Creo
que a José Zuleta hay que leerlo, así como a Héctor Abad, por ser hijos de intelectuales
orgánicos de la sociedad colombiana. Hijos que en sus obras testimonian la
relación padre e hijos sin nada de especial. Estos hijos escriben motivados por
circunstancias en que poco o nada funciona la herencia intelectual; pero en la
historia de vida de esos padres conspicuos han visto materia novelable.
Esta novela
de José, aparenta ser un documento testimonial, antes que una pieza literaria;
esto puede decirse si se abre el texto con expectativas del arte literario, ese
arte que con la palabra nos mete en un éxtasis estético. Pero avanzada la
lectura, convence el ser un testimonio de la experiencia del autor con su familia
comenzada desde la memoria primigenia suya.
Es
conciso, avanza con frases muy cortas: le interesa no perder escenas que invoca
con una proposición breve. Esto se percibe porque nuestra generación conoció al
aquí involucrado Estanislao Zuleta. Las escenas palabreadas por José nos
llegaron nombradas con interés, con asombro o solo como chisme, a los pasillos
de Unaula, la Unal y la U de A. Y sobre todo después de escuchar las magníficas
conferencias de Estanislao, sobre la relación entre Freud, Nietzsche y Marx.
Aumentaba
el asombro por las capacidades didácticas y la profundidad y cuando se
proclamaba que Estanislao se formó como autodidacta para luego ser reconocida
su erudición con títulos honoris causa. La militancia lo llevó a adherirse a
tesis anticapitalistas y la crítica de la educación, la familia y los medios de
comunicación por operar como “aparatos ideológicos del Estado”. Y por eso
impidió que sus hijos fuesen a la escuela; aunque luego, como afirmó “Toño Restrepo el viejo” gran amigo de Estanislao,
se arrepentiría porque dessocializó a sus hijos. La “ruptura” con la izquierda
guerrerista le permitió cosechar fama de ser el intelectual más importante de
Colombia.
Por
eso en los días de la toma del Palacio de Justicia por la guerrilla del M-19,
el presidente de la república Belisario Betancur convocó al palacio de gobierno
a intelectuales y analistas políticos para enfrentar la crisis y entre ellos
estuvo Estanislao Zuleta. Ello sirvió de poco porque como afirmó “Toño Restrepo
el viejo”, sobre la plaza de Bolívar quedó el muerto más famoso de la toma: la
figura presidencial. La crisis la resolvieron los militares sin contar con su
jefe máximo (el presidente de la república), situación que debe entenderse como
un golpe de estado ejercido por los días que duró la toma.
Las
cortas y concisas frases o proposiciones de José Zuleta, leídas en Lo que no
fue dicho, son un testimonio de familia, de hechos percibidos desde los
procesos académicos de la ciudad, en las últimas décadas del siglo XX. Es claro que la
obra de José no se queda ahí. Vira hacia el ejercicio narrativo en primera
persona, hacia el ejercicio literario propiamente dicho, por hacer de la
experiencia personal ubicada en el tiempo, una novela testimonial. Hay belleza,
en especial el contacto del joven de quince años con Laila de treinta y tres,
abandonada con dos hijos por su marido.
El
hecho de ser José un escritor contradice a quienes censuraron a Estanislao por quitarles
la escuela a sus hijos y en su lugar, él se apersonó de la educación. El que
seas un escritor demuestra que tu padre no se equivocó, le dijo su madre cuando
José la encontró. Lo que no fue dicho es una de esas obras que obligan a seguir
al sujeto de las distintas experiencias comenzadas a temprana edad, para ver,
sentir o imaginar el como salió de ellas. El periplo es amplio en el tiempo. Comenzó
una vida independiente de la familia desde los catorce años y terminó a los
treinta hablando con su madre. Las citas de dichos de su padre Estanislao
involucradas en su forma de ser, se refieren a un hedonismo fundamental. El ateísmo
no lo compartió por esa increíble contradicción de haberle puesto el nombre de José.
Las filosofías y políticas revolucionarias tampoco, porque en su padre esas
ideas siempre se las escucho en estado de alicoramiento: el licor le daba una efervescencia
del lenguaje en medio de proclamas altisonantes, que ningún interlocutor se atrevía
a interrumpir. Dice José de la vida ser algo distinto; está por ejemplo la
belleza de los humanos y sus actos, por eso antes de amarrarse a una academia
como su padre optó por recorrer geografías…
“Yo
necesitaba otra cosa, y era urgente: ser sin él, sin su tutela, sin sus
preocupaciones existenciales. Vivir como tenía copiado en la libreta: “El
sentido de la vida es alcanzar su fin último, que para el hedonismo es la ausencia
de dolor (aponía) que nos dará la tranquilidad de ánimo (ataraxia), en ello
radica la felicidad.” Pg. 80.
Lo
que no fue dicho termina con una narración en segunda persona, de gran belleza.
El conocer a su madre ya adulto y prestigiado como escritor recibe de ella la
misión de escribir su historia. Se pregunta como hacerlo si nada sabe de ella.
Pero opta por el ejercicio de la entrevista y el testimonio de registro magnetofónico.
Con este insumo dice: me lees, interrumpes, silencio, dices que recuerdas “-primero
fui del grupo de Las Policarpas, después simpatizante del M-19, después
galanista y ahora nada”. Pg. 241. La información que le proporciona su madre es
la que da quien desde su práctica de vida establece una jerarquía de recuerdos,
según lo dicta su percepción de la cultura y la sociedad. Ella hace énfasis en
su genealogía iniciada por la heroína Antonia Santos y termina en Enrique
Santos Montejo (Calibán) de quien dice ser su abuelo y haber sido un semental
preñador, en tono de burla con un dejo de vana gloria.
El
cambio del yo al tú, muestra dominio del arte literario, ejercido por un
escritor que desde edad temprana lee incesante. Los viajes y las gentes que
conoce, están cruzados por los libros que lee, porque los involucra, y ejerce
la promoción de lectura.
Guillermo Aguirre González
Noviembre 2024
Zuleta Ortiz José. Lo que no fue dicho. Seix Barral. Bogotá 2021
Imagen: Epicuro. Detalle en “La escuela de Atenas” (1512), de Rafael Sanzio. Estancias Vaticanas, Roma