Captura de los Aztecas de De Bry 1550
Estar en el tiempo humano
tiene la aspereza del control racional de la vida y lleva a la rutina de las
obligaciones sociales; pero ese estar tiene también lo que viene por azar, lo
impensado, aconteceres llegados de manera intempestiva. El azar y el control se
mesclan, se alternan.
Un azar de
noctámbulo, me topó al lado de una lectora amiga compartiendo una copa. Le
hablé de la nostalgia que tenía por no terminar, como es mi costumbre, la
lectura del Tríptico de la infamia, de un solo impulso. Le comenté ser una
novela histórica. Ella remembró, como gran ejemplo de ese tipo, la obra de
Mika Waltari. Até cabos y recordé una lectura que hice, hace tiempo, de Sinohé
el egipcio. En ella, el autor narra la vida cotidiana en una época de lucha
religiosa entre los fieles de Amón divinidad tradicional y los adictos al nuevo
culto del dios Atón. La guerra fue implacable y cruel por la matanza de ambos
lados.
Tríptico de la infamia,
la adquirí en la Fiesta del libro de la ciudad de Medellín del año 2015. El
interés lo inscribo en el deseo de hace años por conocer la literatura que
hacen los literatos contemporáneos. La nostalgia dicha a mi amiga lectora es
por haber hecho una lectura interrupta por otras tarea y porque me hizo perder
momentos de expectación ante la historia de la novela. Nombro la expectación
producida por el acercamiento que hace el autor Pablo Montoya a la vida social
del siglo XVI en Europa. Me quedó la impresión de una época convulsa motivada
por el descubrimiento europeo de otros seres humanos, de otro continente. Ese
otro, se metió en la conciencia de los cristianos y los dividió en el
pensamiento, en la acción, en lo que se llama la concepción del mundo.
La división del
cristianismo entre católicos y protestantes se convirtió en irreconciliable,
las posiciones se radicalizaron y fueron a la guerra de religión. De ahí la
semejanza de la historia de Sinuhé el egipcio con el Tríptico de la infamia.
Los viajes a América
de los europeos llevaron al viejo continente noticias del nuevo mundo, de los
grupos humanos, del territorio, de los productos, incluso una muestra en vivo
de los habitantes. Esta novedad convulsionó el imaginario y permitió la
intrepidez para enfrentar la tradición y vislumbrar nuevas actitudes ante la
vida, dios y el poder.
Tríptico de la
infamia se dedica a recrear ese ambiente, con relatos sobre la vida de tres
graficadores del siglo XVI. Tres hombres que adquieren la capacidad de
representar sobre papeles o telas lo visto por el ojo o lo imaginado según los
relatos leídos en libros impresos o manuscritos.
El relator del Tríptico
es un observador omnímodo que se mete en la vida cotidiana de una ciudad
francesa del siglo XVI para mostrar el ambiente vivido por uno de los pintores
protagonista de la novela. Husmea en la vida privada del aprendiz de dibujante
adscrito a un maestro que lo acepta bajo las condiciones del taller artesanal
medieval.
El lector del
Tríptico debe entender que el observador omnímodo es el creador de lo que ve y
escribe. El taller del cosmógrafo, el maestro Tocsin y del aprendiz Le Moyne,
son creados con la misma fuerza con la que los dos personajes crean los hombres
acéfalos, los unípedos y los saurios de América. Esa fuerza es la imaginación. Esta
funciona bajo el principio de la representación. Cuando alguien habla, ese
hecho físico, parte de la imaginación del hablante y obliga al escucha también a
imaginar.
El observador
omnímodo, resuelve la necesidad de corroborar los frutos de la imaginación de
Le Moyne y Tcssin con la observación directa, y por eso hace que Le Moyne viaje
a América en una empresa colonizadora en 1575. En América el observador
omnímodo, ve como los colonizadores franceses cambian el oro de los indígenas
por “brazaletes de fantasía”. El narrador comete el error del anacronismo, la fantasía
es nuestra. Pero es un error perdonable porque se trata de hacer realidad la
imaginación de los involucrados en la historia incluida la del mismo
observador.
