Un juego como la guerra
Por Guillermo Aguirre González
Un episodio de la
guerra mundial se escribe. Un ejército poderoso invade un pueblo pequeño,
interesante por tener una mina de carbón y una población dedicada a extraer el
mineral. El invasor necesita el carbón pero no quiere forzar a los pobladores a
trabajar directamente bajo sus órdenes. Táctico, el jefe de los invasores,
planea utilizar el gobierno local, para legitimar sus órdenes, reducir el
impacto de la invasión y garantizar el trabajo.
El episodio,
narrado en La luna se ha puesto, se enraíza en ese comportamiento humano que lo
obliga a invadir y colonizar otros pueblos, bajo muchos pretextos. Lo
terriblemente novedoso, en esta novela corta de John Steinbeck, es el método
empleado por el invasor del pequeño pueblo de mineros. Hay actitudes
caballerosas, parecidas a los famosos comportamientos de un gentleman inglés,
en los que se expresa el deseo de explotar el carbón y a los habitantes, de la
manera menos violenta y sí, muy sutil.
Steinbeck, con el
lenguaje y las maneras de cortesía de ambos, conquistado y conquistador, crea
una atmósfera en la que la humanidad está obligada por la guerra a matar cortésmente.
El invasor reconoce la inteligencia del dominado y quiere adoptar su modo de
vida para ser amado y respetado.
Esta actitud
permite mirar en el pasado algunos comportamientos de pueblos invasores. Estos
han invadido por ser humanos y por necesidades de orden económico. Las más de
las veces el invasor conquistador extermina al pueblo víctima; pero hay
ejemplos que incitan a pensar conquistas corteses, según la atmósfera de
Steinbeck. La explicación que tiene la Antropología, para dar cuenta de la
expansión de los contenidos culturales, se basa en el concepto de la difusión por conquista. Las artes del
fuego, la industria lítica, la agricultura se han encontrado en lugares
diversos, como producto del guerrear y la mescla de pueblos y culturas. El
ejemplo más prestigioso es el romano. Ese pueblo comenzó su expansión a finales
del siglo III antes de nuestra era y cuando invadió y dominó a la Grecia
clásica tomó toda la cultura helénica para sí, hasta llegar a producir una
versión latina de lo griego en lo religioso, la literatura, la poesía, la
arquitectura y las artes plásticas.
El invasor del
pequeño pueblo minero, llega convencido de encontrar unos seres humanos que le
van a admirar su humanidad y por tanto a respetar su derecho a la dominación.
Pero se encuentra, con hombres y mujeres amantes de su libertad y tradiciones,
dispuestos a aprovechar cualquier momento de descuido para atacar al invasor. La
atmósfera literaria está diseñada y regida por la caballerosidad de ambos
bandos. Señor intendente –dice el jefe de los agresores- ese minero ha matado
uno de mis hombres, es necesario que usted como autoridad del pueblo aplique
justicia y lo condene… El trato de señor, la invocación de un juicio justo, de la
autoridad, es el reconocimiento de la humanidad de los dominados. Y en la
respuesta del intendente le reconoce la humanidad al coronel jefe invasor, pero
le dice que su humanidad está aplazada porque obedece las órdenes de un líder
que le niega la libertad y solo los pueblos libres ganan las guerras.
Las escenas, el
retrato sicológico de los involucrados en el conflicto, el invasor vigilado por
múltiples ojos tras las ventanas, el conquistado acorralado por el hambre, los
odios mutuos, el desbalance mental, el miedo, dejan en el lector la convicción de
una crítica del autor de La luna se ha puesto, a la guerra. Es una actitud
pacifista de Steinbeck y por eso no hay nombres de las geografías, pero sí
pistas que permiten ubicar los acontecimientos en la segunda guerra. El invasor
es un alemán muy humanizado, el conquistado un pequeño pueblo del norte de
Francia minero, pacífico, y el pueblo que bombardea con su aviación es
Inglaterra. Estos tres protagonistas participan en los acontecimientos como
seres humanos obligados a pelear y a matarse por unos líderes dementes, para
quienes la guerra es un juego de poder que garantiza la acumulación de riqueza.
Y este es el concepto reiterado en la novela. La guerra como juego de niños, la
guerra como juego de caza, como un juego aritmético, un juego de fútbol. La
guerra así concebida es una invención humana y por eso se acaba cuando hay
conciencia del horror.
Ese juego cruel,
se ha querido atar al ser biológico y se sustenta con el evolucionismo
darwiniano. De las especies sobrevive la más fuerte. La máxima transmutada a lo
humano diría: la guerra es un determinismo biológico y el ser humano como
animal que es, la practica por instinto y al final vence el pueblo más fuerte o
la raza más fuerte. El lector avisado puede leer entre líneas el rechazo de
Steinbeck a este determinismo.