Atada a la historia escrita, como signo de
cientificidad y veracidad, es la condición de la cultura de la sociedad
occidental. Los relatos creacionistas detenidos en el tiempo por la grafía,
inauguran la reflexión sobre la humanidad, necesaria desde la metafísica. Las
relaciones entre el ser humano y la divinidad creadora, obligan a una teología,
desde la cual, de manera esforzada, se explican los contenidos de la cultura.
La parte divina del ser humano, el alma o el espíritu, en relación con el
cuerpo, dejan la huella que le da existencia a la historia.
Así de esta manera, desde la antigüedad griega, la
pregunta por el ser, se responde desde la metafísica y la teología. Esta
sentencia deja expuesto un método, al parecer inevitable para occidente. Se
trata de rastrear en los relatos escritos de la creación, todos los contenidos.
Por eso se convierte en documento veraz el Génesis y los demás libros de la Biblia;
o cuando se quiere ir más lejos se remonta hasta los libros orientales entre
los que se nombran los hindúes Ramayana y Mahabharata.
El método ha referido la política a la soberanía
monárquica, la ética a la estoa, la educación al recuerdo del alma, el arte a
la mimesis falsaria, el cuerpo a la imagen divina, la belleza a la desnudez del
cuerpo redimido, la ignorancia al demonio, la vida a los dones y la muerte a la
transmigración.
Se fuerza la actitud arqueológica de las ideas,
desde los escritos religiosos. La desnudez de Agamben* presentada como
descubrimiento humano, o falla, o es una reflexión cristiana o hebrea. Elaborar
una indagación sobre la conciencia de la desnudez y radicarla en el
inconsciente religioso, es parcializar la visión. Los contenidos de la cultura
no parten del discurso del relato de la creación hebreo cristiano. Esta línea
de pensamiento es muy freudiana y se relaciona directamente con la época de la
invención de la escritura y del mundo monoteísta. La conciencia de la desnudez ya
estaba cuando el dispositivo nemotécnico, llamado escritura, se inventa. Este invento
reciente, solo tiene siete u ocho milenios y cuando se comienza a registrar los
contenidos de la experiencia humana, la humanidad ya está acabada en sus
posibilidades. Si se radica la conciencia de la desnudez, solo a partir de los
últimos siete milenios, quiere decir que echamos por la borda de la barca de la
vida humana los últimos cuarenta mil años de experiencia sapiens.
Si, la teología judeocristiana marca la cultura de
los dos últimos milenios, y los contenidos se pueden rastrear y explicar desde
ahí, porque está el documento escrito, se ahorra el esfuerzo paleontológico,
que parece una aventura. La modernidad crea la ciencia con la postura inicial
de que el conocimiento se practica para entender la obra de la creación divina.
Hay en el mundo cristiano una disposición espiritual que dio pie a la ciencia
moderna, no por un proyecto a largo plazo, sino por las mismas contradicciones
de su teología. La Comparación del cuerpo redimido con la materialidad fáctica
de los existentes, posibilitó la descripción exhaustiva de la realidad y ésta
es lo que se nombra con el término de ciencia.
Un ejemplo del ejercicio arqueológico de las ideas,
atado a la teología de los últimos siete milenios, es el referido a la belleza.
Ella está atada a la desnudez. El cuerpo creado desnudo, solo entra en
conciencia de su estado, en el momento de la traición de la voluntad del
creador. Esta conciencia se relaciona de facto con el vestido. Vestido y
desnudez entran en una relación teológica y dialéctica. La desnudez inicial no
se percibe, por estar inmersa en la gracia y glorificación paradisíaca. La
misma que debe entenderse como la metafísica de las imágenes; estas por estar
en la mente, gozan de la inmaterialidad. Los objetos y la experiencia cuando
salen de la materialidad y se convierten en ideas hacen parte de la verdad como
atributo divino y por tanto son bellas, por anular en gracia y gloria, sus
opuestos, la fealdad y el pecado, elementos de la traición hecha al creador por
los humanos originarios.
La desnudez inicial tiene el velo de la gloria y la
gracia inmaterial de la inconsciencia. El vestido es el velo que pasa de la
gracia inmaterial a la materialidad del tejido, el mismo que se hace bello
porque ha sido posible por la imagen y la idea, traídos a la conciencia. El
vestido está presente en todos los cuerpos, para ocultar la belleza del desnudo
y su asociación con la libido de la sexualidad. La belleza está velada y es un
secreto. La metafísica refiere la belleza, más allá del velo y el cuerpo que se
oculta, a lo sublime, como creación, como obra de arte.
En este orden de la actitud metódica de occidente,
de referirlo todo al relato escrito de la creación, y hacer desde ahí
arqueología de los contenidos de la cultura, lo bello en la obra de arte, se
entiende no ser la forma sensible de su presentación; es la idea velada por la
materia, es esa desnudez sublime sin su opuesto deleznable, cuyo goce es gloria
y gracia, infundios del creador.
Pero la cultura moderna ha explorado otras vías de
acceso para ubicar sus contenidos, en el tiempo sin escritura. Por fuera de la
escritura se puede hacer ejercicio de otra arqueología teniendo en cuenta los
milenios anteriores. El ser humano ya estaba acabado en sus posibilidades cundo
construyó la religión congelada por la escritura y obligó al recurso metafísico
para explicarse. Los objetos de la cultura material, hablan y refieren los
contenidos mentales de los seres que los crearon y reprodujeron.
La belleza de la obra de arte, fue una creación del
mundo de la escritura. Antes se tienen registros de obras humanas valoradas por
su función en el todo de la cultura. Hoy un “bisturí” de pedernal cuaternario nos
parece bello; pero a su creador le parecía un objeto sin el cual estaría
perdido. Ese objeto lo ataba al grupo y a la sociedad y allí el goce y la
gloria (como belleza) fueron el pensamiento exhaustivo de cómo preservar la
humanidad y protegerla contra la disfunción. Todos los objetos de la cultura,
imagen, materia y difusión, le han dado sentido al ser.
*Otras notas sobre el texto
Desnudez de Giorgio Agamben
Imagen: Los amantes.
Óleo de René Magritte 1928