante porque le hace un contexto
sociopolítico en la historia de Colombia a las obras del nobel colombiano. Y lo
que deja entrever Vargas Llosa es una expresión personal de las mismas técnicas
por él utilizadas y pareciera como si se dijese o concibiese estar en el camino
correcto.
Además
de exigir del escritor un trabajo permanente, una dedicación exclusiva, está el
acercamiento al acto creativo, momento en que se une por efecto
de la observación de un transeúnte, de un hecho callejero, de un recuerdo de
infancia o juventud, la intensión y la imaginación de la obra posible. Esa
unión o simbiosis o bricolaje de muchas vertientes materializan el cuento o la
novela, el ensayo, la crónica o el drama teatral.
Eso
se tiene en Los jefes. La vida llevada a la literatura, pero sin caer en la
copia tediosa del tiempo cotidiano. O como era costumbre en los años sesenta
del siglo pasado, calificar de panfletaria una obra que involucrara consignas
políticas en la narrativa, en la poesía o en la dramaturgia. En los jefes, se
ve y se lee la convicción de acercar la literatura a la realidad y hacerla
aparecer como una magia discursiva que lleva el lector a un mundo coherente,
apasionante, donde puede tocar a los personajes y caminar o sentarse con ellos.
El
deicidio detectado y propuesto por Vargas Llosa tiene que ver con quitarle a la
literatura latinoamericana de la segunda parte del siglo pasado el supuesto
garcíamarquismo. Pero el fenómeno no estaba ahí, estuvo en el norte de América,
en la obra de William Faulkner de la cual aprendieron todos a mirar la
experiencia de vida como fuente para hacer literatura. Una experiencia vista
desde una perspectiva faulkneriana en la que la comicidad de los hechos
populares o no, daban cuenta de una idiosincrasia o una identidad de las
sociedades salidas de la colonización.
Y la
obra de Faulkner fue producto de la ubicación sociocultural de este autor en la
atmósfera intelectual o epistémica de la primera parte del siglo veinte que creó
un interés por la historia social o la historia descentrada del dominio de la
política o de la historia política. Vargas Llosa ve en la obra de García
Márquez un predominio de la mentalidad costeña del caribe colombiano, concepto
acuñado por la historia social inventada en la Europa de los albores del siglo
veinte.
La
mentalidad del sur peruano es la que está en Los jefes. Los personajes son
presentados y puestos en un espacio tiempo tragicómico. Un domingo dos
contertulios beben cerveza hasta la náusea y luego se meten en las aguas del
océano frío a competir por el amor de una muchacha ignorante de lo que pasa. O
el viejo Abuelo harto de rutinas que asusta a su
familia y luego se evade hacía la calle a reírse de lo hecho. Realismo mágico
se ha llamado esta actitud literaria.
Guillermo Aguirre González
Octubre de 2024
Imagen: Fernando
Botero. Retrato de Vargas Llosa 1988