Sorprende todo lo que allí ha ocurrido. Los acontecimientos
mientras sigan depositados en la memoria cotidiana y sean dichos en las charlas
diarias u ocasionales pasan intrascendentes sin afectar a nadie; pero cuando de
ese acervo se saca uno para ser narrado en su particularidad sorprende y
asombra.
Ese acontecimiento puede ser lo que se escuchó en el barrio Andaluz, por los días cuando los alcaldes fueron reemplazados por militares del ejército nacional. Se contó que la hija menor de Obdulio amanecía en la calle y que tenía un amante mayor que ella.
Se hablaba de un encuentro muy particular de una mujer y un hombre, ella adolescente y el de veinticinco años. Él acostumbraba tomar licor en las tabernas, bares y cafés de la avenida principal de pequeña ciudad. Era un hombre bajo, robusto de piel blanca y vivía en una casa vieja de tapias y puertas altas pintadas siempre de blanco. Por eso en la pequeña ciudad lo apodaron Casablanca, además por ser un dicharachero de amistad fácil. Una noche de diciembre, en la taberna Rondalla, cuando el licor corría libre, entró en amistad con el Zurdo Naranjo. Ambos se sinceraron sobre sus actividades y el querer ser. Casablanca le dijo que hacía tiempo admiraba su rápido progreso, sus mujeres y sus autos y que en él tenía un amigo de plena confianza y colaboración.
El Zurdo Naranjo se había enriquecido traficando cocaína hacía los Estados Unidos y metiendo en el país armas para la guerrilla y las bandas armadas de la mafia. El Zurdo encontró en Casablanca un cómplice. Ambos desde aquel diciembre hicieron una alianza estrecha y de mutua fidelidad.
Ambos convirtieron la pequeña ciudad en un fuerte de bandas, milicias armadas, muerte y terror. Reinaron amplia, pero no largamente. Casablanca tenía muchas amistades, le quedó fácil distribuir entre los muchachos de las esquinas, dólares y mantenerlos dispuestos y pertrechados. Una noche reunió cincuenta de ellos, los metió en doce automóviles. Los distribuyó por las calles de la capital y atacó las droguerías y negocios de un mafioso enemigo del Zurdo. A pesar de ello, Casablanca se mantuvo en un bajo perfil. La fama y culpa de los que pasaba en la pequeña ciudad caía sobre el Zurdo.
Ese poder fortuito generó una reacción de las instituciones y ocurrió que el alcalde, depositario, del poder civil fue sustituido por un jefe militar. El gobierno se declaró incapaz de controlar la fuerza del Zurdo con la legalidad. Así cayó el dominio del Zurdo Naranjo. Se le encarceló, se intentó enjuiciarlo, intentó huir y le aplicaron la ley de fuga. Lo mataron huyendo de la policía.
Casablanca, en la pequeña ciudad, quedó con la fama del Zurdo pero sin suficientes contactos. Por su bajo perfil no fue perseguido, después de todo, siguió en la Rondalla de la avenida principal. Se le veía siempre rodeado de mujeres adolescentes, muy niñas. Su fama era un atractivo para los jóvenes. Su hazaña se convirtió en valor ético y moral.
Una tarde cuando se iniciaba la competencia de músicas a alto volumen en la avenida, se encontraba Casablanca en la Rondalla con un grupo de mujeres y hombres en la misma mesa. A las seis entró Liana, joven, adolescente, casi niña, con paso firme se acercó a Casablanca y le dijo al oído -Quiero estar con vos-. Casablanca la invitó a sentarse a su lado y conversaron largamente. Liana estaba decidida a ser adulta aunque no tuviese la edad. Su figura había ganado estatura a fuerza de estirar el cuello y el dorso. Reía poco, terminaba con un ademán de aprobación los cuentos de Casablanca. Liana se quedó esa noche con él. Luego, se veían en el día, porque Obdulio amenazó a Liana con expulsarla del hogar si volvía a amanecer en la calle, fuera de casa.
Liana tomó un aire de mujer adulta, extraño para los vecinos del
barrio Andaluz. La gente se lo explicaba contando la historia de la adolescente
amante temprana de un mafioso. Eso no era oculto, se les veía en los autos
último modelo por las calles. Ella por fuerza del contacto conoció los amigos y
enemigos de Casablanca, también supo de los lugares escondrijos de dinero y
armas, herencia del Zurdo. Herencia reclamada por muchos, por otros capos de la
pequeña ciudad y otros, más poderosos de la capital.
Cuando secuestraron a Liana, la relación con Casablanca tenía dos años. Todos buscaron a Liana, la policía, la familia, los vecinos, y claro, el mismo Casablanca. Liana apareció dos meses después, le explicó a su amante que estuvo de visita en casa de unos familiares, que no hubo ningún secuestro. Casablanca entró en cólera por el robo que le hicieron en uno de sus escondites. Sin pensar otra cosa puso todas sus sospechas en la ella. Luego de una semana sin verla, la llamó e hizo que saliera de casa y la mató en pleno día, mostrando no importarle esconder el crimen, porque sabía que tras el robo de ese escondite vendrían los otros. Casablanca reaccionó contra Liana y contra quienes la secuestraron pero en esa guerra cayó acribillado en la misma calle donde la mató.
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