domingo, 12 de marzo de 2017

Historia, carne y cuerpo

Janice Urnstein Weissman. Las tres Gracias (2003)

Un sentimiento conmovedor, casi inexplicable, me llega a la cabeza, al observar los cuerpos de las gentes que pasan por mi campo visual o aparecen. Me entra el deseo de juzgarlos con los valores de mis padres: el color, la distancia respecto al ideal de belleza, la apariencia su poder económico y la expresión del rostro; pero, el estar en el mundo y el toque de vida que me han dado otras posibilidades, otros valores, permiten, ya no un juicio de los otros, sino una ponderación de su estar en el mundo. Ser humano es ser considerado sujeto de admiración per se o por tener el valor de mostrar ante los ojos de los demás el cuerpo que le ha tocado.
 
Al cuerpo, el mundo de los derechos humanos, le ha dado sentido. A las carnes amplias, escasas, magras, desmirriadas; a las estaturas largas, cortas, asimétricas; a las pieles oscuras, claras, mescladas; a las apariencias bellas, feas, atractivas; les ha sido dado un lugar, para que la materia, la física del cuerpo, no interfiera en la salud del complejo contenido inmaterial, existente en la cabeza.
 
El cuerpo no exime, ni disculpa, la obligación de buscarle explicaciones a la existencia, auxiliado por los legados anteriores, de los humanos pasados, las que podemos apreciar, si nos acercamos a la historia.
 
El cuerpo en el mundo duele, la existencia angustia. Si solo se tiene la carne para estar en el mundo, el dolor es inevitable y la angustia permanente. Se sale de ahí con el acercamiento a la historia o a otra trascendencia. Entre tantas trascendencias la única que llegó a declarar la igualdad racional de los cuerpos humanos es la historia. Los credos religiosos, como otras trascendencias, se levantan sobre la desigualdad y la opresión.
 
Escribió Hegel que en el mundo egipcio-babilónico fue libre uno solo, en el mundo greco-romano fueron libres algunos y en el mundo de él, que le tocó vivir, lo llamó mundo germano-cristiano, todos son libres; pero la libertad hegeliana se ejercía en la dialéctica del espíritu, en la historia del desarrollo del espíritu. Y este último concepto, se debe meter dentro de lo que se llama historicismo, el mismo constructor de la idea de progreso indefinido del ser humano, con su cuerpo a cuestas.
 
El progreso del cuerpo y sus trascendencias, no se ha abandonado. Ahora cuñado por el evolucionismo darwiniano, es una creencia que le va muy bien al ser humano infantilizado de hoy. El auxilio de la tecnología, deja la sensación de la inutilidad de sufrir la existencia, y por eso el cuerpo se embellece, y se decantan los valores de la tradición: el color, la distancia respecto al ideal de belleza, la apariencia económica y la expresión del rostro medida por el prototipo del criminal sacado de la frenología.
 
El cuerpo del ser humano del presente tiene culto. La sensiblería lleva a figurar sobre él, de manera indeleble, los motivos más banales, acordes con el éxtasis que produce el color en el cerebro del infante. Y cuando se trata de figurar sobre superficies, la humanidad tiende a tenerle miedo al vacío; por eso los cuerpos se tatúan en sus espacios visibles e invisibles, según el vestido. Se ven cuerpos barrocos, en los que parece haber hecho falta piel para graficar.
 
La libertad de hacer con el cuerpo lo que se quiera, es una fuga de la igualdad racional decantada por la historia. La libertad y la igualdad de los derechos humanos, se ha banalizado. El centramiento en el propio cuerpo, no deja ver el poder que aúpa la infantilización, además producida y administrada por la tecnología. Se crea la sensación de progreso y evolución del cuerpo. El poder sobre los cuerpos, ejercido por muchas jerarquías modernas, hace de la crítica a la infantilización y a las trascendencias hegelianas, una violación de la propiedad personal sobre el cuerpo que ha tocado llevar a cuestas. Esa crítica señala la pérdida de la más cultivada de las trascendencias: la historia.
 
El cuerpo y la historia que lo sustenta, están en el mundo; el dolor y la angustia de la existencia, del ser, se recluyen en el olvido o se neutralizan con la palabra, continente de la transcendencia. En las épocas de la palabra escrita en el cuerpo, la grafía evocaba el pasado del grupo y ver el cuerpo figurado convocaba el discurso, signo que facilitaba el símbolo.
 
La historia escrita en el cuerpo fue el principio motivante de la grafía sobre la piel. Hoy los cuerpos barrocos tatuados hasta el paroxismo, nada dicen, porque es imitación infantil de las culturas tempranas. El ser humano de las primeras épocas hizo grafías en su piel, en la piedra y en las cavernas para convocar la memoria y reducir el tiempo a sus intereses.
 
Los cuerpos escritos fueron producto del trabajo y el trabajo los producía para el consumo del poder de la sociedad. Se seguía el ritmo dialéctico de producción, consumo, producción. Ese era el contenido de las grafías sobre la piel, en las que se involucraban el cosmos y el microcosmos: la sociedad y el individuo. El Marx de los Grundrisse, escribió a mediados del siglo diecinueve: el individuo consume para producir su propio cuerpo; no solo consume alimentos, digo yo, consume otros cuerpos para producir su cuerpo.
 
En el cuerpo de las sociedades tempranas se graficaba la historia sobre la piel de los individuos. El cuerpo antiguo fue consumido por el poder para satisfacer las aspiraciones de dioses y déspotas, validos de la grafía convertida en escritura. Los cuerpos de la barbarie germana, gestora de la servidumbre medieval, se ocultaron a los ojos de dios y de los humanos y quedaron a disposición del poder para ser quemados, torturados, o santificados según el uso individual del deseo de la carne.
 
Los cuerpos moderno son para la libertad; pero el poder socioeconómico y político los consume como fuerza de trabajo y reduce su libertad a una apariencia de libertad, materializada en individuos que desde una trascendencia arcaica y alienante, se fugan, se marginan, se tatúan, se ocultan, o viven sin historia.
 
Pasan cuerpos y aparecen en mi campo visual. Cada individuo tiene un mundo interior, respetable, inviolable, participe o no de una trascendencia; y lleva su cuerpo a cuestas. Cuerpos con poder, color y forma, atributos que conmueven.

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