Hace tiempo, cuando
cursaba los estudios de pregrado en historia, recibí de un par de profesores,
un llamado de atención porque pasaba el tiempo metido en los archivos. Ellos
dijeron que me había convertido en adorador de las fuentes primarias y luego de
una sustentación llena de admiración, señalaron la literatura como una fuente
alternativa y fundamental. Desde entonces, piénsese en los años alrededor de 1985,
comencé a complementar las largas lecturas socioeconómicas de la historia
universal con obras específicamente literarias. Esta actitud la mantuve hasta
que quise meterme, con alguna intensidad, a armar un discurso sobre historia de
Colombia. Así leí el Alférez Real de Eustaquio Palacio, para completar la
percepción sobre el siglo XVIII; María de Isaac y Tránsito de Luis Segundo
Silvestre, para captar la vida cotidiana decimonónica. Así lo hice con la primera
parte del siglo XX con el Cristo de espaldas de Eduardo Caballero y otras obras
más.
La historia de la
época reciente o contemporánea de Colombia, señalada y caracterizada por el
ejercicio de una violencia nueva, más cruel, más intensa, sutil, cotidiana,
sofisticada, me ha hecho preguntar por la literatura que se escribe, para
tratar de explicar y complementar la socioeconómica común del narcotráfico, la guerrilla,
el paramilitarismo y el sicariato bandolero. Claro, quería ir más allá de los “pruritos”
de narcoliteratura o sicaresca y mirar en el ejercicio llano de la escritura
las intensiones graves de los autores, cuando quieren reducir la abundancia de
la vida humana a unos tipos encarnados en los personajes.
Con estas
intensiones abrí La Oculta de Héctor Abad. En esta novela se hace referencia al
fenómeno guerrillero y paramilitar porque son acontecimientos insoslayables de
la historia de Colombia. Pero el tratamiento no es exclusivo y solo hace parte
de la vida de la familia Ángel, protagonista de la novela. El Tiempo de la
novela en que viven y hablan los narradores se cifra en dos años. Van de la
muerte de la madre hasta la parcelación de La Oculta. Y digo los narradores,
porque es una obra literaria a tres voces. Hablan Pilar, Eva y Antonio. Cada quien
toma la palabra según el orden de los acontecimientos teledirigidos por la
historia de la tierra de la familia. Esos dos años de palabras de los hermanos
Ángel ocurren en el tiempo real. Pero el lector es transportado a otros
tiempos. Los tiempos de la historia de Colombia y más especialmente a la
historia de la colonización antioqueña.
El lector es llevado
magistralmente, página tras página, por la necesidad de saber y completar la
historia personal de cada uno de los hermanos, al mismo tiempo que arman desde
la época colonial la historia de La Oculta. Pero creo que hay una voz aun más
oculta que la de Eva, Pilar y Antonio. El autor no la puede domeñar y el lector
la escucha y la siente cuando solo puede identificar el género del narrador por
los pronombres. Parece que si se quitan los pronombres y los nombres de Eva,
Pilar y Antonio, quedaría diáfana esa voz oculta.
Bien, estas
percepciones ocurren porque he hecho una lectura atenta y son observaciones que
no invalidan el tema: la literatura como una fuente alternativa y fundamental
de la historia. La guerrilla entró a La Oculta y secuestró un hijo de la familia.
Se pagó rescate, se utilizaron influencias políticas para preservar la vida del
muchacho. Luego llegaron los paramilitares quisieron expropiar la finca. De nuevo
las influencias de la familia movieron los hilos del poder para evadir esa violencia.
La familia Ángel se movió en uno de los barrios más aristocráticos de Medellín.
En él, Eva tuvo como novio, un hombre que luego fue presidente de Colombia; cuando
novio “era tan solo astuto, arrogante y seguro de sí mismo, avispado y casi sin
escrúpulos. Tenía una cosa oscura, que ocultaba y asustaba, una escondida
capacidad de ser violento, despiadado, sin duda y sin remordimiento, como un Maquiavelo”.
El lector avisado une esa descripción con la presidencia de Colombia en la
primera década del siglo XXI y comprende el tipo de influencias ejercidas por
la familia.
La Oculta de Héctor Abad,
es también una saga. Los Ángel, inmigrantes españoles, judíos conversos, hacen
una trashumancia por las montañas de Antioquia, colonizan, se establecen,
emigran, procrean y pueblan territorios feraces y dejan una parentela que se esparce
en la geografía, hasta el punto que las ramas de la parentela, en el tiempo de la
novela, han perdido la filiación en el momento estelar de la parcelación de La
Oculta.
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