Quien te sirve no es
un esclavo, ocupa un lugar en la vida económica, tiene dignidades logradas
inviolables e inalienables. Si alguien te vende una copa de licor, por ello, no
es inferior a ti y si te abrogas, por eso, el derecho a violentarlo en su
integridad, estás preso de la servidumbre voluntaria. El servilista es quien se
cree tener siervos para ejercer poder sobre ellos. Así como el esclavista
quiere tener esclavos para saciar sus pretensiones de superioridad.
La servidumbre voluntaria,
concepto acuñado por La Boétie, llama a una crítica permanente del Estado, si abandonas el
estado feudal y abrazas el estado liberal democrático, sigues como siervo. Si
abandonas el estado democrático liberal y asumes el estado revolucionario
socialista, sigues preso de una servidumbre voluntaria.
Recuerda que la servidumbre tiene dos partes, el siervo y el servilista.
Si como propone La Boétie, no sometes a una crítica permanente el poder del
Estado, y quienes lo agencian, los partidos, los medios de comunicación, las
organizaciones nacionales y locales, etc. ocuparás uno de los dos polos de la
servidumbre voluntaria.
La crítica permanente del Estado es una lucha contra uno. Es escarbar en
las circunvoluciones, la servidumbre deseante para evitar violentar a quien
ejerce la función social de servir copas de licor, de confeccionar vestidos, de
lustrar botas o de escribir textos para un periódico.
Pero el concepto de servidumbre voluntaria, no puede quedarse en la
lucha del individuo contra el Estado, ni en sistema argumentativo de la
necesidad de la revolución o en claves para organizar partidos contestatarios. La
Boétie, señala hacia el salvaje, la primitividad como decimos hoy. Señala una
humanidad que supo crear dispositivos sociales para impedir la dominación. Se
permitía el comercio y se extirpaba cuando amenazaba la libertad y la igualdad fundamentales.
Se permitía el sacerdote, pero se le mataba cuando sus contactos metafísicos no
operaban en la materia.
Ese ejercicio etnológico, racional, llama desde el siglo XVII a ponderar
el poder que nos habita y que nos hacer ser en sobriedad o embriagués. Poder
que tiene la forma de la servidumbre y nos hace ver a los demás como lechugas
para ser ingeridas o desechos deleznables.
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