La delicada
dignidad
Por Guillermo Aguirre González
Esta actividad terrible de la humanidad, pareciera que puede
aplazar la dignidad y la cordura; opacarlas, congelarlas, para revivirlas
luego, cuando llegue la paz. La guerra vista desde el lado soviético, según el
testimonio literario de Grossman, ocasionó muchos momentos en los que se aplazó
la humanidad. Liudmila, viaja a una población en la que se halla su hijo herido
en batalla. Cuando llega, él ya ha muerto y lo han enterrado. La mujer ante la
tumba, sufre una fuga de la realidad e insensibiliza su cuerpo. Su carne se
anestesia y solo funciona su cerebro. Habla con su hijo, le ve con los ojos de
las ideas y su imaginación. Luego de una noche ante la tumba, la madre vuelve a
la conciencia con la luz del día.
La cultura defensora de lo humano per se, puede aplazarse,
mientras se diezma la población para garantizar el predominio de las ideas del
poder. Luego de la guerra vuelve lo humano a reinar hasta la próxima hecatombe.
Esta lógica olvida y hace invisible la dignidad, esa construcción delicada
relacionada con el dolor, la angustia, el amor y la fragilidad de la vida.
Ningún ser puede ser privado de la vida, bajo ningún pretexto. No se sabe nada
de lo que ocurre en el interior de los otros seres vivos, salvo en el animal
humano. En este lo fundamental es el mundo interior. Cuando la guerra impone en
los seres queridos la violencia se lesiona la dignidad y se conmueve hasta la
locura el mundo interior.
La guerra llevada por Alemania a la Rusia soviética, según
Grossman, dejó momentos en los que la dignidad lesionada y aplazada, se vuelven
dramáticos. Es el caso ya nombrado de Liudmila. Otro es el del piloto Víktorov.
Antes de volar al frente de batalla, pasa por un bosque que se halla entre su
residencia y el campo aéreo. La inminencia de la muerte, impuesta a un joven
pleno de vida, por el poder, le hace pensar en la tierra, los árboles y en el
ámbito natural. Por su nariz entra el olor característico de varias especies,
álamos, helechos, abedules y abetos. El silencio de la vegetación se escucha
como un susurro. Víktorov, se despide de todo, con dolor. Toda esa belleza termina,
porque se la han quitado. Es un momento para pensar en el despojo.
La dignidad de Abarchuk tiene historia. Ingresó desde muy joven al
partido comunista. Por su participación en la Revolución de Octubre, obtuvo
importancia política dentro del partido. Se adhirió a las apreciaciones y
críticas de Bujarin sobre la colectivización y la política agraria de Stalin y
por eso fue condenado al Gulag. En esa prisión Abarchuk delira, ve llegar a
Bujarin fusilado para hablarle del comunismo y la nueva sociedad. Imagina
construir un sindicato con los demás presos para demostrarle al partido que
sigue siendo un comunista y lograr la reivindicación; pero se sabe que no hay
retorno, este comunista ha sido objeto de purga, el comisario del pueblo lo
encontró culpable de desviación por su espíritu crítico. El partido y sus
gobernados deben ser monolíticos en el pensar y en el actuar. La dignidad del
ser humano debe aplazarse hasta después de la guerra y luego se debe someter a
los intereses del partido y del Estado.
La dignidad es un sueño de la razón, destruido y redivivo, por la
misma razón y por épocas. Lo defendible es la voz del sujeto, su abstracción,
el sentido de la existencia, el goce de estar entre la exuberancia del afuera;
estar con los otros en el intercambio de experiencias y subjetividades. Ni el Estado,
ni la historia son pretextos contra la dignidad.
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