sábado, 15 de julio de 2017

La voz sin sonido


En esta mañana de julio observo en los cuerpos, el sol situado al extremo norte. Pero no es el sol quien se sitúa, es el planeta tierra que en su movimiento de traslación se inclina y hace que la luz haga la sombra de los objetos cuerpos con sus espaldas al sol del norte. Esta observación entra en la subjetividad, en esa voz sin sonido que los seres humanos se la adjudican al eco de la voz de un creador. Pero la subjetividad no se queda ahí, construye un relato sobre la creación con base en los actos creativos de la práctica cotidiana de los humanos. El relato o discurso de la creación es la respuesta a la pregunta por la existencia y al mismo tiempo un acto de expiación. La existencia está inmersa en la lucha por la vida, contra la naturaleza a quien se le arranca los recursos, y contra los otros seres vivos, humanos o no, con quienes se expresan sentimientos de amor, odio, criminales, envidia o dominación. Estos sentimientos mesclados en la subjetividad, en la condición de criatura, se perciben como la culpa del ser, la misma que debe ser expiada dentro del mismo relato de de la creación. Tener que matar para sobrevivir y asegurar la existencia, crea ante el ser creador un sentimiento de culpa, el mismo que obliga al relato. Ambos, la expiación y el relato, están en relación causa efecto; ambos se generan, uno por el otro.

El relato en su doble contenido, no cesa. Iniciado como religión, se transmuta en ciencia. La observación de la inclinación de la tierra en su periplo solar ha sido medida y deja la convicción de un afuera hecho para ser conocido. El acto de conocimiento no logra desprender el sentimiento de criatura y la subjetividad se sofistifica porque ahonda la voz sin sonido hasta la angustia de la existencia.

El relato llega a convertirse en historia, borra el creador y deja solo al humano como generador. El humano ocupa el lugar del creador y la expiación se trueca en la promesa de un futuro sin odios ni crímenes. El humano como creador produce con la subjetividad de su cuerpo, mundos conceptuales llamados teorías, dirigidas a explicarse a sí mismo y explicar el afuera, para salvar el obstáculo misterioso de la existencia.

En el discurso de la historia, pleno de mundos conceptuales, uno de ellos generado por la imaginación de lo arcaico, habla de cuerpos vivos que adquirieron la condición sapiens o la capacidad nemotécnica del lenguaje. En sus primeras expresiones, la voz sin sonido de la nemotecnia, se escuchó como la voz de dios creador salvador; pero en la contemporaneidad, se escucha como la subjetividad capaz de cambiar las condiciones de existencia. La angustia misteriosa del ser, se palea por la capacidad de modificar el mundo. El humano de hoy no necesita la historia, ni mundos conceptuales. Vive sumido en su cuerpo diseminado por el espacio de la tierra. Siente la inclinación del planeta ante el sol, como su piel ante el goce del tacto, como la lengua satisfecha ante el sabor agradable. Se vive un presente sin pasado, atado al futuro, porque la voz sin sonido está adherida a los objetos que se multiplican sin cesar. Las máquinas, cuerpos externos con inteligencia artificial, pueblan el afuera profusamente con objetos que impiden la relación con el pasado como discurso de la historia.

Observar los cuerpos con la sombra proyectada hacia el sur, en esta mañana de julio, incita a ubicarlos en el tiempo humano. Por este, digo de la subjetividad, esa voz sin sonido, ser un acumulado de prácticas y experiencias, una nemotecnia con estructura, expresada en el relato. Hay un relato primigenio producido y respondiente a la vida cobijada por los túmulos. El manto del cielo se traslada al techo del oikos, cobijo, y permite al lenguaje hacer la genealogía de las replicas de los humanos habitantes del cielo con la respectiva jerarquía. Hay un relato antiguo de los héroes conquistadores que comparten la divinidad con los dioses y trafican dones entre el cielo y la tierra para preservar la humanidad. Hay un relato de la edad media monoteísta, creado por profecías apocalípticas, que hizo de la culpa un castigo por el que se justificaba la dominación y la promesa de la redención con la muerte. El relato moderno se zafa de la religión, se sustenta en la ciencia; con esta enarbolada, cual mejor bandera, declara la libertad general, la justicia económica y política y promete redimir la humanidad con la idea de progreso indefinido hacia mejor. Hay un relato contemporáneo descreído, pesimista, con la racionalidad moderna. La subjetividad ha optado por fugarse hacia el esteticismo y la voz sin sonido busca en el futuro un espacio por conquistar para perpetuar la humanidad.

Los cuerpos funcionan a pesar de la distancia del ideal de belleza impuesto por el esteticismo. Esa distancia habla de la deformidad de las formas. Los cuerpos como autómatas son dirigidos por la subjetividad plena de relatos que logra hacer aceptar el cuerpo y su sombra. Ella está anclada en lo fortuito de la no pertenencia al diseño sino al azar sin finalidad. La estructura básica del relato: creación y redención, hoy se trueca en un discurrir que testimonia la vida; el “confieso que he vivido” es suficiente. La voz sin sonido de la subjetividad, hace que la imaginación tome la humanidad como la animalidad ubicada y metida en el tiempo y por el lenguaje pasó del cielo a la tierra y de esta a la indefinición.

La perennidad de la estructura de esa voz sin sonido, es sospechosa de reduccionismo. La dialéctica entre relato y redención o historia y promesa de la igualdad con justicia, ocurrieron y pasaron. Antes se escribía para mostrar soluciones, con actitud moralizante. Hoy se escribe por mostrar lo que le ocurre a los humanos en la vida humana.

Estas notas las ha producido la lectura del texto Desnudez de Giorgio Agamben, en un interés que tengo por todo lo relacionado por el pensamiento del cuerpo.
Imagen: “Diego yo”. Óleo de Frida Kalo 1949

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