La escritura es
palabra que nombra las cosas y el mundo. Esta facticidad del ser humano no está
por fuera de los horizontes de sentido construidos por las relaciones sociales.
Toda escritura está permitida o censurada por el poder, poder históricamente
determinado.
Con estas ideas
liminares afirmo la existencia de múltiples horizontes de sentido. En el
discurso histórico de occidente, en cualquier época que nos situemos
encontramos un ejemplo. Por eso cuando leí en varios escritores, la afirmación:
-el periodismo cae en la literatura y es un ejercicio de poder. El periodismo
sustenta y reproduce el poder-, he iniciado una búsqueda. ¿Pero qué busco? Una
explicación. Si hoy el periodismo se ufana de encarnar y materializar la libertad
y se blinda contra cualquier tipo de ataque o amenaza, ¿qué es lo que defiende?
Se dice: la libertad. Pero ¿la libertad de quien?
La búsqueda de
respuestas me llevó a la Historia crítica de la opinión pública de Habermas. Él
construye un relato ubicado en los inicios de la modernidad. La sociedad
occidental rompe, a mediados del segundo milenio, con la forma monárquica de
gobierno. En la sociedad monárquica, el gusto, la justicia, la verdad, tenían
el tinte de uno solo. El rey imponía la ley, sustentado en ser depositario de
la ley divina. Los derechos de los sujetos estaban sub – ditos, bajo el dictado
del rey.
En la segunda mitad
del segundo milenio de nuestra era, la propiedad burguesa, distinta a la
propiedad estamental, estuvo en manos de cualquier sujeto, hombre de mercado o
de comercio. La propiedad burguesa exigió unas reglas de juego generales,
reglas públicas que permitieran la existencia de la vida privada del
propietario. La relación público – privado se reeditó, se trajo el modelo de la
antigüedad grecolatina. La vida privada, basada en la acumulación de riqueza exigía
la publicidad de valores acordados por la comunidad de hombres privados. El
ámbito de lo público se formó y conformó con la elaboración de una concepción
de la Ley General, ley para todos, sustraída de la naturaleza y no de un dios
monarca.
El ámbito de lo
público se materializó en la posibilidad que tenía el sujeto, convertido en
individuo, de decir lo que quería según sus intereses. El individuo opinaba
sobre el contenido de las reglas públicas que defendían y sustentaban su vida
privada. La opinión pública, para sostener la opinión privada estaba en
permanente formación; o en otras palabras, la opinión pública debatía sin cesar
sobre ella misma y el valor que la sostenía: la libertad de los sujetos individuos.
La opinión pública
se soportó en medios de transmisión y tráfico. Pasó del manuscrito al impreso
tipográfico y termina en el papel periódico (diario o semanario). La opinión
pública de los propietarios privados, la opinión pública de los burgueses capitalistas,
tuvo y mantuvo la libertad burguesa como base del poder. Quien se expresaba en
el semanario o en el diario, quien escribiese ejercía el poder, ejercía la
libertad, la ley y los valores burgueses.
El poder de la
opinión pública abolió el poder monárquico y construyó el ordenamiento
republicano democrático, ordenamiento concebido como la naturaleza convertida
en la fuerza de la escritura, o la escritura que signa la naturaleza. Esa opinión
pública solo lee, comenta y escribe las leyes naturales, el derecho natural. El
ser humano es un ser social por naturaleza. La sociedad de individuos privados,
dirigidos por la opinión pública, es un orden natural, porque obedece a la ley
y al derecho universal.
Quien escribía en
los diarios o los semanarios, estaba al servicio del poder. No podía ser de
otra manera. Pero se presentó una consecuencia de la opinión pública escrita. Se
pasó de la opinión a la literatura y en esta lógica Larrosa dice: hay que
diferenciar el periodista caído en la literatura, del literato formado en la literatura.
El literato habita
el mundo de la experiencia, la poesía “como lenguaje originario”. El mundo de
la vida se vierte a la palabra hablada o escrita. La literatura mueve a la
acción y la acción se escribe. Esta actitud es distinta al mundo de la opinión,
dedicado a informar y producir más opinión. El individuo moderno se dice que vive
en una sociedad de la información entendida como sociedad del conocimiento que
ahorra al individuo la experiencia propia. El periodismo es abrasivo. El sujeto
moderno opina y ahorra experiencia. Cree que tiene una opinión propia,
personal, pero quien está tras él es la libertad burguesa y liberal. Hoy impera
la información y la opinión. El individuo se informa para opinar. La experiencia
que obliga a los colectivos a transformar la sociedad y la historia, se ha aplazado
indefinidamente.
Tomo prestada una
idea de Pablo Montoya. Los periodistas convertidos en literatos, desde sus columnas
de opinión periódicas, adquieren el derecho a publicar novelas y a producir una
crítica literaria que establece un canon sobre lo que hay que escribir y como. Se
pone como ejemplo la literatura adjetivada que olvida la construcción
sicológica de los personajes y declina la poesía ante la producción para el
mercado audiovisual. Esta crítica literaria es el poder en actividad
sulibidinal.
Este orden de ideas
que he traído hasta aquí, desespera. El estar inmersos en la sociedad moderna,
condiciona todo hacer, a estar subsumidos en los dictados de la libertad
burguesa. No hay escape. Es necesario elaborar otro nivel de racionalidad para
justificar el trabajo literario por fuera de los intereses del poder. Ese otro
nivel, lo he escuchado en palabras de varios escritores. Se encuentra en
concebir la libertad del escritor, inscrita en la universalidad de la libertad.
El ser humano es libre como el viento, libre como el cosmos, libre como un
niño. Por encima de los intereses está la libertad de escribir.
Parece que he
llegado a un punto ciego, a una calle sin salida. En un diálogo nocturno animado
por café y tabaco, alguna vez concluimos parcialmente una verdad válida solo
para esa noche: las construcciones de la modernidad como el individuo, la libertad
de expresión, la igualdad, el derecho, la literatura, son un hallazgo de la
humanidad. La sociedad burguesa se los apropió y los tergiversó; pero como
bienes de la humanidad los seguimos ejerciendo y desde su práctica podemos
construir incluso, una sociedad que destruya la desigualdad burguesa. Así la
literatura y el literato escapan a la sentencia de ser tributarios del poder.