lunes, 11 de noviembre de 2024

Lo que no fue dicho de José Zuleta


  Creo que a José Zuleta hay que leerlo, así como a Héctor Abad, por ser hijos de intelectuales orgánicos de la sociedad colombiana. Hijos que en sus obras testimonian la relación padre e hijos sin nada de especial. Estos hijos escriben motivados por circunstancias en que poco o nada funciona la herencia intelectual; pero en la historia de vida de esos padres conspicuos han visto materia novelable.

  Esta novela de José, aparenta ser un documento testimonial, antes que una pieza literaria; esto puede decirse si se abre el texto con expectativas del arte literario, ese arte que con la palabra nos mete en un éxtasis estético. Pero avanzada la lectura, convence el ser un testimonio de la experiencia del autor con su familia comenzada desde la memoria primigenia suya.

  Es conciso, avanza con frases muy cortas: le interesa no perder escenas que invoca con una proposición breve. Esto se percibe porque nuestra generación conoció al aquí involucrado Estanislao Zuleta. Las escenas palabreadas por José nos llegaron nombradas con interés, con asombro o solo como chisme, a los pasillos de Unaula, la Unal y la U de A. Y sobre todo después de escuchar las magníficas conferencias de Estanislao, sobre la relación entre Freud, Nietzsche y Marx.

  Aumentaba el asombro por las capacidades didácticas y la profundidad y cuando se proclamaba que Estanislao se formó como autodidacta para luego ser reconocida su erudición con títulos honoris causa. La militancia lo llevó a adherirse a tesis anticapitalistas y la crítica de la educación, la familia y los medios de comunicación por operar como “aparatos ideológicos del Estado”. Y por eso impidió que sus hijos fuesen a la escuela; aunque luego, como afirmó “Toño Restrepo el viejo” gran amigo de Estanislao, se arrepentiría porque dessocializó a sus hijos. La “ruptura” con la izquierda guerrerista le permitió cosechar fama de ser el intelectual más importante de Colombia.

  Por eso en los días de la toma del Palacio de Justicia por la guerrilla del M-19, el presidente de la república Belisario Betancur convocó al palacio de gobierno a intelectuales y analistas políticos para enfrentar la crisis y entre ellos estuvo Estanislao Zuleta. Ello sirvió de poco porque como afirmó “Toño Restrepo el viejo”, sobre la plaza de Bolívar quedó el muerto más famoso de la toma: la figura presidencial. La crisis la resolvieron los militares sin contar con su jefe máximo (el presidente de la república), situación que debe entenderse como un golpe de estado ejercido por los días que duró la toma.

  Las cortas y concisas frases o proposiciones de José Zuleta, leídas en Lo que no fue dicho, son un testimonio de familia, de hechos percibidos desde los procesos académicos de la ciudad, en las últimas décadas del siglo XX. Es claro que la obra de José no se queda ahí. Vira hacia el ejercicio narrativo en primera persona, hacia el ejercicio literario propiamente dicho, por hacer de la experiencia personal ubicada en el tiempo, una novela testimonial. Hay belleza, en especial el contacto del joven de quince años con Laila de treinta y tres, abandonada con dos hijos por su marido.

  El hecho de ser José un escritor contradice a quienes censuraron a Estanislao por quitarles la escuela a sus hijos y en su lugar, él se apersonó de la educación. El que seas un escritor demuestra que tu padre no se equivocó, le dijo su madre cuando José la encontró. Lo que no fue dicho es una de esas obras que obligan a seguir al sujeto de las distintas experiencias comenzadas a temprana edad, para ver, sentir o imaginar el como salió de ellas. El periplo es amplio en el tiempo. Comenzó una vida independiente de la familia desde los catorce años y terminó a los treinta hablando con su madre. Las citas de dichos de su padre Estanislao involucradas en su forma de ser, se refieren a un hedonismo fundamental. El ateísmo no lo compartió por esa increíble contradicción de haberle puesto el nombre de José. Las filosofías y políticas revolucionarias tampoco, porque en su padre esas ideas siempre se las escucho en estado de alicoramiento: el licor le daba una efervescencia del lenguaje en medio de proclamas altisonantes, que ningún interlocutor se atrevía a interrumpir. Dice José de la vida ser algo distinto; está por ejemplo la belleza de los humanos y sus actos, por eso antes de amarrarse a una academia como su padre optó por recorrer geografías…

“Yo necesitaba otra cosa, y era urgente: ser sin él, sin su tutela, sin sus preocupaciones existenciales. Vivir como tenía copiado en la libreta: “El sentido de la vida es alcanzar su fin último, que para el hedonismo es la ausencia de dolor (aponía) que nos dará la tranquilidad de ánimo (ataraxia), en ello radica la felicidad.” Pg. 80.

  Lo que no fue dicho termina con una narración en segunda persona, de gran belleza. El conocer a su madre ya adulto y prestigiado como escritor recibe de ella la misión de escribir su historia. Se pregunta como hacerlo si nada sabe de ella. Pero opta por el ejercicio de la entrevista y el testimonio de registro magnetofónico. Con este insumo dice: me lees, interrumpes, silencio, dices que recuerdas “-primero fui del grupo de Las Policarpas, después simpatizante del M-19, después galanista y ahora nada”. Pg. 241. La información que le proporciona su madre es la que da quien desde su práctica de vida establece una jerarquía de recuerdos, según lo dicta su percepción de la cultura y la sociedad. Ella hace énfasis en su genealogía iniciada por la heroína Antonia Santos y termina en Enrique Santos Montejo (Calibán) de quien dice ser su abuelo y haber sido un semental preñador, en tono de burla con un dejo de vana gloria.

  El cambio del yo al tú, muestra dominio del arte literario, ejercido por un escritor que desde edad temprana lee incesante. Los viajes y las gentes que conoce, están cruzados por los libros que lee, porque los involucra, y ejerce la promoción de lectura.

Guillermo Aguirre González

Noviembre 2024

Zuleta Ortiz José. Lo que no fue dicho. Seix Barral. Bogotá 2021

Imagen: Epicuro. Detalle en “La escuela de Atenas” (1512), de Rafael Sanzio. Estancias Vaticanas, Roma