Puede, en este orden
de escritura perdonarse a su vez el que Le Moyne vea nubes de palomas en la
Florida de Norteamérica, cien años antes de su adopción e esos territorios. La voz
hecha escritura, que nos ha llevado a los lectores del Tríptico, de Francia
normanda a la Florida, quiere decir que está construyendo un mundo y permite
deducir que el nombre dado al territorio es producto de la extensión de un
poema que escribe uno de los hombres importantes de la empresa, llamado La
Caille. El título del poema es “La Floridiana”. La voz narrante ataca la omnisciencia
y le dice al lector que para mejor comprender la batalla entre dos grupos de
indígenas en la que uno de los bandos es ayudado por los franceses, es
necesario y “fácil suponer, por lo demás, que las escuadras indígenas se
movilizan rítmicamente”. El rítmo lo llevan escrito en el cuerpo y en sus
objetos y es testimonio material de una verbalización; proceso incomprensible para
el francés. Le Moyne con sus útiles de pintura, fraterniza con los indígenas.
Ellos se ríen de sus dibujos y pinturas, de sus papeles. Le Moyne se extasía
ante el arte genial de pintar sobre la piel. Se deja seducir y permite que su
cuerpo sea pintado, tatuado. Ocurre una escritura sobre la piel del cuerpo que
ocasiona una verbalización en quien lo observa.
La voz omnímoda
cambia hacia una primera persona para testificar el ambiente sociocultural de
la Francia de la posreforma. El Pintor Francois Dubios se narra así mismo.
Habla de su vida de su profesión, de su infancia. Conoce la Novia de Le Moyne y
tiene un hijo con ella. Isabeau pierde el hijo en la matanza de san Bartolomé. Dubios
es tomado por una honda tristeza; se debió refugiar en Suiza. En ese país
encuentra que la única forma de exorcizar la obsesión de la matanza, es
llevarla a la tela, representarla. Así lo hace. En una superficie de noventa
por cientochenta centímetros ilustra la noche de san Bartolomé, la gran infamia
católica. La monarquía francesa invitó a París a los hugonotes para convenir la
paz; llegaron en masa y en una noche fueron traicionados y asesinados en traje de
cama, en pijama. Los católicos mataron dieciocho mil. Dubois presencia la
matanza y logra huir.
La voz omnímoda
vuelve para completar el Tríptico. El observador de la Francia del siglo XVI,
convulsionada, desangrada por el exterminio de los cristianos hugonotes, se
mete en la vida del artista Théodore de Bry; retratista, grabador, orfebre y en
especial se interesa por el grabado en cobre, porque le permite reproducir los
mapas que reducen “el universo a la escala del ojo humano”. De Bry y sus hijos
le dan sentido a la novela. La imaginación reverbera en todas partes. En unos para
la matanza, en otros para compilar y plasmar todo lo nombrado en ese artefacto
novedoso llamado libro impreso. De Bry y su familia, leen todo lo escrito sobre
América y lo grafican; es el imago trasvestido en materia cromática.
La voz omnímoda hace
uso de la posibilidad de hacer literatura con la historia. Imagina la vida
cotidiana secular del siglo XVI, apoyado en gradientes sacados de los archivos.
En este caso la voz de Tríptico de la infamia, reconstruye la vida intelectual.
Francia como Europa están estupefactas ante los hallazgos: el mundo es una
esfera, la tierra no es el centro del universo, existen otros seres humanos
cuyas obras son muestra de ingenio, de otra razón extrema y exótica. El culto
del yo posibilitado por la personalización de la concepción de dios, crea una
vocación individualista. Se reconoce que el cristianismo católico no es el
único. El cristianismo puede ser humanizado y desplutocratizado. Muchas
relaciones con el saber tuvieron como base estas novedades y tomaron con
entusiasmo y fanatismo el luteranismo hugonote. Así la persecución y muerte
hecha por los católicos cercenó las vidas y las mentes más avanzadas del siglo.
Mi amiga lectora
conoció del Tríptico de la infamia lo que le dije esa noche. La asoció con la
novela histórica de Waltari. Operó en ella la imaginación y en mi una relación entre
dos novelas. Las copas chocaron.
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