Conversan, miran desprevenidamente para las cuatro
calles, de ese cruce. Son las cuatro de la tarde de un jueves de abril y el sol
calienta bastante. Escuchan el freno seco de un camión en el otro cruce, en el
de tres calles, una cuadra arriba, cien metros arriba. El hombre del camión,
salta, machete en mano al pavimento y grita ¡a mi hijo no lo toca nadie! El
increpado fue Carlos Mata.
-Yo no le he hecho nada– dijo Carlos y se paró
firme.
Bolín sacó chispas del pavimento con el machete,
vociferó y volvió a su camión. Bolín es robusto y bajo de estatura, tiene una
piel casi roja. Es irascible y por ello tiene pocos amigos. Su familia corta,
cuatro mujeres y un varón llamado James. Es el menor. Ha sido criado, con todas
las atenciones. Las cuatro hermanas y su madre le mantienen siempre limpio y
bien vestido.
Los muchachos al ver saltar a Bolín del camión
quedaron expectantes. Tal vez, hoy si irá más allá del amago, pensaron. Pero
ocurrió lo mismo de siempre. Estas alharacas de Bolín les hacen reír, y es
motivo de conversación cuando otros temas se han agotado. El mismo James se
atreve a reír con el grupo cundo se rememora las rabietas públicas de su padre.
El cruce tiene cuatro esquinas. En tres de ellas hay
un bar. Antes, los padres de los muchachos los llamaban cantinas. Los tres
bares tienen traganíqueles y desde las seis de la tarde hasta las doce de la
noche pasan tangos. En la esquina sede del grupo de muchachos, funciona un
negocio de alquiler de bicicletas. Tiene un aviso pintado a buen pulso, en
colores negro, amarillo y rojo, que dice Taller Raleigh. El dueño es un vecino,
que vive con su familia en el mismo espacio, la misma casa. En el frente –en
diagonal- está el bar del Negro Ariza. A la derecha el bar Palermo y a la
izquierda el bar Danubio.
El grupo a veces se divide en los tres bares, otras
se ancla en uno y lo copa todo. Cuando esto ocurre por lo general hay broncas
con los extraños porque reprograman el traganíqueles y sacan carcajadas
provocadoras. Estas broncas muestran la forma como se lleva la vida o la muerte.
La mayoría porta puñales y unos gestos de guapos.
James, siempre pisa las teclas que seleccionan Sangre
Maleva, porque cree que le habla de su vida. Ese cuidado que recibe en su casa,
lo ha hecho disfrutar de tiempo y dinero para embriagarse casi a diario y otros
vicios. Amigo de todos los que él considera correctos y respetuosos. Lo
correcto está en la transparencia de la amistad y el respeto en el trato
amable, alegre y una profunda consideración por la mujer en general. Entró en
una bronca temprana con Carlos Mata. Carlos es un personaje desarraigado. Todos
los vecinos son para el cómo lechugas sin jerarquía, es obsceno con todas las
mujeres del barrio y por esto choca casi todos los días con James en especial
cuando Carlos hace insinuaciones sexuales públicas a sus hermanas.
La protección de Bolín y el cuidado de cinco
mujeres le han hecho delicado en el trato y guapo ante el mundo para defender
su familia y las muchachas del barrio. El aguardiente, la yerba y el tango le
metieron el macho pendenciero en la cabeza. La embriaguez la exhibe ante la
pequeña ciudad y en especial en el barrio.
Ese jueves a las seis de la tarde inició su trajín
por las calles del barrio. Entró a los bares Palermo y el de Rigo Ariza. Con un
saludo sonante, le pide a Rigo un aguardiente. Alza la copa con solemnidad y lo
bebe. Paga y sale. Va a la plazuela de Andalucía, la cruza por el centro y ojea
los transeúntes y los apostados en las puertas de las casas y en las ocho
esquinas que delimitan el parquecito plazuela. Busca la bocacalle que le lleva
donde la gorda Dayli. Ella le provee de marihuana y pastas. La casa de Dayli es
estratégica. El frente está sembrado de cactus cereus altos, la puerta de
entrada es como de potrero, desvencijada hecha con maderos rústicos. Para
llegar a la gorda, se debe cruzar un espacio amplio sembrado de flores. Al
final está ella sentada en una silla mecedora. James, entró con familiaridad.
Dayli al verle preparó la mercancía de ese cliente. Cuando alguien entra allí
es controlado de inmediato y permite saber quién es y que desea. James extendió
un billete y recibió un pequeño alijo de papel blanco. No hubo palabras. Afuera,
saludó y convidó en alta voz a su amigo Montes.
-¡Montes y tales! ¿Vamos a darle?
-Vamos. ¿Qué traés?- Dijo Montes.
-Yerba y pasta. Usted sabe papacito lo que me
gusta- Contestó James.
Montes vivía cerca de Dayli y nunca salía del
sector. Siempre estaba ahí, vigilante y convidado por los compradores. Ambos
consumieron despacio el alijo.
