El cayado
del retorno
Guillermo Aguirre González
El hombre viejo de estirpe africana se sienta en el pedestal de una
Ceres vigía de la casa y apoya el mentón sobre su cayado inseparable. Observa
con atención el trabajo de los obreros que demuelen la casa de estilo grecorromano,
en la mitad del siglo diez y nueve. La casa está en el suelo, las columnas, los
capiteles, los arquitrabes, cornisas, puertas, cerrojos, tejas: ¡Todo! Los
obreros volverán luego a recoger los escombros.
El africano viejo deja de meditar. De repente se yergue, traza
signos aéreos con su cayado y hace que la casa comience a recomponerse, como
una película en reversa. Los elementos de la casa vuelan a su lugar originario.
Los habitantes de la casa vuelven viejos, así como la abandonaron y
comienzan a rejuvenecer y a desandar la vida. Alejo Carpentier para esa involución,
en el momento en el que la casa va a construirse por primera vez. Está el
terreno en el que ha de levantarse. Los obreros demoledores llegan a recoger los
escombros. No encuentran nada, no se conmueven, suponen que alguien lo hizo por
ellos y así lo informan a la empresa que los contrató.
El tiempo de Ceres y el del africano viejo son iguales. Es un
tiempo circular, arcaico. Es el eterno retorno. Todo vuelve a empezar
eternamente. Ese mundo lo vivieron los seres humanos de la edad de los mitos.
Es una metafísica en la que el mundo se organiza a la manera del origen
magnífico de las cosas. Hubo un orden primigenio instaurado por los dioses.
Ahora todo lo que se hace, imita ese primer momento creativo e invoca las
mismas fuerzas genitoras. La vida de los vivos, muere y vuelve a ser creada por
el mismo arquetipo.
El hombre negro viejo, en América, tiene los mitos de su nativa
África, por los que puede convocar la fuerza de sus dioses creadores del
cosmos, del orden, para rehacer las destrucciones del hombre europeo, adscrito a
un tiempo sin retorno, irrepetible; pero ambas tradiciones hacen simbiosis con
un tercer incorporado, el mundo naturalista indígena en el que el agua, las plantas,
los astros y los animales son el principio. Las tres tradiciones cran una
cultura nueva. En América hispánica o lusitana, apareció una identidad
cultural, cuyo modo de resolver los problemas de la vida es maravilloso, es una
taumaturgia visible en la vida cotidiana.
Los criollos fueron capaces de montar la república democrática,
sin ciudadanos, sin civilidad, sin democracia, con un rito electoral prestidigitado.
La paz prometida por el arbitraje del orden legislativo, la convirtieron en una
guerra bicentenaria en la que un grupo ha pretendido y pretende, lograr para sí,
la plena propiedad económica. La justicia ha tenido una existencia triste,
igual a la de una ciega que no puede llegar a ninguna parte porque no tiene
piernas.
Las letras, “esas hebras negras que se enlazan y desenlazan sobre
anchas hojas afiligranadas de balanzas, enlazando y desenlazando compromisos,
juramentos, alianzas, testimonios, declaraciones, apellidos, títulos, fechas,
tierras, árboles y piedras; maraña de hilos, sacada del tintero”, les fueron
negadas a la gran mayoría y cuando se permitieron las impartió una escuela
controlada, pobre, que en vez de enamorar produce deserción.
Pero es realidad maravillosa, cuando ese pueblo mestizo canta con
palabras no escritas o escritas con dificultad, su vorágine, y se levanta para
exigir su derecho a la vida. Cuando los obreros demoledores llegaron a recoger
los escombros, no sabían si comenzaban o terminaban el trabajo.
hola necesito saber como los personajes segundarios marcan la vida del protagonista
ResponderEliminar