lunes, 15 de septiembre de 2014

Cuando dios perdona y premia el pecado. Sobre Bola de Sebo de Maupassant

Cuando dios perdona y premia el pecado

Por Guillermo Aguirre González

La gente sencilla es solidaria. La gente sin títulos nobiliarios está dispuesta a recibir al noble caído en desgracia. La gente del pueblo resuelve los conflictos por el acuerdo deliberado o por métodos consuetudinarios. Estas observaciones, son convicciones de Maupassant. Las tiene presentes y las ubica en Elizabeth Rousset, una mujer que se gana la vida con la venta de placer. Maupassant toma partido por ella, a pesar de que la llama Bola de Sebo, un apodo despectivo, tanto como la descripción que hace de ella, pues resalta la acumulación de grasa en su cuerpo especialmente en sus manos y sus dedos; pero le pone la piel tersa y la carne joven y la hace tomar la actitud de una mujer desprendida y libre. Es precavida, honesta, amante de lo humano, dadivosa, servicial. A través de ella se mide la sociedad de la ciudad normanda de Ruan en 1871, invadida por la Prusia de Bismark. Ella es el pueblo solidario y no, ese otro personaje, que canta la Marsellesa, Cornudet. Este es un republicano que pregona la igualdad, la solidaridad y la libertad; pero deja que la dignidad de Elizabeth sea destruida. Por eso la virtud ciudadana es ubicada en el pueblo llano.

 El sentido nobiliario de la vida, el sentido burgués industrial, burgués comercial, el de los cristianos católicos, el de los liberales republicanos, es puesto en un solo lugar; en el lugar de los poderosos quienes humillan al desposeído, cuando hablan en público de su riqueza. Si los desposeídos tienen algo que les sirva o necesiten ellos, se lo quitan. Y si lo ofrece a voluntad, lo desprecian. El poder es arrogante y tiene un acervo cultural que le permite sustentar sus privilegios con conductas ejemplares de héroes y santos.
 
En el escenario del cuento, la vida de la burguesía, de la nobleza, la iglesia y el republicanismo, quedan a merced de las artes amatorias de Elizabeth Rousset. El ejército prusiano pide tener la piel de Bola de Sebo para dejar libre a los representantes de los estamentos. Ella les quitó el hambre y la sed de vino, al compartir su canasta de víveres y cuando creyó atraer su atención y tener sus consideraciones, le exigen prostituirse a su favor. Para lograrlo, invocan muchos ejemplos del pasado estratificado en dosis ejemplarizantes. La voluntad de Elizabeth puesta a punto como la dignidad de la patriota ante el invasor alemán, se intenta quebrar. Le dicen que dios perdona y premia el pecado cuando se comete para salvar la vida de aquellos que le representan en la tierra. La mujer sencilla del pueblo, recibe discursos sobre nobles caballeros, santos, augustos comerciantes y liberales napoleónicos que debieron pecar para salvar la humanidad. Elizabeth no es capaz de refutar los argumentos de esos aparatos ideológicos. Calla y accede.

 Cornudet, el republicano, el contradictor de nobles, burgueses y eclesiásticos, está llamado en el escenario a defender la dignidad de Elizabeth, pero su vida depende también del sacrificio de la moza. Se espera la acción de Cornudet porque él encarna la tercera república francesa; pero esa ha llegado castrada. La igualdad, la solidaridad y la libertad se han aplazado. Ahora es una forma escrita sin efectos materiales y vive de la sangre derramada por los sans-culottes de la última década del siglo XVIII. Ese pueblo, llamado despectivamente sin calzones, precavido, honesto, amante de lo humano, dadivoso, servicial, lo dio todo por la nueva Francia y por una humanidad sin discriminación, sin desigualdad; pero recibió a cambio, hambre, opresión, burla y desprecio.

 En la base de Bola de sebo de Maupassant, hay una crítica de la guerra, porque muestra su crueldad. Ella se lo lleva todo y saca a relucir la mezquindad oculta en las formas de cortesía y en la normalidad. La guerra “saquea en nombre de las armas vencedoras y ofrenda sus preces a un dios”, dice Guy.

No hay comentarios:

Publicar un comentario