James dejó a Montes y siguió calle arriba, bebió
aguardiente en los bares cerca a la fábrica vieja y tomó el camino de regreso a
la esquina de las bicicletas. Recorrió las calles mostrando su andar tumbao y
desafínate. Su cabeza repetía: “La Boca, Avellaneda, Barracas, Puente Alsina, el
bajo de Belgrano y en el mismo arrabal fue siempre respetado el zurdo Cruz
Medina, por ser un buen amigo, muy noble y servicial”.
Se imaginaba ser el zurdo Cruz Medina, su vida
la llevaba como una canción. No es matón, pero mínimo no es delator. La canción
funcionaba en su cabeza como un mito. James lo vivía. No tenía historia, no
tenía futuro. La vida era para él un momento difícil. Reía con dificultad y se
daba entero al barrio, a sus gentes, sabía que se hablaba de su actuar, y había
que cuidar la reputación de guapo y varón.
A las nueve de la noche entra al bar de Ariza.
Golpea con el cuerpo una de las puertas de entrada y se sienta pesadamente
cerca al traganiquel. El bar tiene cinco puertas. Una central coincidente con
la esquina y dos a ambos lados. Las puertas son altas y amplias y dejan ver
desde la calle la totalidad del interior. Sobre las paredes cuelgan fotografías
de artistas del tango: Gardel, Canaro, Contursi, Laroca, Iriarte, Magaldi…
Tiene un cielo elaborado en recuadros y molduras hecho por el mismo Rigo. Éste cuando
se embriaga siempre habla de su talento para decorar el bar. Todos han escuchado
esa historia y por eso lo prefieren.
James golpea la mesa y pide un servicio. Ariza
le sirve un aguardiente. James, levanta la copa y al beber, ve en la esquina
opuesta la figura de Mata entre otras. Sale y desde el centro de la calle
vocifera.
-te la llevo en la mala Mata. Sos un bobo,
solo te gusta asustar a las mujeres y los niños.-
Mata, con la espalda en la pared, inclinó un
pie hacia atrás y lo posó también sobre la pared, metió las manos en los
bolsillos del jean y dijo: -Dejame quieto James- Luego señaló a otros presentes
-testigos de que me está buscando pleitos- afirmó con rostro pálido.
El señalar testigos, expresa los permanentes
desafíos entre ambos. Se busca estar libre de culpa si las cosas llegasen a
consecuencias graves. Los testigos no le preocupan a James, pues sus códigos de
vida los aprendió de Cruz Medina: no ser delator.
La hermana mayor de James puso fin al
encuentro, llegó a él y lo haló con fuerza de un brazo y lo llevó hasta la
puerta de la casa. James, ya calmo regresó al bar de Ariza. Sin palabras tomó
un aguardiente. Bebió y clavó la mirada en el piso, metiéndose en pensamientos
rencorosos.
Un asistente, puso a sonar el tango que dice
en una de sus estrofas rencor mi viejo rencor, tengo miedo de que seas amor.
James, levantó los ojos y con voz pesada dijo a nadie.
-¿Cuál amor?, ¿Cuál rencor?-
Airado, levantó la mano izquierda y la dejó
caer con decisión sobre la copa. Comenzó a sangrar. No miró la mano herida.
Volvió a clavar la mirada en el piso con los ojos muy abiertos. La hermana,
atenta a sus movimientos, entró al bar, le vendó la mano y le obligó ir a un
hospital. Fueron muchas las copas rotas así, hasta que su mano izquierda se inmovilizó.
James dejó de idolatrar a Cruz Medina. Él y
los amigos relacionaron el zurdo con la mano quieta. No lo manifestaron. Fue como
una percepción tácita y todos olvidaron la canción y las copas rotas; pero
vivía y palpitaba el culto de ser buen amigo, muy noble y servicial, con el
barrio y sus mujeres. El camión de Bolín frenó estridente, muchas veces y su
conductor repetía la escena del machete. Invocaba unas veces la defensa de su
hijo otras se quejaba por las groserías de Mata.
El último jueves de octubre, comenzó a llover
a las cinco de la tarde. Era una lluvia poco intensa pero pertinaz. James y sus
amigos cercanos se tomaron el bar de Ariza. Cuando entró la noche y los faros
de los autos revelaban el agua al caer, James sintió deseos de salir. Caminó hacia
las tres esquinas y encontró allí a Mata coqueteando a las transeúntes
con sus palabras obscenas. Le dijo:
-Bobo hujueputa, respetá la gente-
Mata lo ignoró y siguió aprovechando la
cercanía de las caras y los oídos de las muchachas que por la hora de regreso a
casa y la lluvia hacía a los transeúntes buscar las aceras y apiñarse. James se
llenó de furia por el desprecio a su guapura, sacó el puñal y lo clavó en el
corazón de su enemigo. La gente olvidó la lluvia, rodeó la esquina y presenció el
procedimiento legal del levantamiento.
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