miércoles, 28 de octubre de 2015

Unidos por la escritura. Periodismo y literatura



La escritura es palabra que nombra las cosas y el mundo. Esta facticidad del ser humano no está por fuera de los horizontes de sentido construidos por las relaciones sociales. Toda escritura está permitida o censurada por el poder, poder históricamente determinado.

Con estas ideas liminares afirmo la existencia de múltiples horizontes de sentido. En el discurso histórico de occidente, en cualquier época que nos situemos encontramos un ejemplo. Por eso cuando leí en varios escritores, la afirmación: -el periodismo cae en la literatura y es un ejercicio de poder. El periodismo sustenta y reproduce el poder-, he iniciado una búsqueda. ¿Pero qué busco? Una explicación. Si hoy el periodismo se ufana de encarnar y materializar la libertad y se blinda contra cualquier tipo de ataque o amenaza, ¿qué es lo que defiende? Se dice: la libertad. Pero ¿la libertad de quien?

La búsqueda de respuestas me llevó a la Historia crítica de la opinión pública de Habermas. Él construye un relato ubicado en los inicios de la modernidad. La sociedad occidental rompe, a mediados del segundo milenio, con la forma monárquica de gobierno. En la sociedad monárquica, el gusto, la justicia, la verdad, tenían el tinte de uno solo. El rey imponía la ley, sustentado en ser depositario de la ley divina. Los derechos de los sujetos estaban sub – ditos, bajo el dictado del rey.

En la segunda mitad del segundo milenio de nuestra era, la propiedad burguesa, distinta a la propiedad estamental, estuvo en manos de cualquier sujeto, hombre de mercado o de comercio. La propiedad burguesa exigió unas reglas de juego generales, reglas públicas que permitieran la existencia de la vida privada del propietario. La relación público – privado se reeditó, se trajo el modelo de la antigüedad grecolatina. La vida privada, basada en la acumulación de riqueza exigía la publicidad de valores acordados por la comunidad de hombres privados. El ámbito de lo público se formó y conformó con la elaboración de una concepción de la Ley General, ley para todos, sustraída de la naturaleza y no de un dios monarca.

El ámbito de lo público se materializó en la posibilidad que tenía el sujeto, convertido en individuo, de decir lo que quería según sus intereses. El individuo opinaba sobre el contenido de las reglas públicas que defendían y sustentaban su vida privada. La opinión pública, para sostener la opinión privada estaba en permanente formación; o en otras palabras, la opinión pública debatía sin cesar sobre ella misma y el valor que la sostenía: la libertad de los sujetos individuos.

La opinión pública se soportó en medios de transmisión y tráfico. Pasó del manuscrito al impreso tipográfico y termina en el papel periódico (diario o semanario). La opinión pública de los propietarios privados, la opinión pública de los burgueses capitalistas, tuvo y mantuvo la libertad burguesa como base del poder. Quien se expresaba en el semanario o en el diario, quien escribiese ejercía el poder, ejercía la libertad, la ley y los valores burgueses.

El poder de la opinión pública abolió el poder monárquico y construyó el ordenamiento republicano democrático, ordenamiento concebido como la naturaleza convertida en la fuerza de la escritura, o la escritura que signa la naturaleza. Esa opinión pública solo lee, comenta y escribe las leyes naturales, el derecho natural. El ser humano es un ser social por naturaleza. La sociedad de individuos privados, dirigidos por la opinión pública, es un orden natural, porque obedece a la ley y al derecho universal.

Quien escribía en los diarios o los semanarios, estaba al servicio del poder. No podía ser de otra manera. Pero se presentó una consecuencia de la opinión pública escrita. Se pasó de la opinión a la literatura y en esta lógica Larrosa dice: hay que diferenciar el periodista caído en la literatura, del literato formado en la literatura.

El literato habita el mundo de la experiencia, la poesía “como lenguaje originario”. El mundo de la vida se vierte a la palabra hablada o escrita. La literatura mueve a la acción y la acción se escribe. Esta actitud es distinta al mundo de la opinión, dedicado a informar y producir más opinión. El individuo moderno se dice que vive en una sociedad de la información entendida como sociedad del conocimiento que ahorra al individuo la experiencia propia. El periodismo es abrasivo. El sujeto moderno opina y ahorra experiencia. Cree que tiene una opinión propia, personal, pero quien está tras él es la libertad burguesa y liberal. Hoy impera la información y la opinión. El individuo se informa para opinar. La experiencia que obliga a los colectivos a transformar la sociedad y la historia, se ha aplazado indefinidamente.

Tomo prestada una idea de Pablo Montoya. Los periodistas convertidos en literatos, desde sus columnas de opinión periódicas, adquieren el derecho a publicar novelas y a producir una crítica literaria que establece un canon sobre lo que hay que escribir y como. Se pone como ejemplo la literatura adjetivada que olvida la construcción sicológica de los personajes y declina la poesía ante la producción para el mercado audiovisual. Esta crítica literaria es el poder en actividad sulibidinal.

Este orden de ideas que he traído hasta aquí, desespera. El estar inmersos en la sociedad moderna, condiciona todo hacer, a estar subsumidos en los dictados de la libertad burguesa. No hay escape. Es necesario elaborar otro nivel de racionalidad para justificar el trabajo literario por fuera de los intereses del poder. Ese otro nivel, lo he escuchado en palabras de varios escritores. Se encuentra en concebir la libertad del escritor, inscrita en la universalidad de la libertad. El ser humano es libre como el viento, libre como el cosmos, libre como un niño. Por encima de los intereses está la libertad de escribir.

Parece que he llegado a un punto ciego, a una calle sin salida. En un diálogo nocturno animado por café y tabaco, alguna vez concluimos parcialmente una verdad válida solo para esa noche: las construcciones de la modernidad como el individuo, la libertad de expresión, la igualdad, el derecho, la literatura, son un hallazgo de la humanidad. La sociedad burguesa se los apropió y los tergiversó; pero como bienes de la humanidad los seguimos ejerciendo y desde su práctica podemos construir incluso, una sociedad que destruya la desigualdad burguesa. Así la literatura y el literato escapan a la sentencia de ser tributarios del poder.

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