domingo, 13 de agosto de 2017

La libertad no es un absoluto



Escucho radio y la voz recibida por los oídos, entra en el cerebro en medio de un rito, entre emisor y receptor. Este fenómeno se puede concebir también como una relación material entre ambos protagonistas y dejarla ahí, en la frialdad racional de las misiones de los dos: el uno emite y el otro escucha. Y queda expuesta la teoría de la comunicación. Pero se debe ir a la interpretación, al mundo cualitativo del análisis hermenéutico de las relaciones de poder, en el que la libertad de expresión es proclamada y defendida a ultranza por los emisores.

Esta defensa tiene sentido en el mundo teórico de la modernidad liberal y es aceptada por todos los involucrados en el consenso de la democracia; pero la persistencia de la desigualdad y la acumulación de la riqueza en manos de un sector minoritario de la sociedad, le quita el peso a ese orden sólido de la teoría. Por eso en necesario indicar la relación emisor – receptor como un rito inmerso en la complejidad de las relaciones de poder, en el que el emisor no le da oportunidad al receptor de interactuar. El receptor es un paciente atado e indefenso, a merced de la voluntad, en el caso que comento, de la onda radial.

Escribo estas palabras por la indignación que tuve en la mañana del jueves tres de agosto, cuando Darío Arismendi, director de noticias de radio Caracol, tomó la palabra, a la manera de editorial del día, y le dedicó casi cinco minutos a insultar al presidente de Venezuela Nicolás Maduro. No medió ningún esfuerzo culto de un periodista que presta un servicio público en Colombia. La voz, con tono altisonante, iba dirigida a generar indignación en el oyente y parcializar la opinión. Lo logró en mí; pero al revés. Conozco medianamente la historia de América latina y por ella he aprendido a respetar a los líderes que se han hecho elegir en unas elecciones atadas a la constitución del respectivo país. La otra indignación, la visceral, la que el periodista ocasionó, es el aumento del desprestigio de Maduro, con el desconocimiento de la vigencia de la constitución bolivariana de Venezuela y la inexistencia de argumentos para rebatir.

Escuchar radio es un rito en esta época de predominio de los medios masivos de comunicación, porque, hay violación de la imparcialidad y es clara la intensión de manipular al oyente y hacerle tomar una conducta dirigida. En el rito, un sacerdote o un investido por el poder, imparte la verdad de la ceremonia, para que el sufriente quede invadido. En la ceremonia no hay reflexión, hay fórmulas llenas de adjetivos precisos que sumergen en el mar del odio contra el objetivo.

Los medios masivos de información en Colombia, tienen el objetivo, visible sin esfuerzo, de concitar el odio contra la Venezuela chavista. Cuentan con una población sin criterio, porque la educación la ha hecho así, manejable, manipulable e irracional. Desde el fondo de la república se le ha hecho trampa a la propuesta moderna de construir un ciudadano deliberante y respetuoso del poder público. El resultado es un país de individuos encerrados en la caparazón del egoísmo, dispuestos a cantarle loas a los corruptos o a la versión sobre los hechos promocionada sin cesar por la opinión llana y ramplona.

No se pide lo contrario: unos medios salsa, para la Venezuela de hoy. Se pide unos medios que ayuden a pensar, sin tomar partido. Medios dignos de la filosofía social y política del consenso de la democracia: la imparcialidad. Hablar de Venezuela no puede quedarse en los hechos crueles de la confrontación local e inmediata. Se debe ir a la teoría y práctica de la geopolítica mundial; a la incapacidad del proyecto liberal para resolver las desigualdades sociales y educar las masas.

Los insultos de Darío Arismendi contra Maduro y el chavismo, a mi parecer, le pueden quedar bien a un político irascible; pero no a un profesional que presta un servicio público de información, así los aparatos tecnológicos de la emisora, pertenezcan a una empresa privada internacional, hecho que no puede olvidar la propiedad pública del espectro.

Esta experiencia, aquí expuesta señala el hecho traumático de los servicios públicos en manos de empresas privadas. Esta práctica del Estado neoliberal de los últimos tiempos, se impulsó y realizó con el argumento de la ineficacia empresarial del Estado. Pero fue solo un argumento para generar indignación visceral. Hoy podemos observar la crisis general de los servicios públicos privatizados. El ejemplo más palmario es el sistema de salud inoportuno. Ineficiente y corrompido.

Si la radio pública en manos de privados, moviliza la opinión hacia la justificación de sus intereses políticos, económicos y partidistas, los grandes caudales de dinero de la salud se han utilizado para elegir legisladores que garanticen la perpetuidad del sistema y su inoperancia, porque la lógica de la empresa privada es máxima ganancia y bajos costos de operación. Se conocen las dificultades del Estado para ser transparente y pulcro con las finanzas públicas; pero en él hay responsables claramente visibles e imputables.

Esta experiencia, puede llevarse más allá de la visibilidad la realidad social y mirarse desde los modelos políticos. Los cuatro siglos de modernidad han analizado extensa e intensamente la funcionalidad del Estado. Se le ha reducido a la mínima expresión y se le han retirado todas sus atribuciones económicas. También se le ha dado todo, hasta que él, soberbio y delirante, destruyó las garantías individuales de los ciudadanos. Estos dos extremos, nos permiten a los que habitamos esta realidad social, decir que, con la autoridad de la experiencia moderna, el Estado debe recuperar el control de los servicios públicos e intervenir la libertad liberal, porque la libertad no es un absoluto, es una práctica atada a la vida y es un producto de las luchas sociales.

La mayoría de los medios de comunicación del mundo privatizador y neoliberal, y la radio y la televisión colombiana informan con parcialidad sobre Venezuela, porque quieren generar un sentimiento vicenal contra el Estado interventor.

Imagen: Eugène Delacroix Le 28 Juillet La Liberté guidant le peuple 1830

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