Por Guillermo Aguirre González
Una situación parecida a la que se posó sobre las mentes de los
historiadores del alba del siglo XX, se encuentra en Leonardo Sciacia en su
novela corta El archivo de Egipto. Consiste en tratar de explicar cómo las
ideas revolucionarias pueden meterse en las mentes de los seres humanos, si se
tiene la convicción de que la tradición es inamovible y todo se choca contra
ella.
Se puede recordar al historiador francés Françoise Furet, quien
dedicó parte de su obra a explicar con la ayuda de archivos –como lo hace todo
historiador- la asumsión de las ideas ilustradas revolucionarias por la
sociedad francesa de finales del siglo XVIII. Furet construye el concepto la
sociabilidad que le permite penetrar en la vida cotidiana de las ciudades
francesas en las que se presentó más intenso el proceso de cambio de
mentalidad. De las prácticas más bellas está la lectura en voz alta de la
prensa periódica en cafés y tabernas; esos lugares en los que el cruce del umbral
hace a todos iguales porque dentro, el vino, el tabaco, las mujeres, los
hombres y las viandas se comparten, incluidas las nuevas ideas de cómo
construir una sociedad que rinda culto a la razón. Esta sociabilidad se asocia
a la moda de construir tertulias y clubes de librepensadores, hasta llegar a
construir una red nacional como fue el caso delos jacobinos.
Sciascia hace algo parecido desde la literatura. Pone a la
sociedad cortesana y nobiliaria de la Sicilia de finales del siglo XVIII a
debatir las ideas nuevas de Voltaire, Diderot y otros ilustrados, llegadas a la
isla por la prensa periódica. El escritor crea una estrategia para entrar en la
vida cotidiana de los sicilianos notables por su nacimiento. Un monje avisado
por su gusto por los libros y los caracteres de las escrituras, decide
construir un códice en el que se tienen noticias de la dominación islámica
sobre Sicilia. Esta acción fraudulenta del monje pone en el centro de las
conversaciones el ser de los sicilianos, su historia, sus tradiciones y la
crítica del orden social.
En la vida palaciega, en las casas de los nobles, en la taberna,
en las reuniones al aire libre, el monje que construye el documento apócrifo,
invoca el derecho de los hombres de la época a construir la historia verdadera,
la historia racional; por eso trae a cuento los ilustrados y sustenta, junto
con otros, la libertad de pensamiento, la libertad de escritura.
Ese monje, fray Giuseppe Vella, hace que el lector se pregunté por
la verdad de la historia, por el poder de la genealogía de la nobleza
materializada en la blasonería; pero sobre todo, por el poder de la escritura.
La noticia del trabajo del monje hace que los nobles sicilianos se le acerquen
para proponerle incluir en el códice la antigüedad del ancestro del nombre de
su casa y dar a cambio buenos obsequios que incluyen vivienda en el centro,
sirvientes y carrozas, para Vella.
El ejercicio de escritura de fray Giuseppe muestra su poder; pero
como todo poder se levanta sobre bases de violencia, el proceso social relatado
por Sciascia termina en la tortura cruel de quienes se han acercado a la
escritura para cuestionar el poder reinante. Se tortura a los sicilianos pudientes
lectores de la escritura de los ilustrados franceses.
Si el poder está erigido sobre la violencia y lo sustenta la
escritura, puede afirmarse que la escritura es violencia. La escritura
cristiana destruye los libros antiguos, para imponerse y reinar. La ley se
escribe para gobernar y dentro de su mismo articulado incluye la violencia para
obligar ser obedecida.
¿Pero como explicar este fenómeno, si el mundo del ser humano está construido sobre el ejercicio de la escritura y se participa de la sociabilidad con la lectura de lo escrito? A favor del enunciado, está la historia de la escritura. La historia del mundo occidental, de su civilización y cultura se inicia en el momento en el que el mito se escribe, se encripta en el significante, es decir en la escritura alfabética. Este acontecimiento va aparejado con la adopción de la vida urbana, el dominio del cielo, la tierra y los seres humanos, precisamente por el hecho de meter el mundo en la escritura. Esto es a su vez la ciencia. Y ella está en manos de quien ejerce y monopoliza la escritura. Esta argumentación hace evidente la relación entre escritura, poder y violencia, puesto que el poder inscribe sobre la piel de sus dominados la ley y la obediencia.
Otro argumento a favor de la escritura como violencia, está en el
etnocentrismo occidental. Por este, se dividen los grupos humanos entre
sociedades con escritura y sociedades sin escritura. Resulta de esta partición
la relación entre escritura y civilización como dos elementos inseparables. El
ejercicio de la civilización, es un ejercicio de poder de la sociedad
occidental sobre el resto del mundo. Occidente tiene toda una metafísica para
sustentar ese dominio. El escribir la lengua involucra el logos. Este, es la
voz originaria del ser, es la parte divina de los humanos y por eso la sociedad
de la escritura es la sociedad de dios. Tiene toda la autoridad para dominar.
Por eso la ciencia, el Estado, la religión, la cultura son posibles por el
logos.
Por el mismo ejercicio de la escritura, que permite la alteridad y
porque ella, la escritura, tiene la posibilidad de escribir sobre su historia,
se habla y se escribe sobre una concepción posmetafísica de la escritura. La
historia, aquí, aparece como la vida del ser humano sobre el planeta y desde
ese momento ha combinado con precisión, porque son indivorciables, el habla y
la grafía. Todo signo tiene su significado. Todo significante tiene su
simbolismo. La voz ocurre porque una materia gráfica la sustenta y viceversa.
La época posmetafísica permite afirmar que no hay grupos humanos
sin escritura. Aquí el concepto de escritura se enriquece porque se equipara al
de grafía. Escritura y grafía tiene la misma disposición genética. La grafía,
inicialmente, fue un objeto preciado, luego una incisión sobre objetos o sobre
el cuerpo mismo, luego un petroglifo, después rupestre, jeroglífica,
ideografía, hasta la grafía alfabética. Este devenir de la grafía involucra un
devenir de la fonación, ambos devenires indisolublemente atados.
Para la modernidad, ni la fonación, ni la escritura son un don. Se
puede afirmar: son una construcción ocurrida por la disposición biológica del
ser humano. La metafísica decidió que el verbo fue dado primero y luego la
escritura. El monopolio de ese don permitió la dominación y l violencia contra
los pueblos declarados por ese poder, ágrafos o salvajes incivilizados.
La escritura desatada de la metafísica, sigue violentando el poder
del don y del señor. El vuelo de la escritura, que se ha tornado personal e
individual, ficciona, porque es la voz de la libertad.
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