Escucho radio y la
voz recibida por los oídos, entra en el cerebro en medio de un rito, entre
emisor y receptor. Este fenómeno se puede concebir también como una relación
material entre ambos protagonistas y dejarla ahí, en la frialdad racional de
las misiones de los dos: el uno emite y el otro escucha. Y queda expuesta la
teoría de la comunicación. Pero se debe ir a la interpretación, al mundo
cualitativo del análisis hermenéutico de las relaciones de poder, en el que la
libertad de expresión es proclamada y defendida a ultranza por los emisores.
Esta defensa tiene
sentido en el mundo teórico de la modernidad liberal y es aceptada por todos
los involucrados en el consenso de la democracia; pero la persistencia de la
desigualdad y la acumulación de la riqueza en manos de un sector minoritario de
la sociedad, le quita el peso a ese orden sólido de la teoría. Por eso en
necesario indicar la relación emisor – receptor como un rito inmerso en la
complejidad de las relaciones de poder, en el que el emisor no le da
oportunidad al receptor de interactuar. El receptor es un paciente atado e
indefenso, a merced de la voluntad, en el caso que comento, de la onda radial.
Escribo estas
palabras por la indignación que tuve en la mañana del jueves tres de agosto,
cuando Darío Arismendi, director de noticias de radio Caracol, tomó la palabra,
a la manera de editorial del día, y le dedicó casi cinco minutos a insultar al
presidente de Venezuela Nicolás Maduro. No medió ningún esfuerzo culto de un
periodista que presta un servicio público en Colombia. La voz, con tono
altisonante, iba dirigida a generar indignación en el oyente y parcializar la
opinión. Lo logró en mí; pero al revés. Conozco medianamente la historia de
América latina y por ella he aprendido a respetar a los líderes que se han
hecho elegir en unas elecciones atadas a la constitución del respectivo país.
La otra indignación, la visceral, la que el periodista ocasionó, es el aumento
del desprestigio de Maduro, con el desconocimiento de la vigencia de la
constitución bolivariana de Venezuela y la inexistencia de argumentos para
rebatir.
Escuchar radio es un
rito en esta época de predominio de los medios masivos de comunicación, porque,
hay violación de la imparcialidad y es clara la intensión de manipular al
oyente y hacerle tomar una conducta dirigida. En el rito, un sacerdote o un
investido por el poder, imparte la verdad de la ceremonia, para que el
sufriente quede invadido. En la ceremonia no hay reflexión, hay fórmulas llenas
de adjetivos precisos que sumergen en el mar del odio contra el objetivo.
Los medios masivos
de información en Colombia, tienen el objetivo, visible sin esfuerzo, de
concitar el odio contra la Venezuela chavista. Cuentan con una población sin
criterio, porque la educación la ha hecho así, manejable, manipulable e
irracional. Desde el fondo de la república se le ha hecho trampa a la propuesta
moderna de construir un ciudadano deliberante y respetuoso del poder público.
El resultado es un país de individuos encerrados en la caparazón del egoísmo,
dispuestos a cantarle loas a los corruptos o a la versión sobre los hechos
promocionada sin cesar por la opinión llana y ramplona.
No se pide lo
contrario: unos medios salsa, para la Venezuela de hoy. Se pide unos medios que
ayuden a pensar, sin tomar partido. Medios dignos de la filosofía social y
política del consenso de la democracia: la imparcialidad. Hablar de Venezuela
no puede quedarse en los hechos crueles de la confrontación local e inmediata.
Se debe ir a la teoría y práctica de la geopolítica mundial; a la incapacidad
del proyecto liberal para resolver las desigualdades sociales y educar las
masas.
Los insultos de
Darío Arismendi contra Maduro y el chavismo, a mi parecer, le pueden quedar
bien a un político irascible; pero no a un profesional que presta un servicio
público de información, así los aparatos tecnológicos de la emisora,
pertenezcan a una empresa privada internacional, hecho que no puede olvidar la
propiedad pública del espectro.
Esta experiencia, aquí
expuesta señala el hecho traumático de los servicios públicos en manos de
empresas privadas. Esta práctica del Estado neoliberal de los últimos tiempos,
se impulsó y realizó con el argumento de la ineficacia empresarial del Estado. Pero
fue solo un argumento para generar indignación visceral. Hoy podemos observar la
crisis general de los servicios públicos privatizados. El ejemplo más palmario
es el sistema de salud inoportuno. Ineficiente y corrompido.
Si la radio pública
en manos de privados, moviliza la opinión hacia la justificación de sus
intereses políticos, económicos y partidistas, los grandes caudales de dinero
de la salud se han utilizado para elegir legisladores que garanticen la
perpetuidad del sistema y su inoperancia, porque la lógica de la empresa
privada es máxima ganancia y bajos costos de operación. Se conocen las
dificultades del Estado para ser transparente y pulcro con las finanzas
públicas; pero en él hay responsables claramente visibles e imputables.
Esta experiencia,
puede llevarse más allá de la visibilidad la realidad social y mirarse desde
los modelos políticos. Los cuatro siglos de modernidad han analizado extensa e
intensamente la funcionalidad del Estado. Se le ha reducido a la mínima expresión
y se le han retirado todas sus atribuciones económicas. También se le ha dado
todo, hasta que él, soberbio y delirante, destruyó las garantías individuales
de los ciudadanos. Estos dos extremos, nos permiten a los que habitamos esta
realidad social, decir que, con la autoridad de la experiencia moderna, el Estado
debe recuperar el control de los servicios públicos e intervenir la libertad
liberal, porque la libertad no es un absoluto, es una práctica atada a la vida
y es un producto de las luchas sociales.
La mayoría de los
medios de comunicación del mundo privatizador y neoliberal, y la radio y la
televisión colombiana informan con parcialidad sobre Venezuela, porque quieren
generar un sentimiento vicenal contra el Estado interventor.
Imagen: Eugène
Delacroix Le 28 Juillet La Liberté guidant le peuple 1830
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